TRAUMAS INFANTILES
COMENTARIO DEL AUTOR:
El miedo es una potente arma de destrucción, pero a la par, también se puede convertir en un aliado para sentirnos vivos. Quise usar este relato para ahondar en todas aquellas pesadillas interiores que tenemos durante toda la vida. Y lo hice porque siempre me ha surgido una duda existencial: ¿Realmente qué es lo que nos causa ese miedo?. Pasa y disfruta de una historia cuyo desenlace está basada en un hecho real. Fue una de mis primeras apuestas serias en los concursos de relatos. Usé por primera vez, labores de investigación en prensa y artículos, cuando leas el relato entenderéis por qué. Espero os guste |
TRAUMAS INFANTILES
<20 de abril de 1992. Ciudad de México>
-Ahora cuando yo cuente tres despertarás de tu profundo sueño-
Dijo la Doctora Marian con voz forzadamente suave.
-Uno
dos
. tres. Despierta y abre los ojos-
En aquel despacho, con la luz tenue del atardecer colándose por las persianas
medio bajadas, un hombre despertó de su largo trance. Estaba acostado
en un diván de cuero negro empapado de sudor y con lágrimas en
la cara. Al secarse con las manos miró a su psicóloga como con
incertidumbre. No recordaba nada de lo que había pasado durante la sesión
de hipnosis. Sin embargo sabía que había servido para descubrir
la verdad, lo presentía
., o al menos necesitaba creerlo. A pesar
de que había oscurecido mucho, lo cual le desorientaba al no saber cuanto
tiempo había pasado, pudo distinguir el ruido de la tecla que paraba
la grabadora de la doctora Marian. Se reincorporó del diván para
pasar a la posición de sentado mientras echaba un vistazo a su ropa.
Su corbata negra estaba tirada en el suelo, su camisa arrugada y empapada en
sudor. Notó también con cierto rubor, que había una mancha
sospechosa en la entrepierna de su pantalón de tela gris. Pensó
que era lo último que le podía pasar: un informático en
plena flor de la vida, con 35 años, llenos de vitalidad, y luciendo una
mancha de orín como si fuera un bebé. No pudo evitar hacer una
sonrisita sobre lo ridícula de la situación.
-Creo que tengo información suficiente para varios días Sr Cronwell-
Dijo la doctora mientras evitaba que su temblor de voz fuese evidente. No se
atrevía a mirar directamente a su paciente por miedo a perder el control
de la sesión y echarse a correr. A decir verdad, ni siquiera encendió
las luces para iluminar el despacho y poder verse mejor las caras. Mientras
sacaba la cinta de su grabadora y se la guardaba en su bolso dijo:
-De momento deberíamos terminar la sesión de hoy. Tengo que analizar
toda esta cinta y determinar que factores de esta hipnosis regresiva nos son
útiles para nuestra terapia-
-¿No me puede contar que es lo que a oído Doctora?- Dijo Cronwell
con ansiedad a la par que hacía el ademán de levantarse del diván.
Sus ojos estaban clavados en el bolso de la doctora.
-¡No!- dijo la doctora mientras, sin darse cuenta, se levantaba de su
asiento eludiendo así la proximidad de su paciente. Después pareció
recapacitar. -No puedo desvelar nada por el momento. La hipnosis realmente es
muy imprecisa y hay que saber "limpiarla" de información sobrante.
Si el paciente oyera su cinta de hipnosis podría llevarle a conclusiones
totalmente equivocadas- Cronwell pareció derrumbarse de nuevo. La viveza
de sus ojos negros se había apagado de repente. Su faz de expectación,
casi infantil, se tornó de nuevo la de un hombre corriente que ve pasar
la vida sin querer participar en ella.
Con un gesto que le pareció a él demasiado rápido para
ser educado, la doctora le abrió la puerta de su despacho invitándole
a marcharse. Mientras cruzaba el umbral, de vuelta a su vida diaria, Cronwell
no pudo evitar cruzar su mirada con la de Marian. Esa bella y joven mujer, de
cuerpo escultural y cuidada melenita castaña, bajó sus ojos verdes
en cuanto se cruzaron con los suyos. Se sentía terriblemente atraído
por ella. Deseaba que algún día, en vez de una sesión de
terapia, se quitase su traje negro ceñido al cuerpo y se entregase a
él. "Sueños para los momentos de soledad" pensó
mientras llamaba al ascensor del pasillo. Durante un segundo pensó en
volver a entrar y besarla, a lo mejor era lo que ella le estaba pidiendo a gritos.
Pero se esfumó esa idea al oír como la Doctora Marian echaba la
llave en la puerta del despacho.
Al otro lado de la puerta la Doctora Marian escuchaba pegada a ella todos
los movimientos de su paciente. En un momento dado, mientras oía como
el ascensor arrancaba sus pesados contrapesos para acudir a la llamada de Cronwell,
le pasó la idea de que éste decidiese regresar al despacho. Con
un movimiento automático echó el pestillo de la puerta. Su corazón
parecía estar a punto de salírsele. Solo quería que él
se fuese, que se marchase lo más lejos posible
. Finalmente el ascensor
hizo su jodido trabajo y se llevó a su paciente al torrente habitual
de las calles de México DC. Fue entonces cuando sus fuerzas le fallaron
y se desplomó sobre el suelo rompiendo a llorar.
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El Sol de la mañana iluminaba el despacho cuando la Doctora Marian
despertó. Se había quedado dormida y había pasado toda
la noche tumbada al pie de la puerta. Una punzada de dolor en la espalda le
anunció que hoy pagaría caro el haber dormido en el suelo. Miró
su reloj: las ocho y cuarto. Dentro de tres cuartos de hora vendría su
secretaría para darle las citas programadas para este día. No
quería que la viese en ese estado, así que haciendo fuerzas de
flaqueza, respiró hondo y se dirigió al lavabo. Era un modesto
cuarto de baño compuesto por taza, lavabo y una pequeña ducha.
Cuando compró este despacho, hace seis años, con los ahorros de
toda su vida, hizo construir ese cuarto para poder asearse allí mismo.
