La Perdiz Roja

REINA DE LAS AVES

Reina de la caza menor por excelencia, la perdiz roja es uno de los más bellos ejemplares de nuestra fauna. Esencialmente española, especie única en la avifauna mundial, se ha convertido en objeto de deseo de todos los cazadores del mundo. Alectoris Rufa, es su nombre científico y perdiz roja el que todos damos a este bravo, difícil y huidizo volador, animal luchador y causa de tantas fatigas y desvelos. De la familia de las faisánidas, de vuelo rápido y ruidoso, patas fuertes y largas, supera los 30 cms de largo y los 600 gramos de peso. De su armonioso colorido, blanca la barba y la línea sobre los ojos de un rojo verrugoso, rodeados de una fina franja negra que se extiende hasta el pico; pardo castaño en nuca y cuello; grises azulados, metálicos, marcando el pecho y tonos ocres miméticos con el terreno desde el lomo hasta la cola, destaca, por encima de todos los colores, el rojo intenso de su pico y patas.

AVE TERRITORIAL

Presente en todas las zonas del país (salvo algunas montañosas del Norte), desde Castilla-La Mancha y parte de Extremadura, donde su abundancia es buscada por cazadores de todo el mundo, a Castilla-León, Aragón o Andalucía, la perdiz roja gusta de terrenos como los que ofrece la mayor parte de la Península: valles, vegas, cerros y oteros, monte bajo y alto, árboles aislados, zarzas, tomillos y cantuesos, arroyos, riachuelos y "goteales" en las laderas de los cerros, bebederos indispensables para su supervivencia A diferencia de la perdiz pardilla (Perdix perdix), de cara anaranjada, pico negruzco y plumaje pardo, que encuentra en las cordilleras del norte a más de 800 metros de altitud, la perdiz roja prefiere el cereal y la viña para vivir, aunque pueda también encontrarse algunas veces en áreas de montaña. Es andadora por naturaleza y si no existe fuerza mayor no emprende el vuelo. Cuando lo hace, éste es un vuelo de arranque fuerte y en pocos segundos tan veloz que puede alcanzar los 90 kilómetros por hora. Como ave territorial, gusta agruparse, a excepción de los primeros meses de año, en que entra en celo y busca pareja.

REPRODUCCIÓN

La perdiz roja pone un buen número de huevos en los ruderales cercanos y en las cebadas tempranas. Una perdiz madura, es decir, en su segundo o tercer año, suele poner y sacar entre 16 y 18 huevos. La puesta la realiza en días alternos, en nidos que son poco laboriosos y que realiza siempre con la ayuda del macho: una escarbadura bajo un tomillo o una aliaga; unas pajas en una cebada o en una esparceta sirven para realizar la puesta. Esta forma de nidificar y de escoger los lugares, es una de las causas de los daños sufridos por la perdiz en los últimos años. Al cosechar las cebadas tempranas y algunas otras gramíneas donde gusta anidar, antes de que sean grandes los perdigones, las máquinas se llevan por delante mucho de lo que el campo cria. Tras el periodo de incubación, en el que participan tanto el macho como la hembra, los nidos salen entre los días 23 y 25 y es entonces cuando todos los enemigos se multiplican: el granizo, la lluvia excesiva, las tormentas, los zorros, etc. Tantos por enumerar, que parece mentira pueda llegar a colmo ningún polluelo. A las tres semanas, los pollitos cambian el plumoncillo por las plumas y ya son capaces de emprender cortos vuelos. A finales de septiembre, con los primeros fríos, mudarán sus primeras plumas y alcanzarán su casi total desarrollo y con él la madurez. A partir de este momento, la tendencia de la perdiz roja a formar grandes núcleos familiares se hace patente. La agrupación tiene lugar a partir del otoño, formando los llamados bandos, que pueden estar integrados hasta por 20 o más componentes y que permanecerán juntos, e incluso unidos a otros bandos, dependiendo de las bajas en los grupos causadas por la práctica de la caza, hasta el final del invierno.

