Santa Cruz que llevó Fray Francisco a Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela, años de 1643 - 1646

Relato Milagroso:

                                       Este mismo año (1643), dos meses antes de Santa María Magdalena, el Padre Fray Pedro de Borja, Religioso de aquella conventualidad, salió a Villarrobledo a predicar el sermón de la Santa, en la fiesta que en su día se había de hacer en aquella villa. El día antes en la noche se entró Fray Francisco en el coro a tener oración, y al salir de Maitines dijo al Padre Prior: -Vuesa Paternidad se ha de servir de darme licencia para que luego me parta a Villarrobledo (aunque la noche es tenebrosa y amenaza tempestad) para llevar al Padre Fray Pedro de Borja dos espejos que se le han olvidado, que son un Santo Cristo y una calavera, que en el sermón de la Magdalena son precisos. El Padre Prior le dijo: - Que aquellas insignias no eran necesarias en sermón de festividad. Fray Francisco le replicó: -Que era muy del servicio de Nuestro Señor que él se partiese luego, y así, que convenía le permitiese ir, porque era de suma importancia. El Padre Prior, con el conocimiento que tenía del sujeto, entró en recelo y le dio licencia, y con ella se puso en camino, y al día siguiente llegó a Villarrobledo cuando Fray Pedro estaba para subir al púlpito, y extrañó mucho el verle, y nuestro Hermano le dijo que venía a traerle aquellos espejos, porque sin ellos no era bien que hubiese quien predicase de la Magdalena. Con que pareciéndole al predicador que allí había luz superior, los mostró en su ocasión al auditorio, haciendo con ellos una general exhortación, y causó grande movimiento. Los efectos interiores que de esto resultarían no se llegaron a conocer, pero bien se dejan presumir. Lo público fue que, después de acabada la fiesta, el Mayordomo de ella llevó, con otros convidados, a su casa a comer a los dos Religiosos, y estando para empezar en unas escudillas de caldo, dijo Fray Francisco: -Ninguno las pruebe, porque están envenenadas. Entonces entraron todos en confusión, y volvió a decir que, para que lo viesen, trajesen la olla; y la trajeron, y prosiguió diciendo: - Saquen el repollo, y abran una de esas dos partes en que está dividido, y hallarán dentro un sapo que se ha cocido con ella y la tiene envenenada. Hiciéronlo así, y hallaron el sapo, y enterraron la olla y comieron de otras cosas prevenidas, y Fray Francisco no quiso comer con ellos, por lograr su pan y agua; y todos dieron gracias a Dios del peligro de que milagrosamente se veían libres, reconociendo la admirable santidad de aquel Religioso, el cual daba también gracias a Nuestro Señor, muy cumplidas, de que le hubiese tomado por instrumento para socorrer al prójimo en riesgo tan evidente, y de que hubiese querido que pasase las inclemencias de aquella noche para estorbar tan grande mal, teniéndolo por singular favor, pues imitaba de algún modo al que tan a costa suya libertó nuestra humana cautividad.

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