De hecho, hasta que pudo pagarse una vivienda de alquiler, el despacho resultó
ser su vivienda particular. Todavía recuerda a su padre cuando, recién
licenciada, se echaba las manos a la cabeza por su idea de mudarse a México
DC id. Según él, tener un título y unos ahorros para empezar
su profesión no eran suficiente para una natural de Pachuca de veintisiete
añitos como ella. Temía que, al mudarse a la capital, ya no podría
mantenerla protegida de los golpes de la vida. Cuanto hubiera dado ahora porque
estuviese todavía vivo y se maravillase de cuanto había progresado
desde entonces.
Abrió el grifo de la ducha y empezó a desvestirse. Antes de meterse,
salió del baño y abrió uno de sus cajones del escritorio.
En él guardaba, para estos casos de emergencia, ropa de repuesto y utensilios
de limpieza. Pero cuando se disponía a regresar su mirada recayó
en su bolso, el cual estaba sobre su asiento. Todo volvió de repente.
Allí se encontraba ella, desnuda frente a su bolso de cuero marrón.
Hizo acopio de fuerzas para no arrancar a llorar y tratar de sobrellevar el
tema. Le costó más de cuarto de hora poder moverse de allí,
pero finalmente lo consiguió. Cerró el grifo, hoy no habría
ducha. Después de refrescarse un poco la cara, se vistió y descolgó
el teléfono. Iba a ser un día de lo mas movido.
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Crowell apuró su café de máquina. Llevaba ya dos horas
en la oficina y no conseguía ponerse a trabajar. Permanecía dentro
de su habitáculo de color gris con el cursor de la pantalla en el mismo
punto que cuando llegó esta mañana. Su despacho estaba formado
por cuatro paredes desmontables, de 1,80m de alto por 3m de ancho cada una,
que a su vez formaban parte de un entramado de habitáculos de programadores.
La sala donde se encontraba podría ser fácilmente de mil metros
cuadrados. Dentro de ella se encontraba unos 60 informáticos encasillados
en sus despachos departamentales como si de una colmena se tratase. El ruido
de fondo era un murmullo de los teclados de ordenador, roto de vez en cuando,
por el sonido de algún teléfono. A menudo se recreaba con la idea
de poder tirar alguna bola de papel por encima de las falsas paredes, para que
le cayese a alguno de sus compañeros, pero hoy no tenía ganas
de imaginar travesuras. Su mesa estaba llena de papeles y apuntes en notas varias.
Ser un informático en 1992 requería mucho esfuerzo mental. La
informática apenas empezaba a despegar y los sistemas cambiaban por meses.
Los programas que revisaba eran tediosas líneas de código llegas
de algoritmos, vectores y un sinfín de condiciones lógicas. Sin
embargo a él le gustaba su trabajo y estaba bien pagado. Era reconfortante
descubrir un error que un programa de centenares de líneas de código,
allí donde otros no habían podido encontrar la solución.
Se lo tomaba como las personas que buscan las soluciones en una sopa de letras,
un reto a su agudeza mental. Pero hoy no veía en la pantalla más
que puntitos iluminados. Su mente estaba muy lejos, concretamente viajaba dentro
del bolso de la Doctora Marian. Intentaba verse a sí mismo abriendo ese
bolso, sacando la cinta, y metiéndolo en el radiocasete de su casa. Lo
que más le costaba era imaginarse cómo conseguiría tener
acceso a la dichosa cinta. Su mente escrudiñaba todas las posibilidades
que le hicieran estar a solas con ese bolso sin ser descubierto. Sin embargo
no daba con ninguna viable.
Si le hubieran dicho hace seis meses que iba a estar poseso por conseguir una
cinta se hubiera partido de risa. Todo empezó con un afán de superar
sus manías, casi un juego. Un día mientras trabajaba oyó
en un despacho cercano al suyo una conversación entre dos de sus compañeros.
Según ésta, uno de ellos le contaba al otro que por fín
había superado su miedo a volver a montar a caballo, provocado por una
caída que tuvo de pequeño. Por lo visto una psicóloga llamada
Marian le había tratado durante un año, consiguiendo un éxito
rotundo sobre sus miedos.
Esta conversación le supuso un nuevo reto. Él también tenía
una adversión sobre un tema bastante escatológico. De hecho ésta
palabra lo definía muy bien, puesto lo que no podía aguantar era
ver sus propias heces fecales. Evidentemente a nadie le gusta mirar eso, pero
en su caso lo llevaba a extremos muy poco saludables. Evitaba a toda costa ir
al baño para hacer aguas mayores. Y cuando finalmente llegaba el momento,
gastaba y gastaba papel higiénico evitando ver en todo momento si ya
estaba limpio o si había hecho deposición o no. No podía
soportar, ni por un momento, la idea de ver el resultado de la naturaleza al
realizar su digestión.
Aunque ya lo tenía bajo control, tuvo una época en la que fue
peor. En la niñez y, durante el principio de la adolescencia, el problema
estaba totalmente descontrolado. Evitaba ir al baño durante cinco o seis
días. Y sólo claudicaba cuando sus padres notaban el mal olor
que desprendía al cabo del tercer día y le obligaban a ir al baño.
Fue una fase muy dura y de mucho dolor. Su niñez se la pasó entre
libros, evitando estar con gente que pudieran notar el mal olor que desprendía.
Su Padre, un Técnico Ingeniero del sector petrolero, propinaba algún
que otro cachete a su hijo cada vez que le pillaba "aguantándose".
No entendía qué era lo que le impedía comportarse como
un niño normal
Cronwell tampoco lo entendía. Por eso, un
día abrió las páginas amarillas y decidió buscar
a esa tal doctora Marian. Con su ayuda esperaba eliminar su escatofobia particular.
Pero la verdad es que hasta el día de ayer no parecían encontrar
la causa. De su infancia tenía memoria de dos etapas muy diferenciadas.
La primera, de escasos recuerdos, llegaba hasta los cinco años aproximadamente.
