NOEL,
PALABRAS*
Silvio Rodríguez Domínguez • La
Habana
A
Liudmila, que lo acompañó.
A Nadia, Carolina y Antón.
El
que supo cantar con optimismo al duro día que empezaba; el entusiasmado
anunciador de que venía un batallón de mujeres con un ajustador por bandera;
el compilador de dos días ociosos del diario del Che; el que desde detrás de
su afortunada guitarra suplicaba que lo amáramos tal y como era; el que pasará
la eternidad cantando que es un hombre de transición; el que supo perdonar la
alevosía de un beso. O, mejor: el que bautizó a los indolentes burócratas
como seres gavetas, ha hecho un breve paréntesis para cumplir con un requisito
indispensable del ministerio natural.
¿Por qué tiene que ser tan duro este trámite? ¿Por qué de pronto pareciera
que nuestra frágil y mínima vida no está a salvo?... La única voz autorizada
para responder estas incógnitas es la de Noel, amorosamente alias El Drácula,
hombre armado de pétalos pintados como dientes.
Él nos deja por un instante tan justo que no intentamos una radiografía de
ciertos o de inciertos años, sino un simulacro de despedida. Él se nos va sólo
lo mínimo como para reconocer que es un fundamental desconocido, una rica
sustancia por revelar, que una vez se autonombró trovador sin suerte.
A los cantores que empezamos con él, a sus compañeros de Casa de las Américas,
a los del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, a los del entonces
Movimiento de la Nueva Trova, junto a sus familiares y admiradores, nos
corresponde pelearnos contra la parte de injusticia que toda mala suerte trae
consigo. Para reparar esa tristeza de la Patria a la que Noel Nicola Reyes
entregó su generosa vida y sus canciones inmortales.
8 de agosto, 2005.
*Palabras en el sepelio de Noel Nicola, fundador del Movimiento de la Nueva
Trova y del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC.
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