A
11 años del atentado: los que decidieron quedarse Sólo
siete de los sobrevivientes volvieron a trabajar en la AMIA
Se salvaron más de 100 personas; algunas se jubilaron, a
otras el horror las alejó
De
los más de 100 sobrevivientes del atentado contra la AMIA
que trabajaban en la mutual judía en 1994, cuando una bomba
demolió el edificio desde sus cimientos, hoy son sólo
siete los que siguen en sus puestos. El resto fue ahuyentado por
la angustia de tener a los compañeros muertos, por la jubilación
y por los fantasmas del miedo a que todo vuelva a ocurrir.
Sin
embargo, a 11 años del ataque, la mutual judía se
levantó sobre sus ruinas, es por lo menos diez veces más
grande de lo que era y adquirió una dimensión social
impensable hace una década, la que permite asistir de diversos
modos a más de 100.000 personas.
Daniel
Pomerantz, de 42 años, uno de los sobrevivientes, ocupa el
amplio despacho de director ejecutivo de la AMIA. Allí contó
por primera vez públicamente cómo fue que sobrevivió
a la tragedia que se llevó la vida de 85 personas. "Yo
estaba en el segundo piso, a unos diez metros de mi oficina, conversando
con otra persona. Hablaba con ella cuando explotó la bomba
y el techo de mi oficina se desplomó. Todo se llenó
de escombros. No rescaté nada. A los pocos días me
entregaron mi sobretodo cubierto de polvo".
Ese
día se lo llevaron al Hospital de Clínicas con heridas
en la espalda y en el rostro. Pero a la noche ya estaba trabajando
nuevamente en la AMIA provisional, un edificio desocupado de la
calle Ayacucho 632. "Estaba sobreexcitado, hiperactivo. Había
mucho por hacer."
El
sector sepelios, clave en ese momento, había quedado desierto.
Todos sus integrantes murieron y los archivos fueron destruidos.
Nadie conocía el circuito administrativo.
Pomerantz
decidió hablar ahora. Una década le llevó procesar
lo vivido. "El atentado está todo el tiempo presente
y lo estará mientras no haya justicia", dijo. Desde
su cargo coordina todos los departamentos de la AMIA, fundada en
1894 para atender los requerimientos de los inmigrantes judíos.
La mutual creció y en 1945 construyó el edificio de
la calle Pasteur 633. Trabajaban allí más de 450 personas,
pero su participación se limitaba a la acción comunitaria
y no tenía la magnitud de una ONG ligada con la actividad
del país, ni la estructura interna actual.
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Ana
María Czyzewski perdió a su hija Paula, de 21
años; era la primera vez que entraba en la AMIA |
Asomó
un gigante
A
las 9.53 del 18 de julio de 1994, la bomba la borró de la
zona de Once. Con su reconstrucción, se agigantó.
Los primeros dos años, tras el atentado, la AMIA incorporó
unos 1500 socios, muchos no judíos que querían ayudar.
El
día del atentado, Martín Cano, de 20 años,
que trabajaba en maestranza limpiando pisos, debía oficiar
de mozo de la presidencia. Se puso el moñito y arrastraba
su carrito de café en el subsuelo cuando estalló la
mutual. Quedó atrapado 12 horas entre los escombros, con
las piernas y un brazo aprisionados. "El dolor era terrible.
Estaba asustado. Cuando empezó a subir el agua de una cisterna,
pensé que me ahogaba", recordó Cano, que sigue
trabajando como empleado de maestranza, ahora, en el nuevo edificio.
Martín
tiene hoy 32 años y cinco hijos. Su reino es un cuartito
en el subsuelo, protegido por la leyenda: "No ingresar. Zona
restringida". Está repleto de escobas y detergentes.
Allí guarda sus cosas en un locker con el escudo de Boca.
Tras el ataque, estuvo atrapado junto a Jacobo Chemahuel, su compañero
de trabajo, que fue rescatado tras permanecer 36 horas bajo los
escombros. "Cacho", como lo llamaban los bomberos, murió
horas después.
