Thomas
Jefferson (1743-1826)
John
Quincy Adams
(1767-1848)
James Monroe
(1758-1831)
James Knox
Polk
(1795-1849)
Franklin
Pierce (1804-1869)
James
Buchanan (1791-1868)
Ulysses
Simpson Grant (1822-1885)
Theodore
Roosevelt (1858-1919)
Franklin
Delano Roosevelt (1882-1945)
|
Calixto
García
(1839-1898)
Leonard
Wood
|
Calixto
García
(1839-1898)
William
McKinley
(1897 - 1901)
La
Asamblea del Cerro
Miembros
de la Comisión de la Asamblea del Cerro
|
Máximo
Gómez
24
de febrero de 1899
Entrada en La Habana de Máximo Gómez
Residencia
de Máximo gómez en "La Quinta de los
Molinos"
|
Máximo
Gómez junto a José Martí
Encuentro
Gómez-Martí
abril de 1895
Encuentro
Gómez-Martí-Maceo, en La Mejorana
(mayo de 1895)
Residencia
de Máximo Gómez en "La Quinta de los
Molinos"
|
Juan
Gualberto Gómez
Manuel
Sanguily
Salvador
Cisneros Betancourt
Elihu
Root
Orville
Platt
Inauguración
de La Asamblea Constituyente por L. Wood
Caricatura
de la época sobre el significado de la Enmienda
Platt para Cuba
|
|
La
Bahía de Guantánamo, una de las mayores de “la isla
grande” del Archipiélago cubano; se encuentra a una
distancia de 64 kilómetros de Santiago de Cuba, la segunda
ciudad en importancia del país, y a 920 kilómetros de La
Habana, su capital. Tiene un área de 117,6 kilómetros
cuadrados (49,4 de tierra firme y el resto de agua y
pantanos) y delimita una línea de costa de 17,5 kilómetros.
La bahía, que posee buenas características en cuanto a
profundidad, seguridad y capacidad, actualmente carece de
importancia estratégica.
Desde el triunfo de la Revolución Cubana, el 1 de enero de
1959, el enclave ha sido fuente de provocaciones y
agresiones, especial aunque no únicamente, por parte de las
tropas norteamericanas allí destacadas. Un ataque a
la base de Guantánamo -por mercenarios cubanos con uniforme
de las fuerzas militares cubanas-, incluyendo varios
sabotajes y la explosión de un almacén de municiones, que
necesariamente provocaría daños materiales y numerosas
muertes entre la tropa estadounidense, fue manejado por los
norteamericanos como una posible excusa para una intervención
militar en Cuba.
Después de la invasión a Afganistán
en 2001, liderada por Estados Unidos, en la primera fase de
lo que la Administración Bush denominara "guerra
contra el terror”, empezó a operar un centro de detención
que fue ubicado en la base naval que los norteamericanos
mantienen en la ya bastante famosa Guantánamo. El 11 de
enero de 2002 un avión norteamericano de transporte C-141
trasladó a los primeros “reclusos”.
Según se
informó en la prensa de aquellos días, los prisioneros
viajaron enfundados en unos monos color naranja,
encapuchados y encadenados de pies y manos a los asientos
del avión; llevaban incorporado un orinal portátil, como
un anticipo de lo que vivirían a partir de ese momento;
todos fueron “sedados” y mantenían la compañía de un
militar sentado a su lado. Al llegar a su destino, fueron
literalmente enjaulados: las “celdas” (jaulas) medían
1.80 x 2.40 m; techo de metal; piso de cemento y un cubo
para hacer sus necesidades fisiológicas; sólo disponían
de 15 minutos al día para salir. Este campo de detención
poco a poco se ha convertido en un símbolo
de la tortura, los abusos y las violaciones del derecho
internacional, donde más de 550 prisioneros(1) de
unas 35 nacionalidades continúan, de hecho, recluidas en un
agujero negro jurídico, sin acceso en muchos casos a un
tribunal ni a un abogado y sin visitas de su familia. En
todo el mundo civilizado comenzaron a elevarse voces de
condena al tratamiento dado a las personas allí recluidas.
