RELATO DE JESÚS DANIEL MARTÍNEZ FERNÁNDEZ .
COMENTARIO DEL AUTOR:
A Referencias: Lo de Fantasía es por La
Historia Interminable y Guiomar es en honor a la mujer de Antonio Machado.
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Cuentan los ancianos del lugar que, posterior al milagro en
que la diosa Fedaliher cohesionó los mundos de Vet, Sauron, Riles, Salvajes
y Stigma, aconteció entre Fantasía, capital del Imperio Oscuro
que erigió Txus Maeror, y el Valle de los Bardos, una historia tanto
mágica como trágica, pues no hay magia más pura que el
entrelazado de dos almas en un amor tan inmenso como el cielo, así como
no hay mayor tragedia que cuando estas almas son separadas por un infortunio
del destino.
Corría principios del mes de noviembre, el invierno aun no había
hecho su presencia, seguía siendo el otoño quien poblaba de hojas
muertas el suelo y pintaba en tonos rojizos y marrones el cielo.
La Emperatriz Guiomar marchó en viaje oficial a la colonia Valle de los
Bardos, planeta poseído por la música y la poesía. Cuentan,
que allí solo se acallaban todas las voces cuando alguno de sus habitantes
acababa de morir, mientras tanto, siempre se escuchaba la voz de un juglar cantándole
a la amada, o a las estrellas o a cualquier elemento merecedor de una poesía.
La visita de la Emperatriz se debía a que el Valle de los Bardos había
sido conquistado poco tiempo ha y necesitaban conocer la forma en que se estaba
instaurando allí el nuevo gobierno.
Guiomar marchaba con su corte formada por el mariscal Elderiam, el embajador
de exteriores Lauriehl y el gran piloto de combate Dave, apodado “la oscuridad”
o “The Foscor” en el idioma fantasí. Pero las misiones burocráticas
no son lo que nos conciernen en esta maravillosa historia.
Entre todos los políticos y representantes importantes del Imperio aparecían
también sus doncellas, tres preciosas jóvenes cuyos rostros no
podría esculpir artista alguno que no fuese capaz de retratar un ángel
sin que pareciese simplemente un ser mundano.
Zhégira, hija del que fuese pintor de la corte, cuyo cabello caía
sobre su blanca tez igual que las cuerdas doradas de un arpa. Arzélea,
de ojos grises como la luna, cuyos labios parecían estar tallados con
el más precioso rubí que se pudiese imaginar. Por último,
Melhiel, o Mirada Perdida, como la llamaban el resto de las cortesanas, era
la más joven de las tres, era una incansable soñadora, lectora
de leyendas y fantasías, cuyo corazón vibraba frente a las maravillas
de la pasión, el amor, y las artes, alabada por las propias musas y envidiada
por ninfas y mégalas, pues incluso las flores más bellas, ya fuesen
rosas, lidios o jazmines, parecían languidecer a su lado.
Hallábanse las tres doncellas, junto a su Emperatriz, acompañándola
en uno de los paseos nocturnos de los que tanto gustaba Guiomar, la del corazón
ardiente, cuando escucharon la voz de uno de los poetas que habitaban aquellas
tierras. Su canto, alegre, versaba sobre acontecimientos pasados, cuando los
valerosos guerreros del Imperio de Bea acabaron con las tropas del planeta Sexonia
hundiendo a su emperador en la más baja derrota provocada por la prepotencia
de la que hizo gala y alabando la fuerza con la que se unían las cinco
alianzas. Sus versos decían:
Alardeaste de tu fuerza
Atacando a Alemapuch y a Andrea,
¿Dónde guardaste tu fiereza
Cuando viste acercarse a Bea?
Comprendiste al parecer
Que al atacar a un CVET,
La hermandad podría hacer
Despojos con tu piel.
Y es que es pacto de hermandad
No mostrar la piedad
Con quien se atreva a cercar
Cualquier Imperio de la FAH.
