LA NOCHE MALDITA

RELATO GANADOR EN LAS VI JORNADAS DE ROL DE PINTO.

(Versión Impresa)

COMENTARIO DEL AUTOR:

Fue un verdadero reto el tener que afrontar ese segundo concurso sin caer en una repetición del método. Decidí cambiar de registro y hacer un relato fuera de mi estilo. Traté de dar más predominio a la acción que a las reflexiones de los personajes. Tarea difícil si se quiere hacer un relato de miedo, a la par que divertido. El éxito o no de tal intento, queda en vuestra opinión. Personalmente espero mejorar mucho esa perspectiva.

El relato se sitúa en la época mágica de los años 20. Utilicé como inspiración, la portada del juego de Rol "Los mitos de Chtulu", que a su vez, se basa en los relatos del Gran Lovecraft (Maestro donde los halla, en todo lo referente al suspense y al terror..

 

<Junio de 1921, en alguna zona perdida del Estado de Pennsylvania (EEUU)>

Henry Wilson cerró tras de sí abruptamente la pesada puerta de la vieja mansión victoriana. Empapado de sudor, intentaba respirar lo suficiente para que su obeso cuerpo se recuperase de la carrera. Un jadeo precipitado con pitidos era lo único que conseguía emitir de su boca. Ésta se abría y cerraba cual pez fuera del agua se tratase. Haciendo presión sobre la puerta con su espalda (no quería por nada del mundo que se volviese a abrir), observó el interior de la casa hasta donde la vista le alcanzaba. Desde su posición y, teniendo en cuenta que era de noche y no había luces encendidas, pudo entender que se hallaba en el recibidor principal, el cual daba paso al salón principal por el centro y a otras habitaciones por ambos lados. Con la rapidez que da la desesperación y el miedo, analizó cualquier sombra, cualquier esquina, que le permitiese adivinar algún peligro escondido…. Sin embargo, a pesar de la escasa luz (bendita luna creciente), nada parecía moverse y tan sólo su respiración ahogada, que poco a poco estaba bajando en pitidos y en jadeos, rompía la calma existente.

-¡O joder, joder, joder!- dijo Henry . Tenía el traje totalmente empapado en sudor y manchado de barro (se había caído por el camino a la casa). También notaba cierta humedad extra en los bajos de los pantalones… digamos que su “pajarito” no había aguantado la experiencia también como hubiera querido.

-¡Je, estoy listo para ir a bailar charlestone!-

Mientras seguía con la espalda haciendo fuerza en la puerta, buscó precipitadamente con su mano derecha en el bolsillo de su chaqueta. De ella saco un puñado de balas del 45, alguna de las cuales cayeron rodando por el suelo de madera. En la otra mano tenía su viejo revolver Colt. Según metía de una a una las balas, Henry se iba encontrando más reconfortado. Si debía enfrentarse a esas cosas de allí afuera, mejor hacerlo con el cargador lleno. En un momento dado, mientras cerraba la pistola, le surgió el terrorífico pensamiento de qué haría si se quedaba sin balas y no lograba salir de allí…. Con una estupefacta calma, sacó otra de las balas de su bolsillo y se la metió en los pantalones. -“Si tengo que morir mejor que sea rápido”- pensó, y al momento pegó la oreja contra la puerta en busca de alguna señal.

Afuera reinaba un silencio sepulcral. La mansión, situada en una de las colinas de un bosque perdido de Pennsylvania, parecía tener una vista inmejorable del paisaje. A pesar de ser de noche, un poco de luna y el cielo despejado de verano, se perfilaba perfectamente la zona. En el camino que llevaba a la casa, unos cien metros bajando la colina, estaba su Ford T de segunda mano. Era el coche de Henry Wilson. Paseando con ese modelo por las calles de Philadelphia se podía ligar bastante, y eso para un tío que pesaba sus 120 kilos y medía el metro setenta, estaba muy bien. Además, fue su gran inversión al tener su primer caso importante como detective. “No se es un buen detective si no tienes coche en esta ciudad” decía él a sus amigos y conocidos.

