Aquellos labradores 

Por Luis Ramón Moreno González

Labrador de yunta y carro,

de generación pasada,

que dejabas en el barro

tu humilde huella marcada,

con el acero templado

que la rueda dibujaba.

 

Siempre al compás de tus mulas

en la oscura madrugada,

bajo el lucero del alba

y tu inquietante mirada,

perfilando en el camino

el marco de tu rodada.

 

Hombre de rostro curtido

de morena tez rugosa,

de semblante endurecido,

alma profunda y piadosa,

perfumado de barbecho

cual pura esencia de rosa.

 

Surcando con el arado

sobre la larga besana

caminabas apostado

bajo el Sol de la mañana

agitando los ramales

de tu mula castellana.

 

Con la reja bien profunda

la tierra tú levantabas

haciéndola así fecunda

para el grano que sembrabas

brotando ese manto

verde de semillas germinadas.

 

 

 

 

 

 

Mas daban cuenta las hoces

de las espigas cortadas,

al llegar los segadores

con sus tomizas colgadas,

haciendo frondosos haces

con esparto bien atadas.

 

El trigo ya desgranado

mezclado en la paja espera,

queriendo ser ablentado

si el aire soplar quisiera

al despertar la mañana

la suave brisa en la era.

 

Quién no recuerda en las calles

de paja grandes montones,

y subir a los pajares

aquellos anchos serones

con la gruñida garrucha

hasta los viejos portones.

 

Hoy no existen ya las eras,

ni arado que yunta arrastre,

están dormidas las trillas

y las hoces que tú usastes

descansan en el recuerdo

que tú, labrador, dejastes.