JACOBO BOEHME
(1575-1624) |
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"CONFESIONES" (Selección) |
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Segunda parte
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Capítulo VI ¿Dónde buscarás a Dios? Búscale en tu alma que procede de la naturaleza eterna, la fuente viva a través de la cual opera lo divino. ¡Oh, si yo tuviera con mi pluma la habilidad de poner en palabras el espíritu de conocimiento! Pero sólo puede tartamudear como una criatura que empieza a hablar, sobre esos grandes misterios; tan pobremente puede la lengua terrenal expresar aquello que sólo el espíritu comprende. No obstante lo cual voy a tratar de ver si logro inclinar a alguno hacia la búsqueda de la perla del perfecto conocimiento, de trabajar en las obras de Dios en mi paradisíaco jardín de rosas; porque el anhelo por la eterna madre naturaleza me fuerza a escribir y ejercitarme en éste, mi conocimiento. No hay dinero, ni bienes, ni arte, ni poder alguno que pueda llevarle a usted hacia él eterno descanso del eterno paraíso, sino únicamente el conocimiento en el cual usted esfuerza su alma. Esa es la perla que ningún ladrón puede robarle; búsquela y encontrará ese gran tesoro. Nuestra habilidad y comprensión son algo tan estrecho y raquítico que ya no tenemos ni idea de lo que pueda ser el paraíso. Y a no ser que nazcamos de nuevo, el velo de Moisés cubre nuestra visión continuamente y seguimos pensando que el paraíso es el lugar del cual él dijo: "Dios colocó a Adán en el jardín del Edén que había creado para establecerlo allí". ¡Oh, hombre bienamado! El paraíso es la Dicha divina. Es el Gozo divino, angélico, que sin embargo no está fuera de este mundo. Cuando yo hablo de la fuente de dicha del paraíso, y de su sustancia, y en qué consiste, no tengo para ello similitud en nuestro pobre lenguaje; necesito del conocimiento y del lenguaje angélico para expresarlo; y aunque dispusiera de él, con esta lengua no podría hacerlo. Es bien comprendido por la mente, sólo cuando el alma vuela en alas del Espíritu, pero con la lengua no puedo expresarlo. A pesar de ello, continuaré tartamudeando como los niños, hasta que se me dé otra boca con que hablar. Sobre todo teniendo en cuenta que algo de la gracia del poder de Dios me ha sido conferida para que pueda conocer el camino hacia el paraíso, y cómo cada uno debe realizar el trabajo que Dios le ha asignado, no descuidaré mi tarea sino que haré todo lo que pueda mientras transito esos caminos. Aunque apenas seré capaz de deletrear estos temas pienso que mí tarea proporcionará suficientes elementos cuya correcta elaboración les tomará a muchos todo el largo de su vida. El que piensa que lo tiene todo ya sabido a este respecto no ha empezado todavía por la primera letra del paraíso, porque en esta escuela no hay doctores sino meros aprendices. No hay nada tan cerca de cada uno de nosotros como el cielo, el paraíso y el infierno. Y es la inclinación que usted demuestre hacia cualquiera de ellos, y hacia cuál se dirige en particular, lo que determina la cercanía a que lo tiene de sí mismo. Hay un movimiento entre cada dos de ellos, y ambos movimientos están en usted. En uno, Dios le llama; y en el otro está el Diablo llamándole. Usted hace la elección. Según con cual anda, es la opción que ha hecho. El Diablo tiene en su mano poderes, honores, placer y dicha mundana. Y en la raíz de todo esto, se agita el fuego del infierno y la muerte. Dios tiene en su mano, cruces, persecuciones, miseria, pobreza, ignominia y penas. Y en la raíz de todo ello también hay fuego. Pero en ese fuego está la luz, y en esa luz la virtud, y en la virtud el paraíso. En el paraíso están los ángeles, y entre los ángeles se encuentra la Dicha. La débil visión humana no