FORMAS DE CAZA

LA CAZA EN MANO

Cazar en mano, es casi una tradición para el cazador. La caza se practica en grupo, en al que siempre habrá algún director, elegido tanto por su conocimiento, como sus facultades físicas para perseguir a las perdices o para intuir dónde se dará el bando que se levantó a destiempo antes de la posibilidad de disparar. En la caza en mano, cuando la densidad de cazadores es muy alta y sin dejar días de descanso se insiste demasiado en los mismos cuarteles, son muchas las perdices que se quedan heridas y no se cobran, generalmente por tirarlas fuera de tiro y recibir en muchos casos solo un par de perdigones, lo que no es suficiente para cobrarla pero si para que mueran a una gran distancia. El exceso de presión, día tras día, hace que cambien de zonas de hábitat.

LA CAZA AL SALTO

La caza al salto es una de las que más aficionados tiene en las zonas rurales. El cazador, su perro y la escopeta, conforman todo su equipo que se siente suficiente en el monte y los campos. Conocer el terreno, por parte del cazador, es esencial en esta modalidad, en la que, por regla general, no es la perdiz el único objeto de la caza, si no que suele combinarse con las liebres y los conejos. El perro para la caza al salto, suele ser de condiciones excepcionales, ya que al tener que hacer a todo, le da al tiempo mansura ante las perdices y bravura ante una liebre o un fuerte aliagar en el vivar de los conejos.

EN OJEO

El ojeo de perdices es una modalidad cuya matanza, contra natura, en vez de faenas solo proporciona cifras y grandes satisfacciones numéricas para los grandes tiradores. Sacar una buena tarjeta de ojeo es realmente difícil con perdices autóctonas. Van quedando pocas fincas en las que sé dé un gran ojeo, como estábamos acostumbrados hace tan sólo algunos años. En el ojeo era un placer ver a un buen guarda dirigir a los ojeadores, haciendo que las perdices entrasen chorreadas y no todas en barras, apretar las puntas, aflojar el centro, empujar por contra a los batidores del centro en el momento oportuno para que las perdices acumuladas en los espartos, cerillos o aligares, fueran saltando sueltecitas, era una delicia. El ojeo tiene una importancia económica notable, por la cantidad de jornales que supone en cuanto a ojeadores, secretarios y todo lo que la caza lleva consigo. Lo normal es contar con un par de ojeadores por escopeta y, si la cantidad de piezas lo requiere, un cargador y/o secretario, que en la pantalla ayudará al tirador a tener las armas a punto para que las perdices no nos encuentren a su paso con las manos vacías y las escopetas abiertas. El ojeo hace que se pierda la afición por criar perros de fino olfato y obedientes, que sepan detenerse ante un barranco o la presencia de perdices en la loma próxima. La perdiz de pico es anormal, solo la marcha del raposo, del compañero que se adelantó, hace que la perdiz nos vuelva, nadie la desprecia, pero no es lo mismo.

CON RECLAMO

Los apasionados de la caza con reclamo eran una de las subdivisiones importantes de los cazadores o en el mejor de los casos, era el refugio en el que a los que les faltaban fuerzas y les sobraban años, entregaban todas sus ilusiones de cazadores. Cuidar un "pájaro" durante todo el año, esperando la respuesta de los montes y siembras, es un arte difícil y que requiere una maestría que creo será difícil conseguir por la mayoría de los que hoy disfrutamos con la caza y el campo. Es curioso comprobar que la literatura y la tradición popular, señala como "pajariteros" siempre al médico, al alcalde o al señor cura. Puede que sea porque de ellos es de los que se tenía más noticia, y a los que, sus años y sus profesiones, no les permitían otro tipo de caza que no fuera el " tollo", o las esperas en la caza del jabalí o del venado.

COSTUMBRES

Conocer los movimientos y las costumbres de las perdices, sus variaciones durante el día o en las distintas estaciones del año, ç es tan esencial para el cazador como para el criador de caza. El observador del campo, y el cazador en especial, sabe que los animales comen al amanecer y a la puesta del sol. Las perdices gustan de dormir en zona pedregosa en las que el acercamiento a ellas no sea posible sin provocar ruidos que las permita dispersar el bando con velocidad y acierto hacia el cercano monte. Con el sol en lo alto las perdices gustan escoger la más alta de las laderas, situándose en los resguardos a poco que el viento sople. La perdiz siempre está alerta, cualquier ruido en el monte sirve para que emprenda un alejamiento rapidísimo apeonando y dirigiéndose a una zona alta y resguardada en la que el vuelo pueda emprenderlo rápido y poniendo mucha tierra de por medio.