La plata mediadora

Roxana Elvridge-Thomas

Uno de los poderes de la poesía es el suspender el tiempo, dar acceso a la eternidad a quien participa de ella. La plata de la noche es un poemario que explora esa vertiente de la poesía, indaga sobre los mecanismos que llevan a la palabra poética a abolir el tiempo, como sucede en el conjuro, el mito, la oración. Su autora, Raquel Huerta-Nava, indaga los vínculos existentes entre estas artes de la palabra y rebasa sus diferencias para adentrarse en el círculo de fuego que anula el tiempo: la palabra poética.

Para lograr su cometido, la autora depura sus poemas, busca esa brevedad que compacte el trsnscurrir y allane el paso a la fulgurante aparición de la palabra, primer avance que el permite trenzar su urdimbre, someter al azar, dominar sus recursos, trazar el pentagrama que con su ritmo tienda una trampa a ese "soberano del sarcasmo" que es el tiempo. Y por esa misma razón aborda, a lo largo del libro, las situaciones que logran traspasar la sucesión de minutos para integrarse en lo eterno: el amor, el sueño, la muerte, "la palabra escrita".

La búsqueda del no-tiempo lleva a la autora a la pesquisa invención de un centro, un axis mundi que logre sus objetivos. Así, nos habla del "ojo de la hoguera" que atrae hacia sí el relámpago; la piedra, el edificio, la casa deshabitada, como zonas donde se entremezclan las fuerzas del mundo y el inframundo; el "joven ciervo truncado" que es la efigie fúnebre de Víctor Noir, a la vez axis mundi y agente mediador entre muerte y vida, devastación y fecundidad; la perla como talismán que se transforma en "la última esperanza de los muertos". Encontramos otras representaciones del centro a lo largo del libro, como la escalera del invierno, clara, deslumbrante, o la semilla descrita en el excelente poema "invocación", donde se amalgaman todos los símbolos del axis mundi invocados con anterioridad por la autora y donde se nos hace mucho más patente la búsqueda de ese centro donde se conjugan todas las fuerzas de los diversos mundos y donde, evidentemente, el tiempo no existe.

Raquel Huerta-Nava indaga el secreto, la clave de la mediación que le permita el tránsito libre de una realidad a otra y lo halla en la plata viva, en "la sombra del azogue", y el reflejo que éste le da la hace encontrarse en el otro, en sí misma, en la palabra poética, que viene a ser, finalmente, el pilar que une y entrelaza los mundos, el centro tan buscado.

Pero no es fácil arribar al centro, es necesaria una transformación, un tránsito, como en las iniciaciones o en las fases de los héroes míticos, y ese movimiento se va describiendo a lo largo de las tres partes que componen este poemario. Así, la primera parte, intitulada, como el libro, La plata de la noche, nos habla de un abrir los ojos al azar, al tiempo abolido, a las diversas transformaciones que experimentan los amantes, los objetos, el mundo mismo y de un abrir las puertas al asombro, a nuevos ritmos creadores, a los secretos de pronto develados.

Y en esta parte inicial también se enfrenta la voz poética a los primeros obstáculos: el vientre de la ballena, la cueva, la soledad, el terror cósmico. Todo ello asumido hacia el final de esta sección, descubriendo a su personaje como alguien "que vuelve de la muerte": un iniciado, un recién nacido, un ser que sabe y reconociendo que "toda la protección reside en los labios", está en la palabra.

En la segunda parte del libro, Vampíricos, el personaje se enfrenta a la propia ceguera, a la pérdida de lo racional, quedando a merced de los demás sentidos, mucho más instintivos (pero también más "sacros"). Es en esta sección donde surgen los verdaderos peligros: los seres monstruosos (donde destaca un poema excepcional, "Súcubo"), el dolor físico, el odio, el temor y hacia el final, la aparición del centro: la perla, el amor.

Es así que se puede pasar al tercer apartado del poemario, Constelaciones, donde, como en La Divina Comedia de Dante, el personaje ingresa a un espacio donde la luz ciega sus pasos, la música fluye y el tiempo, por fin es "guardado por el viento". Aquí la voz poética encuentra caminos, desenreda su madeja, llega al centro del laberinto donde el recuerdo, lo originario, se despierta, regresa, y el mundo se ve inundado por la savia, el mar, el caracol, la flor de cuarzo, la garganta del amante, que le dan una nueva vida, mientras lo oscuro queda del otro lado del espejo. Así, la realidad es reinventada, en el poema final, a través del encuentro amoroso de la palabra consigo misma.

La autora sabe que la poesía tiene el poder de crear mundos y se lanza a esa labor sin conceder términos medios. Se adentra en los abismos, sube ante la luz más deslumbrante, habita por igual cimas y simas gracias a ese espíritu de mediación entre lo terrible y lo bello, entre lo visible y lo invisible que es la poesía.


Raquel Huerta-Nava. La plata de la noche, Toluca, Instituto Mexiquense de Cultura, Colección Cuadernos de Malinalco, 1998.
Texto leído en la presentación del libro en el Salón de Usos Múltiples de la Casa del Poeta Ramón López Velarde, el 11 de noviembre de 1998.