Melhiel escuchaba la canción de gesta que entonaba el juglar con los
ojos henchidos de una alegría desbordante. Siempre disfrutaba del canto
de un poeta, pero esa voz le pareció especial, dibujaba las palabras
de manera distinta a las demás y levantó en ella la curiosidad
de conocer a aquel que recitaba aquellos versos.
Guiomar, conocedora de las aficiones de su doncella se dio cuenta de su deseo
y se acercó al recitador, que sentado en una piedra, hacía las
delicias de cuatro salteadores ancianos que escuchaban el canto y recordaban
como en su juventud lucharon para expandir el Imperio de Txus Maeror.
- Bello es tu canto y agradables son tus versos, ¡oh, juglar! Pues muestran
la grandeza de aquello a lo que pertenecen nuestras tierras ¿Cual es
el nombre que te distingue de entre todos los poetas de esta región?
El juglar se levantó de la piedra y, colocandose con una rodilla en el
suelo respondió:
- Mi nombre es Gabriel, hijo de Royhkam, mi padre es un ex combatiente fantasí
y juglar de la corte de Languiderea. Creo estar ahora mismo frente a la Emperatriz
Guiomar de Fantasía, postrado a sus pies y a su servicio me encuentro,
¡ardiente guardiana de nuestros pueblos!
- Cierto es, yo soy Guiomar, heredera de Fantasía y soberana de todos
los pueblos que conforman nuestro humilde pero maravilloso imperio.
- Es un inmenso honor para mí y para mis cuatro acompañantes el
conocerla. Todos los poetas de la región han cantado alguna vez a su
esplendor y belleza, contemplo ahora que no mentían.
Los cuatro salteadores de caminos miraban fijamente a la Emperatriz con los
ojos desorbitados y la boca abierta, pues en todos sus años como pilotos
de combate jamás tuvieron la oportunidad de contemplar la luminosidad
casi divina que rezumaba Guiomar, y ahora, por una simple casualidad, la tenían
frente a ellos.
- Levántese, portador de sueños e historias. Me encontraba en
uno de mis paseos nocturnos junto a mis tres doncellas cuando escuchamos su
canto, tan solo queríamos acercarnos para conocer a aquel que nos estaba
haciendo disfrutar aun más, si cabe, de la belleza de la noche. Mis acompañantes
son Zhégira, Arzélea y Melhiel, que también deseaban conocerle,
pues han disfrutado de su canto tanto o más que yo.
El juglar Gabriel se acercó a las tres muchachas para besarles la mano.
Cuando besó la mano de Zhégira notó su suave tacto comparable
a la porcelana de mayor calidad. Al besar a Arzélea contempló
sus labios de un rojo abrasador, pero, en el momento en que besó a Melhiel
notó un calor en los labios que jamás había sentido al
rozar la piel de mujer alguna, contempló sus ojos y halló mayor
profundidad que la del mar, leyó en su mirada un espíritu cálido,
de dulzura austera, jamás fue testigo de creación más bella
en este mundo o en cualquier otro.
El rostro de la cortesana quedó grabado en el pecho del juglar que pasó
noches enteras intentando idear versos que hiciesen justicia a la hermosura
de la joven, sin quedar satisfecho con ninguna de las líneas que escribía:
- Jamás vi nada semejante, yo, que siempre he encontrado el verso para
relatar todo lo acontecido, todo lo vivido, todo lo contemplado, no soy capaz
de inventar palabra alguna para describir a Melhiel. Sé que no es mi
inspiración, sé que no es mi calidad como poeta, sé que
la razón es que nada en este mundo, para mí, será capaz
de asimilarse a ella, no habrá obra de arte, ni flor, ni estrella, ni
luna, ni firmamento que la iguale. Pierdo el tiempo, intentar describirla con
palabras es tan inútil como mostrarle el color del mar a un invidente…
– pensaba el juglar harto de malgastar hojas sin encontrar nada y sin
darle forma a un solo verso.
