MI ÚLTIMO DÍA

RELATO PARTICIPANTE VII JORNADAS DE PINTO

COMENTARIO DEL AUTOR:

Sigo en mi búsqueda de maneras distintas de contar una historia. Estoy seguro que la tercera persona sería la mejor para mí. No hay duda que los experimentos nunca me darán sorpresas extremadamente agradables. Pero si en mi fase de aprendizaje, no pruebo todos los estilos ¿cómo realmente sabré si estoy eligiendo la mejor forma de expresar mis historias a los demás?.

Tenéis ante vosotros otro de mis intentos de alejarme de la parte más cómoda de un autor a la hora de contar algo. Para mí me ha servido, pues la lección ha sido de lo más interesante. Os dejo a vosotros el que al menos os guste o no lo que vais a leer. ¿Que por qué me complico la vida? Pues porque vivo rodeado de personas que luchan y se esfuerzan con verdaderos obstáculos insalvables y aún así, lo hacen con más fuerza que muchos de nosotros. Si ellos no se rinden, yo no tengo derecho a tirar la toalla.

 

Si de algo estaba seguro esa noche, si algo tenía realmente claro, era que iba a morir. No es que me importase demasiado si consiguiese mi propósito o no antes de fallecer, lo que en mi ser más profundo deseaba, era que lo hiciese de la forma menos dolorosa posible. Al fin y al cabo, soy un simple humano. Pero no es justo que no os cuente antes qué me ha llevado a esta conclusión tan catastrófica. Mejor comienzo desde el principio.
Todo surgió casi desde el momento en que nací. Desde entonces, y sin darle mayor importancia, descubrí mi tendencia a tocar esporádicamente a las personas cuando hablaba con ellas. Al principio no le daba demasiada importancia, es algo bastante corriente, pero después me percaté que, para el resto de la gente, puede llegar incluso a incomodar. Cada uno tenemos nuestro "espacio personal" y que lo traspasen sin nuestro consentimiento nos hace sentir amenazados. Sin embargo, el impulso que me empujaba a "tocar" no era controlable en absoluto. No se trataba de una dependencia, ni de una sensación de ansiedad tal, simplemente no era capaz de frenar el acto del rozamiento de aquel con el que hablaba. Recientemente fui descubriendo nuevas cosas. Una de ellas era la coincidencia recurrente que, cada vez que me encontraba eufórico y lleno de fuerzas, los cercanos a mi pasaban crisis y ansiedades serias. Tal apunte me llevo a prestar más atención en las posibles causas y me condujo al descubrimiento de otras "anomalías" atípicas en un hombre normal. Incluso después de hacer el amor con mi pareja, lejos de sentirme cansado me encontraba acelerado y vital, mientras que mi compañera yacía totalmente agotada y cansada… y eso no era algo normal. No era ningún Don Juan ni nada por el estilo, no se trataba de potencia sexual, sin más bien de una especie de "robo de energías" en mi pareja que me recargaba las pilas internas y me hacía mantenerme despierto toda la noche.


Pero no fue hace unos seis meses cuando terminé de atar los últimos cabos que me quedaban. Durante una conversación con un compañero después del trabajo. Tomamos unas cervezas y yo quería irme pronto a casa, pues ese día no me encontraba muy bien. Sin embargo, al estrechar su mano en la despedida, usé la izquierda al tener justo en ese momento la copa sujetada con la derecha… fue increíble. Segundos después me había desaparecido todo rastro de cansancio, y me encontraba con ganas de disfrutar la noche. Mi compañero, en cambio, sorprendentemente lo quiso posponer, pues un fuerte dolor de cabeza se le había levantado de repente. No hizo falta mucho más para elaborar mi primera teoría sobre lo que yo llamé los "chupadores de energía" o "vampiros energéticos". Si, ese es el nombre que he puesto a las personas que como yo necesitamos de la energía de otros para encontrarnos bien. Es una labor casi imperceptible: un roce aquí, un tropiezo allá, un contacto en el ascensor… etc. He sacado la conclusión que la mayoría de esos "chupadores de energía" (entre los que me incluyo yo) nunca sabrán del extraño don que usan instintivamente. Vivimos emociones a través de las experiencias de los demás, y cuanto más adrede realizaba el acto de "sustracción", más energía aprovechaba del donante. Nunca quise estropear la vida a nadie, por lo que dosificaba mis dosis en mis habituales para no dañarles. No sabía si les pasaría algo o no, pero ante la duda traté de ser precavido. Pasé semanas y después meses con la suerte de cara, plenitud de facultades y entusiasmo de vivir….

