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POLÍTICA RACIAL
NACIONALSOCIALISTA
Walter Darré
PRÓLOGO
Lo revolucionario de la filosofía
nacionalsocialista reside, indudablemente, en el hecho de que -por primera vez
en la Historia -se han reconocido las leyes naturales válidas también
para el Hombre. Es por eso que nuestra misión política reside
el estructurar el ordenamiento interno y externo de nuestro Pueblo, de acuerdo
a las leyes de Raza, Sangre y Suelo. Porque constituyen factores de cuyas interrelaciones
y manifestaciones positivas estamos totalmente convencidos.
La cuestión de la Sangre, considerada como una cuestión de raza
y de leyes biológicas, determina todo plan y toda acción de gobierno.
Precisamente esta cuestión ha sido considerada y expuesta, en forma clara
y políticamente consecuente, por el Reichsleiter R. WALTHER DARRÉ,
quién no se ha circunscrito al ámbito de su misión política
frente a la población agraria alemana sino que ha ido más lejos,
adentrándose en el ámbito del pensamiento. Es decir: se trata
de un desarrollo profundamente claro y maduro de la cuestión, desde el
punto de vista científico y filosófico.
Lo que somos y lo que aún podemos ser como Pueblo, eso lo decide nuestra
composición étnica". Esta frase de R. WALTHER DARRÉ
ha de ser siempre la ley que rija nuestra acción. En ella está
indicada la enorme responsabilidad que le cabe a toda generación viviente
frente a la sustancia misma del Pueblo: frente a nuestra Sangre que se compone
de creación, de herencia y de responsabilidad por el futuro. Esta responsabilidad
ha sido descrita, en este ensayo, por el Reichsleiter R. WALTHER DARRÉ
de una manera implacablemente abierta que niega toda solución de mero
compromiso y que obliga a la más alta responsabilidad moral y social.
La frase que señala que "la única y verdadera línea
orientadora para nuestro Pueblo es su Sangre" es una verdad tan fundamentada
que debemos colocarla como premisa diaria para nuestro trabajo y para nuestra
vida. Y debemos prepararnos también a afrontar, sin contradicciones y
con profunda responsabilidad, todo lo que esta frase implica a modo de lógica
deducción; especialmente en cuanto a la cuestión del matrimonio,
del niño atado a sus padres y - no en última instancia - en cuanto
a la cuestión general de las relaciones de los sexos entre sí.
Hemos elegido este trabajo de R.
WALTHER DARRÉ, tan pleno de pensamientos y tan fundamental desde el punto
de vista de nuestro estilo de vida, para ponerlo a disposición de todo
el aparato de adoctrinamiento del Movimiento, porque queremos que, durante el
trabajo ideológico, todas las cuestiones tan claramente tratadas aquí
se comprendan con la misma claridad y se afirmen -aún internamente -con
la misma justeza, con la misma dureza y con la misma falta de compromisos.
Al mismo tiempo, al entregar este trabajo, quisiera exaltar y reafirmar las
consecuencias tan decisivas que, en este sentido, se desprenden de nuestra filosofía
y quisiera también exhortar a los Camaradas a abrazar una vida acorde
con estos ideales. Porque aún el anhelo más caro a nuestros sentimientos
sólo se hace realidad a través del ejemplo de Hombres que están
dispuestos a dar un ejemplo viviente para darle, con ese comportamiento, vida
al ideal.
El despertar esta disposición es el deber del adoctrinamiento en nuestro
Movimiento.
Friedrich Schmidt
Hauptbefehlsleiter Jefe de la División Adoctrinamiento del N.S.D.A.P.
München, Enero de 1.941.
Pocas veces un siglo se ha anunciado
tan inconfundiblemente en su misión principal como justamente nuestro
siglo. En el año 1.900, tres científicos hallaron, independientemente
el uno del otro, la prueba científica para la ley vital de la herencia
de cualidades; fueron los alemanes von Tschermak y Lorrens y el holandés
de Vries. Estos descubrimientos se sucedieron independientemente y hasta sin
influenciarse mutuamente. Pero muy pocos científicos sospechaban ya las
conmociones espirituales que ocasionarían; hasta los espíritus
más atrevidos entre ellos no hubiesen soñado el alcance que tendrían
estas conmociones.
El mundo científico aún no se había repuesto de su sorpresa
cuando le llegó otra novedad por lo menos tan sorprendente. El hecho
de que los descubrimientos del año 1.900 no eran nada tan nuevos sino
que habían sido hechos mucho antes sólo que hasta entonces nadie
los había considerado seriamente. Ya 25 años antes, otro alemán,
el sacerdote capuchino Gregor (Johann) Mendel, había arribado a los mismos
resultados que los tres científicos arriba citados sólo que sin
encontrar comprensión en sus contemporáneos. Si hasta ese momento
nadie se había logrado poner de acuerdo acerca de a quién correspondía
el mérito del descubrimiento de la herencia de cualidades, a partir de
allí la cuestión estaba resuelta. Estaba claro que el honor correspondía
al padre capuchino Gregor Mendel de Brünn, en Moravia. De allí en
más se acordó en llamar al proceso de la herencia de cualidades:
"Mendelismo" para conectar de una vez y por siempre, la celebridad
del descubrimiento con el nombre de Mendel.
Pero estos descubrimientos hubieran producido conmoción solamente en
el mundo de las ciencias naturales si, poco antes de fin de siglo, un acontecimiento
semejante no hubiese sacudido los espíritus de Alemania. Un inglés,
que había optado por Alemania como su segunda Patria, publicó
en alemán una obra, que terminaba lapidariamente con las corrientes espirituales
del siglo pasado y mostraba históricamente a la raza como el principio
creador de la Historia. Houston Stewart Chamberlain, en su obra "Los fundamentos
del siglo XIX". Su trabajo produjo furor, un furor que hoy día ya
ni podemos imaginar, impuso la necesidad de tomar posiciones, barrió
con los conceptos hasta entonces aceptados y preparó el terreno para
permitir el arraigo de los nuevos conceptos de Sangre y Suelo. Su obra fue durante
largos años, prácticamente la Biblia de todo nacionalista alemán.
Ambos acontecimientos, influenciándose y complementándose mútuamente,
han causado el auge del pensamiento racial y tradicionalista que se apoderó
de Alemania pocos años más tarde. Mientras el "mendelismo"
conquistó, en un lapso de tiempo increíblemente corto, a todo
el mundo científico de la biología, Chamberlain revolucionaba
con sus "fundamentos" a toda la estructura intelectual del mundo culto.
Ya antes de la Guerra Mundial de 1.914 los dos sucesos, que se produjeron como
una explosión justo con el cambio de siglo, amenazaban con poner toda
nuestra Cosmovisión y todo nuestro pensamiento, literalmente, de cabeza.
La velocidad con que se produjo esta evolución espiritual puede verse
quizás de la mejor manera en el hecho de que en Alemania, apenas 35 años
después, ya había una legislación que preveía el
aislamiento de la sangre ajena y que trataba de evitar la descendencia con taras
hereditarias. Para comprender lo maravilloso de este proceso de replanteo de
todos los valores conocidos baste con señalar que se efectuó en
una situación inestable y de guerras internas y externas; en realidad
en medio de dos guerras mundiales; hechos todos que sin duda alguna no son del
todo favorables para un proceso espiritual.
Es preciso acordarse de estos hechos de vez en cuando. Porque la extraordinaria
velocidad con que difundió el nuevo conocimiento de la heredabilidad
de cualidades ocasiona que la enorme mayoría de las personas no esté
preparada para aceptar sus consecuencias. Incluso para aquellos que saben, o
que al menos comienzan a sospechar, que estos nuevos descubrimientos nos colocan
de lleno en una nueva dimensión cósmica, se hace difícil,
en medio del torbellino de las disputas y discusiones, arribar a una conclusión
medularmente pensada.
El que esto escribe confiesa que, en un primer momento, también a él
le pasó lo mismo; tampoco ha encontrado persona alguna a la que no le
haya sucedido algo semejante. Seguramente es, por ejemplo, relativamente fácil
de comprender que la cuestión judía ya no es más una cuestión
religiosa sino una cuestión racial 1. Toda la cuestión judía
está con ello planteada y resuelta porque, aun cuando a pesar de ello
uno pueda todavía conversar acerca de cómo deben ser tratados
los judíos, ya no es necesario discutir si pueden, por medio de alguna
influencia del medio externo, ser convertidos en indoeuropeos arios; una discusión
que se prolongó durante todo el siglo XIX. También es, por ejemplo,
fácil de comprender, que toda la cuestión de la criminalidad se
ilumina con una luz nueva merced a los conocimientos obtenidos de la ciencia
de la herencia de caracteres; el auténtico criminal está hereditariamente
condicionado y la construcción de prisiones y de establecimientos de
reclusión será, en el futuro, sólo una prueba para el Estado
de que sus estadistas no son capaces de discernir el trigo de la cizaña
... y de arrancarla si es preciso.2
Mucho más inquietantes que estas consecuencias lógicas, que están
orientadas por así decir a la limpieza interior de la estructura popular,
son las que señalan que también todas las cualidades de un Pueblo,
de sus hombres ilustres en el Estado y en el Ejército, en la Economía
y en el Arte, en el Comercio y en cualquier Empleo han heredado sus cualidades.
Lo que hace esta afirmación tan inquietante son las conclusiones que
se tienen que sacar de ella. Debemos nuestros grandes próceres, pues,
no a la casualidad ni a una especial gracia de la providencia. Nuestros grandes
Hombres son una parte del legado de nuestro Pueblo dentro del marco de su composición
racial.
Con ello no negamos en absoluto la voluntad divina, actuante sobre la vida individual
del hombre común, que condiciona y protege su destino. Tampoco nos hacemos
ilusiones de tratar de explicar el milagro del surgimiento de un genio, buscando
solamente la herencia de sus cualidades en sus antepasados. No negamos el hecho
de una voluntad superior a la humana, no negamos un Poder divino. Pero así
y todo no nos queda más remedio que reconocer que jamás ha surgido
un verdadero genio, en cualquier Pueblo, que no haya poseído cualidades
y predisposiciones que pueden ser comprobadas fehacientemente ya entre sus antepasados.
