CALLE SALAMANCA

Jesús Martínez Villodre      Libro Festero 2002

 

¡Cuánto le debe Alcázar a D. José Salamanca, el Marqués de Salamanca! ... Se le debe todo, tanto como el progreso y la modernidad, de un pueblo, la riqueza de sus gentes, el cambio tan radical a mejor. El de ser un pueblo dependiente de la obtención del salitre para la fábrica de pólvora, hasta llegar a ser propuesto, por su volumen de trabajo, negocios, cultura y adelantos, como capital de la provincia. Y todo por la decisión del Marqués de Salamanca de traer el ferrocarril por Alcázar.

Alcázar le debe un monumento, que no tiene, y a cambio le puso el nombre a una de las calles más hermosas de Alcázar, la calle Salamanca. ¡ Vaya trazado y con qué acierto la diseñaron!, recta como las vías del tren y ancha como si de una avenida se tratase, orientada al medio día, disfrutan sus casas de una enorme luminosidad casi todas las horas del día.

Comienza en la encrucijada, que forman las calles de Marqués de Mudela, la calle de Madrid y la calle de la Libertad ¡ahí es ná!, que relacionado todo con el tiempo de la llegada del ferrocarril.

Desde la esquina de la tienda de la Dora, hasta la taberna del Zorro, que por entonces, años 50, era de las últimas edificaciones antes del campo abierto, frente a las vías de Villacisneros, se extendía esta hermosa calle. La puerta de la taberna, nos daba vista hasta el horizonte, de la cuesta de Piédrola por donde bajaban veloces los expresos, hasta el cuarto piloto de Villacisneros, el ir y venir de los trenes, hasta perderlos de vista me embelesaba, y de frente los cerros de San Marcos con sus molinos de viento y las arboledas de las huertas de Periquillo y Botinga.

En la época que yo la pateaba casi diariamente, toda ella era un enorme barrizal durante todo el invierno, había que buscar las "pasaeras", que los ve­cinos hacían para cruzar de una acera a otra, que los carros rompían y que muchas veces, quedaban atascados.

Un día quiso el progreso que la creó, cortar la calle en su mejor vista, en seco, haciendo un enorme talud, para hacer un puente de una carretera, diseñada justo por encima de los tejados de las últimas casas, quedando su perspectiva y su magnífico horizonte, reducido a una gran pared de tierra, cortando toda posibilidad de expansión.

Que lástima, yo que la conocí original y cuando se estaban haciendo sus casas, y el trajín de Villacisneros y su perspectiva y magnífico horizonte hasta la subida de Piédrola.

Como chico de los recados, pase a muchas casas y conocí a sus vecinos, como la tienda de la Dora, con la brillantina, y el pan de higo; la tía Perfecta, vendía el pan de la panadería de Pachurro, enormes panes blancos, que eran una delicia, y que duraban toda la semana; la tía Bailarina, excelente persona, con un corazón así de grande, que también tenía la destreza de hacer un ungüento, para curar los pechos de las mujeres. En otra casa vendían los melones y sandías más grandes, que eran los de Bodiquilla. Otra tienda que recuerdo era la de Ignacio, donde se cambiaban los tebeos y las novelas. Palomares, el cabrero, y otros como Huertas, Atanasio y algunos vecinos más que ahora no recuerdo su nombre, pero muy agradables para mí. Pero sobre todo había un rodal en esta calle diferente a todo, se denomina:

LA TABERNA DEL ZORRO

Había al final de la calle, un centro de reunión, de hombres, casi exclusivamente; entonces era así, era la Taberna del Zorruno, propiedad de D. Manuel Bustamante y junto a esta, otra que no sé el nombre comercial pero se la conocía por el sobrenombre del Embustero, propiedad de Julián Alaminos. 

La taberna del Zorro, era la que más conocía, y a la que me acercaba de niño a buscar chapas de las gaseosas para machacarlas y hacer con ellas los rascallús, para la Navidad.

Siempre llena de los obreros del trasbordo, y del cuarto piloto y del quinto, que de todo había, hasta de los Devis, la taberna de Zorro, era el centro de reunión de los obreros para almorzar y merendar, los que podían.

Entonces se bebía, casi todo vino, mucho vino, solo o revuelto con la riquísima gaseosa de la Prosperidad; no existían los zumos; si había jarretes de ponche y el vermut, que valían a 0,10 céntimos, y el jarrete de vino y gaseosa a 1,25, y las copas de aguardiente a 0,50 cts.