Amnistía Internacional mantiene una página web (2) donde
se da cobertura informativa a la penosa situación física y
jurídica de los prisioneros; en ella se puede leer, entre
otras cosas: “Bahía de Guantánamo: un escándalo para
los derechos humanos”.
Desde hace
algún tiempo, han venido apareciendo noticias en los
diversos medios de información y comunicación
-tradicionales y alternativos-, de que más de 200 reclusos
–llamados con el estrambótico nombre de “combatientes
enemigos”- mantienen una huelga de hambre en el enclave:
informes del ejército
estadounidense confirmaron que la huelga se inició el 8 de
agosto pasado y que 87 prisioneros rehusaban recibir
alimentos. Según algunos reportes de agencias
internacionales, ésta sería la segunda huelga de hambre en
el centro de detención en los últimos meses; en la
anterior, los que rehusaban a alimentarse desistieron de la
medida luego de que el Pentágono se comprometiera a
agilizar el proceso (3)
Algunos se
preguntarán el por qué los grandes y poderosos medios de
información y comunicación –que le llaman al centro de
internamiento de diversas formas- nunca abordan el espinoso
tema de la historia del enclave militar y menos aún de cómo
se hicieron con el área donde instalaron el mismo. Por mi
parte, estoy
convencido de que el tratamiento informativo de este tema es
incompleto si no se conoce bien cómo es que los Estados
Unidos posee una base naval en territorio cubano, tomando en
cuenta precisamente la demostrada hostilidad de la
Administración norteña contra el pequeño país caribeño,
en su historia reciente, y su ambición histórica de lograr
por distintas vías su anexión.
El diferendo entre Cuba y los
Estados Unidos no son, como se quiere hacer creer a la opinión
pública, un conflicto entre el “régimen comunista de
Castro” y los democráticos Estados Unidos de América. En
realidad, los intentos del poderoso vecino del norte por
apoderarse del archipiélago cubano tienen una historia de
dos siglos y son la expresión concreta de sus concepciones
imperiales de que Cuba les pertenece de hecho y de derecho y
que, por tanto, tarde o temprano deberá ser anexada a los
Estados Unidos.
Tales intentos han tenido múltiples formas, entre
ellas: las políticas,
como la teoría de la Fruta Madura, esgrimida por John
Quincy Adams en 1823, la Doctrina de James Monroe en
1826; el Destino Manifiesto en 1845, la Doctrina Evarst en
1878, la Diplomacia del Dólar y la del Buen Vecino de
Roosevelt(4); o los intentos de compra directa a la
antigua Metrópoli española: Polk
en 1848, Pierce en 1853, Buchanan en 1857 y Ulises Grant, en
1869.
Thomas
Jefferson (1743-1826), fue el presidente número 3 de los
Estados Unidos (1801-1809). En 1805,
dijo que "comenzaba a considerar toda la
corriente del golfo como agua jurisdiccional
norteamericana", este pensamiento lo complementaba de
la forma siguiente: "En caso de una guerra con España,
los Estados Unidos se apoderarían de Cuba".
John Quincy Adams (1767-1848), fue el presidente número
6 de los Estados Unidos, pero siendo secretario de Estado en
el gobierno de Monroe, escribió: “Hay leyes de gravitación
política como leyes de gravitación física, y Cuba,
separada de España, tiene que gravitar hacia la unión que,
en virtud de la propia ley, no iba a dejar de admitirla en
su propio seno. No hay territorio extranjero que pueda
compararse para los Estados Unidos como la isla de Cuba”.