En otras palabras, no negamos que el genio debe su presencia a un especial don
divino, pero afirmamos que un Genio sólo puede manifestarse plenamente
dentro del marco de posibilidades que por herencia, le han legado sus antepasados.
Este hecho es inquietante y nos obliga al mismo tiempo. Porque nos conduce a
tomar conciencia de que nosotros mismos, pero también de nuestro Pueblo,
disponemos de un conjunto de cualidades que debemos a nuestros antepasados.
Con ello todas las cosas a nuestro alrededor, nuestra vida pública así
como la privada, obtienen un nuevo enfoque y una nueva valoración. Porque
las realizaciones de nuestro Pueblo, en la época actual, no pueden entonces
ser separadas de sus realizaciones a lo largo de la historia. Esto significa,
llevado hasta sus últimas consecuencias, que toda la ilusión del
siglo XIX acerca del infinito progreso de la humanidad puede tener su parte
de verdad en las cosas que nosotros, los Hombres, podamos inventar y construir
pero que ya no es válido para evolución del Hombre mismo, ya que
este encuentra en su haber una magnitud determinada por las cualidades y condiciones
de su raza. Si hoy somos capaces, como Pueblo, de realizar algo, eso lo debemos
a las corrientes raciales que ya han estado presentes a lo largo de toda nuestra
Historia. Y en el futuro seremos capaces de realizar y de crear tan sólo
aquello que pueda ser hecho a través de la sangre de nuestros hijos y
nietos. La cuestión decisiva de todo esto es que: la comunidad popular
es una comunidad étnica. Con ello surge una pregunta clave: ¿Qué
hacemos para mantener y para multiplicar este insustituible tesoro popular que
es nuestra sangre, nuestra capacidad vital como Pueblo?
Porque una cosa está clara: si todas nuestras cualidades dependen tanto
de la herencia de nuestros antepasados, podemos quizás, discurrir acerca
de a qué gracia divina deben agradecer dichos antepasados la adquisición,
en épocas prehistóricas, de aquellas cualidades. Pero jamás
podremos poner en duda que sencillamente no está en nuestras manos transmitir
cualidades hereditarias de otro modo que no sea el del proceso biológico
de la concepción y del nacimiento. Pero por sobre todas las cosas ya
es absolutamente indudable que la fabricación de cualquier cualidad que
fuese, de manera artificial, que supuestamente vendría a complementar
nuestra idiosincrasia étnica, corresponde al fabulario de los estúpidos
ajenos a la realidad. Lo que somos y lo que, como Pueblo, aún podemos
llegar a ser, eso lo decide nuestra composición étnica.
Tales consideraciones y afirmaciones son sólo la consecuencia directa
de los hechos científicos que nos fueron dados a descubrir a principios
de siglo. Parecen ser sencillos y casi sobreentendidos, pero poseen una fuerza
terriblemente revolucionaria si se las piensa y si se ponen en claro sus consecuencias.
Pensemos solamente, detenidamente, en esto: las más valiosas y substanciales
cualidades de nuestro Pueblo, su composición étnica, son un bien
nacional que es único y que no puede volver a crearse. Lo que no puede
mantenerse por medio de concepción y nacimiento está irremisiblemente
perdido; como si se tirara un tesoro al océano, en su punto más
profundo. No hay fuerza en el mundo capaz de sacar nuevamente a la luz este
tesoro perdido, irremisiblemente, para siempre. Exactamente de este modo es
la cuestión con las cualidades hereditarias de un Pueblo, cuando estas
cualidades se extinguen sin descendencia. Un Hombre o una Mujer que tirasen
sus bienes al mar, en donde se perderían por la eternidad de los tiempos,
podrían ser realmente llamados dementes o tontos. ¡Sobre este hecho
no cabría duda alguna! Y aquél que manejase de manera semejante
a los bienes nacionales, o a los tesoros de otro orden, únicos e irrecuperables,
de la fortuna popular, debería estar inexcusablemente sujeto a un proceso
criminal por daño infligido al patrimonio de la Nación, en caso
de que el manicomio no lo adoptara misericordiosamente.
¿Pero qué hacemos con la enorme cantidad de bienes que hemos heredado
de nuestros antepasados? ¿Qué hacemos con este tesoro único
e irrecuperable que nuestros antepasados nos han transmitido y colocado en nuestras
manos responsables juntamente con nuestra misma sangre? Que cada uno se pregunte
a sí mismo; que cada uno eche un vistazo a su propio círculo;
la respuesta, en general será lo suficientemente vergonzante.
El Hombre no se deja fabricar en tubos de ensayo. Ante el secreto de la formación
de la vida, la creación ha extendido un velo que ninguna mano humana
podrá correr jamás, aunque el Hombre investigue y descubra los
más pequeños detalles de proceso vital. Esta negación del
conocimiento último acerca del origen de la vida es una ley básica
de la vida humana simplemente, y una parte del ordenamiento de la existencia
tal como la creación la ha constituido sobre el mundo.
Existen actualmente muchas personas que no quieren seguir hasta sus últimas
consecuencias las cuestiones sobre el valor y la pérdida de cualidades
étnicas hereditarias. Estas personas piensan que si hemos podido inventar
aviones, trenes, teléfonos y radios, sí inventamos tanto y si
en todo los campos del saber se progresa tan rápidamente ¿por
qué no podrá algún genio, alguna vez, inventar en el laboratorio
la manera de transmitir cualidades hereditarias? Pero el que exige semejantes
cosas olvida que hay infinidad de cosas que podemos inventar, en lo que se refiere
a los bienes materiales de este mundo, pero que descubrir el secreto de la Vida
nos está negado. Nuestro mismo idioma nos señala que "descubrimos",
en realidad, aquello que de alguna manera ya existía anteriormente: porque
lo descubrimos y por lo tanto, lo que hallamos ya estaba allí, sólo
que hasta entonces no lo habíamos encontrado. Las cosas que descubrimos
no las creamos; las encontramos simplemente. Nuestros grandes biólogos,
nuestros físicos y químicos saben esto perfectamente bien. Aquí
están trazadas nuestras fronteras que nosotros, los Hombres, no podamos
cruzar.
Ese es un hecho al que más vale que nos acostumbremos. Por más
que nos entusiasmemos con todos los descubrimientos y nos quedemos boquiabiertos
con el progreso tecnológico de nuestro tiempo. En las cuestiones étnicas,
en la medida en que por ello entendamos cualidades humanas, todo devaneo, acerca
del progreso termina abruptamente. En las cuestiones étnicas vale sólo
lo que está dado, aquello que nos ha sido legado, merced a las leyes
de la creación y la vida, a través de nuestros antepasados.
La Única y verdadera riqueza de nuestro Pueblo es su fortaleza biopsíquica.
Los bienes materiales de este mundo los podemos perder, como Pueblo o como individuos
aislados; y dicha pérdida no nos traerá mayores consecuencias
mientras consigamos mantener incontaminada nuestra salud biológica y
psíquica como conjunto étnico, porque manteniendo nuestra fortaleza
biopsíquica podremos reconquistar, en cualquier momento, los bienes materiales
perdidos.
Ese fue el error fundamental cometido por la Sinarquía después
de la Primera Guerra Mundial. Los enemigos de Alemania creyeron que lanzando
sus Pueblos - y principalmente entre ellos al Pueblo judío -al saqueo
de la estructura económica alemana, Alemania, como Nación, estaba
acabada. Olvidaron la capacidad del Pueblo alemán, una capacidad que
nace de su composición étnica, y olvidaron también que
esta capacidad podía reconstruir en un lapso increíblemente corto,
todo lo que se había saqueado y depredado. Mucho más peligroso
y cruel, pero mucho más certero también en lo que hace a la verdadera
cuestión esencial, fue el duro concepto de Clemenceau: " ¡Sobran
20 millones de alemanes sobre este mundo! Recién cuando se consigue vaciar
la fuente vital, proveedora del valioso elemento humano, recién entonces
comienza un Pueblo a debilitarse, a desvalorizarse y a empobrecerse.3 Valga
como ejemplo pues que lo que no pudieron lograr los acuerdos de Münster
-en 1.648 -y de VersailIes con el Pueblo alemán, está a punto
de ser logrado merced a la tremenda sangría ocasionada por la Segunda
Guerra Mundial. Y sobre todo, merced a la terrible apatía nacional que
parece haberse apoderado de este gran Pueblo.
Merced a nuestra ideología conocemos el concepto de patrimonio nacional.
Conocemos también el concepto que abarca del individuo que atenta contra
este patrimonio nacional. Nuestra Revolución prevé miles de medidas
para evitar que este patrimonio se dilapide. Pero todas estas medidas nunca
conseguirán más que evitar la pérdida de nuestros bienes
materiales o la pérdida de nuestra fortaleza espiritual; no llegan a
ejercer una influencia decisiva sobre nuestra salud biopsíquica. Por
cierto que nuestra Revolución prevé medidas de eutanasia y de
profilaxis social, pero es necesario tener presente que, aun estas medidas solamente
preventivas, no representan todavía un incentivo constructivo en el sentido
de la reproducción del elemento humano más valioso.
No deseamos ser malinterpretados: siempre sucede que aún el mejor de
los suelos permite el crecimiento de la cizaña si el campesino no la
elimina por algún medio. La capacidad productiva de ese suelo está
determinada tanto por el cuidado brindado a la siembra, como por la erradicación
de la maleza. En este sentido, las medidas de profilaxis que nuestra Revolución
ha previsto, sólo consiguen alejar del campo la maleza, preparándolo
para una buena siembra. Pero corresponde a todos y cada uno de nosotros el efectuar
realmente esa siembra y continuar cuidando de nuestro campo para aseguramos
los beneficios de una buena cosecha.