Ese mismo día el joven poeta decidió que tendría que volver
a verla, no podía seguir alimentando su recuerdo para no volver a estar
frene a ella jamás, pero pensó que no podía verla sin más,
pensó que para ello tenía que preparar un encuentro que fuese
mágico, pues pura magia era el rostro de ella. Así, siguió
calculando la forma de encontrarse de nuevo con ella.
La joven, por su lado, parecía más soñadora que nunca,
caminaba con la mirada más perdida que de costumbre, como si estuviese
leyendo en el horizonte alguna de sus leyendas donde princesas eran rescatadas
por nobles caballeros o donde reyes vencían animales sobrenaturales y
traían la paz a su reino, pero simplemente recordaba el canto de Gabriel,
como su voz se extendía en el viento y como cada palabra le transportaba
a su luna de ensoñación al introducirse en sus oídos. Ansiaba
volver a escucharle de nuevo.
Habían terminado ya las ceremonias, asambleas, reuniones y demás
menesteres reales por el cual habían viajado hacía el Valle de
los Bardos, razón por la que su marcha se estaba acercando lenta pero
inexorablemente.
Sabiendo esto Melhiel pensó que no podría marcharse de allí
sin volver a sentir de nuevo la textura mágica del canto de Gabriel por
lo que salía todas las noches a recorrer el lugar intentando encontrarse
con él, preguntaba a la gente dónde podría estar, para
quien estaría recitando o dónde iba a componer sus cantares, sin
tener demasiada suerte, pues nadie sabía exactamente donde podría
estar nunca un poeta buscando la inspiración.
En una de esas noches la joven había decidido volver tras largas horas
de búsqueda cuando una vieja enjuta y desgarbada se le acercó
diciendo:
- Marche, princesa, marche hacia la Pinada del Bardo, pues allí le esperan.
La chiquilla se quedó extrañada ante las palabras de aquella mujer.
Con gesto de rareza le respondió:
- No comprendo sus palabras, anciana, yo no soy ninguna princesa, tan solo soy
una doncella, no será a mi a quien esperan.
- Si usted no es la Princesa Melhiel de Fantasía no haga caso a mis palabras,
si lo es, acérquese a donde le he dicho y comprenderá.
Melhiel no pudo hacer otra cosa, nada más que marchar hacia el sitio
que le dijo la vieja, aunque la sorpresa no de desprendió de su expresión.
La Pinada del Bardo era un bosque situado en mitad de la ciudad, le daba un
toque de cuento de hadas al igual que muchas otras zonas del lugar, una arquitectura
propia de todo el Imperio de Txus Maeror, pues sus habitantes pensaban que las
construcciones de metal y cristal eran necesarias para el funcionamiento del
Imperio, pero frías y faltas de belleza en algunas ocasiones.
Al llegar vio la pinada vacía de gente, las únicas figuras humanas
que vio en un primer momento fueron las estatuas erigidas a modo de monumento
hacia el Bardo Daniel y la Poetisa Minerva, ambos artistas amados por los lugareños
del Valle de los Bardos. La estatua tenía una inscripción que
decía: Fueron vuestras historias las plumas más importantes de
las alas que nos volvieron a hacer volar.
Tras varias miradas y algún que otro minuto de espera vio en la oscuridad,
levemente amedrentada por las farolas, unas antorchas que se acercaban en la
lejanía. Forzando la mirada discernió las figuras de cinco enanos
disfrazados de duende que se acercaban a ella. No podía ocultar en ningún
momento su extrañeza.
Los “duendes” se acercaban ocultándose detrás de los
árboles como si no quisieran ser descubiertos, dibujando una estampa
bastante cómica, que no hizo más que arrancarle una sonrisa a
la “princesa” pues hacía rato que los había visto.
Escuchaba las voces de los “duendes”:
- Venga, tened cuidado, que nos va a ver.