Ahora era el objeto más maravilloso que podía imaginar mientras se veía a si mismo montado en él y dejando atrás todo ese horror.

-Si consigo llegar al coche…. Todo resuelto. ¡Vamos chico has salido de cosas peores!- dijo Henry mientras se daba la vuelta y apoyaba la mano en el picaporte.

Repentinamente algo golpeó al otro lado, de tal forma que notó una fuerte vibración allí donde tenía sujeto el pomo. Como si de un calambre se tratase, apartó instintivamente la mano mientras que con la otra apuntó con su Colt….. ¡Otro impacto en la puerta y esta vez casi se desencajó del impacto!. El detective no pudo evitar apretar el gatillo instintivamente. La detonación fue enorme, a la par que unas cuantas astillas de la puerta saltaron por los aires. Por el agujero que había hecho entraban las débiles luces de la luna. Henry, con el estómago encogido y volviendo a romper a sudar en mil fuentes distintas de su cuerpo, se acercó con la intención de mirar por él. Poco o nada se podía distinguir más allá de unos cuantos centímetros del mismo, pues las astillas y el ángulo de perforación, no daban para muchas alegrías. “He dado a uno de esos hijos de perra”- pensó cuando percibió un extraño líquido salpicado en las concavidades del horificio. Pero la alegría le duró hasta que una cuenca vacía de un ojo apareció al otro lado de la improvisada mirilla. Llevaba incrustada algo de metal (presumiblemente la bala que había disparado segundos antes).

-¡Arrrg!, ¡me cagüen la p…!, ¡Esos cabrones siguen vivos con una bala en la cabeza!-

Cual alma que lleva el diablo abandonó la entrada corriendo para dirigirse hacia el salón. A su espalda pudo escuchar como la puerta era golpeada y sonidos de astillas partiéndose aquí y allá. Nada más cruzar el umbral de la estancia se detuvo en seco. A punto estuvo de caerse al patinar un poco por la brusca frenada en ese suelo lleno de polvo y tierra. Durante menos de un segundo o dos (aunque a él le parecieron minutos), trató de decidir a donde ir. A la izquierda había una puerta, en el centro una escalera que subía hacia la segunda planta, y a la derecha otra puerta. Decidió esta última opción, pues era por donde más cerca tendría el coche si saliese por una ventana. Con una rapidez inusual para un hombre de 40 años como él, se abalanzó hacia esa dirección, justo cuando la puerta de la entrada principal había caído destrozada tras su espalda.

Un cristal roto le anunció lo que más podía temer: ellos también estaban entrando desde fuera por las ventanas. En cuanto abrió, se encontró con una estancia que debiera ser una especie de biblioteca con un par de ventanas, de las cuales ya no les quedaba un cristal sano, pues los habían roto y ahora intentaban entrar por allí.

Evidentemente entendió en el error de su elección, ahora los tenía delante y a su espalda (pues pesados pasos sonaban por el hall).

-Señor, si puedes oírme, echa una mano a este humilde siervo tuyo…- Farfulló Henry mientras se daba la vuelta hacia el salón. La visión no pudo ser más desalentadora.

-…..o sino púdrete como lo voy a hacer yo-

Delante suya, acercándose más y más, tres horribles criaturas avanzaban torpemente hacia él. Su apariencia era lo más terrorífico que el detective había visto jamás. Ni su experiencia resolviendo casos de homicidio (donde descubrió lo bajo que puede caer un hombre en cuanto a vileza y maldad) le daba algún recuerdo de cuerpos humanos en tal estado de descomposición. Ante él, se encontraban tres seres pútridos, escasos de carne y sobrados de gusanos y polvo. Estaba claro que eran muertos que llevaban muchos años bajo tierra, sin embargo ahí los tenía. Marcándose un paseo por el salón de una casa abandonada, en busca de algo que picar: o sea él. Uno de ellos, el que tenía una cuenca del ojo vacía, abrió su boca mostrando lo que era el recuerdo de una lengua descompuesta que se relamía una y otra vez.

