RELATO PRIMERO EN MI SERIE DE SUEÑOS.
COMENTARIO DEL AUTOR:
A veces sueño... sueño esa clase
de sueños que luego te cuesta recordar, pero a los que siempre
recurre tu mente, morbosa de sensaciones, en busca de algún fragmento
perdido. Difícil es adivinar las causas que motivan a soñar
historias tan dispares como las que he tenido en mi cabeza. No lo intente,
yo lo hice una vez y llegué a dos conclusiones: la primera es
que vivimos más vidas simultáneamente que las que pensamos
que tenemos. Nuestra idea monotemática de lo que es real, se
rompe cada vez que nuestro cerebro sueña....porque estamos soñando
¿no?. La segunda es mucho menos romántica, pero más
acorde con nuestra idea de vida. Yo lo llamo “el trauma cena”.
Por él, entiendo aquellas experiencias mezcladas anárquicamente
en nuestro cerebro, desde la cena hasta que nos acostamos. En ese periodo
recogemos todo lo que nos ha pasado a lo largo del día y lo simplificamos
en ligeros fragmentos. Después, lo juntamos con la última
película que vimos antes de dormir, o con la última conversación
importante. |
Camino descalzo sobre el frío
suelo del hospital. Las viejas bombillas del pasillo, tintinean débilmente
a la par que se contonean un poco de un lado para el otro. Sé que es
tarde. Calculo que entre las tres y cuatro de la mañana. Muchos dicen
que la hora bruja es la medianoche, pero se equivocan. La verdadera calma, el
momento cúspide en que parece que la línea entre lo real y lo
imaginario se difumina, es entre las tres y las cuatro de la madrugada. Mientras
camino por aquel pasillo alicatado de viejas baldosas blancas, escucho el solemne
silencio que me rodea. Tal es la ausencia, que mis pisadas parecen chillar en
aquel entorno tan carente de ruido.....sigo caminando hacia delante.
Frente a mi tengo, al final del pasillo, lo que parece una puerta doble de entrada
a quirófanos. No hay ninguna luz visible por los ojos de buey de la misma,
con lo que no me siento muy tentado de meterme por ella. Sin embargo, continuo
andando, tratando de ser lo más silencioso posible. Una ligera brisa
recorre mi columna vertebral... es el escalofrío del miedo. Allí,
vestido tan sólo con un ridículo batín verde que dejaba
mi culo al aire, trataba de entender qué hacia yo en ese sitio y por
donde habría una salida con más luz y gente. Paso tras paso, en
ese pasillo de hospital, vislumbré que en el lado izquierdo, al final
del pasillo, había una puerta de madera blanca con un cristal biselado.
Fui directo a ella, pasando junto a una camilla de enfermero, sobre la que descansaba
una bandeja de acero repleta de herramientas de quirófano.
-“Es una pena. Aunque parece antiguo,
ese material se estará llenando ahora de microbios”- me dije a
mi mismo como si fuera el gerente de aquel lugar. No obstante, no pude evitar
echarle un último vistazo a aquellas herramientas, especialmente un bisturí.-
“Para qué quiero yo un bisturí”- pensé mientras
agarraba el pomo de la puerta blanca.
Lo que sucedió a continuación es difícil de recordar con
exactitud. Un gruñido de animal al abrir la puerta me hizo temblar de
miedo. En la estancia en la que había entrado, apenas se podía
percibir algo, pues estaba completamente oscuras. Sólo la luz proyectada
desde mi pasillo y por lo que parecía otra puerta en el interior de la
sala, daba una idea aproximada de lo que era aquel lugar. Podría mencionar
el archivador metálico que veía al fondo de la sala, o de la extraña
silueta que tenía un sofá próximo a él. O que en
el último momento me pareció oir voces lejanas en una sala posterior.
Fuese lo que fuese que yo estuviera percibiendo, pasó a segundo plano
cuando escuché aquel gruñido animal. Rápidamente me hice
una idea de donde provenía. Un doberman ansioso por darme un bocado y
con un collar negro surgió en mi mente como posibilidad...¡ no
me hizo falta más para huir de aquel lugar!.
Con torpes movimientos, me di la vuelta y entré de nuevo en el pasillo.
Casi me caigo, pues mis pies húmedos por el sudor, me hicieron resbalar
unos centímetros. Sin tiempo que perder, entendí demasiado bien
que estaba muy lejos de la puerta por donde había llegado a aquel lugar.
El perro me cazaría entes de recorrer la mitad del pasillo. No sin cierta
añoranza por no haber seguido mis instintos y haber cogido aquel bisturí,
me giré hacia la única salida posible en aquellas fracciones de
segundo: la puerta doble, pues escuché como las patas de mi enemigo tocaban
el suelo frenéticamente.