Martín
estuvo dos semanas internado y un año y cinco meses convaleciente,
pero no dudó en volver a trabajar en la AMIA. "No le
tengo odio a nadie. Miedo a uno le queda... El atentado cambió
mi forma de mirar la vida. Ahora, uno toma todo con más fuerza,
por los chicos", explicó. Ellos y su mujer lo esperan
diariamente en Libertad, partido de Merlo, donde es conocido por
todos los vecinos.
El
edificio que limpia ahora Martín tiene nueve pisos y dos
subsuelos. Se debatió si debían reconstruirlo en el
predio de Pasteur 633, pero como nadie le vendía ni le alquilaba
nada a la AMIA, decidieron iniciar las obras del nuevo inmueble
en el mismo lugar.
Allí
trabajan 170 personas, muchas menos de las 450 que ocupaban el antiguo
inmueble. Además de la AMIA, allí funcionan la DAIA
y otras instituciones judías. El departamento de la AMIA
dedicado a la red de empleo tiene 150.000 inscriptos, el 50 por
ciento de los cuales no son judíos.
Ingresan
en el edificio 10.000 personas por mes. Unas 50.000 disfrutan de
actividades culturales. Unas 3500 reciben asistencia económica.
Se dedica a acción social un presupuesto de 5 millones de
pesos, pero la red de más de 500 voluntarios y las donaciones
son vitales a la hora de los aportes que permiten brindar cada vez
más servicios.
Quien
audita todo este movimiento financiero es Ana María Czyzewski,
otra de las sobrevivientes del ataque que se animó a volver
a trabajar en la AMIA. Perdió a su hija Paola, de 21 años,
que ese día había entrado en la AMIA por primera vez.
La joven debía estar en el segundo piso, pero bajó
al primero a buscar un café y la atrapó la bomba.
La
entrevista con Ana María estaba prevista para un jueves.
"No, no puedo: es día de nietos", contestó.
-¿Por
qué no los lleva a la AMIA y hacemos la nota con ellos?
-Ya
perdí a una hija; ni loca llevo ahí a mis nietos.
Ana
María les prohibió a sus hijos Marcelo y Andrés
volver al edificio. Hasta el lunes último, cuando Marcelo,
de 34 años, se animó a entrar.
Ella
se salvó del atentado y estuvo una semana en su casa tratando
de elaborar la pérdida. Pero no aguantó más
y regresó a trabajar en la mutual judía.
Al
principio, Ana María no podía pasar por la esquina
de Pasteur y Viamonte. Sólo en 1997, cuando removieron los
escombros y tapiaron el frente del predio, regresó. Ahora
va todos los días.
El
cuarto de Paola, en su casa, está como hace 11 años,
hasta con el atado de cigarrillos empezado sobre el escritorio.
Contó
que revivió el pánico cuando el 11 de septiembre de
2001 volaron las Torres Gemelas de Nueva York. "Ese día
me fui y dije: «No vuelvo». A los dos días, ya
estaba de nuevo trabajando".
Ahora,
no teme entrar en el edificio nuevo, pero, por las dudas, antes
de hacerlo mira la hora, la misma que se le quedó grabada
a fuego hace 11 años y que le permite reconstruir en su memoria
detalle por detalle lo que padeció el día de la tragedia.
"A
11 años del atentado deberíamos pelear por mantener
la memoria y, en cambio, nos encontramos exigiendo justicia, pidiendo
el juicio político de un juez. Así no es mucha la
esperanza", reflexionó.
Mientas
Ana María hablaba en el tercer piso, en el subsuelo, un grupo
de chicos disfruta de obras de teatro infantil. Otros corrían
por el hall de la AMIA y pasaban raudos frente al afiche que proclama:
"La justicia argentina descansa en paz. Los 85 muertos del
atentado de la AMIA, no".
Por
Hernán Cappiello, La Nacion, 17 de julio de 2005
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A
Daniel Pomerantz, el techo se le cayó encima
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en el puesto, a pesar de todo
Tres
historias, tres profundas emociones
Perdieron
amigos, hijos, salud, esperanzas; esquivaron la muerte y, a pesar
del miedo y de los recuerdos, decidieron que su lugar estaba allí,
en la AMIA, hoy una llaga sin cura.
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Martín
Cano estuvo un año y medio en recuperación
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