Impotente ante la situación, buscó alguna posible salida, ya que si no actuaba pronto, sería demasiado tarde para escapar de ellos. Finalmente se percató de la escalera que ascendía a la segunda planta. Si, era como meterse en la ratonera directamente, si, era cortarse toda posibilidad de salir de aquel sitio. ¿Pero qué se puede esperar cuando tres muertos vivientes vienen hacia a ti de frente y otros cuantos se están acercando por la espalda?. Respuesta: ¡Jerónimoooooooooo!

Es la mayor tontería que se le podía ocurrir a Henry gritar en ese momento, pero sirvió para activarle algo en su interior. Con la pistola en ristre se abalanzó sobre sus tres oponentes mientras trataba de esquivarlos lo justo para alcanzar las escaleras. Un balazo se llevaron los dos primeros y, el último se quedó con el resto del cargador del revólver. Henry los había disparado con la esperanza de empujarles lo suficiente para evitar que le cerrasen el hueco para huir, y así fue….. Bueno, casi, porque aunque los dos primeros fueron despedidos hacia atrás por la fuerza del impacto, el último giró sobre sí mismo y perdió el equilibrio en la dirección equivocada. Henry, horrorizado, vaciaba las balas en su carrera para intentar corregir su trayectoria, pero fue en vano. Finalmente cuando llegó a su lado, éste estaba en el suelo con los brazos en alto, tratando de agarrar su presa. De un salto, mucho menos poderoso de lo que nuestro amigo hubiera querido, eludió al muerto viviente que trataba capturarle. Tuvo un éxito parcial, alcanzando la barandilla de la escalera y, gracias a que la agarró como si de un salvavidas se tratase, evitó caer al suelo, ¡pues el monstruo le había conseguido coger el tobillo en el aire!.

-¡Hay, hay, hay, mama, mama, mama!-Gritaba histéricamente el detective. Con un frenético terror sacudió con fuerza su pié hasta que un chasquido le liberó de la presa. Emprendió la ascensión por la escalera, justo a tiempo de evitar que los otros dos le pudiesen echar el guante. Ni dos segundos pasaron cuando se encontró en la segunda planta, donde un largo pasillo con habitaciones se presentaba ante él. Se dirigió a la puerta más al fondo de la estancia y, tras asegurarse que no habían llegado hasta allí, se metió dentro y bloqueó la puerta con una coqueta.

De nuevo se encontraba en una situación similar. Temblando de miedo mientras tenía sujeta una puerta y recargaba las pocas balas que le quedaban en la chaqueta. De nuevo se le cayeron algunas (aunque esta vez se agachó a recogerlas, pues no era momento de desperdiciar munición) y de nuevo jadeaba cual perro sediento en pleno desierto.

-“Cinco balas, ya no tengo ni para llenar el tambor entero”

Desilusionado, por la perspectiva de no tener seis, se dejó caer al suelo pesadamente para sentarse.

-¡¡¡Agggggggg….Dios!!!- Con las prisas no se había fijado en lo que tenía en el tobillo, pues realmente no había conseguido soltarse de la presa de aquel puerco, lo que había pasado era que se le había roto el ya viejo hueso del brazo a aquél monstruo y ahora lo tenía, con la mano asida a su tobillo y los restos de carne a la altura del codo. Por suerte no se movía aquella cosa, con lo que pudo abrir la presa y lanzar unos metros lejos de él aquella amputación post-mortem.

Afuera no se escuchaba nada. A pesar de su grito, daba la sensación de que no le habían oído.