En ese periodo no tenía ningún problema y era un niño pulcro
y limpio como los demás. La segunda etapa le alcanzan los recuerdos a
partir del septiembre cuanto tenía la misma edad. Desde entonces empezaron
sus problemas. Por supuesto la doctora Marian tenía diversas teorías.
La más clarificadora era la de argumentar que fue un reflejo del trauma
infantil que algunos niños tenían al empezar a ir por primera
vez al colegio. Ciertamente es una buena teoría que tiene bastante lógica.
Sin embargo, ayer la doctora quiso ser más concreta en su dictamen y
propuso una sesión hipnótica. El objetivo era descubrir qué
pasó por mi cabeza el día antes de empezar con mi problema.
"Recurrí a ella para eliminar mis pequeños escrúpulos
infantiles y ahora se han vuelto en la mayor obsesión de mi vida".Pensó
Cronwell mientras miraba su reloj de pulsera. "¡Dios!, todavía
me quedan 6 horas para salir de aquí".
De repente, una idea se le pasó por la cabeza. Descolgó el teléfono
en su mesa y marcó el número de la doctora Marin. Como cliente
suyo no la podría ver hasta la sesión de la semana que viene,
pero podría invitarla a cenar como un amigo más. Una mezcla de
frustración e ira le llenó al oír como comunicaba. "¿Con
quién narices estará hablando tan pronto"-pensaba al colgar.
Dejó pasar unos minutos que le parecieron horas antes de intentarlo de
nuevo. La segunda vez se vio tentado de destrozar el auricular de su teléfono
al escuchar de nuevo que la línea estaba ocupada. Pero Cronwell no se
dio por vencido, su mente trabajaba como cuando buscaba un error informático
en su trabajo. Calculaba todas las posibilidades que podía tomar para
hacerla llegar un mensaje a Marian. Finalmente marcó un nuevo número.
Al otro lado de la línea le contestó una voz monótona de
un chico semiadolescente:
-Floristería Tulipán. ¿En que puedo ayudarle?
-Buenas, quisiera enviar una docena de rosas- contestó Cronwell dubitativo.
-¿A qué dirección se la enviamos?-
Mientras le daba los datos del despacho de la Doctora, casi de forma automática,
perfilaba el siguiente paso del pedido.
-¿Ponemos algo en una nota junto al ramo, señor?-
Ahí estaba el momento crucial. Debía de ser muy cuidadoso si quería
que su plan funcionase.
-Si, por supuesto. Ponga
- Dijo mientras repasaba mentalmente el texto-
Ponga lo siguiente: Estimada Doctora Marian. No sé como, pero esta última
sesión ha servido para superar mis problemas. Creo que ya no me serán
necesarios sus servicios. Quisiera agradecérselo invitándola a
una cena en el Hotel Isabel, esta noche a las ocho. Por favor, permítame
recompensarla por tantas molestias causadas. Firmado Sr. Cronwell- Al terminar
de dictar la nota exhaló un suspiro de alivio.
-¿Alguna otra cosa más?- dijo el dependiente con tono indiferente.
"Seguro que envían notas más raras que esa todos los días"-pensó
Cronwell.
-No nada más- y cuando acabó de dar sus datos bancarios colgó
el teléfono.
Ya estaba hecho. Todas sus dudas desaparecieron. Hasta que llegase la noche
no tendría que preocuparse. Para evitar que ella le llamase y eludiese
la cita, dio órdenes a la operadora de la centralita de la oficina, para
que no le pasara llamadas a lo largo del día, y que además, informase
de que hoy no estaría allí, con lo que no podrían dejar
ningún recado. Estaba convencido que si uno tiene una cita y no puedes
localizar a la otra persona para excusarte de la misma, en cierta forma, siempre
te ves obligado a acudir. Y si además eres una psiquiatra, siempre puedes
pensar que le ocasionarías un trauma a tu paciente si no acudes.
-"Cronwell has resuelto otro problema"-pensó él con
la sonrisa maliciosa de un zorro. A partir de ese momento volvió a su
trabajo como si de otro día cualquiera se tratase.
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El profesor Ricardo Lázaro acababa de entrar en su despacho de la Universidad
de México de manera precipitada. Se había apurado al hacerlo,
porque estaba sonando su teléfono cuando él aparecía por
el pasillo de la sala de profesores. No era habitual recibir llamadas tan temprado
y, para un hombre solitario com él, siempre significaba problemas.
-¿Profesor Lozoya?...- reconoció la voz a pesar del tiempo que
había pasado desde la última vez que habló con ella. ¿Cómo
olvidar a una estudiante tan bella como hermosa?.
-¿Marian? ¿Eres tú?-Dijo mientras el corazón le
latía con fuerza.
-¡Oh profesor!... pensé que ya no se acordaría de mí-
dijo ella
-Como no acordarse-dijo él -Siempre fuiste una de mis alumnas más
brillantes. ¿Cuál es el problema querida?.-
Marian no se sorprendió que el Profesor Lázaro descubriese que
lo llamaba por un problema. Al fin y al cabo fue uno de los precursores de la
nueva psicología en el país.
-Verá profesor
. Tengo un problema con un paciente que..-
-Problemas tienen todos los pacientes, querida- la interrumpió él-Por
eso recurren a nosotros. Quizás deberías ir al grano y decirme
qué es lo que te preocupa-
Marian tomó aire. Estaba claro que no quería rodeos y dijo:
-He hecho una sesión de regresión hipnótica a uno de mis
pacientes con escatofobia. Pero el resultado me ha
desconcertado. Podría
tener además otros cuadros psiquiátricos pero que no concuerdan
con su personalidad-
-Continúa, continúa-dijo el profesor.
-Creo que no soy capaz de interpretar el resultado de esa sesión
es demasiado rara. Estaba pensando en enviarle una copia, hoy mismo por mensajero,
de la cinta que tengo grabada, junto con los informes. De esa forma la oiría
y me podría dar una segunda opinión-
-Me parece perfecto, Marian. Una vez que la escuche veremos con que clase de
paciente tramamos.-
En el despacho de Marian se escuchó un timbre.