El Zorruno vendía todo el vino de su cosecha de uvas en la taberna, sobre 1.500 a 2.000 arrobas, que era elaborado en la bodega de Bruno el Quereño, excelente caldo que tenía muy buena fama en todo Alcázar. Era esta taberna también, al estar a las afueras de la Población, reunión y panete de muchos cazadores de la faceta más hermosa, la de los galgos; cazadores, como Zapata, Colilla, Bene, Mariano etc., se vanagloriaban de sus perros detrás de las liebres, otros polemizaban por casi todo, creándose grandes broncas, yendo alguno que otro a parar al barro de la calle, como vi a Juanillo Junquillo.

De todos los hombres que veía de entrar y salir, el que más me impactaba, y aún hoy le recuerdo con asombro y respeto, era a Santano, enorme y muy fornido, se dedicaba a recoger la carbonilla que las calderas de las máquinas de carbón limpiaban en las vías; él recogía todo lo inquemado de las brasas y lo vendía a las vecinas para las estufas y los fuegos para guisar; de esa forma mantenía a su familia con algún otro trabajo de sacar los basureros; a la caída de la tarde, se le podía ver, en la taberna, con un bolso de paja donde metía, algo que había comprado en la tiendecilla de la calle. Muy a menudo, acudía su Sra., a recogerlo, porque beodo era imposible llegar a su casa solo. Agueda, se llamaba ella, muy pequeña y delgada, a duras penas podía llevárselo a su casa, penando un montón, pues vivían al otro lado de la playa de vías del cuarto piloto, catorce vías y con mucho movimiento de clasificación de vagones y paso de trenes; la Aguedilla, como así se la llamaba por su menudez, bien que se tenía ganado el cielo.

Cuánto se podía contar de la taberna del Zorro y el rodal donde estaba situada, muy cerquita del Farolillo, hasta que este lo cerraron. Los sábados, en la era de enfrente de la taberna y cerca de las vías, acudían muchas mujeres al correo de las 7,30 que venía de Madrid y que solían venir, los soldados que estaban haciendo el servicio militar en la capital. Los trenes, al llegar al cuarto piloto, aflojaban la marcha mucho, incluso paraban antes de entrar a la estación, y ya se sabían si venían los hijos o los novios.

Sirva como documento estas dos fotografías ilustrativas de lo que aquí se escribe.

 Una de ellas es la del camarero de la taberna, o el "chico", que así se le llamaba para que sirviera a los clientes; en la foto está con su madre, y él muy puesto con la botella en una mano y el vaso en la otra, como sirviendo. Para esta ocasión importante de la fotografía, debió de coger una botella de las más importantes, vermut o algo así, por la etiqueta tan grande, así lo identifica, y por el vaso más pequeño de lo habitual.

Él está muy puesto, con su camisa de corchete hasta el cuello y su mandil verde a rayas, uniforme entonces en bares y tabernas, calza unas abarcas, un poco más refinadas, parecidas a las sandalias. Lástima que no se ve el letrero de la taberna que está justo encima del dintel de la puerta.

La fotografía siguiente es más significativa si cabe, pues refleja la hora de comer en la taberna.

El de en medio, debe de ser ferroviario, del transbordo o clasificación, por su cesta de mimbre, que era tan usual en ellos. Está comiendo algo de "mojar" porque tiene la navaja en ristre. Ha sacado todo lo de la cesta, como ofreciéndolo a los demás, el pedazo de pan blanco tan riquísimo de entonces, la merendera donde moja el pan y la naranja. No había para más.

El del mono caqui, debe de ser de los que hacían adobes de barro por enfrente de la taberna. Tiene la bota llena de barro y el pie helado, pues lo tiene encima de las ascuas del brasero calentándose junto a la merendera que lleva. Destaca el enorme "Jarrete" de vino y solo dos vasos, el jarro está medio y uno todavía no ha empezado a almorzar.

El de la izquierda, con la gorrilla a lo madrileño es el hijo del Zorruno, URCI como todo el mundo le nombraba, es el camarero y se ha puesto con ellos en la foto, con zapatos y calcetines blancos; como bien se dice; siempre ha habido ricos y pobres, queda claro en la fotografía.

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