-“Quien sabe, quizás no sean capaces de subir las escaleras”-penso. Ya con más calma, se puso a contemplar el tipo de habitación en el que se encontraba. Por supuesto tenía el mismo signo de abandono que el resto de la casa. Era bastante pequeña y austera en decoración. Tenía forma rectangular con dos camas pegadas cada una a un lado de pared, dejando un estrecho pasillo desde la puerta hasta una ventana al otro extremo. También habia un pequeño armario y una coqueta (la cual era la que Henry usó para bloquear la entrada). Evidentemente se trataba del antiguo cuarto para uso del servicio doméstico.

-Amigo mío, naciste en una casa humilde y vas a morir en un cuarto de criados-murmuró. Estaba claro que no iba a poder escapar del estigma de su pasado en sus últimos momentos

Pasaron los minutos y, al no sentir a nadie al otro lado, su mente se centró en otras cosas. Casi por instinto, recargó su revolver con la sexta bala que tenía. Sabía que era la que no podía usar (pues la reservaba para él mismo si todo se iba al garete), pero prefería sentirse cómodo teniendo un cargador lleno. Una vez resulto su dilema trató de entender lo que había pasado esa noche.

Todo empezó hace cuatro días, el 18 de junio de 1921, cuando él y su socio Frank…

-“Frank, Frank, quien te diría que acabarías decapitado después de todo”-

…cuando él y su socio Frank (quien bromeaba siempre con Henry sobre la necesidad de una buena dieta) llegaron a su despacho como todos los lunes. Allí les esperaba la Sra. Agatha. Una mujer de unos cincuenta años, bajita, pero que conservaba todavía una buena presencia e inmejorable clase en el vestir. No tuvieron tiempo ni de hacer el café cuando se vieron los dos detectives montados en el coche camino de un pequeño pueblo cercano al río Delaware. Y la verdad es que no era para menos, pues el fajo de billetes que la señora aquella plantó sobre el escritorio, exigía la inmediata abertura de la investigación.

Al parecer su hija Natalie (una hermosa joven de 21 años que seguramente hubiera querido irse con algún bribonzuelo) no había vuelto a casa después de ir de picnic con sus amigas de clase alta el domingo. Por lo visto, se despidió de ellas porque quería quedarse a contemplar la puesta de sol en el prado donde pasaban el día. Sus amigas, conscientes de que Natalie traía su propio coche y de que el paraje no podía ser más tranquilo y solitario, no insistieron mucho y la dejaron sola.

Esa misma noche y, ante el retraso de su hija, Agatha acudió a las autoridades. La policía de Philadelphia no podía considerarla desaparecida si no transcurrían al menos 48 horas, por lo que decidió buscar ayuda en nosotros.

Las desapariciones suelen ser casos sencillos para un detective ya que, o regresan cuando se les acaba el dinero o es que simplemente les han asesinado y aparece en el río al cabo de unos días. En cualquier caso nosotros cobramos la pasta por nuestro trabajo y sin complicarnos mucho la vida.

Durante un par de días hicieron los pasos de costumbre: varios recorridos por la carretera que debía seguir la desaparecida, barrido de preguntas sobre cualquier gasolinera en dicha ruta, interrogatorios severos con los “chicos malos” de los pueblos cercanos al bosque donde hizo el picnic… vamos, lo típico. Finalmente sus esfuerzos dieron frutos cuando, casi por casualidad, un vendedor de ultramarinos de carretera les confirmo la descripción de la joven. Parece ser que la vio la misma noche del domingo en la que hizo el picnic. Entró en su tienda muy tímidamente y compró varias botellas de agua y una bolsa grande de cecina. Fue muy insistente en eso último y le hizo ir varias veces al almacén para comprobar que no le quedasen más reservas de ese producto. Ese era el motivo de que se fijara en ella. Después de pagar, se marchó en su coche por un viejo camino cercano que se adentraba en el bosque y ya no volvió a verla más. Al preguntarle los detectives a dónde llevaba dicho camino, el vendedor se encogió de hombros. “A ningún lugar, si se hizo por ser un enlace con la carretera principal nunca llegó a terminarse, estaba incompleto mucho antes de yo nacer. Sólo sé que pasa por lo más profundo del bosque, pero nadie se ha molestado nunca en comprobar donde finaliza exactamente” contestó. Extrañados por la respuesta, pero contentos de la noticia, Frank mandó a Henry a que partiese en busca de la Señora Agatha, pues si un camino no lleva a otro, sólo puede tener otro destino: una casa. Su compañero, mientras tanto, decidió que recorrería a pie el sendero e iría investigando en qué situación y con quien estaba Natalie. No le importaba que le cayese la noche en aquella zona, pues estaba acostumbrado a sus largas horas de patrulla cuando era guarda forestal antes de dedicarse al servicio privado. Además, así disfrutaría un poco de la naturaleza en un día veraniego como ese.