-Profesor
tengo que dejarle. Están llamando a la puerta-
-Bueno, bueno, tranquila. Ya hablaremos otro día con más calma.-
dijo Lázaro mientras colgaba el teléfono y se recostaba sobre
el sillón de su escritorio. Sentía preocupación por su
antigua alumna. No era de las que se dejaban vencer por el primer contratiempo.
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Eran las ocho de la noche en punto cuando Cronwell miró su reloj por
séptima vez. Se encontraba en la cafetería del Hotel Isabel tomándose
un güisqui con agua. Se había engalanado con el traje gris nuevo
que reservaba para las ocasiones especiales. Mientras mantenía la vista
fija en la puerta de acceso se acordó cuando su padre le llevaba a sus
viajes de trabajo. Había visitado junto a él muchos hoteles como
este. Las compañías petrolíferas con las que trabajaba
su padre, le costeaban todos los viajes laborales. Fueron buenos tiempos aquellos.
Recordaba como se divertía jugando en los hoteles, haciendo pequeñas
diabluras como tirar globos de agua por la terraza de su suite, mientras su
padre trabajaba inspeccionando una u otra refinería petrolífera.
Su madre les acompañaba también en alguna ocasión, pero
sólo cuando iban usando el coche. Ella tenía un miedo terrorífico
al avión.
Sus pensamientos se esfumaron, tan rápido como apuró su güisqui,
al ver que por la puerta entraba Marian. Estaba preciosa con su vestido negro,
sencillo a la par que elegante, que le marcaba un bello cuerpo. No tenía
cara de muy buenos amigos por lo que él dedujo que, los intentos de llamada
que le dijo la telefonista de la empresa que había hecho ella, eran para
anular la cita. "Finalmente ha tenido que obligarse a venir"pensó
él "Bueno, habrá que convencerla con simpatía".
Se acercó mostrándola su sonrisa más agradable y con un
semblante de plena felicidad,
-Estimada Marian. Le agradezco enormemente que aceptara mi invitación-
dijo mientras la daba la mano con entusiasmo y a la par que tiraba ligeramente
de ella para que fueran hacia el restaurante.
-Bueno.. yo.. venia a decirle que..-Marían trataba de ser rotunda pero
Cronwell la interrumpió mientras se la llevaba a la mesa que tenía
reservada.
-Por favor doctora, sé que lo que he hecho no es algo habitual. A decir
verdad, sé que incluso no es lo adecuado para la relación cliente
- paciente-
-Exactamente, por eso solo he venido a
- Cronwell la silenció con
un gesto de la mano.
-Sé que no quiere estar aquí. Pero le ruego, le suplico que me
dé una oportunidad de explicarme mientras tomamos un vino en la mesa.
Después, si quiere irse no tendrá que darme explicación
alguna-
Aquel derroche de entusiasmo a la vez que necesidad casi infantil, ablandó
el corazón de Marian. Al fín y al cabo solo será una copa.
Tomaron asiento y Cronwell eligió el mejor vino de la carta. Después
de esperar a que el camarero les sirviera el licor, con la parafernalia característica
de los restaurantes de lujo, Cronwell esperó a que estuviesen solos para
empezar a hablar.
-Querida Marian- dijo con serenidad y mirándola a los ojos- Esta mañana
e actuado en el baño como una persona normal y corriente. No he tenido
ningún reparo y todo gracias a ti- Ella iba a decir algo pero el dominó
la conversación-No sé de que manera lo has conseguido. Pero soy
un hombre nuevo. Te he escrito en la nota, junto al ramo de flores, que ya no
necesitaré de tus sesiones porque me he cogido unas vacaciones. Voy a
viajar una semana para reencontrarme con mi nuevo yo. Esta cena es para decirte
que, aunque ya no sea tu paciente, quiero ser tu amigo. Y para que sepas que
si alguna vez necesitas algo allí estaré-
Se produjo un breve silencio y Marian finalmente dijo:
-Sr. Cronwell, mi ética profesional me impide relacionarme con mis pacientes
fuera de sus sesiones. Si usted cree que finalmente a superado su aversión,
deberíamos hablarlo el lunes que viene. Es algo prematuro aventurarse
a terminar la terapia por tener un día buen. Siempre puede recaer-
Él la agarró la mano que tenía ella sobre la copa de vino
y con cuidadosa calma dijo:
-Marian.. no tengo ninguna intención de ir más allá que
la pura amistad. Por favor
, sólo te pido que cenes esta noche conmigo.
Si quieres, continuaré las sesiones hasta que tú lo decidas y
no se volverá a repetir una situación como la de hoy-
La doctora se levantó de la mesa con los ojos fijos en él. Esta
vez el silencio fue tan largo que se hizo incómodo. Finalmente bajó
la mirada y dijo:
-De acuerdo. Pero que esto no se vuelva a repetir. Ahora si me disculpas, voy
a lavarme las manos.
-¡Gracias doctora!-dijo él con una amplia sonrisa. En el lavabo
de señoras, Marian se maldecía a sí misma por su falta
de carácter. Había tenido fuerzas para levantarse de la mesa,
pero no pudo continuar y romperle el corazón a ese hombre. Su cabeza
quería irse, pero su corazón habló primero y ahora estaba
en una situación incomoda.
La velada fue de lo más tranquila y desenfadada. Aunque al final de los
postres ella se encontró bastante mareada. No estaba acostumbrada a beber
vino y le había sentado mal. Marian pensó que al fin y al cabo
no había sido para tanto. Tuvo que reconocer que se lo había pasado
bien. Además hacía mucho que no salía con ningún
hombre a cenar, no se le daba bien las relaciones personales propias.
Quedaron para el lunes siguiente y, después de pagar la cuenta, Cronwell
se ofreció para llevarla en su auto a casa. En otras circunstancias se
hubiera negado, pero estaba tan cansada y somnolienta como para ponerse a buscar
un taxi. Por supuesto que no llegó al extremo de darle su dirección
de casa particular, sino la de su despacho. Aunque tuviera que pasar otra noche
en él, era siempre mejor que tener a un paciente con tal información.