puede contemplarla; pero cuando el Espíritu Santo entra al alma, ésta renace en Dios, y entonces se transmuta en criatura del paraíso y posee la llave del paraíso, pudiendo ver a su alrededor. Si usted ha nacido de Dios, entonces usted puede comprender a Dios, al paraíso, al reino del cielo y el infierno; de cómo las criaturas entran allí y de la creación de este mundo; pero si no es así, entonces el velo cubre sus ojos como cubría los de Moisés. Por lo tanto dijo Cristo: "Busca y encontrarás; golpea y te abrirán". Si usted no es capaz de comprender esta frase, busque la humildad profunda del Corazón de Dios, y éste aportará una pequeña semilla del árbol del paraíso a su alma; y si tiene paciencia, un enorme árbol surgirá de esa semilla, como piensa usted que ha sucedido con el autor de este libro. Pues él debe ser entendido como una persona muy simple, en comparación con los hombres doctos; pero Cristo dijo: "Mi poder se perfecciona en la debilidad; sí, Padre, te ha complacido esconder estas cosas de los sabios y prudentes, y las has revelado a los niños". La sabiduría de este mundo es estupidez a tus ojos. Y aunque ahora los niños de este mundo son más sabios en su generación que los hijos de la luz, su sabiduría es algo ciertamente corruptible mientras que esta sabiduría de que hablo continúa eternamente. Busque esa noble perla; vale más que todo este mundo junto; y nunca se separará de usted. Donde está la perla, ahí también estará su corazón. No es necesario en esta vida que busque más el paraíso, la dicha y la delicia celestial; busque sólo la perla y cuando la encuentre, habrá encontrado el paraíso y el reino del cielo. Capítulo X La ley de Dios y también el camino hacia la vida está escrito en nuestros corazones. No consiste en suposiciones del hombre, ni en ninguna opinión histórica sino en una buena voluntad y en el bien hacer. La voluntad nos conduce hacia Dios o hacia el Diablo. Y no te sirve de nada que lleves el nombre de cristiano; la salvación no reside en eso. Todos nosotros somos ciegos en lo que se refiere a Dios. Pero ponemos nuestra decidida voluntad en él y en el bien, y le deseamos; entonces le recibimos en nuestra voluntad, y nacemos en él a través de nuestra voluntad. Te jactas de tu vocación de cristiano. Entonces permite que tu conversación lo sea, o si no eres un pagano en la voluntad y por tus hechos. Aquél que conoce la voluntad de su Maestro y no la realiza debiera recibir muchos azotes. ¿No sabes lo que dijo Cristo referente a los dos hijos? Y nosotros somos de tal clase, los unos y los otros; llevamos el nombre de Cristo y nos llamamos cristianos, y estamos dentro de su alianza. Hemos dicho: "Sí, lo haremos" pero los que no lo hacen son servidores infieles y viven sin atender a la voluntad del Padre. Pero si los turcos y también los judíos, hacen la voluntad del Padre, al mismo tiempo que dicen a Cristo "No" y no lo disciernen; ¿quién es ahora el juez calificado para expulsarlos de la voluntad del Padre? ¿No es el Hijo, el Corazón del Padre? Si ellos honran al Padre, ellos también llegan al Corazón, porque más allá de su Corazón, no hay Dios. ¿Estás suponiendo que yo les estimulo en su ceguera y que soy partidario de que sigan como están? No. Te muestro tu ceguera, ¡oh tú que llevas el nombre de Cristo! Tú juzgas a los otros y sin embargo haces las mismas cosas que juzgas en ellos y así atraes sobre tu cabeza el juicio de Dios. Aquél que dijo: "Ama a tu enemigo, haz el bien a los que te persiguen", no te enseña ciertamente a condenar y despreciar, sino que te enseña el camino de la mansedumbre; vosotros debéis ser una luz para el mundo, de modo que los incrédulos puedan ver en vosotros a hijos de Dios. Si nos consideramos de acuerdo con el verdadero hombre, que es una semejanza e imagen