A veces, comprendemos como el miedo es el verdadero motor de la vida. De otra
forma no me explicaría como pude moverme tan rápido para cerrar
la puerta doble tras de mí y alzar los pestillos que la fijaban por dentro
en el suelo y techos. Estaba completamente a oscuras, sin la remota idea del
tipo de sala tras el que me escondía, aunque poco me importó cuando
noté como aquellas patas de animal entraban velozmente en el pasillo.
Su carrera frenética iba de un lado para otro, como buscando algo....
Por supuesto sabía lo que quería aquel bicho. Me quería
a mi. Allí, sólo en aquel hospital, cuando todos estaban durmiendo,
o al menos desaparecidos, un asesino canino quería convertirme en su
cena de madrugada. Por la luz que se colaba por debajo de aquellas grandes puertas,
podía ver su sombra yendo de un lado para otro.
Finalmente se detuvo, y aspirando fuertemente
comenzó a correr en dirección a la puerta donde me encontraba....
El primer impacto me hizo gritar. La puerta, de una madera bastante fina, flexionó
bastante cuando aquella bestia arremetió contra ella. Maldiciéndome
por mi reacción, y tratando de evitar que oliese mi miedo, me alejé
hacia un lado de la puerta. Por el rabillo del ojo tuve tiempo de mirar un poco
donde me encontraba, aunque poco pude entender, pues la luz estaba apagada.
De nuevo hubo otra arremetida.
Yo me pegué contra la pared. Fue entonces cuando noté el frío
intenso del cristal de la ventana. Después del susto, me acordé
que desde el pasillo también se veía la puerta doble y un ventanal
que pertenecía a esta misma sala. Con las piernas flaqueando por el miedo,
me dejé caer hasta sentarme en el suelo. Desde allí podía
observar los intentos, cada vez más desesperados, de aquella criatura
por cavar un agujero en los baldosines para llegar hasta mí. De hecho,
por un momento sentí lástima ante la escasa inteligencia de aquel
animal....no me duró mucho, pues del miedo pasé al terror más
atroz cuando me percaté que, lo que rascaba frenéticamente bajo
el hueco de la puerta, no eran pezuñas de perro, ¡sino pequeñas
manos engarfiadas!.
La mente puede ser la peor de tus enemigos si dejas que la domine el pánico.
Me quedé paralizado, evitando mirar la puerta y agudizando mis otros
sentidos hasta cotas insospechables. Sentía cada arañazo en el
suelo como si de mi pecho se tratase, oía su respiración dentro
de mi garganta... y un intenso olor suave, a la par que putrefacto, escocía
en mi nariz....
....Finalmente, el que habita en los cielos escuchó mis plegarias.
“Aquello”, dejó de rascar y pareció darse por vencido.
Escuché sus pasos a cuatro patas alejarse un poco y detenerse. Dejó
claro que no entraría, pero que tampoco me dejaría el camino libre.
Asi que me esperaba, cual si fuera un gato querindo cazar al pájaro del
reloj de cuco de la abuela. Yo sabía que el tiempo corría a mi
favor. Dentro de un par de horas volverían a pasar por allí enfermeras
y pacientes. Ellos se encontrarían con aquella cosa y entonces pedirían
ayuda. Mientras tanto me dispuse a tratar de percibir con la poca luz del pasillo
que se filtraba por la ventana, qué sala era en la que estaba. Poco a
poco, la vista se fue acostumbrando a la oscuridad y fue moldeando las formas.
A escasos metros tenía una camilla, por cuyo grosor en las sábanas
no podía más que indicar que estaba ocupada por alguien. Lejos
de alegrarme, comprendí horrorizado que no era la única camilla
en aquella habitación...estaba en el depósito de cadáveres.
¿Era ese mi final? Esto no era una película, aquí no ganan
siempre los buenos.
Un sonido, en el cristal tras de mí, me hizo girar en redondo...y mi
cabeza amenazó con desmayarse. Al otro lado de la ventana, se veía
la silueta difumina de lo que parecía una adolescente de cabellos largos.
Aquella niña salvaje, con los brazos abiertos y la manos apoyadas, trataba
de sentirme lo más cerca posible. Su boca abierta presionaba el cristal,
aplastando la lengua y los dientes contra el mismo... como si con ello estuviera
más cerca de poder morderme, despedazarme....hacerme trizas.
Lo último que recuerdo es como perdía el sentido al desmayarme
de espaldas y darme con una de las camillas en la cabeza. En neblinas, en la
frontera entre lo imaginario y lo real, creí escuchar a alguien silbando
a su perro para que volviera a casa...
...Entonces desperté
PRIMER relato de mi serie SUEÑOS. volver
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Autor: Ambrosio Sánchez
ambrosio1975@yahoo.com