La ciudad estaba a unas 80 millas de allí, por lo que cuando el Ford T de Henry regresó con la mujer que les había contratado, los focos del coche iluminaban el oscuro trayecto. Éste se volvió difícil y lleno de baches en cuanto cogieron el misterioso desvío, con lo que en muchas zonas, tuvieron que ir a velocidades mínimas. Finalmente, y tras casi una hora de trayecto a paso humano, se detuvieron a escasos cien metros de un pequeño claro donde estaba una vieja mansión de estilo Victoriano en lo más profundo del bosque. A pesar de la ansiedad de la Sra. Agatha por bajar y correr hacia la casa, el detective la detuvo. Apagó el motor y los focos. Debían de esperar a su compañero Frank, pues éste les informaría mejor de qué situación se encontrarían. No obstante, al cabo de unos minutos y viendo que su socio no aparecía, no pudo retenerla más y la acompañó a la casa. Allí no había nadie, y de hecho tenía signos de llevar largo tiempo abandonada. Frustrada ella y preocupado él, decidieron dar una vuelta alrededor del bosque. A pesar de no tener linterna (pues la que llevaba se la dio a su compañero antes de partir), una luna casi llena les daba bastante luminosidad en la noche. Vagaron sin rumbo alrededor de los árboles cercanos de la mansión (no querían perderse toda la noche como dos boy scouts novatos) y cuando iban a volver al vehículo, Henry se percató de unas luces a una media milla en el bosque de donde estaban ellos. Sin dudarlo partieron raudos en busca de su objetivo, mientras Agatha rezaba una plegaria en voz baja….

…Pero Dios debía de estar ocupado. Escondidos tras la maleza vieron como se realizaba una extraña ceremonia, cuyo maestro era un hombre de color, extremadamente delgado (llevaba el torso desnudo) y de una altura considerable. Portaba multitud de colgantes y baratijas, y entonaba un cántico alrededor de una enorme hoguera, donde había una especie altar con algo que Henry no acertaba a precisar lo que era. Alrededor de la ceremonia habían otras personas (o eso creía él puesto que se perfilaban multitud de siluetas entre los árboles que no acertaba a definir)….Fue el comienzo del fin. Del altar, después de llegar al clímax del ritual, se despojó de telas y hojas lo que parecía ser una mujer. Agatha entonces reaccionó tan inesperadamente que el detective no tuvo tiempo de reaccionar. Salió corriendo y gritando en dirección al hombre y al altar donde estaba la otra persona. Éstos ni se inmutaron con su presencia y, sólo cuando ella gritó el nombre de Natalie y se abrazó a la mujer, el hombre entonó un cántico extraño. Henry no se podía creer lo que estaba viendo, su propia hija, parecía hipnotizada y mucho más pálida de lo normal. Como si de una orden se tratase, se abalanzó sobre su madre cual bestia sedienta de carne. Primero fueron los ojos, los cuales engulló con los gritos de dolor de su presa, la cual pataleaba en un estado de shock nervioso, después se abrió paso a sus vísceras a base de mordiscos.

