Bolton, el indeseable
Rosa Miriam Elizalde
Dijo
un periodista de la agencia DPA que la ceremonia de ayer en la Casa Blanca no
parecía una presentación, sino un funeral. George Bush, Condoleezza Rice y
John Bolton estaban tan tensos, que sus habituales caras de piedra mostraban
estrías. Aun así, como hace el presidente Bush siempre que puede, se limitó a
dar una orden: “Bolton reformará la ONU bajo un claro liderazgo
estadounidense… Insistirá en que haya resultados”.
Le
importa un pito la oposición del Senado y de casi todo el resto del mundo a la
denominación del ex subsecretario de Estado como nuevo embajador de los Estados
Unidos ante las Naciones Unidas. Lo que les concierne es una defensa a ultranza,
en todos los foros, de las ideas ultraconservadoras acerca del destino non plus
ultra. Trátase del destino de un individuo de trayectoria tan indeseable como
la de Bolton, o del destino universal a la manera de la derecha propiamente
llamada conserva-dura, que se siente por encima de cualquier tipo de fe. Salvo
una: la creencia de que la salvación del mundo (su mundo: el que imponen a los
otros) es tarea que corresponde a los miembros del clan que gobierna desde la
Casa Blanca.
Las
mejores credenciales de Bolton son, probablemente, las críticas que ha
levantado su denominación por su pésima trayectoria frente al multilateralismo
y su odio hacia Cuba, acerca de la cual mintió descaradamente más de una vez,
acusando a la Isla de producir armas biológicas. Si sus mentiras hubieran
conducido a una intervención militar en este país, probablemente hoy otros
estarían viendo, en vez de la designación a un cargo diplomático, el
nombramiento para algo así como la Vicepresidencia del imperio.
El
más leve atisbo de liberalismo o de progresismo, incluso a la manera
estadounidense, lo único que parece provocar en los EE.UU. es mayor
intolerancia. Tomen el caso de Karl Rove. Ha probado que cualquier medio es lícito,
si favorece a su jefe. Cuando delató a una agente de la CIA, lo hizo para que
los Estados Unidos pudieran meterse con un buen pretexto en Iraq, y una
guataquería como esa en Yanquilandia resulta infalible.
Rove
y Bolton, y cualquiera que quiera escalar junto a los cachorros Bush, saben que
funcionarán bien las cosas mientras sigan ciegamente a la dinastía. Lo saben
ellos y la Asociación Nacional del Rifle y los demás comités
extremo-religiosos y extremo-reaccionarios, que han llegado a la conclusión de
que es preferible instalar un criadero de presidentes en el rancho Bush a dar un
golpe de Estado a la manera tradicional, que podría acabar en otro desastre
Clinton.
Lo
que a mí me parece más fascinante del asombroso nombramiento del nuevo
embajador ante la ONU, es que se logren juntar en un mismo espacio físico gente
con tanta electricidad en el cuerpo, tan crispada y tan asombrosamente parecida,
y la Tierra siga dando vueltas sobre su eje, así, sin más ni más.
Es
extraordinario que se junten una mañana de Casa Blanca tres notables
supervivientes del menosprecio ajeno y de su propia mediocridad, y que no
revienten las bombillas o caiga un rayo en la almidonada cabeza de Condoleezza o
se destape un terremoto. Si eso no es un milagro, que venga Dios y lo vea.
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