Con
fecha 28 abril de 1823,
John Quincy Adams
envió al ministro de Estados Unidos en España
instrucciones
que, entre otras cosas, decían: “El traspaso de Cuba a
Gran Bretaña seria un acontecimiento muy desfavorable a los
intereses de esta Unión (…) La cuestión tanto de nuestro
derecho y de nuestro poder para evitarlo, si es necesario
por la fuerza, ya se plantea insistentemente en nuestros
consejos, y el gobierno se ve obligado en el cumplimiento de
sus deberes hacia la Nación, por lo menos a emplear todos
los medios a su alcance para estar en guardia contra él e
impedirlo. (…) Estas islas (Cuba y Puerto Rico) por su
posición local son apéndices naturales del continente
norteamericano, y una de ellas, la isla de Cuba, casi a la
vista de nuestras costas, ha venido a ser, por una multitud
de razones, de trascendental importancia para los intereses
políticos y comerciales de nuestra Unión. (…)
Cuando se echa una mirada hacia el curso que tomarán
probablemente los acontecimientos en los próximos cincuenta
años, casi es imposible resistir la convicción de que la
anexión de Cuba a nuestra República Federal será
indispensable para la continuación de la Unión y el
mantenimiento de su integridad (…)”. Adams, además, fue
quien negoció el
tratado Adams-Onís por el cual se obligó a España a ceder
la península de Florida.
James Monroe
(1758-1831) fue el quinto presidente de los Estados Unidos
(1817-1825) y quien formulara una declaración en el
Congreso norteamericano –1823- en la que anunciaba que su
país era totalmente contrario a cualquier intervención
europea en el continente americano, basándose en el lema:
"América es para los americanos”; tal declaración
sería conocida posteriormente como Doctrina Monroe y
realmente significaba “América es para los
norteamericanos”.
El periodista John L. O'Sullivan, en el año 1845,
escribió un artículo en la revista Democratic Review
de Nueva York, en el que explicaba las razones que
justificaban la necesaria expansión territorial de Estados
Unidos: "extenderse por todo el continente que nos ha
sido asignado por la 'Divina' Providencia, para el
desarrollo del gran experimento de libertad y
autogobierno”. Muy pronto, políticos y líderes de opinión
aplaudieron el “Destino Manifiesto”, que fue pensamiento
y visión del entonces presidente James Knox Polk. El
Destino Manifiesto se convirtió en
una de las filosofías con la que los norteamericanos
han tratado de justificar su comportamiento a escala mundial
y su “peculiar” forma de relacionarse con otros pueblos.
A lo largo de toda su historia, el Destino Manifiesto ha
sustentado la convicción de que Dios eligió a los Estados
Unidos para ser una potencia política y económica, una
nación superior a las del resto del mundo. Algunos autores
aseguran que en realidad tal filosofía es mucho más
antigua y la sitúan en 1620, cuando los puritanos
peregrinos arribaron a América en el pequeño velero de
altas bordas conocido con el nombre de “Mayflower”.
James Knox
Polk (1795-1849), presidente número 11 de los Estados
Unidos y que durante su mandato(1845-1849) tuvo lugar la
guerra contra el pueblo mejicano y el robo de los
territorios de California, Nuevo México y Texas, hizo todo
lo posible para
comprar a Cuba: en 1848 ofreció adquirirla
por cien millones de dólares.
Franklin Pierce (1804-1869) presidente número 14 de
los Estados Unidos de América (1853-1857), trató de
adquirir a Cuba en el año 1853.
James Buchanan (1791-1868), presidente número 15 de los
Estados Unidos de América (1857-1861), también continuó
con los esfuerzos de sus antecesores para apoderarse de
Cuba; en el año 1857 trató de comprarla a España.
Ulysses Simpson Grant (1822-1885), presidente número
18 de los Estados Unidos de América (1869-1877),
otro de los
que proclamaban el "destino manifiesto", trató de
adquirir a Cuba en el año 1869, cuando ya tomaba fuerza el
primer período de confrontación violenta entre la colonia
y su metrópoli: la Guerra de los Diez Años.
Como es sabido, el pueblo cubano para alcanzar su
independencia tuvo tres grandes períodos de confrontación
extrema con la Metrópoli española: la Guerra de los Diez Años
o Guerra Grande de 1868 a 1878; la Guerra Chiquita, de 1879
a 1880; y la Guerra de Independencia, conocida por la mayoría
de los historiadores objetivos como “Guerra
hispano-cubano-americana”, de 1895 a 1898. Es en esta última
en la que los Estados Unidos intervienen -de manera
oportunista- sólo al final de la misma y con el objetivo de
cambiar de dueños la colonia.; es decir: Cuba.