- No levantes tanto la antorcha, verás como nos descubre.
- Detrás de ese árbol no, que se te ve mucho.
- ¿Pero estáis seguros de que es ella? Yo es que no la veo.
Seguían los “duendes” corriendo de acá para allá
hasta que cada uno estaba escondido detrás de un árbol próximo
a la “princesa”, que viendo lo ridículo, pero entrañable
de la escena, se metió en su papel haciendose la despistada, como si
no hubiese visto nada.
En ese momento salieron todos los “duendes” y se situaron frente
a la “princesa” y dijeron al unísono:
- Princesa Melhiel, somos los duendes de la Pinada de los Bardos, venimos para
guiarla hasta el castillo de nuestro rey, quien la espera. Rogamos que nos acompañe.
- Ven que nos descuartiza – dijo uno susurrando como para sí pero
con una voz bastante aguda.
- Calla – le contestó otro dándole un pequeño manotazo
en la cabeza aunque lo suficientemente fuerte como para quitarle el gorro verde
que le coronaba.
- ¿Es malo vuestro príncipe? – preguntó la “princesa”
a los pequeños “duendes”.
- No, es que él es un mentiroso y un mete patas. Si es que… - dijo
el “duende” levantando el puño hacia su compañero,
el cual agachó la cabeza como una tortuga atemorizada. La “princesa”
continuaba con una sonrisa en la boca disfrutando cada vez más de aquel
momento - Acompáñenos, se lo rogamos, la pesadumbre se ha apoderado
de nuestro príncipe desde que la vio junto a la piedra donde cantaba
un juglar hará un par de noches. Solo usted podría devolverle
la felicidad, bella princesa.
- De acuerdo, os acompañaré, pero… ¿Dónde
se encuentra vuestro príncipe?
- En los Jardines de las Rosas Púrpuras.
Se refería al parque más importante de todo el Valle de los Bardos,
otro de los lugares típicos que intentaba escapar de las construcciones
metálicas.
El parque era un inmenso jardín bordeado por unos muros de mármol
oscuro con columnas coronadas por estatuas de ángeles portando una rosa
entre sus manos. Todas las estatuas tenían los ojos cerrados pero la
cabeza alzada, como disfrutando de una brisa placentera que golpeaba sus caras.
El jardín era totalmente cuadrado e inmenso con una plaza circular en
medio, y en el centro de la plaza una enorme fuente de piedra rugosa y gris
que lanzaba chorros de agua de color púrpura. En los árboles aparecían
colgadas algunas pequeñas bombillas brillando, que el soplo ligero del
viento movía en círculos haciendo parecer pequeñas hadas
revoloteando entre las flores, las cuales se presentaban altaneras y preciosas,
bañadas levemente por el rocío nocturno. Cuando el viento paraba
las “hadas” se posaban entre las flores y algunas incluso daban
la impresión de que desapareciesen.
- Acércate a la fuente, princesa, él te está esperando.
– Dijo uno de los duendes.
Melhiel estaba nerviosa, puesto que aunque se hacía alguna idea no sabía
exactamente quien podría estar esperándola allí. Con paso
tímido y lanzando miradas furtivas hacia todas partes se acercó
a la fuente.
Cuando llegó se giró y vio que los “duendes” ya no
estaban allí.
Se dejó sentar un poco en el borde de la fuente con los hombros encogidos
y lanzó un suspiro.
De repente un violín comenzó a sonar, dulce, lento, triste pero
esperanzador, una melodía brillante y mágica que sacó a
la “princesa” de sus pensamientos haciéndola mirar hacia
todas partes sin ver nada. La música sonaba cada vez más fuerte.