En estas cosas relativas al cuidado y al mantenimiento de las capacidades hereditarias
de un Pueblo estamos todavía en pañales. Ya ha sido mencionado
al comienzo que esto se explica por la extraordinaria velocidad con que se desarrollan
todas las cuestiones conectadas con este tema. Los nuevos conocimientos se acumulan
a pasos agigantados desde principios de siglo. Es posible que debamos comprender
mental y espiritualmente primero - y por sobre todas las cosas asimilarlo debidamente
- que hay en marcha toda una revalorización de todos los valores, merced
al descubrimiento de la heredabilidad de cualidades, es decir: merced al descubrimiento
del factor étnico y biopsíquico, antes de que estemos dispuestos
a aceptar las consecuencias de todas estas cuestiones. Comprendemos sólo
lentamente, como alguien que recién despierta de un pesado sueño
y comienza poco a poco a comprender las cosas que lo circundan, estando como
está, todavía entre el sueño y la vigilia, que nos hemos
metido en un mundo de nuevos conocimientos y, con ello, en un mundo de nuevos
valores. Un nuevo mundo del pensamiento que está a punto de confundirnos
y de atemorizarnos. Y en el cual, a pesar de todo, intuimos y reconocemos conscientemente
que se trata del mundo de una nueva realidad nuestra ante la cual deberemos
adoptar, interior y exteriormente, una posición definida y que deberemos
dominar porque de alguna manera el destino nos ha llamado para ello. De la danza
macabra de las ilusiones de un mundo del pensamiento que se hunde, surge, nueva,
la Cosmovisión que afirma el valor y la perennidad de los factores étnicos
y su extraordinaria importancia en la vida de los Pueblos.
La capacidad biopsíquíca de nuestro Pueblo es su única
riqueza. Esta es una frase terrible pero, al mismo tiempo, aleccionadora. Como
un relámpago aparece, de repente, esta gran verdad ¿Qué
significan las leyes, para qué sirve la economía, qué haremos
con nuestros inventos si todas estas cosas no pueden mantenerse o desarrollarse
mediante la capacidad biopsíquica que las creó? No hay nada eterno
en este mundo que esté formado por la materia de este mundo. Pero la
capacidad biopsíquica de un Pueblo puede mantenerse eternamente si éste
Pueblo reconoce las leyes vitales que rigen su composición étnica
y si está dispuesto a vivir de acuerdo a ellas. Hay Pueblos que pueden
enorgullecerse de tener mil años de historia. ¡Pero qué
institución, qué sistema político, qué forma de
producción económica podría figurar, en este milenario
proceso de la vida de un Pueblo así, como un factor decisivo! Lo único
que mantiene y da vida a los Pueblos de tradición milenaria es su capacidad
biopsíquica heredable. Los accidentes institucionales de un Pueblo no
son nada; su composición étnica lo es todo.
En la vida de todo Pueblo pueden suceder muchas catástrofes. Un Pueblo
puede ser derrotado, robado de sus bienes, vilipendiado y ridiculizado. Puede
caer tan bajo que cada uno de sus integrantes se avergüence de su situación.
Pero todo esto no será nunca decisivo. Ese Pueblo podrá volver
a levantarse mientras por las venas de los individuos que lo componen corra
la misma sangre que una vez lo hiciera grande y respetado. El destino de todo
Pueblo depende de su raza.
El reconocer esta verdad que la Historia comprueba y demuestra a cada paso nos
toca muy de cerca: todo aquel que se preocupe por el destino de su Pueblo debe
comenzar por tomar conciencia de este hecho irreversible.
En efecto, ¿qué hacemos nosotros? ¿Somos conscientes de
nuestro actual estado y de todas las consecuencias que implica? La respuesta
se da rápidamente: ¡indudablemente no! Seguramente hemos sido los
primeros en discutir abiertamente el tema; hemos también tomado algunas
medidas tendentes a establecer medios y modos para estar a la altura de la tarea.
Pero al individuo aislado de nuestro Pueblo le pasa lo mismo que a las altas
montañas de una cordillera: son las primeras en presentir el sol y son
también las primeras en ser iluminadas por el mismo; pero la noche tarda
mucho más en desaparecer de los valles.
Si hoy hiciéramos un inventario de la capacidad biopsíquica heredable
potencial de nuestro Pueblo, nos aterrorizaríamos porque este inventario
nos revelaría que no nos quedan muchas esperanzas pera mantener vivo
y actuante el carácter de nuestro Pueblo en el futuro. ¡Oh no!
¡Y hasta todo lo contrario! Tenemos aún estirpes y factores étnicos
valiosos como pocos Pueblos. Pero es realmente terrible ver como vastos círculos
del Pueblo dilapidan, en medio de la despreocupación y de la irresponsabilidad
más absoluta, la valiosa masa hereditaria, la irrecuperable sangre de
nuestros antepasados, dejándola correr sin fijarla en una descendencia
adecuada. En todas las cuestiones de nuestro quehacer político predicamos
que el bien de la Comunidad está antes que el bien particular y egoísta.
Pero en lo referente a llevar este principio al terreno del único bien
que no podemos producir artificialmente, que es la capacidad biopsíquica
de nuestro Pueblo, apenas si hemos pasado de la dilucidación de la pregunta
en absoluto.
En cuestiones biopsíquicas es lamentablemente válida -hasta legalmente
en parte -la idea de que el beneficio particular puede preceder al bien de la
Comunidad. Sólo de una manera lenta puede imponerse aquí la idea
nacionalsocialista. En las cuestiones en que al menos nos hemos puesto a realizar
una tarea de precursores (p. ej. la Ley para prevención de descendencia
hereditariamente enferma, las Leyes de Nürnberg, etc.) la gran masa del
Pueblo alemán todavía no comprende su tremendo significado. Todavía
nos falta una legislación que establezca la protección y que fomente
las condiciones favorables a la multiplicación de las estirpes más
valiosas de nuestro Pueblo, regida por el principio que el bien de la Comunidad
debe preceder al beneficio particular. La reforma de la legislación vigente,
en consonancia con este punto de vista, sería un paso revolucionario
de primera magnitud.
Parece ser que si no conseguimos hacernos a la idea de comprender los valores
étnicos y de dominar la tarea de cultivar los factores raciales más
valiosos. Pero posiblemente deberemos primero compenetrarnos espiritualmente
de la importancia del factor étnico antes de que podamos un día
juntar la fuerza suficiente como para hacer vivir esta convicción mediante
medidas correspondientes, en la legislación de nuestro Pueblo. Recién
cuando el valor de lo biopsíquico se convierta en condición, fundamento
y eje de todas nuestras consideraciones, podrá producirse el cambio en
nuestro Pueblo y podrá convertirse la época de la negación,
del factor étnico en una época de afirmación del mismo.
Recién entonces habrá comenzado el reordenamiento de nuestro pensar
y se habrá reorientado nuestra Cosmovisión hacia la afirmación
de las leyes fundamentales de la vida. Entonces comprenderemos que este siglo
es el siglo de lo biopsíquico, es decir: el siglo del redescubrimiento
de las leyes naturales que rigen la vida de los Pueblos.
Si se nos pregunta como debe comenzar este reordenamiento de nuestro pensar,
contestamos: No es con disquisiciones pretenciosas, pero vacías de contenido
real, acerca de los pro y los contra de esta cuestión que haremos justicia
a los deberes que nos impone nuestra Cosmovisión. Con el reordenamiento
de nuestro pensar debemos comenzar en nosotros mismos. Porque solamente comprendiendo
clara e intimamente los alcances del problema podrá esta claridad íntima
reflejarse en nuestra voluntad para lograr la realización de las medidas
pertinentes y necesarias. Recién entonces caerán sobre suelo fértil
las discusiones acerca de las medidas a tomar. Debemos liberar nuestro mundo
mental de los esquemas y de las barreras de una cultura y una educación
superadas que permiten pasar por alto la cuestión biopsíquica.
En el ámbito de nuestra actividad pública, en el campo de la legislación,
en el campo de la economía, del arte, de la ciencia, etc. nuestras concepciones
deben obtener una valoración exclusivamente desde el punto de vista biopsíquico,
es decir: desde el punto de vista del Hombre real. Y debemos comprender que,
en el futuro, todo aquél que niegue el valor de lo biopsiquíco
se convertirá en enemigo de nuestro Pueblo.
Debemos colocar al Hombre real en el primer plano de todas nuestras consideraciones
y especulaciones. Porque este hombre real es el portador vivo de nuestros valores
más trascendentales. Y esta es una exigencia fácil sólo
en apariencia. A muchos hasta podrá parecer algo sobreentendido. Sin
embargo, y a pesar de ello, esta exigencia es la condición previa para
la mayor revolución espiritual, en todos los ámbitos de nuestra
vida pública, que jamás se diera. Especialmente en el campo del
derecho constitucional, pero también en el campo del derecho público
y privado, en el área económica y en la legislación social,
en suma: en casi todos los ámbitos de la vida de nuestro Pueblo la revolución
biopsíquica tiene una importancia trascendental. Las consecuencias de
esta revolución, por su parte, son tan vastas que podremos hoy suponerlas
pero no podemos ni imaginarlas en su totalidad. Sobre todo no debemos creer
que el reordenamiento de nuestro pensar hacia la afirmación de los valores
étnicos encontrará su materialización en medidas adecuadas
en corto tiempo. Para ello la revolución de todos nuestros fundamentos
espirituales, ya superados por la realidad, es demasiado tremenda. Nuestro siglo
quizás sólo alcance apenas para construir las bases espirituales
y científicas sobre las cuales nuestros hijos y nuestros nietos podrán
construir sus medidas de gobierno tendentes a garantizar el cuidado y la multiplicación
de nuestros valores biopsíquicos.
Pero con lo que hoy podemos comenzar para construir estas bases implica ya dos
cosas:
PRIMERO:
Desarrollaremos una nueva relación
entre nosotros y nuestros antepasados. Porque todo lo que en materia de predisposiciones
y -por lo tanto -de vocación que vino con nosotros al mundo; todas las
cualidades que la lucha por la vida pone a prueba cotidianamente; todo ello
se lo debemos a nuestros antepasados que nos lo han transmitido por herencia.
