D. Juan José de Austria, un ilustre desconocido

 

Juan José Arias Organero              (Libro Festero año 2002)

 

Algunas figuras históricas tienen el carisma del mito y suelen ser referentes de aquellos lugares que los reclaman como propios, con razón o sin ella. En ocasiones la confusión entre ellos y algunos otros, tan importantes como aquellos, si no más, provoca no pocos equívocos.

Alcázar de San Juan es uno de esos lugares donde un personaje emblemático de la historia de España hace que se confunda con otro, menos conocido, pero igualmente importante.

Nuestro quizás más importante monumento arquitectónico, que es referencia de todo nuestro ser, lleva el nombre de D. Juan de Austria y por ello muchos de los que nos visitan suponen una directa relación de nuestra ciudad con aquel noble bastardo de rey que fuera el vencedor de Lepanto. Recuerdo una intervención en las Primeras Jornadas sobre las Ordenes Militares en la Península Ibérica de un destacado político de nuestra Comunidad Autónoma, en la que exaltaba el egregio nombre de D. Juan de Austria vinculándolo con Alcázar, confusión esta última de la que son participes no pocos alcazareños.

D. Juan de Austria, héroe de la batalla de Lepanto, librada el 7 de octubre de 1571, en palabras de D. Miguel de Cervantes "la más grande gesta que jamás vieran los tiempos", era el hijo de los amores humanos, que no de las exigencias políticas, de un ya maduro Emperador Carlos y una dama alemana. Las intrigas palaciegas hicieron que el poderoso emperador al sentirse enfermo se retirara a Yuste y trajera a su lado al que quizás sintiera en ese momento como su más preciado tesoro, su pequeño hijo Juan, el mismo que llamándose Jeromín corriera por las calles de Cuacos y Garganta la Olla, con el fin de alejarlo de una Corte hostil y peligrosa.

No sería para el emperador la menor de sus dudas, la conducta que su hijo mayor, el futuro rey Felipe II, habría de observar respecto de aquel pequeño mozalbete extremeño, posible foco de conflictos posteriores. Nada más lejos de la realidad pues el amor fraterno que ambos hermanos se guardaron sería, entre otros, el más sólido baluarte en torno al cual se consolidó un Imperio en cuyos dominios no se ponía el Sol.

La historia se repite con D. Juan José de Austria, nacido de los amores del entonces joven rey Felipe IV y de María Calderón, "la Calderona". Su padre lo mantiene alejado de la Corte y no será hasta transcurridos catorce años que se produzca su reconocimiento oficial. El nacimiento en 1661 del que luego sería conocido como Carlos II hace que las relaciones entre padre e hijo se enfríen, quizás, influyendo en esta conducta la opinión de la reina Doña Mariana de Austria. La relación de los dos hermanos perturbó, sobre manera, al rey Felipe IV más aún, llegado el momento de la muerte, pues un niño de cuatro años quedaba a merced de uno de los generales más sobresalientes del ejercito español, D. Juan José de Austria.

A la muerte del rey Felipe IV, D. Juan José de Austria era la personalidad política más importante del reino, sus éxitos militares y su ascendiente sobre la aristocracia y los poderes periféricos, hacían de él un candidato idóneo para la sucesión de su padre, circunstancia esta, que sin el respeto institucional que en todo momento observó y el amor fraterno hacia su hermano, hubiesen supuesto seguramente su ascenso al trono, pues en 1665, año de la muerte del rey Felipe IV, la situación de España como estado era caótica.

Nacido en 1629, con tan solo catorce años fue nom­brado Gran Prior de la Orden de San Juan en Castilla y León; en 1650 fue nombrado para el Consejo de Estado y tan solo un año después, sería nombrado comandante de los ejércitos de Cataluña, recibiendo en 1652 la rendición de Barcelona, respetando la vida y bienes de sus moradores a los que demostró un respeto, que años después, se transformaría en generosa ayuda para su causa.

Su padre, el rey Felipe IV, lo llama a su lado en los últimos momentos de la guerra que se sostenía con Francia. En 1661 es nombrado comandante en jefe de los ejércitos que combatían en Portugal, sin embargo, no pudo evitar el desmembramiento de la unidad hispana; esto último hizo que el afecto de su padre quizá se enfriara y así se daba la paradoja que el general más laureado de los ejércitos españoles era aquel a quien todo se le negaba.

Los hechos anteriores, junto a los temores de la reina regente Doña Mariana de Austria hacen de D. Juan José un personaje incómodo que ha de ser relegado a su Condición eclesiástica de Gran Prior de la Orden de San Juan y es enviado a la sede de la misma, Consuegra que será durante dos años el lugar donde resida.

En 1667 es enviado a los Países Bajos como comandante en jefe de los ejércitos pero un cúmulo de circunstancias políticas y teológicas hacen que no cumpla con este propósito y vuelve nuevamente a Consuegra.

En 1668 una serie de acontecimientos pondrán a D. Juan José en el centro de las disputas políticas que habrían de dar con el que posiblemente sea el primer pronunciamiento de nuestra historia y que concluiría con la salida del Consejo de Estado de quien era el principal valedor de la reina regente, el jesuíta austriaco padre Nithard, el 11 de marzo de 1669.

D. Juan José de Austria se apartaría de la corte con el nombramiento de vicario general de la corona de Aragón. El ascenso por caminos irregulares de D. Fernando de Valenzuela valido de la reina regente hicieron que la nobleza pidiera a D. Juan José su vuelta a Madrid y así en 1667, en el que sería su segundo pronunciamiento, alcanzaría el gobierno en nombre de su hermano, el rey Carlos II. La firma de la Paz de Nimega y la crisis interna que habría de concluir con los acontecimientos de 1680 hicieron de él un personaje ahora impopular. Moriría en Madrid en 1679.

Esta sería una muy breve reseña histórica de aquel político y soldado, fraile y hermano, Gran Prior de la Orden de San Juan,, ciertamente desconocido para los alcazareños.

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