Hasta que aparecieron ellos. Para desplazarme en mi nuevo trabajo, era necesario coger el tren de cercanías de la ciudad de Madrid. En él aprovechaba para "servirme el desayuno energético" con los pasajeros adormilados como todos los días. Pero parecía que mi habilidad empezaba a desarrollarse, pues empecé a notar que con las energías también atraía algo más… Al principio los confundí con otros pasajeros, algo más pálidos y quietos de lo normal eso sí, pero a medida que crecía su número en los distintos trayectos diarios supe que estaba metido en algo aterrador. No eran pasajeros, ni fantasmas. Se iban materializando más firmemente y en mayor número según yo iba sustrayendo a mis donantes involuntarios. No negaré que sentía miedo. La primera vez que me di cuenta de lo que eran me asuste tanto que bajé en la siguiente estación para cogerme un taxi hasta casa. Evidentemente uno no se puede permitir esos lujos a diario, por lo que al tercer día me enfrenté a mis miedos de nuevo. Es así como conseguí una coexistencia pacífica aunque algo tensa, pues uno de los aparecidos no paraba de mirarme a los ojos. Era una mujer de unos 20 o 25 años, hermosa a pesar del halo de muerte, pero terriblemente fría en la mirada. Yo evitaba alzar la vista hacia ella, pero llegó el día en que tuve que hacerlo, pues noté como poco a poco caminaba hacia donde yo estaba sentado, ganando terreno sin hacer ruido y totalmente invisible para el resto de personas que viajaban en el tren. No me dijo ni una sola palabra, o al menos yo no se la escuché. Bastante tenía con tratar de evitar que el temblor de piernas que me estaba produciendo el pánico de tener un fantasma sentado al lado mío, se me notase demasiado. Con horror presencié como se introducía una mano en su pecho, atravesando harapos y abriendo un poco su esternón. De él sacaba una especie de bola de energía azul, muy brillante, del tamaño de una pelota de tenis. Me la tendió y acercándomela sonrió… Yo no sabía que era lo que esperaba de mí, más su acercamiento de esa cosa parecía invitarme a cogerlo. ¿Qué podía perder? En esos días me había convertido en una especie de vampiro chupa energías, había visto fantasmas… y ahora esto. Cagado de miedo toqué aquella hermosa y radiante esfera de luz. Al principio sentí algo de calor, y la sensación agradable de unas energías que nunca antes había probado…. Después, vinieron los sentimientos de tristeza y sufrimientos, tantos que no pude evitar ponerme a llorar desconsolado sin saber exactamente por qué lo hacía. Al cabo de un rato, la amargura dio paso a la calma y a una especie de éxtasis que me sacó del trance y me hizo abrir los ojos que las lágrimas me habían hecho cerrar segundos antes.
-¿Qué es esto que me has dado?- balbuceé girándome hacia la fantasma que allí estaba a mi lado. La respuesta que tuve no fue la más esperada, pues al abrir los ojos, el resto de los fantasmas allí materializados (unos diez o doce) estaban junto a mí ofreciendo sus respectivas bolas de energía…
Tres horas después me desperté en un banco en la estación del barrio de Coslada (Madrid). Ese día no fui al trabajo, y me marché sin fuerzas, arrastrando los pies hacia mi casa. No recordaba mucho de ese lapsus de tiempo perdido, ni cómo había parado hasta allí, pero de lo que estaba seguro es que realmente había absorbido todas aquellas energías. Los sentimientos de plenitud y alegría, aderezados con aquella tristeza, convulsionaban mi pecho. Y lo hacían de una forma extraña, pues notaba sus fuerzas correr por mis venas a la par que parecían tener vida propia dentro de