Indudablemente existe también lo que conquistamos individualmente a fuerza
de aprendizaje y de voluntad en nuestra confrontación constante con el
mundo que nos rodea, aquello que finalmente nos hace ser una Personalidad. El
alcance de la conciencia, es decir: la capacidad de comprensión y de
voluntad del Hombre determina su destino. Pero las bases hereditarias que influyen
en nuestra capacidad cognoscitiva y que ni la más férrea de las
voluntades puede sobrepasar a fin de afirmar la Personalidad sobre este mundo,
son con todo, condiciones previas a nuestra existencia y nacen en el momento
en que nosotros mismos nacemos: nuestras predisposiciones hereditarias se las
debemos a nuestros antepasados.
Se puede expresar esta verdad también en la siguiente frase: ¡Piensa
en que las bases fundamentales de tu existencia se las debes a tus antepasados!
Es muy cierto que podemos dilapidar o bien volcar responsablemente en la lucha
por la vida cotidiana el legado hereditario de nuestros antepasados; ¡a
este legado único podemos honrarlo o deshonrarlo! En esto Dios nos ha
regalado su confianza y nos permite ser dueños de nuestro propio destino
y hacer valer nuestra voluntad. En esto es en lo que Dios nos ha elevado inconfundiblemente
sobre el nivel del resto de los animales. La voluntad es la chispa divina en
nosotros y nos fue dada para desplegar nuestras fuerzas y para actuar y construir
en nuestro medio ambiente. Pero esta voluntad está doblemente condicionada:
primero por las leyes cósmicas que rigen el Orden Universal de la creación
y segundo por las posibilidades hereditarias de la personalidad que actúa
y construye. Nunca podremos escapar del marco de posibilidades que nuestros
antepasados nos han legado. ¡Y jamás deberíamos olvidarlo
si no queremos ir por la vida de fracaso en fracaso! A la voluntad y a nuestras
posibilidades heredadas no debemos ni infravalorarlas ni sobreestimarlas; recién
el actuar conjunto de ambos factores eleva al Hombre al rango de Personalidad.
A nuestros antepasados podemos honrarlos solamente si los mantenemos vivos en
nuestra conciencia y en la conciencia de nuestros descendientes. Si no sabemos
quiénes y que fueron nuestros antepasados, tampoco podremos representarnos
sus figuras y honrar su memoria.
De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda el citar la estrofa final del
viejo poema del "Edda" (67?69):
La propiedad muere
y mueren las estirpes.
Tú mismo, como ellas morirás
Pero yo sé de algo
que vive eternamente:
Los muertos y la gloria de sus hechos.
¡Ellos habrán de perdurar!
Y aquí uno siempre quisiera preguntar: Con permiso: ¿cuándo y por medio de quién?
Porque si los héroes se hubieran olvidado de tener descendencia, tampoco habría nadie para testimoniar acerca de la gloria de sus hechos. Y los germanos de la época del Edda tenían aún una idea sumamente clara al respecto. Pero eso es que el poema, significativamente, comienza con la siguiente estrofa:
Un hijo es mejor
aun cuando ha nacido tarde,
Después de la partida del padre
el dueño de la casa,
ni una lápida descansa
a la vera del camino
si un hijo no la pone
No se debería citar nunca
más la estrofa final del Edda sin citar también su premisa condicionante,
vale decir: la primera estrofa.
Muchas personas, recién después de la obligatoriedad legal de
demostrar su ascendencia implantada en 1.933, han tomado conciencia de quién
descienden en realidad.
Algunos han conseguido con ello una relación completamente nueva respecto
de su pasado, pero también respecto del presente. Con orgullo miran muchas
personas hoy hacia atrás, hacía sus antepasados, volviendo a sentirse
nuevamente eslabones de una cadena milenaria.
(Escrito en 1.941 N. del T.). Volvemos a encontrar un sentido en el acto de
honrar a nuestros antepasados. Aún cuando tengamos muchas veces serias
dificultades para volver a tener la posibilidad de honrar los lugares en los
que yacen sepultados nuestros progenitores.
Muchas necrópolis ya no son hallables hoy día; muchas son de difícil
acceso, muchas otras han sido rellenadas atendiendo a frías y lógicas
razones de utilidad práctica. Desgraciadamente este es un hecho. Y con
este hecho debemos resignamos desde el momento en que está dado así.
Pero aquél que quiera honrar a sus antepasados tiene otros caminos para
transitar que no son la visita obligada a sus tumbas. Antiguamente, en todo
hogar de estirpe, había un rincón dedicado a los antepasados.
Este era el profundo sentido de los cuadros genealógicos y de los retratos
que figuraban en todo hogar de toda gran familia. En momentos difíciles,
nuestros padres solían acudir a este lugar de su hogar para mantener
un diálogo íntimo con los antepasados y para dar cuenta de sus
actos y de la manera en que habían cumplido con sus responsabilidades.
Aquél que convierte esta costumbre en un hábito fijo e inamovible
pronto notará que, pasando algunas horas libres en un rincón de
su hogar dedicado a sus antepasados, le nace una extraordinaria fuente de fuerza
espiritual. Porque el deber de rendir cuentas por nuestros actos ante nuestros
antepasados obliga en una medida mucho mayor que la más rígida
de las legislaciones.
Para el Pueblo alemán, este diálogo íntimo con nuestros
antepasados no es nada nuevo. Para nuestros progenitores, en realidad, fue siempre
la cosa más natural del mundo proceder de esta manera. Nuestro idioma
incluso ha mantenido la imagen de cómo nuestros progenitores se imaginaban
este diálogo íntimo con sus antepasados. El idioma alemán
refiere a la experiencia íntima, a la voz interior, todo lo que sabemos
acerca de nosotros mismos sin poderlo referir a situaciones y condiciones exteriores.
Nuestros progenitores creían que esta voz interior provenía de
los antepasados quienes de esta manera, podían comunicarse con nosotros.
Cuando nuestros antepasados ("Ahnen" en alemán. N. del T.)
nos hablan mediante esta voz interior, nosotros sentimos que vislumbramos, barruntamos,
entrevemos, sentimos que algo, "nos parece" ("ahnen" en
alemán. N. del T.) y lo llamamos nuestro parecer ("Ahnung"
en alemán N. del T.).
Que hoy podamos o queramos reconocer, o no, estas equivalencias conceptuales
no quitan ni agregan nada al hecho de que nuestros antepasados si entendieron
y comprendieron estas relaciones de la manera citada, prueba de lo cual es el
idioma que las ha mantenido de una manera inconfundible.
En otro órden de cosas, podríamos dar un paso realmente importante
en la cuestión de arraigar nuevamente al campesino a su suelo, si volviéramos
a la vieja costumbre de sepultar nuestros hombres y nuestras mujeres de campo
en el mismo suelo en el que han vivido. No sería, de este modo, tan fácil
a los hijos y a los nietos abandonar la tierra de sus padres. El hijo o el nieto
no correría con tanta facilidad hacia los aparentes placeres que brindan
las grandes ciudades si el abandonar la granja, el campo, la chacra o la estancia
en que trabajaron y murieron sus antepasados implicaría también
abandonar las tumbas en donde yacen enterrados para siempre. Recién entonces
comenzaríamos seriamente a llevar a la práctica el pensamiento
de Sangre y Suelo. Cuando el arado del campesino vuelva a abrir surcos en la
tierra cerca de las tumbas de sus progenitores, cuando el campesino realice
su tarea en la cercanía inmediata del lugar en que yacen sus antepasados
y haga su vida con la conciencia plena de ser, él mismo, a su vez, también
progenitor en el mismo suelo de sus progenitores.
Posiblemente no haya satisfacción mayor para un hombre arraigado a su
tierra que Ia de ser sepultado en el mismo Suelo que ha merecido el trabajo
de toda una vida; la de saberse honrado por sus descendientes en el mismo y
exacto lugar del trabajo cotidiano y, al mismo tiempo, la de saber que desde
el lugar del postrer descanso se podrá bendecir la tarea de hijos y nietos.
Una tarea que ha sido la de toda una vida de uno
mismo.
SEGUNDO:
Deberemos ocuparnos de gestar descendientes
que sean dignos de nosotros mismos o que incluso nos sobrepasen. La frase: Piensa
en que tienes antepasados tiene como consecuencia inevitable esta otra frase:
¡Piensa en que debes convertirte en progenitor!
Aquí nos encontramos con el factor revolucionario quizás más
decisivo en la Cosmovision y en la actitud de este siglo. Porque: o bien consideramos
seriamente la convicción de la importancia del factor biopsíquico
heredable y sacamos de él, fría y objetivamente, las consecuencias
que trae consigo respecto de la descendencia de nuestro Pueblo para luego no
asustamos de medios y métodos completamente nuevos, o bien dejamos las
cosas cómo están lo cual implica, necesariamente, la decadencia
histórica de nuestro Pueblo. Aquél que, en este siglo que ha descubierto
la importancia trascendental del fenómeno de la herencia, no se atreva
a seguir hasta sus últimas consecuencias la cadena de estos pensamientos,
o bien no quiere pensar de acuerdo a las leyes biológicas de la vida
o bien se asusta, por cobardía espiritual, de consecuencias lógicas
que le son incómodas; porque son nuevas para una manera de pensar atascada.
Y aquí se revela otra férrea ley fundamental para todo Pueblo:
¡No existe Historia sin una raza que la haga vivir!
Si el factor biopsíquico ha de convertirse en el eje de nuestra Cosmovisión,
entonces el niño debe volver a convertirse en sentido y objetivo de nuestra
existencia: ¡Lo importante son nuestros hijos, los productos de nuestra
propia sangre! Porque si la capacidad biopsíquica de nuestro Pueblo es
su única riqueza real y verdadera, sus hijos constituyen la única
garantía de su inmortalidad. Y con esta afirmación estamos en
el centro exacto de la gran revolución espiritual de nuestro tiempo,
en una revolución que probablemente pueda llamarse la más integral
de las que puedan pensarse en absoluto.
