Nuestras campanas

       Luis Ramón Moreno González             Libro Festero 2004

 

Me alegra despertar con el tañido

que en la forre producen las campanas,

vibrando ese metal que suena herido

al golpe de badajo en sus entrañas.

La mixtura de sonidos armoniosos

que los bronces nos dan cada mañana,

irrumpe en los hogares silenciosos

despertando a las almas soberanas.

No hay inscripciones, ni signos,

ni letras que hablen por ella,

solo el paso de los años

que marcando van su huella.

 

En mi mente resurgen los recuerdos

llevándome a las frescas madrugadas,

cuando fuimos de chicos campaneros

haciendo voltear nuestras campanas.

Debíamos subir antes del alba

por la estrecha escalera polvorienta,

que en su forma espiral nos adentraba

entre aquella penumbra tan inquieta.

 

Con la túnida luz de alguna vela,

por el viento a veces apagada,

bajo el brillo fugaz de las estrellas

que entre góticos huecos penetraba.

En aquella ancha sala se encontraban

estáticas en amplios ventanales

la  gorda, María se llamaba,

con aquella inscripción inolvidable:

 

«María  me llamo, cien arrobas peso,

quien no se lo crea, que me tome a peso»

Y cómo costaba íniciar el vuelo

hasta que el badajo le daba su beso.

Era todo un reto sin toque dejarla,

mas quién no se acuerda de aquellas hazañas

que sólo los fuertes pudieran lograrla

descargando en ella fuerza temeraria.

 

La pequeña, con un toque más fino,

que Virgen del Rosario se llamaba,

y en ella debutábamos los chicos

que nunca habían tocado las campanas.

Qué deleite el ¡din! ¡don! de los metales

al vuelo de las dos acompasadas,

como coros sublimes celestiales

en honor de nuestra Virgen volteadas.

 

Expectantes estábamos los jóvenes

aguardando el otoño venidero,

mientras ellas seguían con sus toques

dando a veces algún toque postrero.

Cuántas largas reuniones de placeta

con delirios de potencia imaginaria,

admirando la bella silueta

que marcaban en la torre milenaria.

 

Ya no vuelan al aire como entonces

por manos inocentes impulsadas,

ni su sombra dibuja ya los soles

como antaño en aquellas madrugadas.

Hoy he vuelto a subir a la atalaya

y entre hierros se encuentran maniatadas,

modernos mecanismos se entrelazan

para hacernos llegar sus campanadas.

 

Mirando están los bronces hacia el cielo,

sin duda por las almas vigiladas

de aquellos, que ayer fueron campaneros

y de Dios recibieron su llamada.

Mas hoy pido que toquen para ellos

como orquesta divina armonizada,

volando los acordes hacia el cosmos

sonando sin cesar, nuestras campanas.

 

 

 

 

 

 

 

 

VOLVER