Había visto demasiadas películas de locos obsesivos para no olvidar
la lección. Ya en el coche, un Ford sedán rojo del 90, se encontró
en la gloria. El trequeteo del motor la acunaba dentro de su asiento. Había
sido un día agotador de trabajo y emociones. Además el vino parecía
que se reclamaba también su parcela del sueño. En un par de minutos
quedó completamente dormida.
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Cuando Marian despertó tuvo el presentimiento de que algo no iba bien.
Seguía en el coche de Cronwell, el cual conducía con la mirada
fija en la carretera, pero no había rastro de la ciudad. Estaban en una
carretera y era muy de noche. Miró su reloj, eran las tres y cuarto de
la madrugada. Habían pasado más de cinco horas desde que se subiera
al vehículo para volver a casa. Asustada echó mano de su bolso
y lo encontró a sus pies y con todas sus cosas desperdigadas. Instintivamente
reconoció su propia voz sonando por el radiocasete del coche. Era la
cinta grabada de su sesión de regresión hipnótica que hizo
ayer a Cronwell. Por el tiempo que llevaban en carretera sabía que debería
haberla oído ya tres o cuatro veces. Ató cabos al pesar cómo
la había conseguido. Seguramente la había echado algo a la bebida
mientras ella fue al baño. Luego, de vuelta a su despachó, comprobó
que el somnífero había hecho efecto y la revolvió el bolso
hasta encontrar sus llaves. Subió a su despacho lo registró hasta
encontrar la cinta, dejándome mientras dormida en su vehículo.
Hasta ahí todo cuadraba, lo qué no entendía era por qué
todavía seguía en el coche y a dónde se dirigían.
Un cartel de carretera de la autopista de Toluca le indicaba que quedaban 10
millas para llegar a la ciudad de Guadalajara.
-¡Dios mío Cronwell, qué pretendes hacer yendo allí!-
La respuesta fue tan fulminante como inesperada. Un puño le golpeó
con tan fuerza que de nuevo el silencio dentro del vehículo volvió
a reinar. Lo único que se oía era el suave ruido del motor y una
cinta de casete con la voz de Cronwell y Marian como protagonistas.
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El profesor Lázaro se levantó de la cama en busca de un vaso de
leche. No conseguí conciliar el sueño. Esta tarde, después
de las clases, se había entretenido hablando con un estudiante sobre
las equivocaciones de Sócrates. El alumno no era capaz de ver la importancia
de su legado. Para cuando hubo acabado, la secretaría de la Universidad
estaba cerrada. Si Marian le había enviado el paquete no podría
echarle un vistazo hasta que mañana volviese abrir a las once.
Por culpa de su ego se encontraba sentado en la cocina, tomando un vaso de leche
y mirando el reloj. Eran momentos como ese los que le hacían temer verse
a sí mismo y descubrir que los años pasaban más rápidamente
de lo que él quisiera.
El tic tac del reloj de la cocina le susurró que no tenía que
esperar
-Bueno Lázaro- se dijo a si mismo mientras ponía el vaso vacío
en el fregadero- ¿Qué va a ser?¿Un viejo "chocho"
o un viejo loco?-
Dejó la cocina y entró en su salón. No hizo falta encender
las luces. Ésta había sido su casa durante más tiempo del
que quisiera. Al ir a entrar en el dormitorio se detuvo ante una de las sillas
del comedor. Allí estaban sus pantalones, que había usado hoy,
pulcramente doblados sobre el respaldo de la mesa.
-¡Que carajo! ¡Por una vez voy a ser un viejo loco!- Y cogiendo
su rapa se dispuso a vestirse.
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Cronwell no podía explicarse que es lo que había sucedido. Después
de casi volverse loco con la doctora Marian, había recorrido varios centenares
de millas en plena noche para encontrarse con unas simples ruinas. Él
no quería haberla hecho daño, tan sólo calmarla lo suficiente
para que le diera tiempo a llegar y demostrarla que nada había sido invención
suya. Que todo aquello que contó el lunes en la sesión era verdad.
Las lágrimas nublaron su vista y Cronwell cayó de rodillas entre
sollozos.
Se encontraba en una calle cualquiera de Guadalajara. En plena noche, con sus
habitantes aprovechando las escasas horas de sueño que les quedaban antes
de empezar su dura jornada de trabajo. Las pocas farolas allí existentes
apenas iluminaban lo suficiente para percibir mucho más. El silencio
era casi sepulcral. Esta calma sólo estaba trastocada por la imagen de
un Ford con las puertas abiertas, en medio el asfalto, y con las luces apagadas.
Dentro de él se hallaba lo que parecía una bella mujer. Parecía
que estuviera durmiendo tranquilamente sobre el asiento del copiloto si no fuera
por la sangre seca que le cubría su nariz y su boca.
Unos metros más allá, se encontraba un hombre cuya vida había
dado un giro de 180 grados. Frente a él, estaban las ruinas de lo que
antaño fuera un gran hotel. En su lugar pronto se levantarían
unas oficinas de la compañía petrolera Pemex, como anunciaba un
llamativo cartel que estaba al lado. Por lo visto, esta empresa, cuyas instalaciones
se perfilaban en lo alto de la colina de esa barriada, había decidido
ampliar sus dependencias.
Pero para Cronwell esas ruinas significaban mucho más que la operación
expansora de una multinacional. Eran la última oportunidad de saber si
lo que pasó en aquel hotel, cuando tenía cinco años, fue
cierto o no. Pero al verlo destruido, se habían ido todas sus esperanzas
por el desagüe.
De repente, algo se encendió dentro de él al girar la cabeza y
ver la tapadera de alcantarillado.
-"Quizás todavía pueda descubrirlo"- Pensó mientras
se levantaba y se dirigía al maletero de su coche. De camino al coche,
evitó mirar a Marian. Era tan hermosa que , incluso con toda esa sangra
por su cara, perecía dormir plácidamente.