de Dios, entonces descubriremos que Dios está en nosotros, pero que nosotros estamos sin Dios. Y el único remedio consiste en esto, en volver a entrar dentro de nosotros, y así entraremos dentro de Dios en nuestro hombre interior. Si inclinamos nuestras voluntades en auténtica unilateralidad de mente hacia Dios, entonces, con Dios, nos apartamos de este mundo, de las estrellas y elementos y entramos en Dios; porque en la voluntad de la razón terrenal somos hijos de las estrellas y de los elementos, y el espíritu de este mundo reina sobre nosotros. Pero si nos evadimos de la voluntad de este mundo y entramos en Dios, entonces el espíritu de Dios nos gobierna y nos establece como sus hijos. Y entonces la guirnalda del paraíso es colocada en el alma, y se convierte en un niño sin comprensión de este mundo. Ha perdido el gobernador de este mundo, que una vez lo dirigió y lo llevó hacia la razón terrenal. ¡Oh, hombre! Ten en cuenta quién te conduce y maneja, porque la eternidad sin fin es muy larga. Los honores temporales y los bienes materiales no son sino escoria a la vista de Dios: todo ello cae en la tumba contigo y se vuelve nada; pero entrar en la voluntad de Dios es una riqueza eterna y un honor; y allí ya no tienes que preocuparte de nada, pues la Madre cuida de nosotros y en su seno vivimos como niños. Tus honores temporales son tu trampa y tu miseria; en la esperanza divina y en la confianza consiste tu jardín de rosas. ¿Sigues pensando que hablo de lo que he oído? No, hablo de experiencias vividas por mí; no de opiniones oídas de boca de otro, sino de mí propio conocimiento. Veo con mis propios ojos, de lo cual no estoy jactándome, porque el poder es de la Madre. Te exhorto a entrar en el seno de la Madre, y a que veas con tus propios ojos: por todo el tiempo que toleres que te mezan en una cuna y desees los ojos de los otros, eres ciego. Pero si te alzas de la cuna y vas hacia la Madre, entonces tú discernirás la Madre y sus hijos. Oh, ¡qué bueno es ver con los propios ojos! Estamos todos dormidos en el hombre exterior, yacemos en la cuna y permitimos que la razón exterior nos acune hasta dormirnos. Vemos con los ojos del disimulo de nuestros actores, quienes nos cuelgan cascabeles y chucherías cerca de nuestros oídos y de nuestras cunas, para que nos adormezcamos arrullados por ese sonido o jugando con esas chucherías, y así hacerse dueños y señores de nuestra casa. Levántate de la cuna: ¿no eres acaso un hijo de la Madre, y por lo tanto un hijo y señor de la casa y heredero de los bienes? ¿Por qué permites que los sirvientes te utilicen? Cristo dijo: "Yo soy la Luz del Mundo, y el que me siga tendrá la luz de la vida eterna." El no nos encamina hacia los actores sino hacia sí mismo. Con los ojos interiores debemos ver en su luz: y así le veremos porque él es la Luz; y cuando le vemos, caminamos en la luz. El es la Estrella de la Mañana y se genera y se alza en nosotros, y resplandece en nuestra oscuridad corporal. Oh, qué gran triunfo hay en el alma cuando él se alza. Entonces el hombre ve con sus propios ojos, y se da cuenta que está en un alojamiento extraño a él, respecto al cual escribo aquí lo que veo y conozco en la luz. Te declaro que el Ser eterno, y también este mundo, es como el hombre. La Eternidad no hace nacer nada sino aquello que es similar a ella; así como hallas que es el hombre, así es la eternidad. Considera al hombre en cuerpo y alma, en bien y mal, en alegría y tristeza, en luz y tinieblas, en poder y en debilidad, en la vida y en la muerte: todo esto está en el hombre, y también los cielos y la tierra, las estrellas y los elementos; y por supuesto también el Dios triple. ¡Oh, hombre! Búscate a ti mismo y te encontrarás. Abre los ojos de tu hombre interior y aprende a ver correctamente. Esta