Evocaciones cercanas
Vidal Román Jiménez Libro Festero 2003
Un cariñoso saludo a todos los lectores de esta publicación, que año tras año intenta ser el medio más directo de tener un contacto cercano e intimista de nuestra asociación cultural con todos los que nos siguen incondicionalmente. A mí personalmente me encanta leer este libro anual que se pone a disposición de cualquier amable lector que le quiera dedicar unos minutos a indagar en su contenido siempre rico, variado y evocador. Pero hace un tiempo, que arrastro en mi ánimo un pesado lastre; es un lastre de temor al comparar sus textos que no tienen desperdicio y son impagables con lo que los estudiosos de la historia podrían llamar el "día después".
Me explico: como comento, los textos evocadores de un Alcázar de San Juan de los años 40 y 50 son preciosistas, meritorios y encantadores. Textos que nos son dado de primera mano por personas como Jesús Villodre y otros de tan grata mención. Pero claro. ¡Está el "día después"! aquí no se acaba la historia evocadora de Alcázar, acaso se acabó la historia de Egipto al ser monopolizada por las legiones de Julio César o desapareció América a la llegada de Cristóbal Colón, la historia y su punto de vista tienen una tendencia egoísta e idólatra a depender del observador. Yo, si me permiten; también quiero ser un observador y un cronista; pero de una historia más reciente y cercana, que a fuerza de serlo quizás pase desapercibida para cronistas de más rancio abolengo que en estas épocas más recientes no observaban a través de ese prisma mágico que nos da la niñez y nos graba en nuestra memoria con el fuego de la nostalgia los acontecimientos no por ello menos bellos y evocadores.
Nací en el otoño del año 1967, quizás sea por eso el motivo de mi devoción por esta estación y por la siguiente: el invierno. Mis primeros años de vida transcurrieron en una calle de gran renombre para nuestra localidad, calle del Doctor Creus, sin embargo al poco tiempo de vida mi familia se trasladó a una nueva residencia donde pasaría el grueso de mi infancia, la calle del Cardenal Cisneros, calle colindante con la plaza "Arenal". Es aquí donde ya puedo hablar con propiedad de hermosas evocaciones, puedo describir mañanas de frío invierno en diciembre o enero con olor a estufa de butano en habitaciones húmedas y oscuras, pero llenas de cariño e ilusión, que las transformaba el cálidas y acogedoras; la poca luz del día se filtraba a través de ventanucos de madera y cristal que se empañaban por el vaho y por los que descendían gruesas gotas de lluvia de otoño.
A las 8 de la mañana mi madre me levantaba de la cama, ella y mi hermana ya llevaban unas cuantas horas de trabajo, repasaban y terminaban la ropa de un taller de costura que remendaban en casa, con un viejo carrillo metálico yo la llevaba a primera hora a dicho taller, sí; aún antes de desayunar. Calles grises y encharcadas de invierno, heladas. Castañeteo de dientes, luz apenas de las primeras horas del día, con olor a humo de carbón o de madera. Pasaba yo por la Rondilla Cruz Verde y al llegar a la altura de la calle General Alcañiz, ("Calle Ancha") me paraba a hacer la señal de la cruz en el cristo situado en frente de dicha calle. Bullicio de pequeña pero entrañable ciudad, el piconero con un carro cargado con "picón" y una muía que mucho tiempo después cambiaría por un camión, hacía tocar su trompeta- ¡Que sonido tan evocador! "Eeeel picooooneroooo". Y volvía a sonar la trompeta. Mujeres que barrían la puerta de la casa con esmero aunque apenas les hacía falta. Tras completar mi primera labor, desayunaba en casa, churros comprados en el establecimiento situado en la misma plaza arenal y que aún hoy en día sigue vendiendo al pie del cañón. El desayuno lo completaba un tazón de leche caliente.