mí. ¿Qué me habrían metido esos fantasmas en mi cuerpo? ¿Qué consecuencias tendrían sobre mí? Aquel día y los siguientes fui más sombrío de lo habitual, ni siquiera me atreví a besar a mi pareja, tenía miedo de que lo que llevaba dentro fuese contagioso o algo así. Durante los días siguientes, otros fantasmas nuevos aparecieron, y todo ellos con sus respectivas bolas de luz para que yo las tomase. Al principio puse algo de resistencia. No deseaba más experiencias tan fuertes como aquellas, pero ellos me ignoraban y directamente ponían en contacto sus tesoros con mi cuerpo. Éste respondía automáticamente y procedía a la absorción. Finalmente, sintiéndome utilizado, humillado e incluso casi violado en mi existencia más íntima, les dejé de hacer frente con tal de que acabasen pronto y me dejasen en paz. Uno tras otro entragaban sus esferas luminosas para que mi cuerpo las absorbiese son control alguno. Mientras iban pasando los minutos la visión de la vida misma se me hacía cada vez más confusa.
Los números del calendario se sucedían como una nebulosa en mi cabeza. Aunque mi cuerpo rugía de plenitud con tanta energía acumulada, mi mente era un torbellino incontrolado de emociones difusas. Alegría, tristeza, plenitud y frustración se alternaban tan deprisa que me desorientaban. Fueron días oscuros y malditos, en los que llegué a plantearme la posibilidad del suicidio, pues empezaba a temer por los que estaban a mi alrededor…. Fue entonces, en el momento más bajo de mi vida, cuando Él apareció.
Ocurrió de una forma muy confusa. Acababa de ser abusado por otra ronda de fantasmas en el tren y apenas empezaba a recuperar la conciencia cuando surgió justo detrás de todos ellos. Un grito ensordecedor que parecía penetrar desde el interior de mi mente surgió de aquel extraño hombre. Los fantasmas se giraron para verle y, por primera vez, pude notar una emoción en esos rostros inanimados…. El miedo. Entonces vi quien era exactamente. Parecía un hombre alto y esbelto, con pelo negro y rizado. Llevaba una chaqueta de cuero marrón, pantalones de tela gris, y una camiseta vieja algo amarillenta. Tenía la cara deformada, su boca abierta tomó un tamaño grotescamente grande. Por ella cabría perfectamente un balón de fútbol. No tuve tiempo de hacer más conjeturas sobre sus propósitos, pues como si de una serie de clase B se tratase, los fantasmas fueron absorbido uno a uno por él, cual aspirador se tratase. Éstos trataban de sujetarse en vano a cualquier asiento para soportar la fuerza de aquel ser. Muchos de ellos abrían sus bocas en claros intentos de querer gritar cuando desaparecían arrastrados a las fauces de aquel individuo.
Pasados algunos minutos, un eructo proclamó que había acabado aquel horroroso acto. Recuperando una forma más humana, su rostro se giró hacia mí. Sus ojos, totalmente oscuros como el pozo más profundo que haya visto, se clavaron en los míos. Noté como algo trataba de entrar en mi cabeza, y lo hubiese conseguido de no ser por ella. Aquella mujer fantasma, la primera que vi, surgió de otro de los vagones como una exhalación y pasó junto a nosotros cual alma lleva el diablo. Mi extraño atacante la reconoció como una de sus presas y soltó su mirada puesta en mí para correr detrás de Ella. Como comprenderéis no esperé a que volviese, y en la siguiente parada me apeé y corrí durante varios minutos hasta que mi pecho quemó como el fuego. Sorprendentemente para mi constitución tirando a obesa, fue después de recorrer varios kilómetros. Estaba claro que de algo había servido absorber tantas esferas energéticas fantasmales.


