Santa Cruz que llevó Fray Francisco a Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela, años de 1643 - 1646

        Fray Francisco de la Cruz en Burgos (Castilla-León)

En que se prosiguen los sucesos con su padre y otros particulares.

Aunque Francisco tuvo tan mal término con su padre, no obstante le socorrió mientras estuvo en Yepes con todo el posible que podía, que fue hasta llegar el agosto del año siguiente; entonces se convino con otros mancebos de ir a segar a tierra de Castilla la Vieja; su padre lo supo, y conociendo que en aquella resolución estaba su último desamparo, le dijo un día: -Ya ves las enfermedades que me afligen, sobre hallarme con más de setenta años, viudo y tan pobre que no tengo más remedio que el socorro que tú me haces; si te ausentas, ¿quién ha de cuidar de mí? ¿Y qué puedo hacer en tierra extraña, imposibilitado de entrar en la mía? Lo mismo es faltarme tú que matarme, pues de tu asistencia depende mi vida. Muda de parecer, dejando ir a tus amigos, que no deben pesar tanto como un padre; no desagrades a Dios en materia tan sensible; que si me miras como embarazo, ya poco te puedo durar; y advierte que aunque siento la falta que me has de hacer, más dolor me causa el que, siguiendo tu voluntad y tus amigos, entras por el camino de perderte, y que a nadie le sucedió bien desamparar el consejo de su padre, y aquí tu desamparas al padre y a su buen consejo. Espero en Dios que te han de detener mi razón, mis canas, tu obligación, mis lágrimas y mi necesidad. La respuesta fue: -Que había de cumplir su palabra y seguir a sus amigos. Su padre entonces (para que se vea lo que es ser padre, y lo que es ser hijo) abrazándole y formando tres veces una cruz en el aire, le dijo tres veces: - La bendición de Dios todopoderoso te alcance; anda en paz. Y en esta conformidad se despidieron y no se volvieron a ver más, porque su padre se partió a Toledo, donde en breve tiempo murió, y Francisco hizo su viaje con sus amigos. Habiendo en la desobediencia de su padre cometido un delito de tantas calidades, que no sólo es contra el precepto divino, y contra el especial dictamen de la razón, y contra la inclinación de la misma naturaleza, sino también contra la consonancia política del buen gobierno de las repúblicas; habiendo sido el santo viejo alegoría del Padre Dios, que a vista de nuestras ingratitudes nos llena de bendiciones, para que los que merecemos por la culpa ser tratados como esclavos, nos entremos con los beneficios por el arrepentimiento a ser admitidos a su gracia como hijos.

Con buena victoria empezó el enemigo del género humano a coger trofeos de la vida secular de Francisco, pues a un escalamiento de una cárcel Real y rompimiento de prisiones, juntó ahora la negación y desobediencia a su padre; pero lo que más causa admiración es que, siendo oficio del demonio buscar para las almas culpas en esta vida, más que penas, en Francisco mudó la forma, porque su principal intento parece fue siempre acecharle a la vida, juzgando que nunca le tenía seguro, o recelándose de lo que después le había de suceder con él. Bien se conoce esto en uno de los casos más dignos de ponderación y más sin ejemplar de cuantos se leen en historias sagradas y profanas, que le sucedió por el tiempo de su vida que vamos refiriendo, y fue: que habiendo ido a segar a Castilla, como se ha dicho, él y sus amigos tomaron la vuelta de Burgos; tenía particular devoción con la Imagen de Nuestro Señor Jesucristo, que es honra, amparo y consuelo de aquella ciudad, y apartándose de sus compañeros, por haberse acabado el agosto y haber adquirido algún caudal en los destajos que habían tomado, con uno de ellos que le quiso seguir caminó a hacer la visita al Santo Cristo y a confesar en aquel convento, porque andaba muy afligido de los sucesos con su padre, y mucho más por haber quebrantado un juramento, con circunstancias extraordinarias, que había hecho de no jugar. El compañero que había tomado para ir a tan piadosa romería, arrepentido de no volver luego a su casa, ya no le servía sino de embarazo y de continuas molestias, para que se volviesen sin llegar a Burgos. En estas pláticas les cogió la noche y se quedaron a dormir en el campo, cuando al primer sueño, empezó el compañero a dar grandes voces, de un dolor tan vehemente que le había dado en un dedo de la mano derecha que causaba lástima el oírle; Francisco, logrando la ocasión, le dijo que ofreciese ver al Santo Cristo y mejoraría; el compañero le dijo que, si al amanecer estaba vivo, iría con él; amaneció, y aunque se le mitigó el dolor, sin embargo del ofrecimiento, dio en que se había de volver sin llegar al convento de San Agustín. Francisco le aconsejaba prosiguiesen el camino, y él (sin que hubiese causa para ello) se echaba por el suelo y se revolcaba con notable destemplanza y furia en la tierra, diciendo: que no podía más, que no sabía qué tenía, y que aquellas demostraciones no estaban en su mano; en fin, sin embargo de la repugnancia, llegaron a Burgos y al convento, hicieron oración al Santo Cristo, y queriendo Francisco confesar, el compañero le dijo que no se confesase, que él no se había de detener; tantas fueron las porfías, que se resolvió a volver sin confesar.

Salieron de Burgos, y al anochecer del mismo día, sin saber por qué causa, el compañero le dejó y se fue; él, viéndose solo, se apartó del camino, no lejos de la ciudad, para recibir algún alivio con el sueño, porque estaba cansado. Ya sería anochecido, y apenas había cerrado los ojos, inclinándose a dormir, cuando con mucho ruido y voces le despertaron, y levantándose, con gran turbación, se halló entre cuatro hombres, con espadas y dagas desnudas, que le dijeron que era ladrón y que había robado la Custodia de la iglesia mayor, a lo cual se excusaba diciendo que no había visto la iglesia mayor, y que aquel mismo día había llegado. Entonces todos cuatro, con gran furia, le dieron a un tiempo muchos golpes con las espadas y dagas. Viéndose entonces en tan gran peligro y en el mal estado en que se hallaba, con todas las ansias de su corazón se encomendó al Santo Cristo, y al mismo tiempo se aparecieron tres hombres a su lado, muy galanes, cuyo traje parecía de caballeros (que la claridad de la noche daba lugar a que todo se pudiese distinguir) con estoques y rodelas resplandecientes, amparándole de los que le ofendían, a cuya presencia todos los cuatro que le herían cayeron en tierra; y entonces, los que le habían librado, le tomaron de la mano y llevaron consigo hasta llegar a unas huertas, y se despidieron de él, diciéndole estas palabras; el primero dijo: -Éntrese por ahí; y el otro dijo: -Y no salga hasta la mañana; y el último dijo: - Y dé gracias a Dios, que Ángeles de Guarda ha tenido; a los cuales Francisco siempre tuvo por verdaderos Ángeles, porque se desaparecieron instantáneamente. Los efectos de este suceso fueron el no hallarse con herida alguna, habiendo sido tantos los golpes de espadas y dagas que recibió, y verse con ardentísimos deseos de confesar y de recibir a su Divina Majestad Sacramentado y así, en siendo de día, se fue al convento de San Agustín y confesó y comulgó, dando repetidas gracias a Nuestro Señor Crucificado porque le había socorrido en riesgos tan evidentes de vida y alma.

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