El haiku en occidente

 

El haiku se difunde en la literatura occidental desde principios del siglo XX: primero en Francia, donde Paul Louis Chochoud publica en 1905 un libro de poemas y en 1906 un ensayo titulado Los epigramas líricos de Japón; en Inglaterra, entre 1908 y 1912, se reunieron varios poetas interesados en el haiku, entre ellos Hilda Doolittle y Ezra Pound, quien llegó a decir que “es mejor presentar una sola imagen en toda la vida que producir obras voluminosas”. En España y América, el haiku no resultó una forma extraña, sobre todo por su proximidad con el epigrama, la adivinanza y la seguidilla, que alterna versos de siete y cinco sílabas. El primer poeta que escribe haiku es el mexicano José Juan Tablada, quien visitó Japón en 1900. Lo más común entre los poetas de lengua española es recuperar la brevedad del haiku, sin que se cumpla necesariamente el canon de las 17 sílabas. Sin embargo, a través de la sucesión 5-8-4, la fórmula ideal se realiza en este poema de Tablada:

“Tierno saúz / Casi oro, casi ámbar, / Casi luz...”

donde la densidad reside en la gradación lumínica (oro-ámbar-luz), captada como impresión gracias al adverbio casi, y en la unión de esos matices de color (sensación visual) con el atributo tierno (¿sensación táctil, gustativa, alusión a su delicadeza y fragilidad?). La imagen del saúz (sauz o sauce) se esboza mediante una sinestesia, es decir, la aproximación de dos dominios sensoriales. Además de Tablada, otros poetas modernistas se acercaron al haiku y a la poesía japonesa: por ejemplo, el español Manuel Machado. Entre los poetas posteriores, destacan el ecuatoriano Carrera Andrade, los mexicanos Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Octavio Paz y Alfredo Boni de la Vega (1914-1965), compilador de la primera antología del ‘haikai hispano’, en 1951. Este último es autor, además, de un haiku fiel al modelo que tiene mucho de adivinanza:

“Flor de tristeza que se abre cuando el llanto del cielo empieza”... el paraguas.

 

 

 


José Juan Tablada

José Juan Tablada

Al lago, al silencio, a la sombra
Todo candor el cisne
Con el cuello interroga...

José Juan Tablada (1871-1945), poeta y prosista mexicano, señaló el rumbo de la poesía mexicana posterior al modernismo.
Nacido en la ciudad de México; viajó a principios de siglo a Japón, cultura que influiría a la larga en el rumbo de su poesía y lo convertiría en el introductor de las vanguardias en México. Introdujo en español el haiku japonés y escribió poemas ideográficos. Su poesía se mueve en la superficie, en lo que ve y lo que toca, y con una habilidad magistral hace de las cosas sencillas artificios sorprendentes. Publicó: Florilegio (1899), Al sol y bajo la luna (1918), Un día... (1919), Li-Po y otros poemas (1920), El jarro de flores (1922) y La feria de la vida (1928). Murió en Nueva York, poco después de ser nombrado vicecónsul de México.

 

 

Tierno saúz
Casi oro, casi ámbar
Casi luz...
Distintos cantos a la vez;
La pajarera musical
Es una torre de Babel.
Pavo real, largo fulgor,
Por el gallinero demócrata
Pasas como una procesión...
La rama del chirimoyo
Se retuerce y habla:
Pareja de loros.
De los enjambres es
Predilecta la flor de la toronja
(Huele a cera y a miel).
Por nada los gansos
Tocan alarma
En sus trompetas de barro.
Llovió toda la noche
Y no acaban de peinar sus plumas
Al sol, los zopilotes.
Apenas la he regado
Y la mata se cubre de violetas,
Reflejos del cielo violado.
Sin cesar gotea
Miel el colmenar;
Cada gota es una abeja...
En la siesta cálida
Ya ni sus abanicos
Mueve la palma...
Cohete de larga vara
El bambú apenas sube se doblega
En lluvia de menudas esmeraldas.
Caballo del diablo:
Clavo de vidrio
Con alas de talco.
Breve cortejo nupcial,
Las hormigas arrastran
Pétalos de azahar...
Aunque jamás se muda,
A tumbos, como carro de mudanzas,
Va por la senda la tortuga.
Las cigarras agitan
Sus menudas sonajas
Llenas de piedrecitas...
Engranes de matracas
Crepitan al correr del arroyo
En los molinos de las ranas.
De monte a monte,
Salvando la cañada y el hondo río,
Una torcaz se queja y otra responde.
El jardín está lleno de hojas secas;
Nunca vi tantas hojas en sus árboles
Verdes, en primavera.
Como en el blanco las flechas
Se clavan en el avispero
Las avispas que regresan...
Otoño en el hotel de primavera;
En el patio de "tennis"
Hay musgo y hojas secas.
Clavada en la saeta
De su pico y sus patas,
La garza vuela.
Mariposa nocturna
A la niña que lee "María"
Tu vuelo pone taciturna...
Trozos de barro,
Por la senda en penumbra
Saltan los sapos.
¿Los vuelos de la golondrina
Ensaya en la sombra el murciélago
Para luego volar de día...?
El cámbulo,
Con las mil llamas de sus flores,
Es un gigante lampadario.
La noche anticipa
Y de pronto arde en el crepúsculo,
La pirotecnia de la buganvilia.
Devuelve a la desnuda rama,
Nocturna mariposa,
Las hojas secas de tus alas.
Plata y perlas de luna hechas canciones
Oíd... en la caja de música
Del kiosko de los ruiseñores.
Es mar la noche negra;
La nube es una concha;
La luna es una perla...
Recorriendo su tela
Esta luna clarísima
Tiene a la araña en vela.
El abejorro terco
Rondando en el foco zumba
Como abanico eléctrico.
Bajo el celeste pavor
Delira por la única estrella
El cántico del ruiseñor.
Pedrerías de rocío
Alumbra, cocuyo,
Tu lámpara de Aladino!
José Juan Tablada

 

 

Cuando mis ojos
se cierran y se abren
todo ha cambiado

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Una campana
tan solo una campana
se opone al viento.

(Mario Benedetti)

 

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