ANÉCDOTA: LEYENDA DEL MORO CAUTIVO Y ENAMORADO
Jesús Martínez Villodre (Libro Festero año 2001)
En
el tiempo que Antequera estaba ya en poder de Cristianos y frontera contra el
reino de Granada, había en ella un caballero Alcaide de aquella ciudad que se
llamaba Narváez. Este como era costumbre hacia entradas en tierra de Granada
algunas veces, otras enviaba gente suya que las hiciese; el mismo estilo tenían
los Granadinos en todas aquellas fronteras.
Acaeció
una vez que Narváez envió ciertos caballos a correr, los cuales partiendo a la
hora que conviene partir para aquel efecto entraron bien dentro de la tierra de
Granada: Y yendo por su camino no hallaron otra presa sino fue un esforzado mozo
el cual venía de la manera que aquí se dirá; y por ser de noche no pudo
escaparse porque sin pensar dio en los caballos de Narváez, y ellos también
con él; y viendo que no había otra cosa en que ganar, y avisados del joven que
toda la campaña estaba limpia, otro día de mañana se volvieron a Ronda y
presentáronle a Narváez.
Era
este mancebo de hasta veintidós a veintitrés años, caballero y muy gentil
hombre; traía un marlota de seda morada muy bien guarnecida a su modo, una toca
corta muy fina sobre un bonete de grana, en un caballo muy excelente y una lanza
y una adarga labrada como suelen ser la de moros principales. Narváez le
preguntó quién era, y él dijo que era hijo del Alcaide de Ronda, bien
conocido entre Cristianos por ser hombre de guerra.
Preguntándole
donde iba, no respondió palabra porque lloraba tanto que las lágrimas le impedían
el habla. Narváez le dijo: Maravillóme de ti, que siendo caballero e hijo de
un Alcaide tan valiente como es tu padre, y sabiendo que esto son casos de
guerra, estes tan abatido y llores como mujer, pareciendo en tu disposición
buen soldado y buen caballero. A esto respondió el moro: No lloro por verme en
prisión, ni por ser tu cautivo, ni esta lágrima son por la pérdida de mi
libertad, sino por otra muy mayor y que me duele más de verme en la fortuna que
me veo.
Oídas
estas palabras, Narváez le rogó que le dije se la causa de su llanto y el
mancebo le dijo: Sábete que ha muchos días que yo soy servidor y enamorado de
una hija del Alcaide de un tal castillo, y hela servido con mucha lealtad, y
muchas veces he peleado por su servicio contra vosotros los Cristianos, y ella
ahora viendo la obligación que me tenía era contenta de casarse conmigo, y habíame
enviado a llamar para que la sacase y venirse en mi compañía a mi casa,
dejando la de su padre por amor de mí, y yendo yo con este contentamiento
esperando alcanzar cosa tan deseada, quiso mi mala fortuna que me tomasen
cautivo tus caballeros, y perdiese mi libertad y todo el bien y buena ventura
que pensaba tener. Si esto te parece que no merece lágrimas, yo no se con que
mostrar la miseria en que estoy.
Fue
tanta la piedad que Narváez tuvo, que le dijo: Tú eres caballero, y si como
caballero me prometes de volver a mi prisión, yo te daré licencia sobre tu fe.
El moro lo aceptó, y dándole palabra se partió, y aquella noche llegó al
castillo donde estaba su dama, donde tuvo muy buena forma de hacerla saber que
estaba allí, y ella se dio tan buena maña que le dio hora y lugar donde la
pudo hallar a solas.
Más
todo el razonamiento del moro fueron lágrimas sin poderla hablar palabra: Y
maravillada la mora de esto, le dijo: Cómo es esto; ¿Ahora que tienes lo que
deseas, pues me tienes en tu poder para llevarme, muestras tanta tristeza? El
moro le respondió: Sábete que viniendo a verte yo fui cautivo de los
caballeros de Ronda, y me llevaron a Narváez el cual como caballero y sabiendo
mi mala fortuna me tuvo lástima, y sobre mi fe me dio licencia que te viniese a
ver, y así yo vengo a verte, no como libre sino como esclavo, y pues yo no
tengo libertad, no plegué a Dios que queriéndote yo tanto, te lleve a donde
pierdas la tuya; yo me volveré porque he dado mi fe, procuraré rescatarme, y
volveré por tí.
La
mora le respondió: Antes de ahora me has de mostrado lo que me quieres, y ahora
me lo muestras mejor, pues tienes tanto respeto a mi libertad, más pues eres
tan buen caballero que miras lo que a mí me debes y lo que debes a tu fe, no
plegué a Dios que yo esté en compañía de nadie si no fuese la tuya y aunque
no quieras me he de ir contigo, y si fueres esclavo seré esclava, y si Dios te
diere libertad, a mí me la dará también. Aquí tengo este cofre con muy
preciosas joyas, tómame a las ancas de tu caballo, porque yo soy muy contenta
con ser compañera de tu fortuna. Dicho esto se salió con el, y él la tomó a
las ancas de su caballo, y a otro día llegaron a Ronda donde se presentaron
delante de Narváez, el cual los recibió muy bien y le hizo mucha fiesta dándoles
algunas cosas y alabando el amor de la mora y la palabra y verdad de moro, y a
otro día les dio licencia que se fuesen libres a su tierra, y los mandó acompañar
hasta ponerlos en salvo.
Esta
aventura del amor de la doncella y del granadino, y más la generosidad del
Alcaide Narváez fue muy celebrada de los buenos caballeros de Granada y cantada
en los versos de los mejores ingenios de entonces.
Bibliografía:
• CONDE, Jose Antonio: Historia de la Dominación de los Arabes en España sacada de varios manuscritos y memorias arábigas.