Después al colegio, que afortunadamente lo tenía a pocos pasos de mi domicilio, Colegio de la Santísima Trinidad, ahí es nada; que solera. Buenos profesores que dejaron huella en mi, muchos aún en activo, otros ya desaparecidos, mañanas de lluvia en los cristales de las aulas, como decía el poeta "el profesor hace repetir la lección, cien, cien veces, un millón". De recreo con juegos y compañeros y de sobremesa en los que salías para ir rápidamente a casa a comer. Antes de las tres ya estabas en camino de nuevo a las aulas, tardes de nostalgia, de sol aguado, de días que decaen en la tarde, a las cinco salías de clase. Con suerte la señora que repartía la bollería del horno que no se por qué (esto quizás lo puedan explicar otros evocadores más antiguos que yo) llamaba todo el mundo "Las monas". Pasaba por la puerta de casa y mi madre entonces compraba unas tortas de azúcar o unas "resecas", que nos alimentaban en aquellas horas del atardecer, después los amigos del barrio, partidos de fútbol en el arenal (el antiguo arenal, hay que remontarnos al menos tres obras atrás) o si se terciaba guerra a pedradas con los niños de la calle Madrid o de la calle Toledo, según fueran los atrevidos en invadir nuestro barrio.
Noche temprana, luna atrevida y estrellas brillantes o en su lugar gruesos nubarrones de luz negra y oscura. Vuelta al hogar, estufa de butano, cena rápida y algo de vieja tele en blanco y negro. Pronto a la cama, antes de ponerte el pijama lo calentabas colocándolo en una silla enfrente de la estufa, después ya en lecho te arropabas hasta las cejas, el sueño caía rápido y reparador, pues al día siguiente volvería un nuevo juego, una nueva ilusión. ¡Una nueva ilusión!, creo que algo he perdido desde entonces.
Quiero hacer referencia también, si el paciente lector me lo permite a otra calle de nuestra ciudad también con solera. La calle "El Norte", ahí tenía su domicilio mi abuelo por parte de madre: Ángel "El Afilador". ¡Ahí queda eso!, ni más ni menos. El único, el auténtico afilador de la antigua plaza España, que situaba su antiguo carrillo enfrente del mercado municipal, normalmente a la sombra de alguno de esos pinos del Tirol ya arrancados y exiliados de dicho lugar, olvidados por las modernidades. Cuántos días a la hora de la comida y a pesar de las prisas por volver yo a las aulas, hacía el trayecto yo con mi bicicleta BH de color azul desde mi casa hasta su casa, para llevarle la comida del medio día que le preparaba mi madre. Subía yo la cuesta de la calle San Sebastián (el Santo) a base de pedaleo, en la parte trasera de la bicicleta, mi padre había improvisado una sujeción donde se agarraba la merendera en cuyo interior iba la comida aún caliente, que al pronto degustaría mi abuelo Ángel, este siempre generoso y agradecido de mi esfuerzo, me premiaba con una moneda de "diez duros" e incluso había días que la recompensa podía llegar hasta un billete de veinte duros (no euros, esto es otra cosa). Aquello y creedme cuando os lo digo, era un verdadero tesoro para mí.
Normalmente, ese dinero era gastado por mí, en comprar cuentos, cómics e incluso alguna no vela o libro. (Que sí, que no os engaño, que en aquella época, daba para eso e incluso para irte al cine Cenjor a ver una película de romanos o de Tarzán e incluso tomarte una "zarza y unas palo mitas").
Bueno, solo son bellas evocaciones, pedazos pequeños que componen la vida de unas gentes y de una ciudad que cambia al ritmo de las nuevas modas, generaciones y estilos de vida. Agradezco al lector el esfuerzo de haber llegado hasta aquí y pido a cronistas y evocadores, antiguos y modernos que reflejen sus recuerdos en textos para el disfrute, conocimiento y deleite de todos. La historia, tanto reciente como antigua es eso, historia; parte nuestra y de nuestras vidas y digna de ser contada, escuchada y comprendida, para mí el conocer algo es la base de que sea respetado y el respeto es el principio de la convivencia, algo que lamentablemente este mundo parece olvidar a menudo. Nuestra fiesta de Moros y cristianos es un gran ejemplo de convivencia y tole rancia. Un grupo de personas de muy distinta índole e idea y edad; que con ilusión sacamos adelante un bello proyecto para el disfrute de todos los que se acerquen a vernos tanto de Alcázar como de cualquier lugar. La pólvora que se usa se hace solo para el disfrute, las batallas son fingidas y nadie sale nunca herido realmente, al final todo acaba siempre igual, moros y cristianos bailan, ríen y disfrutan juntos, haciendo a su vez que los espectadores participen y se llenen de esa alegría festera, que al fin y al cabo es lo que queremos trasmitir. Por lo tanto digo:
¡Viva San Juan! A disfrutar de la fiesta y un saludo a todos.