Abrió el maletero, y buscó durante un rato, hasta encontrar la
linterna. Después de comprobar que le quedaban pilas, agarró una
llave inglesa y el bidón de gasolina que guardaba para las emergencias.
Después, se dispuso a abrir la tapadera de la alcantarilla. Un escalofrío
le recorrió cuando, al cerrar el maletero con fuerza, vio moverse ligeramente
la cabeza de la doctora. Los remordimientos por su muerte accidental le hicieron
darse prisa.
Al abrir la tapa, una bocanada de aire putrefacto le dio la bienvenida. Lejos
de atemorizarle, se llenó de nuevas fuerzas y de más determinación.
Reconocía el olor después de tantos años.
-Te tengo, hijo de puta- Dijo entre murmullos mientras bajaba con el bidón
de gasolina en la mano.
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Mientras conducía su viejo Chevrolet azul de camino a la Universidad,
el profesor Lázaro se psicoanalizaba a sí mismo. No era coherente
el comportamiento que estaba teniendo en ese momento. Era un hombre cuyas metas
profesionales habían sido alcanzadas con toda clase de honores. Le quedaban
escasos años de apasionante trabajo en la docencia para poderse jubilar,
y así poder retirarse a una pequeña casita, que se estaba construyendo
en Acapulco. Lo haría siendo respetado y admirado por sus colegas de
profesión. Sin embargo se encontraba en plena noche, dispuesto a entrar
a escondidas, en la secretaría de su facultad. El escándalo que
esto podría causar si le descubrieran sería mayúsculo.
Perdería su puesto de trabajo y su reputación como hombre respetable
en la profesión.
¿Por qué entonces lo hacía? ¿Qué le impulsaba
a ello?. La respuesta llegó tan rotunda como el dolor de sus tobillos
al saltar la verja de la Universidad: Estaba enamorado de Marian. Lo estaba
desde el primer día que la vio aparecer en su clase, con la inocencia
de quien la vida le ha librado de la corrupción de los hombres. Era un
ángel en aquella aula saturada de jóvenes rebeldes, cuya única
aspiración era seguir viviendo de los padres mientras disfrutaban de
las fiestas del campus.
Al oír su voz esta mañana, había revivido el aroma de su
precioso y cuidad pelo y la visión de su maravillosa sonrisa.
Esta noche, el profesor Lázaro, estaba echando por la borda lo poco que
le quedaba de futuro. Y lo hacía porque no sabía explicarlo, pero
tenía la angustiosa sensación que su precioso ángel estaba
en peligro.
Entrar dentro del edificio administrativo fue fácil. Él tenía
las llaves de parte de las dependencias. El reto era entrar en la secretaría.
Ésta estaba cerrada con llave, la cual sólo la tenían el
jefe administrativo y el vigilante de turno (del que todavía no había
tenido noticias).
Después de varios minutos, su paciencia desapareció. Con una patada,
sorprendentemente efectiva para él, abrió la puerta. Entre tinieblas
consiguió distinguir su cajetín para que le dejasen los documentos.
Allí había algunas cartas y un gran sobre. Cogió este último
y dejó el resto. Sin importarle ya nada, agarró firmemente el
sobre y salió disparado hacia su coche. Se sorprendió así
mismo con una vitalidad que creía ya olvidada. Hasta el punto que ni
sintió apenas el golpe que le dio de refilón en el hombro el guardia
de seguridad al salir del edificio. Si hubiera sido un poco más acertado
ahora yacería en el suelo inconsciente. Pero poco importaba ya. Miró
por el rabillo del ojo, mientras corría, a su perseguidor. No pudo evitar
sonreírse. Él era un viejo que se negaba a reconocer su edad,
pero el guarda era una bola de grasa de 140 kilos, cuyo único esfuerzo
reciente era el levantarse a buscar otra cerveza a la nevera.
Lo conseguiría, al diablo la casa de Acapulco. ¿Quién necesita
realmente la playa habiendo damiselas en apuros que salvar?.
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Un dolor intenso en la cabeza le sobrevino en cuanto abrió los ojos.
Todavía se encontraba atontada, pero era lo suficiente consciente para
sentir la sangre reseca en su cara. Sabía que estaba sola, por un disimulado
movimiento de ojos, que le sirvió para reconocer la situación
en la que se encontraba. Estaban parados en algún sitio y Cronwell estaba
fuera sollozando. Ella permanecía inmóvil en el asiento del copiloto,
manteniendo la misma posición incómoda con la que perdió
el conocimiento. Vivía de puro milagro. Seguro que la había dejado
por muerta en el vehículo. Esta situación se le había escapado
de las manos hace mucho tiempo y ahora se estaba dando cuenta.
Cronwell regresó a por algo a la parte de atrás del coche. Marian
permaneció inmóvil, como si realmente estuviera muerta, y tratando
de contener la respiración. El golpe que hizo al cerrar el maletero la
sobresaltó de tal forma que no pudo evitar dar un respingo. Durante unos
segundos, que parecieron minutos, estaba segura que la había visto moverse,
y esperaba ver por su puerta, el semblante de su raptor con la idea de rematarla.
Finalmente no sucedió nada de eso. A varios metros más allá,
Cronwell destapaba una alcantarilla y se introducía en ella. Ella esperó
un momento prudencial para asegurarse que no subiría de repente. Un poco
después, como si hubiera recibido una descarga, Marian se levantó
de su asiento y se puso en el del conductor. Sin quitar la vista de la alcantarilla
abierta, accionó la llave de contacto que estaba puesta. Un suave rugir
del Ford le pareció la música más celestial del mundo.
Sin molestarse siquiera a cerrar las puertas del coche, metió primera
y salió a gran velocidad del lugar. No tenía destino, lo único
que quería era alejarse lo más rápidamente posible de ese
hombre. Su cabeza amenazaba con estallar de dolor y más de una vez estuvo
a punto de desmayarse frente al volante. Había perdido bastante sangre.
