Jaque

MÀRIUS SERRA

La semana pasada las agencias devolvieron un nombre ilustre al mercado de noticias. El ex campeón mundial de ajedrez Bobby Fischer fue detenido en el aeropuerto Narita de Tokio por usar un pasaporte no válido y podría ser extraditado a EE.UU. Fischer fue campeón del mundo entre 1972 y 1975. Le arrebató el título a Boris Spassky y lo perdió ante el aspirante Anatoly Karpov porque la Federación Internacional no aceptó todas sus condiciones para agilizar la final y el excéntrico Fischer no se presentó. Luego desapareció. Se volatilizó de la escena pública. Como Greta Garbo o Salinger o Pynchon, Fischer decidió llevar una vida clandestina. Estuvo casi dos décadas en paradero desconocido hasta que en 1992 reapareció en la agitada Yugoslavia para derrotar de nuevo a Spassky por una millonada, a pesar del embargo de Naciones Unidas, que preveía sanciones económicas. Fue entonces cuando dictaron la orden de arresto que ahora se ha ejecutado en Japón. En su web oficiosa Fischer pide asilo político. Basta echar un vistazo para detectar que un antisemitismo obsesivo tiñe su pensamiento. Fischer se declara víctima de una conspiración semita e incluso apoyó los atentados del 11-S en una radio pública filipina.

En 1996 se anunció en Buenos Aires una variante del ajedrez que potencia más la creatividad y el talento que la memorización y el análisis: la Fischer Random Chess (Ajedrez al Azar de Fischer). En el tablero inicial los peones se mantienen en primera fila, pero en la segunda se cambian las posiciones de las fichas. Sólo hay dos condiciones: el rey no puede estar en los extremos (ni A1 ni H1) y los dos alfiles no pueden pisar el mismo color. Naturalmente, en un mismo tablero blancas y negras comparten disposición (si el rey blanco parte de B1 el negro debe partir de B8). Estas reglas permiten 960 disposiciones iniciales distintas de las fichas en el tablero. Se descarta la convencional –con las torres en los extremos y luego caballos, alfiles y la pareja real–, y se usan, rotativamente, las otras 959. Pruébenlo y verán cómo cambia el juego. Las oberturas conocidas no sirven. Hay que volver a empezar cada vez. Como en la vida. El extravagante Fischer es el sucesor natural del cubano Capablanca, campeón del mundo en los felices años veinte, mito de la noche, mujeriego, vitalista y otro de los pocos grandes maestros de ajedrez no rusos. De hecho, José Raúl Capablanca era hijo de un militar español y de una dama catalana apellidada Graupera. Fischer aún no tiene quien le escriba pero Capa sí. El gran Guilermo Cabrera Infante contribuyó a aumentar su leyenda dedicándole un homenot memorable en sus plutarquianas Vidas para leerlas (1992).

En 1918, estando Capa en los Estados Unidos, recibió la visita de dos miembros de la contrainteligencia que investigaban su correspondencia con el campeón alemán Emanuel Lasker. Querían saber qué escondía el fragmento 10BXe7 Qxe7 110-0 NXC3 12RXC3 e5. Capa les respondió: “Son símbolos para una maniobra de liberación”. El episodio estuvo en un tris de acabar con la detención del ajedrecista. La conclusión de Cabrera es muy indicada para la comisión que investiga el 11-M: “Capablanca se dio cuenta de que la contrainteligencia es lo contrario de la inteligencia”.