es la noble piedra preciosa, la piedra filosofal, que los sabios encuentran. Oh, tú, brillante corona de perlas, ¿no eres más resplandeciente que el sol? No hay nada como tú; estás tan manifiesta y sin embargo tan escondida, que entre miles en este mundo, apenas si hay quien debidamente te conoce. Y eres llevada por muchos que no te conocen. Cristo dijo "Busca y encontrarás", La noble piedra debe ser buscada; un hombre perezoso no la encuentra; aunque la lleva consigo, no lo sabe. Pero a quien ella se revela, se llena de dicha, porque su virtud es inagotable. El que la tiene no la cede; si la da a otros no le aprovecha a aquel que es perezoso y no se sumerge en su virtud para aprender eso. El buscador encuentra la piedra y asimismo su virtud y beneficio. Cuando la encuentra, y tiene la certeza de poseerla, hay en él más gozo del que el mundo es capaz de contener; ninguna pluma puede expresarlo a la manera habitual. En el criterio del mundo es considerada la piedra más insignificante y suele ser pisoteada. Si un hombre da con ella por casualidad, la descarta por inservible. Nadie repara en ella, aunque no hay nadie en el mundo que no la desee. Los grandes del mundo y los sabios la buscan. Y a veces encuentran una y piensan que es la auténtica piedra; pero se equivocan. Le adjudican poder y virtud, y piensan que la han encontrado por fin y que la mantendrán. Pero la verdadera piedra no es así: no necesita que le adjudiquen ninguna virtud, pues todas las virtudes yacen en su interior. El que la tiene, y sabe que la tiene, si busca, puede encontrar todas las cosas imaginables del cielo y de la tierra. Es la piedra que es rechazada por los constructores, la principal piedra angular. Oh, Sofistas, que por pura envidia a veces acostumbráis hacer mofa de los corazones honestos para vuestro propio placer, ¿cómo vais a permanecer junto a esas ovejas a quienes debierais haber conducido a los verdes y frescos pastos del sendero de Cristo, en el amor, la pureza y la ¿humildad? No digo esto por el deseo de reprochar a ningún hombre; hago visible únicamente el humeante foso del Diablo para que pueda verse lo qué hay en el hombre, tanto en uno como en otro, a no ser que nazca de nuevo y se haga resistente al espíritu del Diablo y lo expulse de sí. Así el corazón se queda repitiendo una y otra vez las palabras de la plegaria, como si estuviera memorizando un libro, y el alma es incapaz de alcanzar el centro de la naturaleza; tiene sólo palabras ensayadas, no en el espíritu de un alma en su centro donde se inflama el fuego, sino sólo en la boca, en el espíritu de este mundo. Sus palabras se desvanecen en el aire, como cuando se toma el nombre de Dios en vano. La plegaria debe hacerse con todo fervor; porque orar es visitar a Dios, suplicarle y hablarle, saliendo de la casa del pecado para entrar en la de Dios. Si el Diablo quiere impedir algo, toma tú por asalto al infierno. Arremete contra él como él lo hace contigo, y piensa que así podrás comprender que es lo que te estoy diciendo. Si él se opone con gran fuerza, oponte tú con todas las tuyas, que, en Cristo, tendrás mayor poder que él. Fija tu confianza y esperanza en la promesa de Cristo, y deja que la muerte de Cristo, sus heridas y su sufrimiento como también su amor, constituyen la fuerza de tu acometida. No disputes más por tus pecados, porque el Diablo te envolverá con sus argucias haciéndolo desesperar. Si dudas de la gracia de Dios, pecas grandemente, porque él es siempre misericordioso. El no puede ser de otro modo; sus brazos están siempre extendidos, día y noche, hacía el pobre pecador. Elabora bien todos estos conceptos y rápidamente verás y sentirás aparecer otro hombre con otro sentido, y pensamientos y comprensión. Hablo de lo que sé y he descubierto por