Se miró la cara en el retrovisor. Quien allí parecía no
era la mujer bonita y segura de sí misma. Lo que vio fue a un rostro
hinchado, lleno de sangre y poco reconocible. Apretó aún más
el acelerador en busca de la autopista pero las luces de un camión se
le cruzaron en su camino.
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El profesor Lázaro conducía de camino a casa. No estaba muy seguro
si el guardia de seguridad le había reconocido o si realmente le creerían
si lo hubiese hecho. No había salido nada mal la aventura. Él
había obtenido lo que quería y sólo se había llevado
un moratón en el hombro.
Un coche de policía pasó al lado suyo en dirección a la
Universidad. Se sorprendió al descubrir que no había pensado que
su pequeña aventura representaría que el vigilante llamase a las
autoridades. Su semblante se enturbió al comprender que, en cuanto cogieran
huellas en la escena del crimen, saldrían las suyas en primera plana.
Pero una idea se le cruzó por la mente que le hizo soltar una carcajada:
podría haberse ahorrado todo esto avisando al vigilante y pidiéndole
amablemente que le abriese esa dependencia para coger su correspondencia. Hubiera
sido extraño por las horas en las que se producía, pero perfectamente
lícito.
-Bueno, lo hecho, hecho está chaval- Se dijo en voz alta mientras paraba
el coche cerca de un parque. Allí tendría la calma necesaria para
escuchar la cinta.
Desenvolvió el paquete y dejó sobre el asiento del copiloto los
papeles e historiales del paciente. Miró a un lado y otro de la calle.
Estaba completamente solo. Puso la cinta y miró el nivel del depósito
de gasolina. Tenía suficiente para ir a casa de Marian y no parar en
el trayecto. Se sentía como el adolescente que se saltaba las clases
para ir a ver a su novia
y la verdad es que le estaba encantando.
Con un ligero chirriar de ruedas, el viejo Chevrolet encaró la carretera.
Mientras decidía por que camino ir introdujo la cinta en el casete del
coche. Al momento apareció la voz su querida Marian.
"-Sesión hipnótica del paciente Pedro Alfonso Cronwell Benitez
lunes 20 de abril de 1992.-Decía la voz de Marian a través de
los altavoces del coche. - El sujeto a permitido una regresión voluntaria
para tratar de arrojar algo de luz sobre la causa concreta de su escatofobia.
En estos momentos, y tras los pasos de relajación e hipnosis estipulados,
el paciente se ha situado en trance total y en el periodo en cuestión
a investigar-
Hubo una pequeña pausa. Con un pequeño ruido de fondo y de nuevo
se la escuchó.
-Señor Cronwel. Ahora me describirá dónde se encuentra
y que está haciendo-
-Estoy disfrutando de un viaje con mi padre a Guadalajara- dijo una voz masculina.
-"Vaya vaya"- pensó Lázaro- "Así que esta
es la voz de nuestro paciente- y continuó escuchando".
-Ahora estoy solo en la habitación del hotel- continuó el hombre
de la cinta -Suele pasar porque mi padre me tiene que dejar en algún
lado mientras el va a trabajar.-
-¿Y donde ha ido hoy Sr. Cronwell?-
-Hoy ha ido a una refinería que se encuentra en Guadalajara. Creo que
se llama Pemex y mi padre dice de ella que la va a causar mucho trabajo-
-Continúe-
-Después de saltar un rato sobre las camas y de ver el "Chavo del
ocho"me empiezo a aburrir. Me harto a frutos secos y bebidas en el mini
bar de la habitación.
-¿Qué pasó después?-preguntó ella
-Pues que al rato me dolía la barriga por tanta comida y me fui al baño
a hacer de vientre-
-¿Vas tú solo o te acompaña alguien?- Se produjo un pequeño
silencio en la cinta. Finalmente Cronwell empezó a hablar.
-Voy solo
no hay nadie en la habitación ni en el cuarto de baño.-De
nuevo una larga pausa se impuso.
-¿Qué es lo que está pasando Sr. Cronwell?-preguntó
la doctora
-Es
. Muy raro. Mientras estoy sentado en la taza me he puesto a mirar
los azulejos de la pared que tengo en frente. Al principio me pareció
que había mirado mal, pero no. Los azulejos se están moviendo-
-Explíquese. ¿Qué quieres decir con que se mueven?-
-Son unos
cuatro o cinco. Inicialmente se han movido muy despacio pero
ahora lo hacen rápidamente. Se han despegado de la pared y en vez de
caerse se están moviendo por ella
Me estoy riendo. Es algo parecido
a lo que pasa en los dibujos animados-
-Quiero que me escuches atentamente ¿no estarás durmiendo y lo
estás soñando?-
-Nooo- Dijo él -No estoy soñando. Mientras estaba haciendo de
vientre tengo frente a mí a cuatro
no, a cinco..no, a
.¡se
están empezando a mover todos los azulejos!- Por el tono del paciente
Lázaro intuyó que lo que estaba viendo Cronwell había dejado
de ser divertido.
-Se están apartando hacia los lados y están dejando la pared desnuda
frente a mí.-Por la cinta se oía una respiración agitada.
-¡Y.., y la pared se acerca lentamente!
-Escúchame atentamente-dijo la doctora- es muy importante que continúes
contándome qué es lo que está pasando.-
-Me estoy asustando. Trato de levantarme del water pero no puedo. Es como me
estuvieran agarrando a ella desde dentro. La
, la pared se ha vuelto negra
y sucia y empieza a oler muy mal- Los gemidos angustiosos del hombre se hacían
cada vez más agónicos.
-¡Dios mío! Están saliendo unas manos negras de la pared
hacia mí y me aprietan dentro de la taza del water. ¡Quiere meterme
por la taza! AAAAAAAARRRRGGGHHH-
El grito hizo erizar el pelo del profesor y tuvo que corregir la trayectoria
de su coche para esquivar a un camión. Estaba tan absorbido por la cinta
que se había olvidado de conducir.
