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Prosa
Animales y alma, o alma y animales 1982
 

ANIMALES Y ALMA, o ALMA Y ANIMALES

En un lugar de la Mancha, más conocido que afamado, andaba Genaro camino de su casa y domicilio. Venía de su pequeña huerta donde estuvo recolectando unas verduras, y al cruzar un encinar próximo al pueblo, ocurrió que el burro en que portaba las dichas verduras, debido a las desigualdades del camino, cayó el asno al suelo, desparramándose la carga con el consiguiente disgusto del hombre, que apostrofó al animal con palabras malsonantes, y diciendo como bien se ve que los animales no tienen conocimientos equivalentes a los poseídos por las personas, y además no tienen un alma con que responder de sus actos.

Produjo el burro unos raros gruñidos incomprensibles para el hombre, pero comprendidos por un ratoncillo que roía las semillas de unas hierbas al lado del camino, con lo cual el ratoncillo se apartó hacia un arbol cercano donde otros ratones parientes suyos también se estaban alimentando y con quienes comentó las frases de Genaro, y pidiéndoles opinión de qué fuera eso del alma, que según Genaro tienen los hombres, pero no los animales.

No tenían los ratones la menor idea sobre el tema, pero picados de curiosidad, decidieron ir a buscar alguien que siendo más instruido pudiera asesorarlos. El más viejo y sabio de los ratones dice que seguramente debe saberlo el búho, considerado por los animales como el más sabio de los bichos por ellos conocidos.

¡Ah, pero el búho tiene la mala costumbre de comer ratones para alimentarse!

Entonces deciden ir a buscar a la liebre, quien tampoco se atreve a ir donde el búho, pero dice que el señor ciervo no teme al búho: Demasiado fuerte para temerle.

Como en el monte todos los animales se conocen, yendo hacia el roble grande donde habita el búho, a los ratones y la liebre se agregan enteradas del asunto unas ardillas y varios gatos monteses, quienes sienten más curiosidad por el caso que deseo de comerse a los ratones, pues ya han desayunado. Al saber de qué se trata tan rara unión de animales, dos cabras salvajes y tres jabalís también se unen, e incluso el señor lobo y doña zorra se comprometen a no comerse a nadie e ir hacia delante y bueno, cuando llegan al roble viejo, domicilio del búho, algo más de medio centenar los curiosos bichos, en un armisticio de no hacerse unos a otros daño hasta saber lo que ya interesaba a todos.

No está el búho de muy buen humor, pero convencido por aquella asamblea, les escucha atentamente, se encoge sobre su propio cuerpo volviendo los grandes ojos, y dice que él tampoco tiene idea de cómo o qué es eso que ellos quieren saber.

Opina búho cómo es posible que la señora lechuza sí lo sepa, pues como va a la iglesia, que es donde se alimenta del aceite de las lámparas, que el gusta mucho, y allí es donde más cantidad de personas se reúne de todos los lugares conocidos por los animales; y que también en las bóvedas de las iglesias residen los murciélagos, que como no salen de día, allí pasan quietecitos la mitad de su vida; opina el búho que conocer la opinión de lechuza y murciélagos llevará al menos tres días, y en fin deciden los bichos prorrogar el armisticio de no comerse unos a otros durante a lo razonable cinco días. O sea, cinco días pasados, se han de reunir allí mismo, en el roble domicilio del búho, quien les hará saber qué haya averiguado la señora lechuza.

Ni Genaro ni otro cualquiera vecino del pueblo dieron importancia al hecho de cómo los animales iban y venían por el encinar durante esos días, y no hubo ocasión de que persona alguna pudiera contemplar la asamblea de irracionales que cinco días después fueran a reunirse ante el viejo roble gigante; pero allí estuvieron al menos dos bichos de cada raza la tarde de domingo elegida para la ocasión, por ser el domingo cuando el personal sale menos de casa. Jamás se viera reunión o asamblea más atenta y silenciosa que la de nuestros amigos.

Gatos monteses, perros de los pastores, lobos y ciervos y, en fin, cada animal ocupando el lugar en que más a gusto estuviere, sin molestar o asustar a nadie.

En ésta el señor búho salió por la hendedura, puerta de su domicilio, y seguro de la atención prestada por la asamblea, explicó como la señora lechuza hubo recibido su visita con gusto, y después de haber debatido con los murciélagos, tanto ella como éstos, rememorando lo oído al sacerdote dando sus opiniones a los feligreses y algunas pláticas que tuviera con otros sacerdotes, la opinión de lechuza y murciélagos es de que sí, los animales tiene alma, pues todos ellos, al igual que las personas, tienen vida, y por lo comprendido al escucharle, sin alma la vida no es posible.

Todas estas pláticas son posibles, dado que los animales poseen una forma de comprender especial, tanto a los que hablen las personas como lo que ellos hablan en el idioma universal de los animales, aun no siendo de la misma raza y especie.

Y ya tenemos a aquellos buenos seres que no siendo racionales, si se sienten parte del reino de Dios, y deciden vivir desde ese momento en adelante según formas de alimentarse y vivir como es su naturaleza, costumbres y necesidades, pero esta alegría de ser parte superior de las entidades que habitan la tierra, y reconocerse tan parte de Dios y su creación un simple gusanillo que repta por las hojas del árbol, como el lobo que por natural se come a la oveja, o la alegre alondra que sube a las nubes a cantar la alborada, sabiendo que uno puede ser comido por otros, o alimentarse de otros a quienes se arrebata la vida al matar su cuerpo, pero volviendo a Dios su alma.

Se deshizo alegremente la asamblea, los animales se desparramaron por el encinar, cada uno cantando un himno al Dios creador de su alma y vida. Como todos cantaban, el murmullo de susurros o voces de todos se escuchaba por todo el monte, y tanto Genaro como sus vecinos lo oyeron, incluido el buen señor que llegado de la ciudad venía a comprobar las facultades de su galgo corredor.

Antonio Pizarro Luna.

 

 

 

Página personal de Antonio Pizarro Luna VIII 2006