Nos hemos acostumbrado a hablar del surgimiento y de la desaparición
de los Pueblos como de algo inevitable. Especialmente desde "La decadencia
de Occidente" de Spengler se ha construido toda una escuela científica
sobre estas líneas de pensamiento; una escuela que hace surgir, madurar
y morir a los Pueblos igual que a los individuos. Lo tambaleante de las premisas
de la estructura intelectual de esta escuela se puede comprender tomando solamente
Historia de Alemania, porque si hoy (1.941 N. del T.) nos encontramos nuevamente
en medio de una Guerra Mundial pues ciertamente ello no se debe a que estamos
en decadencia sino a que el resto del mundo envidia la fuerza vital del Pueblo
alemán. No se nos combate porque estamos acabados sino porque nos hemos
atrevido a realizar una de las revoluciones más integrales de la Historia
de la Humanidad. Pero nuestro Pueblo es el Pueblo históricamente más
antiguo de Europa si tomamos como punto de referencia a la introducción
del cristianismo entre los germanos. Y los pueblos que nos combaten son todos
más jóvenes históricamente hablando. La teoría de
Spengler y las causas biopolíticas de esta guerra se contradicen.
Pero la prueba más lapidaria en contra de la tesis de que los Pueblos
son mortales, igual que los individuos, es la existencia de China. Este Pueblo
vive desde hace siglos, y con toda probabilidad, continuará viviendo
durante siglos. Y justamente en este Pueblo las causas y las consecuencias de
este hecho están claramente a la vista. Al poner la doctrina moral de
Confucio el imperativo de una numerosa descendencia, como garantía de
una adecuada honra a los antepasados, en el fundamento mismo de la Cosmovisión
china, Confucio aseguró para su Pueblo la inmortalidad encarnada en un
numeroso ejército de niños. Aquí reside todo el secreto
de la desbordante vitalidad del Pueblo chino que, independientemente de sistemas
políticos o de golpes de Estado, se reproduce vertiginosamente y compensa
con ello fácilmente todos los reveses del destino, todas las depredaciones
y todas las pérdidas. El Pueblo chino y la doctrina moral de Confucio
rebaten a Oswald Spengler.5
De una manera completamente análoga ha actuado el culto a los antepasados
presente en el sintoísmo de Japón. También el Pueblo japonés
se ha mantenido vivo y fuertemente activo como consecuencia a un profundo respeto
por la Tradición. Los japoneses tienen estirpes cuya historia familiar
documentada se remonta a épocas muy anteriores a la aparición
de los Teutones sobre suelo europeo. Imagínese, como ejemplo comparativo,
que los descendientes de Tarquino el Soberbio estuviesen hasta hoy día
en el mismo feudo en el que naciera el monarca y que guardasen celosamente las
Memorias de todos sus notables antepasados. Medido en esta escala adquiere verdadero
significado lo que implica la tradición japonesa.
Si como Pueblo queremos sentar los fundamentos para un devenir milenario entonces
deberemos reaprender todo lo relacionado con la cuestión del mantenimiento
de nuestra nacionalidad; una cuestión que implica resolver los problemas
planteados por nuestra descendencia. Tendremos que volver a colocar firmemente
dentro de los alcances de nuestra Comovisión al proceso de gestación
y al resultado de esta gestación, al niño, igual que los chinos
y los japoneses, y deberemos además orientar toda la cuestión
relativa al niño hacia el objetivo de la inmortalidad de nuestro Pueblo.
Hoy todavía cometemos el error de valorar, en todas las cuestiones relativas
al niño, demasiado a las apariencias exteriores que están conectadas
con la gestación del niño, pero no tomamos como medida valorativa
exclusiva para todas nuestras consideraciones al fruto de esta gestación.
Es innegable que, de acuerdo a la concepción general de muchas personas,
para muchos es más importante verificar las condiciones en las que un
niño ha nacido que inquirir acerca del valor hereditario que ese niño
pueda traer consigo. La pregunta de "Iegítimo" o "ilegítimo"
por ejemplo tiene hoy día todavía un papel importante, para muchos
un papel decisivo incluso. Sólo pocas personas inquieren primero y fundamentalmente
acerca de los valores hereditarios que un niño pueda traer consigo antes
de ponerse a investigar las apariencias exteriores y las condiciones externas
de su nacimiento. Y aunque la comunidad no puede ni debe pasar por alto todas
las cuestiones relativas a la moral, a las costumbres y a las influencias del
medio, lo realmente importante, en última instancia, para la Comunidad
es el valor hereditario que cualquier niño trae consigo al mundo desde
el momento en que todo niño algún día será miembro
adulto y activo dentro de la Comunidad. 6
Y valga esto solamente como hecho, como premisa real y concreta para toda dilucidación
de cuestiones referentes al niño de nuestro Pueblo. Con ello de ninguna
manera se pretende distorsionar el concepto del matrimonio o promover oficialmente
el concubinato. Originalmente el concepto de Familia, es decir el concepto de
matrimonio o casamiento, estaba conectado a una idea de eternidad. (Así
p. ej. el concepto del "hogar"; el fuego sagrado, dentro de la casa
de una familia, que no debía apagarse jamás. N. del T.). El matrimonio,
la Familia, sirvió - como concepto y como institución - a nuestros
antepasados para prolongar una estirpe mediante la eterna cadena de las generaciones
o, lo que es lo mismo, para mantenerla viva toda una eternidad. Sentido y objetivo
del antiguo matrimonio ario fue el hijo. Las antiguas leyes agrarias alemanas
todavía lo demuestran de manera inconfundible e intergiversable.
En Alemania, recién el Código Civil implantado en 1.900 con su
fundamento racionalizante desplazó el criterio del hijo como sentido
y objetivo del matrimonio para dar lugar a la idea, completamente ajena a nuestra
disposición biopsíquica, de la satisfacción personal de
ambos esposos. El liberalismo ha trastocado los valores también en esto,
dejando que el provecho individual se anteponga a los intereses de la Comunidad.
También en las cuestiones relativas al matrimonio se hace necesario pues
aplicar el concepto nacionalsocialista de que "El interés de la
Comunidad está antes que la satisfacción individual".
Con relación a lo anterior séanos permitido señalar que
la novelística actual, que coloca la egocentricidad en la relación
de los sexos como fundamento de su concepción, tiene como premisa la
inversión de valores referidos a nuestra Cosmovisión y a nuestros
sentimientos tal como surgiera del proceso histórico liberal y burgués.
Existe una diferencia fundamental entre considerar al matrimonio como un deber
que dos seres humanos se imponen para perpetuar sus cualidades esenciales y
considerarlo como una institución que debe servir para posibilitar la
satisfacción egocéntrica de los impulsos de ambas partes, sean
estos impulsos de índole espiritual o de índole fisiológica.
El camino hacia la moderna literatura se abrió recién cuando el
amor, que dos personas sienten el uno por el otro, se convirtió en lo
principal mientras que el resultado de este amor, el hijo, pase a un lugar secundario
y hasta intranscendente.
Sin duda, esta evolución liberal de nuestra vida emocional también
ha presentado aspectos positivos; posiblemente podamos decir que incluso tuvo
que ser para disolver formas petrificadas dentro de la vida social de nuestra
Comunidad popular, abriendo con ello el camino para una concepción nueva
más acorde con las leyes naturales. Pero innegable es también
que la sobrevaloración de la egocentricidad, en todos los aspectos que
tienen que ver con el amor dentro del matrimonio, ha convertido a la Familia
en lo que desgraciadamente podemos observar hoy en infinidad de casos. Los matrimonios
actuales frecuentemente dan la impresión de haber sido consumados simplemente
para colocar el impulso sexual de las parejas dentro de un marco, digamos, socialmente
aceptable y sólo porque nadie ha encontrado ninguna manera mejor de hacerlo.
Pero todo aquel que reconoce el hecho de la herencia de capacidades biopsíquicas
no puede menos que calificar de inmorales a estos matrimonios sin descendencia
o con descendencia fortuita cuando no accidental, a menos que razones biológicas
como por ejemplo la esterilidad los justifiquen. Matrimonios como los que hoy
abundan son vergonzantes para nuestro Pueblo.
Si se reconocen estas exterioridades, absolutamente intranscendentes, incluso
legalmente en la vida social - y eso es lo que hoy hacemos - nadie puede asombrarse
de que comiencen a tomar incremento las tendencias orientadas hacia el divorcio
o hacia la extramatrimonialidad. Porque en esto la importancia reside mucho
más en la Cosmovisión que sirve de premisa a nuestro Derecho Positivo
que en las disposiciones legales vigentes. Porque si se permite que dos personas
se unan, por pura egocentricidad, en matrimonio y ambos cónyuges no consideren
para nada al matrimonio como un deber para perpetuar elementos humanos esenciales
y valiosos, entonces no hay ninguna razón real y valedera para no permitir
que tales personas vuelvan otra vez a separarse cuando las pasiones han sido
satisfechas y cuando esas personas ya no tengan nada nuevo que ofrecerse en
este sentido. Pensando hasta las últimas consecuencias, tampoco nadie
tiene derecho a escandalizarse si dado ese caso la relación entre el
Hombre y la Mujer se busca por caminos que ya no se encuentren obstruidos por
las dificultades formales del matrimonio y el divorcio.
Aquél que en esto quiera mejorar las cosas o curarlas tiene que ir a
la raíz del mal y no debe conformarse con haber discurrido acerca de
los síntomas de la enfermedad. Tenemos que superar al liberalismo también
en lo que hace a la relación de los sexos entre sí y colocar al
matrimonio sobre la base de nuestra Cosmovisión. Y esto significa que
debemos dar nuevamente al matrimonio la validez que tiene como institución
orientada hacia el garantizar la perpetuidad viva de nuestro pueblo dejando
de considerarlo como una formalidad de fines egocéntricos. En ese caso
el valor del matrimonio volverá a crecer ante nuestro Pueblo y muchas
malformaciones aberrantes actuales desaparecerán por sí solas.
De modo que si el matrimonio actual ya no se condice con la tradicional idea
que de él teníamos, eso no es culpa del matrimonio en sí.