La
invasión norteamericana a Cuba, para intervenir en la
contienda que los cubanos mantenían para alcanzar su
independencia de España, se inició el 20 de junio de 1898.
Después de hundir la flota española en las afueras de
Santiago de Cuba y de varias batallas en los alrededores de
aquélla ciudad, en la que recibieron la ayuda de las tropas
cubanas bajo el mando del General Calixto García Iñiguez(5),
España entra en negociaciones y el 16 de julio, firma un
tratado de paz en la ciudad de Santiago de Cuba, el que fue
seguido de un tratado formal, firmado en París el 10 de
diciembre de aquel año
–por ese motivo se le denominó “Tratado de París”-
que es el que puso fin a la dominación española en Cuba.
La primera intervención norteamericana comenzó el 1
de enero de 1899, como gobernador general fue designado John
Brooke (su mandato fue corto: de enero a diciembre siendo
sustituido por Leonardo Wood); de forma inmediata se tomaron
dos medidas: la primera, de carácter económico, consistió
en la rebaja de los aranceles a los productos
norteamericanos que llegaran al país y la segunda, perseguía
un objetivo político: el desarme de la población,
particularmente el Ejército Libertador de Cuba (ELC); es
decir, prepararon de las condiciones indispensables que les
permitieran el dominio económico y político del país.
Las condiciones objetivas en que la economía cubana
había quedado después de la guerra (destruida gran parte
de las riquezas económicas, abandono de la agricultura
debido a la criminal “Reconcentración” implantada por
el sanguinario Valeriano Weyler, desolación, hambre y
miseria de la gran mayoría de la población), facilitaron
la penetración del capital yanqui.
Los grandes monopolios norteamericanos aprovecharon
la ruina de los productores cubanos, como consecuencia de la
guerra, así como de las facilidades que les otorgaban las
autoridades de ocupación para adquirir a precios realmente
irrisorios enormes cantidades de tierra fértil,
especialmente las azucareras, donde sus grandes capitales
les permitió establecer modernos centrales azucareros con
una mayor capacidad de producción que hizo desaparecer los
pequeños ingenios azucareros que aún existían. Desde 1899
hasta 1902 la política oficial del gobierno interventor
yanqui estuvo dirigida, en lo económico, a facilitar las
inversiones de capital con el objetivo claramente definido,
en primera instancia, de apoderarse de las riquezas
económicas del país –azúcar, tabaco, minerales,
medios de transporte, entre otros-, para posteriormente
alcanzar la tan ansiada anexión de la mayor de las
antillas.
Ante la enorme avalancha de “inversionistas”, los
principales dirigentes independentistas cubanos, solicitaron
al gobierno de ocupación, que prohibiera aquellos
privilegios y concesiones a las empresas extranjeras y
debido a tales peticiones, en el mes de marzo de 1899, el
Congreso norteamericano puso en vigor la denominada
“Enmienda Foraker”. La enmienda, que supuestamente
limitaba las inversiones de capital en Cuba, fue una ley
engañosa –como tantas otras- que sirvió de fachada de
"desinterés y honestidad" a la ocupación. Los
resultados se pueden deducir por lo publicado, seis meses
después de su promulgación, por el periódico Times de
Minnesota: “...no falta mucho para que los habitantes de
Cuba se conviertan en poco menos que asalariados de los
millonarios inversionistas americanos... serán deudores en
un sentido tal como nunca lo habían sido antes”.
El segundo objetivo que se
propusieron los interventores norteamericanos -el político-,
merece un análisis un poco más detallado.
Ante todo, hay que recordar
que aunque durante la Guerra el alto mando del Ejército
Norteamericano solicitó apoyo de las fuerzas insurgentes
cubanas, se cuidó siempre de hacerlo de manera informal,
mediante contactos con diferentes jefes insurrectos, pero de
manera individual para no reconocer ni al Ejército
Libertador de Cuba (ELC) ni al Consejo de Gobierno civil,
que eran, junto al Partido Revolucionario Cubano (PRC),
fundado por José
Martí en 1892, los legítimos representantes del pueblo
de Cuba.
