Vengo
de la Extremaura,
de
ponerle a mi caballo
de
plata las herraúras.
(Canción
popular anónima)

Ya
quedan pocos caballos;
plata,
no queda ninguna.
Cerros
de almagre y picón
en
que te asientas, Campillo,
que
no llegaste a ser campo
y
te quedaste en el "illo".
¿A
donde miras? ¿A Hornachos
de
los naranjos moriscos?
¿0
la Azuaga escondida,
que
siendo tierra extremeña
es
camino de Sevilla?
Campillo,
en que yo nací,
Prometeo
encadenado,
somos
tu entraña y tu vida,
trozos
que van arrancando
con
zarpas de acero y luto,
cuatro
mil buitres leonados.
Nos
fuimos lejos de ti
arrastrados
por la vida;
ni
por pobres ni por ricos
aunque
sea tu tierra rica.
A
las tierras de Alemania
allá
por la Europa fría.
A
la América o Cataluña.
Otros,
nos quedamos cerca,
en
la severa Castilla.
Todos
nacimos de ti,
de
tí sentimos nostalgia.
Todos
llevamos tu sangre
desgarrada
de tu entraña.
Cuando
los buitres del Tiempo
te
hieren con cien tenazas,
eres
matriz, que da vida
y
multiplica tu raza.
A
donde halla un extremeño
emigrado
de su patria,
la
flor de la Extremadura
dé
el aroma de una clase;
hombres
de temple, castúos,
trabajadores
tenaces.
Valgo
poco, ya lo sé,
pero
soy de aquí, como mis padres,
y
a esta tierra en que nací
le
dedico mi homenaje.
Escrito en las piedras del castillejo y a la sombra de una encina en la
carretera de la Peraleda del Zaucejo en septiembre de 1983
Antonio Pizarro Luna.