Día cero. Que es así como me gusta referirme a aquel día. La noche de antes, mientras dormía, Ella me vino a visitar. Supuse que había podido escapar de ese ser, aunque no pronunció palabra alguna. Lo que si hizo en mis sueños es mostrarme imágenes de aquel chupa-fantasmas, devorando una y otra vez toda clase de entes. Los había de todos los tipos, razas y credos. A ninguno hacía distinción, y todos desaparecían en sus fauces mirándome por última vez con una terrible expresión de miedo y auxilio. Desperté bañado en mi propio sudor y con una imagen clavada en mi mente: el rostro de aquel terrible ser y un lugar de fondo. Un lugar que no me daba margen de duda: el cementerio de la Almudena. Respiré hondo y me fui a la ducha mientras echaba una última mirada a mi mujer que dormía plácidamente. Junto a las imágenes en mi sueño, aquella mujer me había trasmitido algo que no podía explicar, pero era más clarificador que la mejor de las imágenes o el mejor de los relatos. Sin saber cómo ni por qué, tenía dentro una autodeterminación inquebrantable sobre mi responsabilidad ante esa situación. Sólo yo podía detener aquella cosa, y aunque hace unas hora los fantasmas se podrían pudrir en el infierno, las decenas de energías que ellos me dieron durante todo este tiempo revoloteaban en mi ser trasmitiéndome su amor por aquellos seres. Así, de alguien que como la mayoría ni creían en ellos, pasé a ser capaz de arriesgar mi vida en intentar salvarlos.
Mientras me vestía para ir a buscar trabajo (desde que los fantasmas me tomaron como su juguete nunca llegué a la oficina, y el despido no tardó en llegar), tomé la decisión de finalizar todos mis problemas de golpe. Según pasaban las horas, iba descifrando mejor la naturaleza del sueño. Los fantasmas me pedían que les librase de aquella especie de monstruo y yo no podía apartar la idea de que aquello era una versión deformada de lo que podría llegar a ser yo si me dejaba llevar por mi "don". Sin embargo, todavía no entendía bien qué pintaban todas aquellas esferas azules que revoloteaban dentro de mi cuerpo.
Sorprendentemente, pude completar el viaje en tren sin que nadie me molestase por primera vez en muchos meses. De hecho, esa mañana estaba extrañamente escaso de pasajeros. ¿Tantos fantasmas hay en realidad visibles en estos trayectos que no nos damos cuenta?¿Nos fijamos realmente en aquellos que se sientan junto a nosotros por las mañanas? La verdad es que ya no me preocupaba demasiado. Asistí a una entrevista de trabajo y se me dio bastante bien. El lunes empezaría a trabajar… siempre y cuando llegase vivo. Antes de que las oficinas cerrasen me pasé por una aseguradora y formalicé un seguro de vida. Uno de los mejores. Si me iba a ir al otro barrio preferiría dejar algo a mis seres queridos. ¿Qué por qué estaba con ese pensamiento tan funesto sobre mi destino? Pocas veces el hombre puede vislumbrar realmente lo que sucederá al día siguiente de en su existencia, excepto la muerte. La mayoría no entenderá las señales, pero el final del camino siempre tiene una iluminación especial para aquellos a los que la dama negra les ha elegido. Y en mi caso, el hecho de saber que estaba buscando a aquel monstruo me hizo muy sensible a sus señales. Así pues, según se iba yendo el sol, mis sospechas daban paso a la más absoluta seguridad.