Cumpliendo el acuerdo de la
Constitución de la Yaya de 1897, que establecía que se
convocaría una nueva Asamblea de Representantes dos años
después, o de forma inmediata si la guerra terminaba antes,
el Consejo de Gobierno fue sustituido por dicha Asamblea de
Representantes que comenzó a celebrar sus reuniones en
Camagüey el 24 de octubre de 1898; como que posteriormente
se trasladó al barrio habanero el Cerro, se le conoció de
inmediato con el nombre de Asamblea del Cerro; contaba con
44 miembros, electos entre las filas del ELC, así como
otras destacadas personalidades civiles.
Por su parte, el ELC
permaneció organizado y bajo la jefatura del general en
jefe Máximo Gómez, que mantuvo su campamento en territorio
villaclareño.
La Asamblea del Cerro se
propuso tres objetivos inmediatos: a) Lograr de alguna
manera que los norteamericanos la reconociera como
representante del pueblo cubano; b) tratar de descifrar las
verdaderas intenciones de los yanquis respecto a Cuba,
precisando además el período que duraría la ocupación; y
c) tratar de resolver la penosa situación económica de los
soldados del ELC, mediante su licenciamiento –un grave
error- y la obtención de algún dinero para cada uno de los
que se licenciaran. El 10 de noviembre de 1898, la Asamblea
designó una comisión de 5 miembros para que viajara a los
Estados Unidos con la intención de alcanzar tales
objetivos; la presidía Calixto García Íñiguez y tenía
una encomienda: concertar un empréstito de 10 millones de
pesos con el gobierno estadounidense.
Esta última encomienda
encerraba un doble propósito: primero, si se otorgaba el
empréstito, el dinero serviría para entregarlo a los
combatientes que se licenciaran y segundo, constituiría el
reconocimiento explícito de la Asamblea. Adicionalmente y
según quedaría establecido, la deuda que se contraería
sería pagada después de establecida la República, lo que
implicaría poner fecha de terminación a la ocupación.
Sin embargo, los resultados
fueron negativos según se concluyó en el informe
rendido por la propia Comisión: “....fue imposible en
absoluto a los comisionados –a pesar de su empeño y su
insistencia- obtener explicación ninguna, sino sólo
manifestaciones vagas, y aun frases más o menos evasivas,
ni del Presidente, ni de los Secretarios, ni de las demás
personas a quienes consultaron y requirieron; por más que
todos declararon que estaban resueltos a cumplir fielmente
las resoluciones del Congreso de 19 de abril de 1898, sin
que dejaran nunca escapar ni una palabra respecto de los
medios que hayan de adoptarse para obtener este respaldo, ni
el tiempo de la ocupación de la isla, como si en realidad
no tuviesen programa político definido.... “
Realmente, los yanquis se
negaron a conceder el empréstito solicitado por los
cubanos, ya que no estaban en disposición de comprometerse
con ninguna institución cubana, aunque el presidente
McKinley ofreció un “donativo” de tres millones, lo que
en términos económicos significaba entregar a cada
combatiente –unos 40 mil- la insignificante cantidad de 75
pesos, un poco más del valor de los fusiles y las balas de
que disponían en aquellos momentos. De más está decir que
la Comisión rechazó la “magnánima” oferta del yanqui
McKinley que buscaba también desarmar barato y cómodamente
al ELC..
El
Genarílisimo Máximo Gómez, Jefe del Ejercito Libertador
de Cuba (ELC), que se mantenía en Yaguajay -receloso y
expectante, porque no veía clara la situación- no se
escondía en mostrar su profundo disgusto por la forma en
que se conducían los ocupantes yanquis; así en su Diario
de Campaña hizo dos anotaciones que son una muestra
palpable de tales sentimientos
1- El 24 de septiembre de 1898:
“... Según lo pactado entre España
y los Estados Unidos, la evacuación por parte de los españoles,
de la isla, se hará despacio y cómodamente, para después
ocuparla los americanos. Mientras tanto, a los cubanos nos
ha tocado el despoblado y por premio de nuestros servicios
de nuestro cruento sacrificio; el hambre y la desnudez, que
hubieran sido más soportables en plena guerra que en esta
paz, donde no nos es permitido ostentar nuestros laureles
tan bien conquistados.