Al fondo se escucha la voz de Marian tratando de calmarlo mientras sonaban un
montón de golpes y topetazos:
-... no es real Cronwell! ¡intenta dominar tu miedo, sabes que no es real,
estás viendo una película, nada más!. ¡Quiero que
te calmes y que trates de ver lo que te pasa!-
Los sollozos del hombre empezaron a remitir y finalmente continuó hablando.
-Ahora estoy en las alcantarillas. Durante un momento he visto como esa cosa
me metía por la taza del water. Me estaba ahogando con el agua cuando
alguien tiró de la cadena y caí en picado
Ahora me encuentro
en un lugar oscuro y pestilente. El aire me quema por la nariz y me tapo la
boca.-
-Bien, lo estás controlando, continúa- dijo ella.
-Hay alguien más conmigo ahí abajo. Su respiración suena
como los bufidos de los bueyes. Tengo mucho miedo-
-No te preocupes, yo estoy contigo-dijo ella con tono calmado.
-
..- Empezó de nuevo a gemir a la par que su respiración
se aceleraba drásticamente.
-¿Qué es lo que está pasando Cronwell?-preguntó
Marian esta vez angustiada.
-Me está hablando- Contestó él entre sozollos - Dice que
él es parte de todo aquello que nosotros tiramos por las cañerías.
Dice que vive gracias a gente como yo.-
-¿Quién te lo dice? ¿le puedes ver?-
-No..- contestó angustiado- Está muy oscuro, pero le noto muy
de cerca. Dice que me dejará vivir sólo porque hoy ya ha comido,
pero que cualquier día querrá probar una carne tiernita como la
mía
. Aaaah
..ahhhrg
.ahhhrg- Cronwell gemía con
una mezcla de repulsión y miedo atroz.
-¿Qué está pasando?- La voz de la doctora representaba
la angustia de quien a perdido el control por completo de la sesión y
no es capaz de controlarla.
-Algo se está moviendo a mis pies y sube por mis piernas
..Siento
mucho miedo porque no soy capaz de verlo
está tan oscuro
-
El profesor Lázaro detuvo el coche frente a la casa de Marian. Como una
exhalación fue a su puerta y aporreó la puerta. Después
de un rato se asomó por las ventanas intentando ver a través de
ellas. La casa estaba vacía y en completa calma.
Supuso que podría haber salido por ahí. Al fin y al cabo no le
sorprendería que tuviera novio. Sintió como los años se
le echaban de nuevo encima y, de repente, se sentía terriblemente cansado.
Había trasnochado, corrido, saltado, pateado e incluso robado. Eran demasiadas
cosas por hoy. Se dejó caer en su coche y decidió esperarla mientras
escuchaba el resto de la cinta.
-Lo que me sube me está apretando las piernas y me hace caer- el sonido
inconfundible de una arcada por los altavoces, provocó en el doctor Lázaro
una mueca de asco.
-Me ha tirado al suelo y este está lleno de excrementos. Le escucho como
se ríe de mí y me toca el cuerpo
.Quiere comerme muy pronto
pero cuando tenga más carne-
Pasan unos minutos antes que se vuelva a escuchar a Cronwell. Era evidente que
lo que estaba pasando no quería ni contarlo en la hipnosis.
-De repente
ya no estoy a oscuras sino que he vuelto a mi baño.
Está todos los azulejos en su sitio y no hay rastro de él por
ningún sitio- su voz parecía encontrar la calma.
-Decido limpiarme y dejar el baño
¡No!, ¡Dios mío,
Nooo!-empezó a chillar de una manera irracional y a pleno pulmón
al fondo, la doctora Marian trataba de calmarlo una y otra vez
-¡Tranquilízate, no es real, no está pasando! ¡¿Qué
te está asustando tanto?!- dijo la doctora tratando de poder ser escuchada
entre tanto grito.
-¡Gusaaaaanos! ¡Me limpié y había gusanos en el papel!-
El hombre que hablaba por la cinta desapareció y ocupó su lugar
el llanto de un niño pequeño. La doctora Marian, se encontraba
fuera de sí y trataba de ordenarle que se calmase.
Tras otros veinte minutos consiguió tranquilizarlo e iniciar la fase
del despertar de la hipnosis.
-Ahora cuando yo cuente tres despertarás de tu profundo sueño-
decía la doctora cuando el profesor Lázaro apagó el casete.
Ahora sí sabía que Marian estaba en peligro.
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Cuando el sol de la mañana entraba con fuerza por las ventanas de la
cocina. Un viejo profesor de Universidad lloraba desconsoladamente. Junto a
él, en la mesa, se encontraba encendida la radio que minutos antes había
puesto. Había buscado las noticias por si decían algo del incidente
de la universidad pero se encontró con otra que le dejó sin fuerzas
en las piernas. El locutor repetía la noticia que estaba conmocionando
el país:
"Hoy 22 de abril , en la ciudad de Guadalajara, estado de Jalisco, México
se sucedieron una serie de explosiones procedentes de la red de alcantarillado
de la ciudad de unos 14 km de longitud.
La procedencia de estas explosiones se debió a la acumulación
de gases en la red, parece ser que como consecuencia de vertidos de combustible
por parte de la empresa de PEMEX próxima a la ciudad.
La liberación de la energía explosiva se transmitió e impactó
en la superficie asfaltada, las cimentaciones y las estructuras de las edificaciones
que se alineaban a lo largo de la longitud del colector. Según fuentes
oficiales, se produjo el derrumbamiento de varios centenares de edificios, vehículos,
servicios eléctricos, teléfonos, etc.
Se han destruido más de 1.500 edificaciones, daños en muchas escuelas,
centenares de vehículos. Se estima que ronda la cifra de 200 víctimas
mortales, e innumerables heridos. El Presidente ha declarado día de luto
oficial mientras que las demás naciones se han ofrecido en las labores
de rescate y
"
El profesor Lázaro sabía que no habían sido solo unos vertidos
los que habían provocado esa catástrofe y se maldecía así
mismo de no haber podido evitarlo mientras lloraba la pérdida de su amada
Marian.
FIN
Autor: Ambrosio Sánchez (Cofradía del Dragón)
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ambrosio1975@yahoo.com