Poco más que contar. Carecen de importancia las últimas horas de aquel día y mi atención se centra más en la medianoche del mismo… cuando Él apareció. No me costó entrar con la oscuridad en aquel inmenso cementerio de la Almudena. A decir verdad, me encontré muchas facilidades. Parecía que mis amigos los fantasmas habían allanado el camino. No supe a donde tenía que ir realmente, así que caminé sin rumbo en aquel lugar sagrado de descanso de tantas y tantas personas. La paz que emanaba ayudaba en parte a calmar mis nervios (porque cuando uno presiente que va a morir es normal que se ponga nervioso). Mi mente me torturaba imaginándose terroríficas visiones en cada ruido que escuchaba mi caminar. La camisa se me pegaba al cuerpo con el sudor millares de poros de mi piel. Burbujas de escalofríos surgían en mi columna vertebral para llegar a mi cerebro. Estaba sintiendo el miedo en su estado más nítido y puro. Aunque era tan intenso como para mandar directamente todo a la mierda y salir corriendo olvidándome de aquello, lo que tenía dentro, aquellas hermosas esferas azuladas, me inspiraban como si me hubiesen dado el mejor discurso de un general ante la batalla. Es decir, mi miedo alimentaba en parte mi determinación, envolviendo mi carácter cobarde en capas y capas de autoconvencimiento…. Aunque todo eso careció de importancia cuando sus ojos y los míos se cruzaron en la noche.
En los escasos segundos de calma en los que permanecimos mirándonos de pie, uno frente al otro, no vi rastro de humanidad alguno. Su mirada negra en ese rostro tan pálido me recordaba la frialdad de los tiburones. Aquellos despiadados cazadores que carecían de moralidad mientras despedazan a sus presas, algunas de ellas de su propia especie. Desconocía lo que tenía que hacer en esos momentos. Esperaba que apareciese de nuevo aquella mujer y me guiase, o una "inspiración" divina…. Nada. Solo frente a esa bestia empezaba a tener claro que de allí no iba a salir vivo. Él pareció intuir mi indecisión, pues con un leve crujido, comenzó a descolgarse su boca para abrirse de una manera grotesca e inhumana.
"¡El cabrón ya ha puesto en marcha su aspiradora!"-Pensé. Inmediatamente noté como me abandonaban las fuerzas y caía de rodillas. Las piernas no me respondían, y los brazos colgaban inertes de mi cuerpo mientras mi cabeza se ladeaba ligeramente a un lado por ser incapaz de mantenerla erguida. Sólo el torso se negaba a caer al suelo pues parecía tener vida propia en su interior. Con gran dolor sentí como unos ganchos invisibles penetraban en mi carne, partiendo huesos y tejidos. Quise gritar pero no me respondían mis labios, sólo algunas lágrimas de mis ojos mostraban mi tormento. Después vinieron las convulsiones. Aunque el dolor apenas me dejaba ser consciente de algo más, las sacudidas violentas de manos invisibles que me zarandeaban me hacían percatarme de que, con cada una de esos golpes, una esfera azul era arrancada de mi pecho, saliendo entre restos de mi sangre y huesos como si de un parto se tratase.
¿Acaso era esto lo que sentían los fantasmas cuando eran absorbidos? Un ensordecedor grito dentro de mi mente me recordaba que aún seguía vivo, aunque por poco tiempo. Ese monstruo estaba haciendo muy bien su trabajo. A cada esfera arrancada de mi ser, ésta me trasmitía un último quejido de auxilio en mi conciencia. Poco faltó para perder el sentido entre la lluvia de mensajes de dolor en mi cerebro, pero lo que vino después fue peor…. La última de las esferas me fue arrancada estaba siendo extraída del agujero de mi pecho con bastante resistencia. Era la primera que había absorbido de todas. La de aquella extraña mujer. Mi enemigo detuvo su aspiración mortal como presintiendo que era la última justo cando iba ya a medio camino entre los dos. No la tragó como al resto de las esferas, sino que la mantuvo frente a ambos mientras acercaba las manos abiertas hacia ella. Mi dolor físico, aunque muy fuerte, iba remitiendo por el sopor que me estaba provocando la abundante hemorragia y el fallo de algunos órganos. Pero cuando pesaba que nada más me podría sorprender empecé a sentir como de aquella pequeña bolita azul surgían emociones de lo que había sido, para acabar justo en mi mente con mayor fuerza. Sólo así comprendí que dicha esfera se trataba en realidad de un ser vivo, concretamente una bebé. Su nombre era Elena. Tenía sentimientos felices, antes y después de ser concebida. Los abrazos y arrumacos de sus padres, los cariños de sus abuelos, el amor que sentía su hermanito…. No podía creer que un ser tan pequeño se percatase de tales cosas tan pronto. Me sentía partícipe de su felicidad pues la empatía con esa energía parecía haber abierto una línea directa de comunicación. Pero con un giro de mano de mi oponente, la luz pasó del azul al rojo, y el dolor explotó en cada una de las neuronas de mi mente. Aquel extraño hombre parecía estar alimentándose del momento más traumático de la muerte de esa bebé. Por lo que captaba mi mente se trataba de un accidente de tráfico. La pobre criatura murió casi al instante, pero durante un par de segundos sufrió una gran agonía. Algo tan breve en su corta vida estaba repitiéndose una y otra vez para disfrute de su captor. Ahora comprendía realmente qué es lo que había pasado estos últimos días. Aquellos fantasmas habían recurrido a mí para que protegiese a los más débiles de su especie: los niños fantasmas. Y las bolas no eran otra cosa que sus propias almas. Si el alma no le daba tiempo a desarrollarse, permanecía inmadura, en espera de albergar otro cuerpo. Mientras, sería cuidada y querida por los de su propia especie, en particular a aquellos que no fueron todavía llamados por algún Dios superior. No importaba de qué clase fuese, un niño siempre sería un niño, y aquella monstruosidad estaba torturándola una y otra vez para saciar su apetito. Noté como la comunicación con aquella alma se iba debilitando lo que significaba que aquel bebé se estaba muriendo de verdad.
-Hijjjjjjo….. de puut....-Farfullé sin poder apenas despegar los labios. La furia rugía en mi cabeza con cada llanto de la criatura en mi mente. Mis propias lágrimas me impedían ver, pero poco importaba ya. ¿Cómo puede nadie soportar tanto dolor?
-Hijoooooo Puuuuuuuta!-Esta vez me salió mejor. Pude notar mi pecho se esforzaba por darme algo de oxígeno desesperadamente. Me estaba muriendo, pero poco me importaba ya.
-¡Hijoooo Puuuuuuuutaaaa!-Grité con todas mis fuerzas escupiendo varios trozos de sangre al aire por mi boca.