Pero no son instantes de comentarios y lo sensato es saber
esperar”.
2.- El 29 de diciembre de 1899:
“Los americanos están cobrando
demasiado caro con la ocupación militar del País, su
expontánea (sic) intervención, en la guerra que con España
hemos sostenido por la Libertad y la Independencia (...)
La actitud del Gobierno Americano con el heroico Pueblo
Cubano, en estos momentos históricos, no revela a mi juicio
más que un gran negocio (...)
Nada
más racional y justo, que el dueño de una casa, sea él
mismo que la va a vivir con su familia, el que la amueble y
adorne a su satisfacción y gusto; y no que se vea obligado
a seguir, contra su voluntad y gusto, las imposiciones del
vecino.
De
todas estas consideraciones se me antoja creer que, no puede
haber en casa verdadera paz moral, que es la que necesitan
los pueblos, para su dicha y ventura; mientras dure el
Gobierno transitorio; impuesto por la fuerza dimanante de un
Poder extranjero y por tanto ilegítimo, e incompatible con
los principios que el País entero ha venido sustentando
tanto tiempo y en defensa de los cuales se ha sacrificado la
mitad sus hijos y desparecido todas sus riquezas (...)
La situación pues, que se le ha creado a este pueblo; de
miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en
todos sus actos de soberanía, es cada día más aflictiva,
y el día que termine tan extraña situación, es posible
que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía”
El Generalísimo puso en conocimiento de la Asamblea
del Cerro -mediante una carta privada-
sus opiniones y preocupaciones, pero la Asamblea,
inmersa en sus trajines para obtener el reconocimiento
norteamericano, no atendió el llamado de Gómez, ni sus
propuestas y sugerencias –como la de redactar rápidamente
una Constitución para la República de Cuba para, según él,
abreviar la ocupación extranjera- respondiéndole que no
compartía sus preocupaciones, lo cual hizo resurgir las
viejas discrepancias entre el veterano luchador y el órgano
político ahora convertido en la Asamblea del Cerro.
De más está decir que los norteamericanos
aprovecharon las discrepancias en el seno de los cubanos y
pusieron en práctica una de sus clásicas habilidades: un
plan divisionista que enfrentara por un lado a la Asamblea
del Cerro y por el otro al General en Jefe, con el objetivo
de destruirlos a los dos y dejar al pueblo cubano sin ningún
tipo de representación, ya que en el mes de diciembre de
1898, Tomás Estrada Palma, delegado del PRC y residente en
Estados Unidos, había cometido, como mínimo, un grave
error y de forma unilateral publicó una circular, en el
periódico Patria, dando a conocer la disolución del
Partido bajo la excusa de ya no tenía razón de ser. Esta
acción, por una parte había dejado al pueblo cubano sin la
orientación política adecuada y constituía, además, una
traición al pueblo de Puerto Rico, puesto que se abandonaba
su defensa como estipulaba el Programa del PRC.
Para poner en práctica sus planes, el Presidente
yanqui McKinley envió a Cuba, a finales de enero de 1899, a
Robert Porter para que se entrevistara con Máximo Gómez;
así lo hizo y en la entrevista Porter aseguró a Gómez que
los norteamericanos respetarían la Resolución conjunta
–es decir lo referente a la independencia de Cuba- y le
brindó información sobre las gestiones llevadas a cabo por
la Comisión de la Asamblea para obtener el empréstito
–que consideraba excesivo- así como del “donativo”
ofertado por McKinley. Gómez –que erróneamente pensaba
en que el licenciamiento del ELC sería útil y opuesto a
que la República naciera endeudada por un empréstito- cayó
en la trampa yanqui y coincidió en que la mejor opción sería
rechazar tal empréstito y aceptar el ofrecimiento
norteamericano; también convino con Porter en que su
presencia en La Habana sería beneficiosa para participar en
la toma de decisiones, lo que a largo plazo significaría
profundizar las discrepancias en el campo de los cubanos.
El 24 de febrero de 1899 Máximo Gómez hizo su entrada en
La Habana donde tuvo un recibimiento triunfal.
