Nuevas
pistas de encubrimientos
Relacionaron a un comisario con uno de los sospechosos
Sorpresivamente,
Sergio Burstein, en nombre de las víctimas del atentado contra
la AMIA, reveló ayer una de las pistas que se investigan
sobre posibles encubrimientos en el ataque del 18 de julio de 1994.
Burstein
se descargó contra el comisario general (R) Jorge Palacios,
quien comandó la División Antiterrorista de la Policía
Federal. Reveló que en 1994, días después del
atentado, se registraron llamadas desde un teléfono celular
que utilizaba el jefe policial con dos teléfonos pertenecientes
al comerciante de origen sirio Kanoore Edul. Esas comunicaciones
se efectuaron el mismo día en que iba a ser allanado.
"También
creíamos en el comisario Palacios, y hoy sabemos que antes
de ser jefe de la investigación del atentado, designado por
(Carlos) Corach, llamó desde su celular a un teléfono
de Kanoore Edul, que no figuraba en el expediente, y lo hizo minutos
después de allanar sus domicilios", disparó.
Esa
es una de las pistas que investiga la unidad de fiscales a cargo
de Alberto Nisman. En rigor, se registraron dos llamadas con diferencia
de seis minutos desde ese celular a un número que hasta ahora
no se sabía que pertenecía a Kanoore Edul. Fue un
subalterno de Palacios quien testificó en la causa que ese
número era de un teléfono que usaba el oficial. Ese
allanamiento, además, se demoró varias horas y un
segundo procedimiento no se realizó, confió una fuente
de la investigación.
Palacios,
ante la consulta de LA NACION, prefirió no comentar la información
hasta tanto no declare en la causa. Sus allegados, no obstante,
explicaron que el celular era utilizado por toda la brigada y que
es usual, antes de un allanamiento, realizar un llamado para determinar
si hay alguien en la vivienda. Además, dijeron que desde
ese celular hay comunicaciones realizadas tanto a la dependencia
donde trabajaba Palacios como a su propio celular, con lo que es
dudoso que el oficial se llamara por teléfono a sí
mismo.
Kanoore
Edul, con falta de mérito en la causa, llamó días
antes del atentado a Carlos Telleldín. Primero dijo que su
teléfono estaba en el auto y que la comunicación la
pudo hacer su chofer. Pero cuando se estableció que la llamada
se hizo un domingo dijo que buscaba comprar una Trafic porque le
habían robado la suya. Sólo que el robo se registró
meses después.
La
Nacion, 18 de julio de 2005
El
escenario Gestos, esperanzas y temores que se repiten cada 18 de
julio
Por Fernando Rodríguez
A
la hora de hablar en nombre de los familiares de las víctimas,
Sergio Burstein dijo, con incuestionable verdad, que los rostros
de aquellos que murieron a causa del atentado están iguales,
en la memoria, que aquel 18 de julio de 1994. Y es una verdad de
Perogrullo que, reverso de aquella evocación, los rostros
de los deudos sí cambiaron, tras 11 años de un hasta
ahora infructuoso reclamo de justicia por los 85 fallecidos en la
AMIA.
Cada año se repiten algunos rituales
e incluso ciertos detalles ajenos a la voluntad humana: el estar
juntos, hombro con hombro, para combatir el frío intenso,
capaz de aterir manos y caras; el ulular de las 9.53, repetición
en el tiempo del exacto momento en el que, para los deudos, el mundo
quedó paralizado, primero, y destruido, después; el
mirarse a los ojos de los familiares, al final del acto, como preguntándose
si el del próximo año será como el que acababa
de concluir, un nuevo 18 de julio con la marca de la impunidad.
También hubo un fuerte dispositivo
de seguridad: 500 policías, incluidos francotiradores en
los techos y hasta trampas con clavos para vehículos -que
llaman "barricadas"- desplegadas de cordón a cordón
sobre la acera de Tucumán para frustrar el hipotético
paso de un vehículo hacia Pasteur al 600.
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Debajo
del palco, el presidente Kirchner y Juan C. Blumberg |
Algo más se ha repetido, aunque no
sea, justamente, una marca común a estos 11 años:
el crédito abierto por los deudos al Presidente. Néstor
Kirchner lleva tres años de asistencia perfecta en el acto
conmemorativo. Siempre con el mismo signo: en el llano, como un
familiar más, sin grandes despliegues de seguridad ni "privilegios";
bien adelante y con su cabeza sobresaliendo, por altura, entre las
demás. Muy atento a lo que desde allí arriba, en el
palco, se declama, reclama y denuncia.
Si el efusivo saludo en el que se confundieron
tres padres de víctimas con el ministro del Interior, Aníbal
Fernández, antes del comienzo del acto invitaba a pensar
que el "idilio" se mantiene incólume, la dureza
de ciertos pasajes de los discursos de ayer permitió vislumbrar
una tensión cuya evolución conviene seguir de cerca.
Kirchner debió haber tomado nota
mentalmente cuando escuchó al presidente de la AMIA, Luis
Grynwald, sostener que "compete a este gobierno no repetir
los errores del pasado". Y más debió haberle
preocupado el que Burstein -uno de los que habían recibido
a Fernández con un abrazo- calificara de "políticamente
incorrecto" y de "acto oportunista, aunque no lo fuera"
el decreto presidencial, firmado hace una semana, con el reconocimiento
de la culpa del Estado por el atentado.
Está fija en la memoria de los deudos
la "escena" que cada administración nacional ha
montado cada 18 de julio desde 1995 para mostrar "resultados",
aunque fueran sólo emergentes de lo que el periodista Nelson
Castro definió ayer, en su maravilloso discurso, como "una
causa llena de nada".
No pocos familiares decían ayer en
Pasteur: "Es la segunda". La burla de la falsa tenencia,
hace justo un año, de los 66 cassettes con escuchas, desaparecidos,
seguía fresca y aún los hiere, aunque nunca tanto
como la impunidad y las ausencias que les calan el alma.
La
Nacion, 18 de julio de 2005 |