experiencia; un soldado entiende de la guerra. Esto lo escribo por amor, como uno que dice en su espíritu como le han pasado las cosas a él, para que sirva de ejemplo a otros; para ver si alguno lo quiere seguir y descubra por sí mismo que ha dicho la verdad. Capítulo XI Dios ha puesto la luz y las tinieblas delante de cada uno; tú puedes abrazar la que prefieras, que no por ello mueves a Dios en su Ser. Su Espíritu sale de él y va hacia todos los que le buscan. La búsqueda de ellos es su búsqueda, aquélla en la cual desea a la humanidad; porque la humanidad es su imagen, la cual ha sido creada en todo de acuerdo a su Ser, donde él verá y se conocerá a sí mismo. Sí. El reside en el hombre, ¿por qué entonces es que nosotros, los hombres, tardamos tanto en buscarle? Esforcémonos por conocernos a nosotros mismos y cuando nos encontremos, encontraremos todo; no necesitamos correr a buscar a Dios, porque así no le hacemos ningún servicio; si nosotros nos buscamos y amamos mutuamente, entonces amamos a Dios; (...). Antes que se creara el mundo él nos conocía ya en su sabiduría, y él nos creó para recrearse. Los niños son nuestros maestros; con todo nuestro ingenio y astucia somos sólo unos estúpidos para ellos; su primera lección consiste en aprender a jugar con ellos mismos, y cuando crecen, entonces juegan unos con otros. Así, desde la eternidad, en su sabiduría, él ha jugado con nosotros, en nuestra niñez oculta; cuando él nos creó en conocimiento y destreza, debiéramos haber jugado unos con otros; pero el Diablo nos escatimó eso y nos hizo querellarnos en nuestro juego. Por lo tanto, a eso se debe que estamos siempre de punta, en disputa; pero el asunto es que no tenemos ninguna necesidad de estar disputando como no sea la propia diversión; cuando aquello termina, nos acostamos a descansar y regresamos a nuestro propio lugar. Entonces vienen otros a jugar y luchar y disputar, también hasta el atardecer, cuando se van a dormir a su propio país del cual han salido. ¿Queridos niños, qué queremos significar con ser tan obedientes del Diablo? ¿Por qué discutimos tanto acerca de un tabernáculo que no hemos construido? Ahora nos peleamos por un vestido, porque nuestro hermano tiene un vestido más hermoso que el nuestro; ¿pero no somos todos hijos de nuestra Madre? Seamos niños obedientes, y regocijémonos. Cantemos una canción sobre el Opresor que nos hace disputar. ¡Cómo le aprisionamos! ¿Dónde está su poder? ¡Qué pobre es! El nos dominaba, pero ahora está bien atado. ¡Oh, gran Poder, cómo estás ahora, que causas desprecio! Tú que te remontabas sobre los cedros, ahora yaces derribado a nuestros píes y careces de poder. Regocíjense los cielos y los hijos de Dios; porque aquél que era nuestro opresor, que era nuestra plaga día y noche, ahora está cautivo. Regocíjense, ángeles del Señor, porque los hombres están libres, y la malicia y la maldad están de baja. Cristo insistentemente nos enseña amor, humildad y misericordia; y la causa por la que se hace hombre es nuestra salvación y felicidad, para que no repudiemos su amor; Dios ha agotado su corazón para que seamos sus hijos y permanezcamos así para siempre. Por lo tanto, niños bienamados, no rechacen y arranquen de sí el amor y la gracia de Dios, a riesgo de que lo lamenten para siempre. Aprendan divina sabiduría, y traten de entender lo que Dios es; no coloquéis imágenes delante vuestro; no hay ninguna imagen de él, excepto en Cristo. Vivimos y somos en Dios; tenemos al cielo y al infierno dentro de nosotros. Lo que hagamos de nosotros, eso somos: si hacemos de nosotros un ángel que vive en la Luz y en el Amor de Dios en Cristo, somos así; pero si hacemos de nosotros un arrogante, falso y fiero demonio que desprecia todo amor y mansedumbre por la codicia, hambre y sed de avidez, entonces