Tal y como tenía previsto el plan norteamericano de
“divide y vencerás”, la presencia de Máximo Gómez
–y su tajante posición frente al empréstito que
gestionaba la Asamblea del Cerro- profundizó las tensiones
y los enfrentamientos entre ambas partes. Algunos miembros
de la Asamblea visitaron al General, en su residencia de la
Quinta de los Molinos, tratando de convencerlo para que
cambiara su actitud, pero sus esfuerzos fueron inútiles;
ante la negativa del Jefe del ELC, la Asamblea procedió a
su destitución.
El 12 de marzo de 1899
Gómez publicó un manifiesto en el que señalaba: “Nada
se me debe y me retiro contento y satisfecho por haber hecho
cuanto he podido en beneficio de mis hermanos. Y en donde
quiera que el destino me imponga plantar mi tienda, allí
pueden los cubanos contar con un amigo”..... Al mismo
tiempo que la Asamblea del Cerro decidía la destitución de
Gómez, perdía el apoyo de la mayoría del pueblo cubano y
sentenciaba por ello, su propio final, lo que
indefectiblemente sucedería el 4 de abril de 1899.
La estrategia yanqui
triunfaba; a finales del mes de mayo de aquel año se
procedió al licenciamiento del ELC y a la distribución de
los tres millones de pesos que tan “generosamente” había
“donado” el gobierno de los Estados Unidos. Un tiempo
antes, habían procedido a desarmar a los antiguos
defensores del gobierno colonial, debido a la desconfianza
norteamericana hacia aquellos y al temor de que en un
momento determinado pudiera existir alguna reacción a sus
actividades en la Isla; con ello demostraban los yanquis sus
verdaderas intenciones de dominio absoluto de Cuba y de
desprecio a todos sus habitantes.
Despejado el camino,
los yanquis continuaron ejecutando su estrategia para lograr
la anexión de Cuba. Sin embargo, a pesar de las diferencias
de criterios entre la Asamblea del Cerro y el General en
Jefe del ELC, en cuanto a la forma de licenciar al Ejército,
ambos mantenían igual criterio sobre la defensa de la
independencia del país y se oponían por consiguiente a la
prolongación de la ocupación norteamericana. Por otra
parte, no cesaban las manifestaciones de los cubanos por
alcanzar la ansiada independencia y cada vez que algún político
gringo se refería velada o directamente a la posible anexión
de Cuba a la Unión Americana, recibía una contundente
respuesta por parte de los cubanos; los yanquis llegaron
entonces a la conclusión –muy a su pesar- de que la anexión
de Cuba solo la podían lograr por la fuerza.
No obstante, eran
varios los factores que jugaban en contra de la utilización
de la violencia para lograr la anexión: el arraigo del
sentimiento independentista en un pueblo con una demostrada
trayectoria de lucha guerrera, que no aceptaría fácilmente
la sumisión; la violación que ello constituiría del
compromiso adoptado por el Congreso Norteamericano en la
Resolución Conjunta; su estrategia geopolítica, que en
aquellos momentos apuntaba a la construcción de un canal
interoceánico, arrebatándole a Colombia el territorio de
Panamá; en política interna, las aspiraciones
reeleccionistas del presidente McKinley, a las que les vendrían
muy mal el empleo de la fuerza militar; así como la actitud
hostil a la posible anexión, por parte de los productores
azucareros asentados en el sur de los Estados Unidos, que veían
como una amenaza la posible futura concurrencia de ese
producto en los mercados yanquis. Visto lo visto, decidieron
entonces continuar su política de doble discurso y mientras
hablaban de mantener sus compromisos expuestos en la
Resolución Conjunta, en cuanto a la Independencia del
país, buscaban la forma de que en realidad esta fuera lo más
limitada posible.
Un dato más a tomar en consideración: en el mes de
junio de 1900 el gobierno de ocupación convocó a efectuar
unas elecciones municipales; sus resultados no fueron nada
halagüeños para los yanquis: a pesar de los métodos que
pusieron en práctica para que salieran “sus”
candidatos, la inmensa mayoría de los que fueron elegidos
representaban el espíritu independentista de su pueblo.