Detrás de ella comenzó a escuchar una voz que cantaba sobre la
música los siguientes versos:
Despierto abrazado a la soledad
A la que se ancla mi tristeza,
Que no para de gritar a escondidas
Que ansío besarte, princesa,
Pues es tu mirada la única
Luz que ansía tener mi lecho
Siempre yermo desde que vi
Florecer, mi amor, en tu pecho
Los sueños de un poeta
De ojos tristes y cansados
De caminar entre alambres
Que le van desangrando.
Une tu alma a la mía,
Que ella sea mi cayado,
Pues no tengo más sueño
Que parar mi tiempo en tus labios.
Al escuchar estas palabras Melhiel se giró y vio a Gabriel que se acercaba
hacia ella blandiendo una rosa blanca que utilizó para decorar su pelo
cuando por fin estaba uno frente al otro. En ese momento sobraron las palabras,
ambos se miraron a los ojos, con tanta ternura que parecía que el tiempo
se acababa de parar, el violín que se escuchaba, tocado por una joven
muchacha, juglaresa amiga de Gabriel, parecía cada vez más distante
para ellos, pues todos sus sentidos estaban puestos sobre el otro. Entonces,
al igual que el cielo y el mar se juntan en el horizonte ellos se juntaron en
un beso que selló el amor que palpitaba en el pecho de ambos.
Algunos días más tarde Melhiel volvió hacia Fantasía
puesto que su obligación era acompañar a Guiomar como doncella
real. Gabriel le prometió que un par de días más tarde
marcharía hacia Fantasía y allí harían su vida los
dos, una como doncella y el otro como juglar de la corte.
Pero la tragedia estaba a punto de llegar para ambos.
Al poco tiempo del regreso de Melhiel, estando todavía Gabriel en el
Valle de los Bardos, ultimando su marcha, se dio la alarma en todo el imperio
de Txus Maeror de un ataque masivo llevado a cabo por el Emperador Fen1x al
planeta Fantasía.
Al escuchar esta noticia Gabriel marchó a toda prisa hacia Fantasía
pues allí se hallaba su amada, y allí estaría durante el
momento del ataque.
Cuando Gabriel llegó se encontró Fantasía totalmente destruida,
solo las minas continuaban activas, las tropas todas habían sido reducidas
a escombros y recicladas por el avaro Emperador Fen1x.
El esplendor de Fantasía no era tal en esos momentos, toda la ciudad
destruida, cadáveres de edificios plagaban el suelo, los equipos de salvamento
buscaban posibles cuerpos con vida entre los cascotes de los edificios, todo
era un caos.
Al ver así la ciudad el corazón de Gabriel se encogió de
gran manera y la angustia se apoderó de él, necesitaba ver a Melhiel,
necesitaba saber que su “princesa” se encontraba bien. Comenzó
a buscar por toda la ciudad, preguntaba, nadie sabía nada, todos le decían
que mirase las listas de desaparecidos. Su nombre no aparecía por ningún
lado. Corrió desesperadamente hacia el Palacio Maeror para que le dijesen
algo. Las lágrimas de desesperación nacían en su rostro
para ir a morir al suelo.
Cuando llegó lo vio derruido casi en su totalidad. Algunas ambulancias
estaban en la puerta, entre la muchedumbre reconoció a Guiomar, se le
acercó corriendo y le preguntó por Melhiel. La Emperatriz no pudo
hacer otra cosa que abrazar al juglar y darle la noticia: Melhiel no había
sobrevivido al ataque, perdió su vida intentando salvar a un grupo de
niños encerrados entre las llamas de los edificios, pero todos murieron
intentado escapar.
Gabriel había perdido a su princesa, había perdido a aquella a
la que amó con toda la fuerza de su espíritu, aquella que en un
suspiro de tiempo le robó el corazón y que se había marchado
sin poder despedirse de ella, todo debido a la acción de un Emperador
sin escrúpulos que en su carrera hacia la grandeza fue capaz, sin ni
siquiera pensarlo, de asesinar uno de los amores más puros que jamás
haya visto el universo 11
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de relatos
Autor: Jesús Daniel Martínez Fernández