eso es lo que somos. Después de esta vida, las cosas son de otra manera en lo que a nosotros respecta; lo que aquí abraza nuestra alma, allá lo tiene; y así aunque lo exterior se destruye en la muerte, la voluntad retiene lo que perseguía como propio y se alimenta de ello. El modo en que ese subsistirá en el paraíso de Dios y delante de sus ángeles, vosotros mismos tenéis que considerarlo: me limito a poner este aviso delante de vosotros, como me ha sido dado a mí. Capítulo XII Cuando Cristo preguntó a sus discípulos "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?", ellos contestaron: "Algunos dicen que eres Elias, otros que eres Juan Bautista." Entonces él les preguntó: "Y ustedes quién dice que soy?" Pedro contestó: "Tú eres Cristo, el Hijo del Dios Viviente." Y él les contestó, diciendo: "Eso no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos". Teniendo en cuenta que el salir de la razón terrenal para entrar en la encarnación de Cristo es un trabajo que debe ser familiar, íntimo y natural a los hijos de Dios y en el cuál deben ejercitarse diariamente y a cada rato, para así en esta vida miserable nacer a Cristo, he tomado la responsabilidad de escribir sobre este alto misterio, de acuerdo con mi conocimiento y con mis dones, como un memorial. En vista de que yo también, junto con otros hijos de Diosy Cristo, permanecemos en este nacimiento, lo he tomado como un ejercicio de fe, por medio del cual mi alma pueda, como una rama del árbol de Jesucristo, vivificarse con su savia y vigor. Y esto no con la sabia y alta elocuencia del arte, o de la razón de este mundo, sino acorde al conocimiento que tengo de Cristo. Pero aunque busco sublime y profundamente y trataré de escribirlo muy claramente, debo decirle al lector que sin el Espíritu de Dios, esto será para él un oculto misterio. Debemos entender correctamente lo de la encarnación de Cristo, el Hijo de Dios, así: él no se hizo hombre en la Virgen María solamente, de modo que su divinidad no está limitada a aquello. No, es de otra manera. Así como Dios, que es la plenitud de todas las cosas, no puede morar en un solo lugar, tampoco podría decirse que Dios se ha manifestado a sí mismo por una sola chispa de luz. Compréndanlo claramente; Dios ha deseado hacerse carne y sangre: y aunque la pura y clara Deidad continúa siendo Espíritu, se ha convertido en el Espíritu y Vida de la carne y opera en la carne. Así podemos decir que cuando nosotros con nuestra imaginación entramos en Dios, nos entregamos totalmente a él, nos hacemos carne y sangre de Dios y vivimos en Dios. Porque el Verbo se ha hecho carne y Dios es el Verbo. Así no estamos negando la creatura de Dios, el hecho que haya sido una creatura. Les daré aquí una similitud con el sol y su brillo, y compréndanlo así: en esta similitud comparamos al sol con la criatura de Cristo, la cual es efectivamente un cuerpo; pero hacemos similar a todo el abismo de este mundo el eterno Verbo del Padre. Podemos perfectamente percibir que el sol resplandece en todo el abismo y le comunica calor y poder. Pero no podemos decir que en el abismo, más allá del cuerpo del sol no subsista también el poder del sol; si eso no estuviera allí entonces el abismo no recibiría el poder y el brillo del sol. Un poder y un brillo recibe al otro; el abismo con su brillo está escondido. Si Dios lo quisiera, todo el abismo entero podría ser un sol; entonces el brillo del sol resplandecería por todas partes. Sepan también que entiendo que el Corazón de Dios ha descansado por la eternidad; pero que con el movimiento y su entrada en la Sabiduría se hace manifiesto en todas partes; aunque en Dios no hay lugar ni seña, sino sólo en la criatura de Cristo, donde toda la Santa Trinidad se ha manifestado en una criatura, y así por