Un mes después de los comicios municipales y después de
entrevistarse con McKinley y otros altos funcionarios
yanquis, Leonard Wood convocó a nuevas elecciones, en este
caso, para la formación de una Asamblea Constituyente, cuya
tareas serían, según el propio Wood: "Redactar y
adoptar una constitución para el pueblo de Cuba y como
parte de ella proveer y acordar con el Gobierno de los
Estados Unidos en lo que respecta a las relaciones que habrían
de existir entre aquel gobierno y el gobierno de
Cuba..."
Ya me dirá usted, que pinta en la Constitución de
un país, que se supone independiente y soberano, explicitar
las relaciones que se van a desarrollar con otro en específico;
pues lo mismo pensaron la mayoría de los cubanos de
entonces de aquel hecho por el que se incluía en la ley
fundamental de la República, lo referente a las relaciones
con Estados Unidos; con toda lógica, consideraban
humillante la
imposición del procónsul yanqui.
En septiembre de 1900 comenzó a sesionar la Asamblea
Constituyente. Contaba con 32 miembros y muy pronto se
manifestó la existencia de un grupo, dentro del cual se
destacaban Juan Gualberto Gómez, Manuel Sanguily y Salvador
Cisneros Betancourt, que eran los que mejor representaban el
sentir mayoritario del pueblo cubano. Los asambleístas
decidieron dedicar toda la atención a la redacción del
texto constitucional primero, para discutir después lo
relativo a las relaciones con Estados Unidos.
En febrero de 1901 la constitución quedó concluida
y como era de esperar, la
comisión, a la que la Asamblea había encargado
elaborar el proyecto sobre las relaciones entre los Estados
Unidos y Cuba, consideró que en la carta constitucional no
debía incluirse ningún acuerdo especial de ese tipo, ya
que, era obvio, sería una atribución del gobierno de la
República establecer las relaciones, según estimara
conveniente, tanto con los Estados Unidos como con los demás
países del mundo.
El Gobierno Imperial reaccionó como era de suponer
ante aquél desafío criollo y transmitió al gobernador
neocolonial instrucciones precisas de imponer sus criterios,
a lo que Wood puso de inmediato manos a la obra, invitando a
la Comisión designada por la Asamblea a una "cacería"
en la zona sur de Matanzas, conocida como la Ciénaga de
Zapata -lejos estaba Wood de prever que en aquella misma
zona, muchos años después, su imperio conocería su
primera derrota en América, en las arenas de Playa Girón-
para dar a conocer a sus miembros el contenido de una carta
recibida por él –Emilio Roig de Leuchsenring la denominó
“borrador de la Enmienda Platt”(6)– remitida por el
secretario de guerra norteamericano Elihu Root; en ella, se
establecían las condiciones sobre las cuales debían
fijarse las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos.
Está de más decir la indignación que causó en los
miembros de la Comisión la
grosera intromisión yanqui; incluso se evaluó la
posibilidad de disolver la Asamblea o Convención
Constituyente ante aquella proposición intolerable; sin
embargo, las fuerzas imperiales y anexionistas no perdieron
tiempo y el 25 de febrero de 1901 el senador yanqui Orville
Platt presentó al Congreso de los Estados Unidos una
enmienda en la que se recogía "las sugerencias"
de la carta leída por Wood en la “cacería” de
Matanzas. Unos días después la “Enmienda Platt” se
convertía en Ley, por lo que los cubanos solo tenían ante
sí dos caminos: o aceptarla o no tener República. La
Enmienda fue presentada por el Gobernador yanqui a la
Asamblea Constituyente para que fuera adicionada como apéndice
de la Constitución, en el mes de marzo de 1901.
Fue así como los yanquis se hicieron con la porción
del territorio cubano donde instalaron la hoy tristemente
famosa Base Naval de Guantánamo, de acuerdo a lo estipulado
en el artículo 7° de la Enmienda Platt.
Decida usted ahora si
es imprescindible o no conocer esta historia para
comprender el por qué los cubanos la consideran “ilegal”
y los grandes y poderosos "medios" la obvian.
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