Somos nosotros mismos los culpables de que el matrimonio haya comenzado a perder
su sentido hasta degradarse en una formalidad puramente exterior o interesada.
El liberalismo ha introducido entre nosotros la idea del progreso ilimitado
y abstracto debido a individuos autosuficientes. Y la legislación que
impuso trató de justificar este tipo de "progreso". Nuestro
deber es, por consiguiente, guiar al matrimonio nuevamente hacia su viejo y
ancestral sentido y objeto esto es: colocarlo nuevamente al servicio de la perpetuación
de las estirpes. El niño, el hijo, debe ser puesto nuevamente como sentido
y objetivo del matrimonio. Y con ello se volverá a colocar a la Familia
en el puesto que le corresponde y que tradicionalmente siempre tuvo en la vida
de nuestro Pueblo.
Nuestro Pueblo está completamente convencido de que, de alguna manera,
las cosas no están en orden en este sentido: ¡Nuestro Pueblo busca
nuevamente al niño!
Y en este nuestro Pueblo es guiado por una sensación vital muy segura.
Nuestro Pueblo siente que tanto su vieja cultura como sus realizaciones actuales
están edificadas sobre cualidades que dependen de su capacidad y de sus
valores biopsíquicos. Nuestro Pueblo siente que puede mantener su cultura
y afirmar su posición en el centro de Europa solamente si mantiene estas
cualidades raciales. Pero estas cualidades se nutren exclusivamente de una fuente
genética, se mantendrán y multiplicarán solamente a través
de la cantidad y de la calidad de los hijos que nuestra raza sepa tener. Utilizando
una terminología económica se podría decir que las cualidades
biopsíquicas de un Pueblo que no se invierten en los descendientes son
como bienes existentes que no producen ningún valor.
Nuestro Pueblo quiere ser un Pueblo prolífico, porque siente con una
seguridad total que la única verdadera e imperecedera riqueza que puede
legar a nuestros descendientes es una gran cantidad de hijos sanos y valiosos
que mantendrán viva nuestras tradiciones en la medida de sus fuerzas
y capacidades heredadas.
Muchos métodos se discuten y se recomiendan hoy para volver a convertir
a Alemania en una Nación de numerosa descendencia. Una gran mayoría
de personas se asusta de la tremenda novedad revolucionaria que esta tarea implica
y cree ver toda la solución en un aferramiento a exterioridades superadas
relativas al valoramiento del matrimonio. Se exaltan los "buenos viejos
tiempos" y se cree haber encontrado la panacea universal en una exagerada
valoración de las apariencias exteriores visibles del matrimonio. Y se
cree que con ello se volverá a establecer condiciones para favorecer
el surgimiento de familias felices y numerosas. Estos círculos pasan
por alto que están santificando la cáscara de la nuez y olvida
que la nuez es lo esencial en el crecimiento del nogal: ¿para qué
sirve la cáscara si la nuez está vacía? Por otra parte
estos círculos también olvidan que los "buenos viejos tiempos"
no pudieron ser tan buenos si nos han legado una situación de la que
sólo con muchas dificultades estamos recién encontrando medios
y modos de salir para volver a encontrar en el matrimonio, bendecido con una
descendencia numerosa y valiosa, el fundamento de nuestra conciencia popular.
El aferrarse a las formas exteriores del matrimonio no nos devolverá
una moralidad que vuelva a hacer fecundos a los matrimonios de nuestro Pueblo.
No es la apariencia exterior de la unión matrimonial lo que importa sino
el valor vital que el matrimonio posea para el Pueblo. Debemos darle al matrimonio
otra vez su antiguo sentido y guiarlo nuevamente hacía su antiguo objetivo.
Desde este punto de vista el matrimonio es renovable al punto de ser convertido
en una institución comunitariamente responsable. No hay otra vara para
medir el valor del matrimonio. EI mandamiento supremo ha de volver a ser: ¡Sentido
y objetivo del matrimonio es el hijo!
Otro camino que hoy se menciona muchas veces y que llega en su final, al niño,
no obstante deja de satisfacernos por sus premisas. Nos referimos a concepciones
que se resisten a proscribir a la madre soltera en aras de aceptar con ello
al niño ilegítimo para el bien de la Comunidad. Con respecto a
la cuestión del niño ilegitimo esta concepción es seguramente
un gran avance, pero en cuanto a la cuestión de la madre de ese niño
la posición no está claramente definida. Porque esta actitud puede
convertirse más fácilmente en ofensiva que en comprensiva para
la madre soltera - quizás inconscientemente - se queda atascada en el
hecho de la proscripción de la madre soltera y, en cierto sentido, sólo
por un sentimiento de responsabilidad comunitaria se decide a, digamos, perdonarle
al niño ilegítimo su condición de tal. Una actitud así
es ciertamente más responsable desde el punto de vista comunitario y
étnico, y también más justificada que la de aquellas personas
que valoran al niño ilegítimo sólo desde el punto de vista
de las apariencias externas condenándolo sin miramientos de ninguna clase.
Pero no por ello deja de ser una actitud mediocre desde el momento en que se
queda a mitad de camino, aceptando al niño pero no logrando definir una
posición clara respecto de la madre. Y esta mediocridad, en la concepción
acerca de la manera de considerar al niño ilegítimo, tiene consecuencias
que pueden observarse claramente: produce entusiasmo en las madres solteras
que sólo por despreocupada frivolidad han dado un niño al mundo
y solamente produce amargura en aquellas mujeres absolutamente respetables que,
totalmente conscientes del paso que daban, dieron a luz uno o varios hijos,
ilegítimos porque el destino les negó la posibilidad de encontrar
en el matrimonio el sentido de su femineidad para perpetuar sus cualidades y
calidades a través de los hijos.
Un tercer camino para convertir a Alemania en una Nación numerosa también
se discute mucho hoy día. Aparentemente es un camino fácil pero
es por lo menos tan fácil que se convierta en una ruta hacia la tragedia.
Nos referimos a lo siguiente: Se dice que el impulso sexual como tal constituye
un hecho que sería estúpido negar. A partir de aquí, se
afirma que, dado el hecho, es inevitable que tarde o temprano toda joven sana
llegue, de alguna manera y alguna vez, al hombre. Se calcula pues con este hecho
y se coloca todo el problema, en cierto modo, sobre la base de datos reales.
Se toman las relaciones, en cierto sentido, tal como son. Y se caracteriza a
la situación - de un modo totalmente correcto por otra parte ? diciendo
que en la sociedad todo el mundo sabe lo que pasa y nadie hace nada hasta el
preciso momento en que todos se apresuran a dictar su veredicto condenatorio
cuando aparece la prueba visible de esta situación: el niño ilegítimo.
Y aquí es donde se quiere intervenir; no para combatir la relación
sexual en sí dado que a ésta se la considera inevitable, sino
en el sentido de utilizar provechosamente el niño que ciertamente puede
provenir quizás de una vía hasta cierto punto lamentable pero
que, al fin y al cabo, implica un crecimiento demográfico que sin lugar
a dudas puede ser útil a nuestro Pueblo. Lo más importante de
este criterio es indudablemente el coraje para una decisión tajante que
presupone la posición así adoptada. Porque está fuera de
toda duda posible que la actual actitud de la sociedad, que tolera en silencio
a las relaciones sexuales de las parejas, pero que proscribe al niño
ilegítimo y a la madre soltera es sencillamente una hipocresía
repulsiva. Se hace necesario pues exigir aquí una opción clara:
o se acaba con la costumbre o se reconocen los hijos nacidos de esta costumbre.
Pero a nosotros no nos parece que aquí esté lo decisivo de la
cuestión.
Es una sencilla y clara ley de la vida que mientras más evolucionada
está una especie la descendencia debe ser más protegida si es
que ha de crecer y desarrollarse normalmente. Llevada esta ley al aspecto étnico
y biopsíquico de un Pueblo esto significa: No se trata en absoluto de
descubrir, por decirlo así, la libre relación sexual como premisa
para colocarse en el terreno de las realidades exigiendo, como contrapartida,
solamente el nacimiento de niños. El deber decisivo reside mucho más
en la protección ofrecida a Madre e Hijo hasta la maduración de
este último y son Ias premisas inherentes a este deber las que deben
quedar en claro si es que se quiere poner la cuestión realmente dentro
del terreno de las realidades concretas arriba mencionadas.
Un niño alemán no puede nacer de cualquier manera y ser educado
de cualquier forma si queremos que se convierta en un Hombre alemán.
Un niño quiere y necesita la protección y la dedicación
de, en lo posible, ambos padres ?o al menos de su madre ? si ha de madurar espiritual
y físicamente al punto de convertirse en miembro sano y útil de
la Comunidad.
Toda la cuestión radica en si la Comunidad tiene o no tiene la voluntad
de reconocer a la madre soltera y a su hijo ilegítimo. Si la Comunidad
no encuentra una relación justificada y moral con la madre soltera entonces
todas las evaluaciones positivas y aún acertadas de las condiciones sociobiológicas
no sirven para nada ya que continuarán siendo inmorales a los ojos de
la Comunidad nacional, diga lo que se diga.
Para nosotros lo decisivo es la perpetuación de valores biopsíquicos
y la adecuada atención del niño. Para el liberalismo lo importante
continuará siendo siempre la actitud individual en la relación
sexual. Pues somos lo que nuestra Cosmovisión nos exige que seamos o
no somos lo que afirmamos ser. Si tenemos esto en claro entonces no será
muy difícil encontrar un camino entre la maraña de discusiones.
A través de un reordenamiento de nuestro pensar debemos encontrar una
nueva relación con el niño. Debemos colocarnos en la posición
de que nuestra afirmación de las leyes biológicas vitales nos
exige la afirmación del niño, si no queremos que toda la habladuría
acerca de valores biopsíquico se convierta en puro formulismo. Pero -y
este pensamiento es decisivo -no afirmamos al niño porque sí,
por pura cuestión cuantitativa, sino porque, de acuerdo a los descubrimientos
científicos de este siglo, estamos plenamente convencidos de la insustitubilidad
de los valores positivos biopsíquicos heredables del Hombre.