intermedio de ella al cielo entero. El se ha encaminado hacia ese fin y ha preparado un lugar para nosotros, donde podamos ver su luz y residir en su sabiduría y compartir su divina sustancia. ¿No fuimos acaso hechos desde un principio de la sustancia de Dios? ¿Por qué no podemos nosotros también morar allí dentro? Para esto el Corazón de Dios se ha movido, ha destruido a la muerte y regenerado la Vida. Así ahora para nosotros el nacimiento y encarnación de Cristo es un asunto dichoso y trascendente. El abisal Corazón de Dios se ha movido; y de este modo la sustancia celestial, que estaba encerrada en la muerte, ha adquirido vida de nuevo. Así podemos decir ahora con fundamento que Dios mismo ha resistido su cólera, y con el centro de su Corazón que ha llenado la eternidad, se ha abierto a sí mismo de nuevo, extrayendo el poder de la muerte, y quebrando el aguijón de la fiera ira, en la medida en que el amor se ha abierto a sí mismo y anulado el poder del fuego. En nuestra imaginación nos impregnamos de su abierto Verbo y del poder de su celestial y divina sustancia, la cuál en realidad no nos es extraña, aunque lo parezca así a nuestra envoltura carnal. El Verbo se ha abierto a sí mismo por todas partes, en la luz de la vida de cada hombre; y lo que se necesita es solamente esto, que el alma-espíritu practique renunciamiento en pro de aquéllo. En esa alma-espíritu nace Dios. Capítulo XIV No podemos decir que el mundo exterior sea Dios, o el Verbo expresado; o que el hombre exterior sea Dios. Eso es sólo el Verbo expresado, que se ha condensado en unión con los elementos. Digo, que el mundo interior es el cielo donde reside Dios; y que el mundo exterior emerge del interior a través del eterno Verbo animado y encerrado en el tiempo, entre un principio y un fin. El mundo interior mora en el eterno Verbo animado. El Verbo eterno hablándole le comunica al Ser a través de la Sabiduría, procedente de sus propios poderes, colores y virtud, como un gran misterio de la eternidad. Este Ser es un aliento del Verbo en la Sabiduría: tiene el poder de generar en sí mismo, y se introduce en formas generándose a la manera del Verbo eterno, o como podría decirse, emergiendo de la Sabiduría en la Palabra o el Verbo. Por consiguiente no hay nada inmediato ni apartado de Dios: un mundo contiene al otro y todo son en todos como el alma y el cuerpo, y el tiempo y la eternidad. El eterno Verbo animado reina a través de todo y sobre todo; trabaja de una eternidad a otra; y aunque no puede ser aprehendido ni concebido, su trabajo sí puede ser concebido, porque éste es el Verbo formado, del cual el Verbo activo es la vida. El eterno Verbo animado es la divina comprensión o sonido. Aquello que es dado a luz del deseo-amor y traído hacia una forma, eso, repito, es la comprensión y sonido natural y creador que estaban en el Verbo; como fue dicho "en él estaba la vida y esa vida era la luz de los hombres". La armonía de ver, oír, tocar, gustar y oler, es la verdadera vida intelectual. Cuándo una facultad entra dentro de otra, ellas se unen en el sonido; cuando la hacen y se unifican, se despiertan y conocen recíprocamente. En este conocimiento consiste la verdadera comprensión, que de acuerdo con la naturaleza de la eterna sabiduría, es inconmensurable y abisal, perteneciendo al Uno que es Todo. Por lo tanto sólo una voluntad, si está en la luz, puede beber de esta fuente y contemplar la infinitud. De esa contemplación salió lo que aquí está escrito. En la luz de Dios (que es llamada reino del cielo), el sonido es totalmente suave, agradable, encantador y puro; y es una quietud en comparación con nuestro grosero sonido y lenguaje exterior. Es como si la mente jugara a componer melodías en un reino interior de dicha, y entonces escuchara interiormente