…..Y la noche se hizo día. Primero decenas, luego cientos, y después miles de fantasmas surgieron de entre las tumbas. Dos podían jugar al mismo juego y yo estaba vacío de energías y reclamaba las suyas por derecho. La fuerza de absorción me la daba cada llanto de esa pequeña que, ronca de llorar en mi mente, reclamaba mi auxilio. Las almas de aquellos difuntos eran tantas y tan brillantes que iluminaban la noche. Habían surgido voluntariamente y volaban rauda hacia mi ser, dejándose ser absorbidas para sorpresa mía. Yo era en ese momento una especie de agujero negro, con el único objetivo de robar más presas que mi enemigo. Poco a poco fue surtiendo efecto, pues las fuerzas me inundaban y pude ponerme de pie. Dos monstruos, dos vampiros de energía reclamaban el mayor festín de sus vidas para si. Pero sólo yo tenía a los fantasmas dispuestos a ser devorados por mí. Finalmente, y aunque puso una fuerte resistencia, la fuerza que estaba ejerciendo yo, le hizo dejar escapar a él la miles de víctimas que por su boca habían sido absorbida. El aire hacía tiempo que se había vuelto un tornado, y la voracidad de las fuerzas desplegadas empezaban a tumbar algunas losas cercanas al conflicto. Yo hacía tiempo que había muerto. Lo sabía por el desastroso aspecto de mi cuerpo. Ya no notaba dolor físico alguno, y ni siquiera tenía la necesidad de respirar. Los hilos de sangre que salpicaban mi rostro con el tiempo, hacían un rato que habían cesado. Eso sólo podía significar que mi corazón ya no latía y que estaba totalmente desangrado. Pero no por ello rendí mi destino en aquel momento. La vida de miles de almas recorriendo mis venas me proporcionaban la suficiente vida para mantenerme firme en mi lucha. Es más, mi poder se volvía más furioso y poderoso a cada segundo que pasaba, mientras que el de él poco a poco se iba debilitando por las almas que le robaba de su cuerpo. Finalmente él también fue arrastrado por mi fuerza y absorbido en mí ser. En es preciso instante el viento cesó y las decenas de almas que todavía flotaban por el aire volvieron a su tumbas.
Yo ya sabía lo que tenía que hacer. Liberé a todas las almas que había tomado prestadas para que volvieran a su descanso eterno…. Todas menos una. La única que me quedé fue la de esa criatura malvada, negra como el carbón, que retuve con mis últimas fuerzas. La vida ya salía a borbotones del pecho y mi tiempo se me escapaba en aquel santo lugar. Con una sonrisa recibí la imagen de una madre abrazando a su hija recién nacida a modo de gratitud. Era Elena. La oscuridad hubiera sido total si no fuera por la pequeña esfera azul a la que yo conocía como Elena, que como un faro en la noche, permanecía aún suspendida en el aire, alumbrando mis últimos momentos.
Dentro de mí agonizaba también la bestia. Había dado con alguien de quien no podría alimentarse jamás, y juntos nos estábamos consumiendo el uno al otro…. Moriría feliz, sabiendo que el peligro seguiría atrapado conmigo en el otro mundo.

La tranquilidad volvió a abrazar las lápidas de aquel cementerio, días después, mientras que una mujer lloraba desconsolada por la pérdida de su marido en extrañas circunstancias. Yo la visito de vez en cuando, pero cada vez menos, pues los muertos no debemos entrometernos en los asuntos de los vivos. Me contento con retener, por toda mi eternidad, el cadáver inerte de aquél hombre malvado dentro de mi alma. No produzco luz alguna, aunque cuando quiero que me iluminen el camino tengo a Elena, la cual siempre corre en mi auxilio con una sonrisa desde su lápida a la mía.

 
Autor Ambrosio Sánchez Toril ambrosio1975@yahoo.com.
Historia participante del Concurso de Relatos de las VII Jornadas de Rol en Pinto.

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