Afirmamos el valor del niño digno de sus antepasados.
El niño nacido en el seno de nuestra Comunidad debe poder ser digno de
sus antepasados. Esta es la exigencia moral de nuestro tiempo. Si el niño,
por parte de ambos padres, es digno de sus antepasados, entonces tanto el niño
como su madre son, para nosotros, intocables. En qué condiciones externas
ha venido un niño así al mundo se convierte, consecuentemente,
en una cuestión de importancia secundaria.
Matrimonios que permanecen conscientemente estériles, en la medida en
que razones biológicas no les obliguen a ello, y matrimonios que tiran
hijos al mundo sin preocuparse por arraigarlos en la tradición de la
estirpe tienen entonces, para nosotros, el mismo valor que las uniones cuyos
frutos son debidos a una irresponsabilidad extramatrimonial o el de aquellas
uniones cuyos frutos son biológicamente ineptos.
Creemos que el concepto de "niño digno de sus antepasados"
puede servir de punto sólido de referencia para encontrar una posición
clara en el actual fárrago de opiniones relativas al niño ilegítimo
y para crear nuevas bases a fin de poder construir una nueva moral que esté
en consonancia con las leyes biológicas que rigen la vida sobre todo
el planeta.
El niño digno de sus antepasados significa reconocer básicamente
el valor de la crianza y la educación. Porque si alguien quiere que su
hijo sea digno de él y de sus antepasados debe criarlo, es decir: debe
hacerlo nacer y educarlo bajo premisas y en un medio que facilite, en un todo,
el desarrollo de sus facultades positivas al punto que sus progenitores puedan,
legítimamente, sentirse orgullosos de él.
La crianza y la educación constituyen la ciencia que aplica los conocimientos
de las ciencias naturales. Después de que en este siglo hemos aprendido
que existe una heredabilidad de cualidades humanas es de toda lógica
exigir que la crianza de niños se oriente en este sentido. Es posible
que el trasladar el concepto de crianza al ser humano tenga, durante mucho tiempo
aún, cierto sabor desagradable pero los conocimientos científicos,
biológicos y psicológicos que hoy tenemos de este ser humano nos
obligan a convertir la crianza en el concepto educacional básico de un
Estado Comunitario responsable. La educación concebida como crianza acorde
con las leyes naturales que las distintas ramas de la Ciencia Natural nos han
revelado, debe convertirse en el supremo objetivo de la humanidad: ésa
es la misión más importante de nuestra época.
La exigencia premonitoria de Nietzsche: "No debes crecer en extensión
sino en altura" y que para él era sólo una esperanza visionaria,
se convierte para nosotros en certeza que nos impone una actitud responsable
frente a nuestro Pueblo y a nuestra sangre. Podemos predecir que, esencialmente,
el siglo XX no será, en realidad, el siglo de la técnica. Todo
lo contrario, será el factor biopsíquico, el factor racial, el
que se convertirá en el eje central de los acontecimientos decisivos
de nuestro siglo. Porque solamente Hombres, criados y educados con plena conciencia
de sus valores y de su estirpe, tendrán probabilidades de oponerse con
éxito a la decadencia.
Está determinado por la Providencia que la semilla del hombre se haga
embrión en el seno de la mujer, del cual se desarrollará el fruto
que, a su vez, hará surgir un nuevo ser humano. En un eterno círculo
vicioso de la existencia se cumple esta ley para mantener a la especie. La mujer
es como la tierra fértil que el campesino necesita para poder cosechar
trigo. Y como la tierra condiciona la bondad del fruto también así
condiciona la mujer la calidad del hijo. Seguramente, también una buena
tierra fracasa cuando recibe una mala siembra o cuando no se la cosecha como
es debido; pero también es seguro que hasta la mejor siembra fracasa
cuando la tierra no sirve. Se puede elegir también otra comparación:
Del modo en que un buen o un mal espejo refleja la imagen, del mismo modo refleja
el niño la esencia de su madre. La sangre de la madre determina como
el padre habrá de encontrarse a sí mismo en su hijo. En aquellos
casos en que la madre esté a la altura de su deber el padre reconocerá
su esencia en el hijo y hasta es posible que este hijo lo sobrepase; pero en
aquellos casos en que la madre sea inferior, enferma o corrupta el hijo no alcanzará
el nivel del padre y hasta es posible que lo
deshonre.
Y porque esto es así, por ello la mujer valiosa, la mujer sana y de buena
familia, tiene que volver a ser para nosotros lo que fue para nuestros antepasados:
objeto de infinito respeto. El concepto de "respeto" significa, lógicamente,
no una lejanía sexual hipócrita sino un aprecio legítimo
al que la mujer debe volver a hacerse merecedora. La mujer sana, valiosa y de
buena estirpe volverá a ser respetada. Porque en ella honraremos a la
más bella y a la más duradera expresión de nuestra misma
especie. Aquél que irresponsablemente se atreva a tocarla habrá
manchado con ello el honor de la Nación y será castigado en consecuencia.
Y esta es otra nueva ley que debe imponerse en el Nuevo Orden que nuestra Revolución
implica.
Todos estos son puntos de vista completamente nuevos que exigen un reordenamiento
de nuestro pensar en los campos más amplios. Sólo un ejemplo:
la belleza, pensada en estos términos y hasta sus últimas consecuencias,
la sana belleza de la mujer de nuestra raza ya no es más una simple cuestión
artística o una cuestión de gusto personal sino que se convierte
en expresión de valores biopsíquicos subyacentes. La belleza como
expresión étnica es así una exigencia y un deber al mismo
tiempo. La educación del ser humano en el sentido de hacerle comprender
la belleza de la criatura humana biopsíquicamente sana implica una Revolución
educacional, estética y política de primer orden.
Y no queremos ser malinterpretados: No negamos el alma, o el espíritu,
o incluso la inteligencia cuando afirmamos que la belleza es una exigencia y
un deber de todo individuo de buena estirpe. Sólo creemos que el alma
y el espíritu están exactamente tan relacionados con el substrato
étnico como Io está el cuerpo. Recién de la conjunción
de lo biológico y de lo psíquico surge la conciencia como principio
y fundamento del entendimiento humano y de la capacidad creativa. Recién
a partir de su conciencia puede el hombre transformar el mundo que lo rodea
ordenándolo de la manera que le dicta su voz interior la que, indudablemente,
constituye una predisposición anímica.
No negamos, en consecuencia, al alma cuando afirmamos el valor del cuerpo. Solamente
le damos, al alma y al cuerpo, la participación que le corresponde a
cada uno en la conformación del ser humano completo de una raza determinada.
Un alma noble puede iluminar y embellecer un cuerpo no agraciado; un cuerpo
noble sin un alma noble es repulsivo: lo primero nos atrae lo segundo nos asquea.
Estas comprobaciones pueden significar muchísimo en la valoración
de destinos individuales. Incluso son decisivos cuando se trata de calibrar
lo que vale un ser humano como individuo. Pero aún así, esto no
quita que en las cuestiones relativas a la especie, es decir: al conjunto étnico
de todo un Pueblo, debamos valorar conjuntamente todos los factores biopsíquicos.
Y por mucho que afirmemos el valor de todo lo que está más allá
de lo estrictamente biológico, no por ello se justifica jamás
que olvidemos la belleza física como expresión de un valor que
refleja la perfección y la fortaleza de una especie.
Señalábamos más arriba que las leyes del Cosmos son categóricas:
el hombre se reproduce sólo mediante la mujer. Esta mujer es por consiguiente
decisiva para el grado de perfección de los niños que nazcan de
ella. Así como las vías del ferrocarril determinan la dirección
de un tren, del mismo modo la estructura biopsíquica de la madre determina
lo que el niño puede o no puede heredar del padre, determinando con ello
el valor hereditario y las posibilidades biopsíquicas del hijo. La mujer
es depositaria, guardiana y multiplicadora de nuestras características
étnicas. O puede ser todo lo contrario si su estructura biopsíquica
difiere fundamentalmente de la nuestra.
Otra de las leyes fundamentales de la vida es que el hombre se justifica ante
sus padres del mismo grupo étnico, por sus realizaciones que se condicen
con sus posibilidades biopsíquicas. La ley masculina de la especie en
la lucha por la existencia se llama realización: y no una realización
cualquiera sino realizaciones al servicio de su Comunidad y de su Nación.
En el hombre siempre es una cosa ridícula que haga ostentación
de sus antepasados sin haberse puesto, simultáneamente, a su altura mediante
realizaciones concretas que lo hagan digno de sus progenitores. Antepasados
ilustres sólo presuponen realizaciones dignas, no son prueba jamás
de realización alguna. Recién el logro concreto demuestra al Hombre.
Un espíritu noble y un buen porte, además de antepasados ilustres,
pueden hacer nacer esperanzas respecto de un hombre; pero la prueba de su verdadera
capacidad, será siempre y únicamente lo que ha sabido realizar
concretamente para bien de la Comunidad étnica. Sobre esta base descansaba
el concepto de la caballería medieval ya que el descendiente de noble
alcurnia era solamente declarado Caballero en virtud de sus acciones y de sus
logros y sólo así era aceptado como un par entre nobles pares.
También sobre una base similar descansaba el examen que en el medioevo
el Maestro tomaba al aprendiz de cualquier oficio; porque recién después
de la prueba manual y espiritual pasaba el aprendiz a ser un Maestro entre Maestros.
En el cuerpo de oficiales de todo Ejército realmente capaz de glorias
la situación es exactamente la misma.
La máxima realización de la mujer, para con su Comunidad y para
con su Pueblo, son sus hijos. Y esta premisa básica es siempre válida
excepto en el caso de que circunstancias excepcionales condicionen la maternidad.