Henry desenfundó su viejo Colt (el único legado que su padre, un viejo sargento del ejército Americano venido a menos por culpa del alcohol, le había dejado de herencia). Y disparó sobre la muchacha y su madre. Quería matarla por la locura que estaba cometiendo, pero también acabar con el sufrimiento de su víctima. Pero a Natalie parecía no afectarle mucho las balas de su cuerpo, y del bosque surgieron multitud de horripilantes formas humanas en avanzado estado de descomposición. ¡Uno de ellos masticaba aún lo que Henry reconoció como la cabeza de su compañero Frank!. Con más miedo que lógica, vació su cargador y huyó por el bosque. Se perdió por él durante unas horas, más preocupado de que no le cogieran que a donde corría exactamente, y aunque parecía haber decenas de muertos andantes por todas partes, finalmente llegó al claro donde estaba la casa y su coche. Cuando se dirigía a escapar con sus cuatro ruedas, un tropiezo desafortunado estuvo a punto de costarle la vida. Por muy poco no fue cogido por varias de esas criaturas, las cuales le cerraron el paso a su vía de escape y tuvo que refugiarse en la mansión...

Ahora calculaba que debía de llevar unos veinte minutos en la habitación de los criados, y no parecía que nadie quisiera molestarle al otro lado de la puerta. Consciente que, cuanto más tiempo estuviera quieto menos posibilidades tendría de salir con vida de aquello. Sin embargo, la idea de enfrentarse a esas cosas con un viejo revolver y con poca munición, no le convertían en el hombre más valiente del mundo.

-“Un ratito más, sólo un ratito más”-pensó. Y al cabo de unos minutos, los nervios, el miedo y el cansancio hicieron que los ojos lentamente se le cerrasen….

…..No sabía cuanto tiempo había estado durmiendo, pero se alegró mucho que siguiese vivo y que no tuviese a nadie comiéndole un pie o algo así. Por la ventana, un poco de claridad le indicó que faltaba menos de una hora para el amanecer. Reconfortándose ante la perspectiva se levantó del suelo (su espalda le saludó con un terrible dolor por tenerla apoyada con fuerza contra la coqueta) y se dispuso a mover ligeramente el mueble que bloqueaba la salida. Sólo lo hizo unos centímetros, lo suficiente para entreabrir la puerta y poder echar un vistazo. El mueble se quejó un poco ante el arrastre y, con él entre medias de la puerta, agarró el pomo y abrió un poco. Con la pistola en la mano asomó lo justo la cabeza para distinguir… ¡que dos muertos vivientes habían estado esperándole en silencio todo ese rato!. Éstos, con una velocidad y fuerza sorprendentes, empujaron fuertemente para intentar entrar, cojiendo a Henry desprevenido. La puerta crujió un poco y la coqueta se desplazó unos centímetros más. La respuesta que obtuvieron fueron varios disparos sobre ellos por la abertura de la puerta.

-¡Malditos cabrones!-gritaba el detective - ¡Moríos de una puta vez!- y continuó dissparando mientras hacía fuerza con su cuerpo para evitar que ganasen terreno dentro de la habitación. En ese momento vaciló un segundo, pues se había percatado de que ya sólo le quedaba la sexta bala, aquella que tenía reservada. Cedió un poco su afán por detenerlos y comenzó a dirigir su revolver hacia la sien…. …Cuando todo parecía ir mal, se volvió peor. De un tremendo golpe, la puerta se desencajó parcialmente, la coqueta se cayó y tiró al suelo a Henry, atrapándole las piernas y uno sus brazos. La pistola salió despedida aterrizando debajo de una de las camas. Ahora sí que tenía un problema. Por un lado uno de los monstruos que, con medio cuerpo ya metido entre el hueco hecho, trataba de cogerle. Por el otro, Henry luchaba en vano desde el suelo para alcanzar su revolver con las piernas y el brazo aprisionados.

