Mendoza

Donde la última novedad es reproducir los sabores de antes
Licores frutados, grapa y anís con buena estrella, en Lulunta

MENDOZA.- En el Bajo Lulunta, zona rural donde todos los pobladores se conocen y en la que funciona un seminario dirigido por monjas trinitarias mexicanas, todo parece detenido en el tiempo. Sin embargo, siempre hay alguna novedad; más, si de buenos vinos y licores se trata.

Lo primero que llama la atención en la Bodega Tapaus, inaugurada en mayo último, es su moderna fachada decorada con piedras, maderas, amplios ventanales y una estrella de cinco puntas, visible apenas se pasa el portón principal, que en el mundo de la destilación es sinónimo de ética y calidad premium.

La elección de este solar no fue casual: cercanía con la capital (20 kilómetros); climas benignos para viñedos y olivares, con granizadas suaves que no suelen traer dolores de cabeza a los productores, y la magia de un poblado que se interpone entre la sierra y la contrasierra.

Esta bodega, en el departamento de Maipú, cuenta sólo con doce empleados, es artesanal por donde se la mire y por ahora (si bien ya tiene serios planes de exportación) su producción es baja: unas 15.000 botellas anuales, que encierran la magia del gin, el anís, la grapa y licores frutados elaborados con base vínica.

Tesoro escondido
Estas delicias, a las que se debe sumar uno de los pocos piscos elaborados en el país, se producen en un alambique de cobre alemán, de 200 kilos; en estos meses se agregarán otros, explica el arquitecto Marcelo Pedemonte, gerente y diseñador de la bodega.

La gran estrella es una grapa destilada de uva Malbec, con aroma a ciruelas dulces, cerezas maduras y un gusto -según el master distiller Hubert Weber- con predominio de alcohol, que cambia en forma casi inmediata a un sabor dulce.

En Tapaus, que significa en huarpe tesoro escondido, las instalaciones presentan una decoración despojada, que aprovechó materiales nobles y de la zona, como prensas de roble para orujos recuperadas de viejas bodegas. Todo un llamado a la añeja memoria de los mundialmente reconocidos viñedos mendocinos.

Las degustaciones se hacen en una gran copa invertida hecha con arcilla revestida de material, en tonos grises y negros, coronada por una lucarna realizada con damajuanas y techos de cañas flexibles. Allí, mientras se observan las montañas, da la sensación de que los licores frutados cobran más vida y un sabor que perdura en el espíritu.
La Nacion, 9 de enero de 2005