Jesús
Martínez Villodre
Dice el Diccionario de la Lengua Española, que familiarmente se denomina a la palabra convoy, como séquito de gente o acompañamiento. Ocurría en nuestro pueblo, y en los de alrededor, por los años cuarenta o cincuenta, cuando un grupo de personas, generalmente de mujeres, acompañaban a un señor muy de mañana, a espigar las tierras recién segadas.
Eran
las espigadoras, muy valientes que a las claras del alba, y aún antes, en los días
de julio, se reunían en una plaza del pueblo, pertrechadas con sacos de
arpillera, esperaban la orden del guarda de la hermandad (Hermandad Sindical de
Labradores y Ganaderos) que montado en su caballo, dirigía a toda esta comitiva
de 25-30
personas hacia el lugar donde se pretendía recoger las espigas sueltas y caídas
que los segadores habían dejado tiradas.
Se
salía sobre las 5
de la madrugada y aún antes, mal vestidas, con abarcas como calzado, siguiendo
el rastro del caballo, por interminables caminos terrosos y polvorientos, muchas
veces hasta siete kilómetros y más, andando y dando gracias a que habían sido
elegidas por el guarda para poderle seguir, pues muchas de las veces les era
negada esta labor, por razones muy diversas de política y enemistad.
Con
la ilusión de poder llenar el saco de espigas de trigo o cebada, caminaban
viendo amanecer el sol rojizo de la mañana manchega, ni una brizna de aire, el
canto de las pajarillas del camino como estímulo alegre, ante un presagio de
calor en entrando la mañana, llegaban al lugar que sólo el guarda sabía.
Pero
en la mayoría de las veces, al llegar se encontraban, con que el "peazo"
a espigar, estaba también el ganado de ovejas y cabras esperando, y dándoles a
los animales preferencia ante las personas, debían de esperar a que pastaran,
dejando muy poco para las espigadoras. Tiempo de hambre y miseria, pues con las
espigas recogidas hacían la harina para el pan, revolviendo, trigo con cebada,
amasando un pan basto y correoso, pero que sabía a cielo una vez que tanto
esfuerzo y sudor costó.
El
volver al pueblo, cargadas con las enormes sacas desde las distancias tan
grandes a primeras horas de la tarde, tapada la cara como las moras, para no
quemarse por el sol de la canícula, rendidas y con la esperanza de que vuelvan
a ser admitidas en un próximo convoy.
Duro
mes de julio para las espigadoras, cuantos amaneceres manchegos
por interminables caminos. Una
labor de hormigas, labor valiente que generalmente era realizada por mujeres,
mujeres de nuestra tierra manchega que no se les ponía nada por medio para
sacar sus casas adelante, a las que conservo un gran cariño y respeto. Cuando
ahora en | tiempos de bonanza comento con algunas las vicisitudes que pasaron
yendo a espigar con los convoyes, no tengo por más que admirarlas y sentirme
orgulloso de haber nacido en esta tierra de heroínas.
Las
“espigaoras” como la voz del pueblo alcazareño mejor las define muy
cantadas en zarzuela, por su ardua labor, fueron muchas veces humilladas,
primero impidiéndoles hacer su trabajo por capricho del que las dirigía y
segundo metiendo a los animales en los "peazos" segados antes que a
las personas, teniendo que estar esperando a que los animales comieran, para
poder recoger lo poco que dejaban. Un grato recuerdo a estas mujeres que pasaron
a la historia de la agricultura manchega.