una dulce y placentera música, que exteriormente fuera incapaz de oír, y menos aun de comprender. Porque en la luz divina todo es sutil, de la misma manera que los pensamientos que juegan y ejecutan melodías entre ellos. No obstante lo que digo, hay un sonido y lenguaje real inteligible y distinto usado por los ángeles de acuerdo con su propia cualidad en el reino de la gloria. Los poderes del Verbo formado y manifestado, en su amor-deseo, se introducen, de acuerdo con lo que es característico de cada uno de esos poderes, en un ser exterior, donde, como en una mansión, ellos pueden ejecutar su juego de amor, y tener algo desde dónde y con qué jugar mutuamente y enhebrar melodías, en su denodada lucha de amor. Dios, que es Espíritu, por su manifestación y a través de ella, se ha introducido en distintos espíritus que son las voces de su eterna y fecunda armonía en el Verbo manifestado de su gran reino de dicha; ellos son los instrumentos de Dios, en los cuales su Espíritu ejecuta melodías; son ángeles, las llamas del fuego y de la luz en un dominio pleno de vida y comprensión. No pensemos que los santos ángeles residen sólo sobre las estrellas y más allá de este mundo, como nuestra razón, que nada sabe de Dios, imagina. En realidad viven más allá del dominio de este mundo, pero el lugar ocupado por este mundo (aunque en la eternidad no hay lugares), y también el lugar más allá de este mundo, es todo uno para ellos. Nosotros, los hombres, no vemos a los ángeles ni a los diablos con nuestros ojos; no obstante lo cual ellos están entre nosotros. Los ángeles buenos y los malos, viven cerca unos de otros, y sin embargo hay una enorme, inmensa distancia, entre ellos. Porque aunque el cielo contenga al infierno y viceversa, el uno no se manifiesta al otro. Aunque el Diablo recorriera enormes distancias deseando entrar al cielo y verlo, continuaría estando en el infierno y no lo vería. Todo aquel que ve y comprende esto correctamente, ya no se hace ninguna clase de preguntas, porque ha comprendido que él vive y subsiste en Dios, y que él puede en el futuro saber y querer a través suyo, y hablar cómo y lo que él quiera. Tal hombre busca únicamente la humildad, y que sólo Dios reciba la alabanza. Mi espíritu de voluntad, que ahora ha tomado la humanidad de Cristo, vive en el espíritu de Cristo, que con su vigor comunicará savia a este árbol reseco, para que pueda alzarse al sonido de la trompeta del divino aliento en la voz de Cristo, que es también mi voz en su aliento, y pueda resurgir de nuevo en el paraíso. El paraíso estará en mí; todo lo que Dios es y tiene, empezará a surgir en mí como un reflejo del ser de este mundo divino; todos los colores, poderes y virtudes de su sabiduría eterna se manifestarán en mí, a su semejanza. Seré la manifestación del mundo divino y espiritual y un instrumento del Espíritu de Dios, en el cual él ejecuta sus melodías para sí mismo, con esta voz que soy yo. Yo seré su instrumento, un órgano que expresa su Verbo o su Voz; y no sólo yo sino todos los integrantes en el glorioso coro e instrumento de Dios. Todos somos cuerdas en el concierto de su dicha; el espíritu de su boca da la nota exacta y el tono, y en ella afinamos nuestros instrumentos. Por consiguiente es para esto que Dios se hizo hombre. Para poder reparar su glorioso instrumento de alabanza, que sonaba desafinado y no de acuerdo con el tono de su dicha y de su amor. El volvería a traer el verdadero sonido de amor a esas cuerdas. El nos ha devuelto la voz que pueda alzarse en su presencia otra vez. El ha descendido hasta mí y me ha transformado en lo que él es, para que yo pueda decir en toda humildad que yo, en él; soy su trompeta y el sonido de su instrumento, y su divina voz.
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