-¡Señor!, ¡Sé que soy un siervo tuyo que no he creído mucho en ti!- (la verdad es que era un ateo acérrimo)- Pero ¡¡¡si me echas una mano en este momento de necesidad!!! prometo servirte el resto de mi vida!- Gritó desesperadamente. Estaba claro que de allí sólo podría salir con un milagro.

Entonces se percató que su mano libre rozaba con algo, giró el cuello para descubrir el brazo amputado que horas antes, se había zafado del tobillo.

“Jo Dios, te tomas las cosas de un literal con lo de la mano….”-Pensó el detective sonriendo. Y asiendo ese miembro firmemente lo usó para golpear con todas sus fuerzas al ser putrefacto que trataba de darse una merendola con él. Tuvo un éxito inesperado, pues del mismo golpe decapitó su ya carcomida cabeza, haciendo que, finalmente, perdiese todo rastro de vida. Ese pequeño respiro permitió a Henry liberarse de su prisión e incorporarse, no sin antes recoger su revolver precipitadamente. Mientras tanto, el otro muerto, torpemente había retirado a su compañero inerte y se prestaba a ocupar su lugar, tras él. Otras pisadas arrastrándose empezaron a sonar al fondo.

Pero nuestro valiente héroe estaba convencido que Dios le había mandado realmente un milagro. Sin pensárselo dos veces, se lanzó por la ventana del segundo piso, rompiendo el cristal en miles de pedazos. Realmente estaba teniendo suerte. Aterrizó sobre un tejadillo de la primera planta y rodó hasta llegar al suelo. Muy magullado, con muchos cortes, pero vivo, se giró en redondo en busca de enemigos. Dentro de la casa comenzaba a escucharse actividad, “los muy cabrones ni se habían movido un milímetro antes” pensó. Pero afortunadamente, los que esa noche estaban alrededor de la Mansión habían desaparecido, lo que le proporcionaría vía libre a su maravilloso coche. Sin mirar atrás corrió colina abajo los cien metros más rápidos de su vida. Sin embargo se detuvo poco antes de llegar, pues dentro del Ford, cierto brujo negro huesudo estaba jugando con su volante y haciendo el ruido del motor con la boca.

Rodeó el vehículo para poder acercarse por el ángulo ciego del mismo y, cuando estuvo a la altura del conductor le apuntó con la última de sus balas (“esa” bala que estaba dispuesto a donar a un candidato mejor).

-Esto es por jugar a ser Dios con las almas de los hombres- y dicho esto le disparó en la cabeza, esparciendo sus ideas por el asiento del copiloto. – Haber si ahora eres capaz de resucitarte tú mismo- sentenció finalmente mientras sacaba el cuerpo del coche para poder montarse. La llave accionó el motor y éste respondió a la primera. Pisó el acelerador y tomo el camino de vuelta que le llevaría a casa. Ya no pensaba en los baches, ni las piedras, saldría de allí aunque tuviese que conducir un coche sin ruedas. Si por él fuera prendería fuego a todo ese maldito bosque, pero según llegaba a la carretera general, comprendió que nadie creería nunca su historia. “Mejor olvidarse de todo.” – pensó.

–Y en cuanto la promesa….- dijo mirando al techo de su coche – Comprende Señor que ahora mismo me va a ser un poco difícil con todo esto. Ahora soy dueño de la parte de mi socio. Si te parece bien lo aplazamos para un poco más tarde-Dijo convencido de haber echo un buen trato.

Seguramente se lo hubiese pensado mejor si hubiese visto a cierta joven acostada en el asiento de atrás y que le miraba con unos ojos carentes de emoción… pero con la boca abierta para un nuevo festín.

Autor: Ambrosio Sánchez (Cofradía del Dragón) (volver a menú de relatos) ambrosio1975@yahoo.com