Pero la cuestión de los hijos está conectada a una serie de condiciones
previas que la mujer madura sólo puede demostrar tener como Esposa y
como Madre. Por lo tanto, la realización más noble de la mujer:
el hijo, o mejor dicho: su capacidad para dicha realización, es algo
prácticamente imposible de verificar antes del matrimonio o de la elección
del esposo en absoluto. Incluso la fertilidad, el embarazo, no es una prueba
decisiva de que una mujer es capaz de ser realmente Madre. El valor de una mujer
como Madre es, por lo tanto, inmediatamente inverificable para el hombre. Este
sólo puede partir de deducciones mediatas para llegar a una valoración.
Belleza y capacidad, salud y buena familia son, en las mujeres de nuestra Comunidad
étnica, indicios positivos en los que un hombre puede confiar si desea
hacerse un cuadro ideal de la futura madre que le habrá de dar los hijos
dignos de sus antepasados. El tener conocimiento de los valores biopsíquicos
de una mujer soltera es por ello primordial para el hombre si es que no quiere
encarar la fundación de su familia, o lo que es lo mismo: su responsabilidad
étnica ante su Pueblo; como un perfecto estúpido. Los hombres
realmente capaces de realizar obras meritorias deben aprender a saber elegir
Madres que les garanticen hijos dignos y capaces de continuar, defender y perfeccionar
esas obras. Y las mujeres realmente valiosas, si quieren verdaderamente ser
apreciadas y respetadas de un modo sincero, deben aprender a cumplir acabadamente
la más alta misión que la Naturaleza les ha encomendado: ser Madres
y Esposas dignas. Para maridos dignos y para hijos mejores.
Todas estas afirmaciones implican fundamentalmente una importancia del cuerpo
como expresión de nuestra composición étnica. En esta cuestión,
nuestra idea de los valores biopsíquicos ha de tener muy amplias consecuencias,
si es que no queremos quedar varados en la simple disquisición intelectual.
No actuamos en consonancia con las leyes cósmicas si, en lugar de vertebrar
nuestros conocimientos acerca de lo biopsíquico en un sistema que abarque
toda la realidad que nos rodea, solamente nos contentamos de empujar estos problemas
de papel a papel. El conocimiento que tenemos de las correlaciones psicofísicas
nos obliga a considerar al cuerpo como expresión de los valores de nuestra
especie. Si esto no se hace, o si nadie se atreve a hacerlo, o si se deja de
hacer por cobardía, entonces toda la cháchara acerca de nuestros
valores étnicos será solamente una convicción a medias.
Saber lo correcto y no hacerlo es cobardía o inferioridad.
La afirmación del cuerpo comprende a todo el cuerpo como totalidad. Afirmar
la parte visible del cuerpo mediante el subterfugio de modas que cubren o descubren
partes mayores o menores, todavía no implica en absoluto una comprensión
cabal del problema. También sobre esto es preciso estar completamente
en claro. Dios nos ha dado el cuerpo como una totalidad y no solamente aquellas
partes que los caprichos de las modas se atrevan a mostrar o sugerir.
Lo que importa es volver a darle al cuerpo un lugar en el orden de nuestra existencia,
especialmente en nuestra vida cotidiana. Pensando hasta sus últimas consecuencias
esto implica afirmar positivamente también el desnudo. Sin embargo no
significa afirmar el desnudo por el desnudo mismo sino que implica valorar el
desnudo por lo que significa como expresión biopsíquica viva y
real. Visto así todo se reduce a una cuestión de postura interior
frente al valor del desnudo pero ha de saberse que hay un largo trecho para
recorrer hasta llegar a la aplicación práctica con respecto a
este tema. Esto último es una cuestión de tacto y de moralidad
superior que por su especificidad no corresponde ya dentro del marco de estas
consideraciones.
Pero ésta decisión íntima en esta materia es necesaria
porque las leyes vitales de lo biopsíquico no toleran mediocridades y
exigen una toma de posición clara. Lo indiscutible es sólo que
todo lo que quiera equiparar al desnudo con lo inmoral constituye una total
tontería.
Nuestros antepasados fueron un Pueblo sano y de gran vitalidad que pensaba sin
trabas en estas cuestiones. Esta postura no constituyó ningún
primitivismo bárbaro como a muchos les gusta señalarlo. La moral
y la costumbre de la afirmación corporal libre de perjuicios se mantuvieron
en Alemania hasta la Guerra de los 30 Años, en Suecia y Finlandia hasta
nuestros días. Además estamos muy bien informados acerca de estas
relaciones entre nuestros antepasados germánicos. Así, por ejemplo,
dice:
TACITO (20):
"Exclusivamente en el hogar crece la juventud hasta alcanzar la constitución
y el porte corporal que nosotros admiramos".
CESAR (La guerra de las Galias. Libro VI).
"Desde la niñez se inclinan hacia el ejercicio y el endurecimiento.
Aquél que durante más tiempo se abstiene de la relación
sexual cosecha el aprecio mayor. Ello aumentaría la estatura, así
creen ellos, multiplica las fuerzas y fortifica la fibra. El haber tenido relaciones
con una mujer antes de los veinte años pertenece a los delitos más
infamantes; pero aún así no existe ninguna hipocresía en
estas cosas dado que se bañan juntos en los ríos y se visten de
tal forma que una gran parte del cuerpo permanece desnudo."
Recién la Iglesia intervino proscríptivamente en estas cuestiones,
aunque también es cierto que jamás consiguió imponerse
del todo. Los padres de la Iglesia, por ejemplo, afirman de la costumbre de
bañarse conjuntamente con referencia a las doncellas que: "ponen
al alcance de ojos ávidos de deseo su cuerpo que debería estar
dedicado al pudor y a la moralidad". Pero sólo muy despacio pudo
hacer pié entre nosotros una manera de pensar tan completamente forzada
y antinatural.
La clave para la comprensión de esta oposición de concepciones
en la historia de nuestro Pueblo es posible que pueda ser hallada en el hecho
que nuestros antepasados veían, en la educación de la juventud
libre de prejuicios en todo lo referente al cuerpo, un medio para el mantenimiento
de la salud de la raza mientras que la Iglesia, probablemente porque no consiguió
jamás integrar a su doctrina los valores étnicos ya que se lo
prohibía la doctrina de la igualdad de todos los seres que tuviesen forma
humana, proscribió el cuerpo abriendo con ello el camino al criterio
de considerar solamente el alma como elemento axiológico de su doctrina.
Posiblemente haya sido esta visión unilateral la que llevó a los
círculos eclesiásticos a considerar especialmente a todo aquello
que en él pudiese ser relacionado con lo que Gustav Frenssen llamaba
"La Fuente de la Vida". De cualquier manera las cosas llegaron al
punto en que cualquier muchacha bella y educada de acuerdo a las más
viejas tradiciones pudo ser hecha objeto de la cacería por parte de una
secta de hombres fanatizados. La belleza se convirtió en una maldición.
En las más tenebrosas épocas de la historia alemana, en la época
de la peste espiritual y de las masivas persecuciones de brujas, agonizaron
cientos y hasta miles de mujeres alemanas bajo el sarcasmo sádico de
sus martirizadores, en lugar de convertirse en madres para su Pueblo. Estas
cazas de brujas pesan, indudablemente, sobre la conciencia de los servidores
de las Iglesias; pero es muy dudoso que puedan con justicia adscribirse a las
doctrinas de las Iglesias. Pero absolutamente ninguna duda puede caber hoy de
que el origen y la ejecución de aquella cruzada demencial debe adscribirse
al Pueblo que adora a Jehová y no a nuestro Dios y que, con el pretexto
del delirio de la caza de brujas, ejecutó conscientemente una venganza
racial.7
Exactamente tan perniciosa en sus consecuencias fue otra dilapidación
de valiosas corrientes biopsíquicas que tuvo su lugar en los últimos
cien años: la difamación judía de nuestras mujeres. El
judío se las ingenió para confundir los valores interiores del
hombre de Occidente, lo hizo extraño a su propia estirpe y con la pansexualización
de todo proceso vital rebajó la posición de la mujer a una simple
posición de objeto de placer físico. La sexualidad recibió
su premio y finalmente hasta adquirió visos de respetabilidad. También
el desnudo fue desde muy temprano colocado al servicio de la acción disociadora
del judío. Precisamente este hecho ha aportado mucho a que hoy tengamos
los conceptos confundidos en cuanto a esta materia, al punto en que muchos prejuicios
pueden ser rastreados y definidos como una actitud de repulsa instintiva frente
a la lascivia judaizante. Si la Iglesia, mediante su caza de brujas, nos quitó
nuestra ancestral moral natural, la acción del judaísmo contribuyó
eficazmente a corromper la poca que nos quedaba. La difamación de la
mujer y su degradación al papel de objeto sexual corre paralela con la
proscripción del cuerpo como expresión de salud y belleza biopsíquica.
Son todos procesos que tienen un común padre espiritual: Jehová.
No hay duda ninguna acerca de que aquellos valores y aquel estilo de vida del
que nos informan Tácito y Cesar fueron la base sobre la que se edificó
toda la fuerza y la grandeza de Occidente. Porque lo que fuimos y lo que hicimos
eso se lo debemos exclusivamente a nuestras potencialidades biopsíquicas.
Tenemos pues sólidas razones para volver a la moralidad de nuestros antepasados
después de que nuestro siglo nos ha enseñado el valor de nuestros
factores étnicos. De qué manera construiremos una nueva Moral
es algo que no podemos tratar aquí. Nuestro Pueblo seguramente encontrará
la manera y el modo de vertebrar un sistema ético toda vez que su vida
misma vuelva a ser puesta sobre sus bases ancestrales mediante nuestra Revolución.
Llegamos así al final. Nuestro siglo nos ha abierto de par en par una
gran puerta para que podamos ver un nuevo campo de acción, dotados de
nuevos conocimientos. En su mayor parte inexplorado yace este campo frente a
nosotros. Y presintiendo, más que sabiendo, sentimos venir hacia nosotros
los nuevos y grandes deberes que las leyes de la herencia nos imponen.
Estos deberes exigen ser cumplidos y deberán ser cumplidos. Hemos encendido
la luz para poder lograr ver un cuadro total del Hombre. El destino nos ha elegido
como escenario sobre el cual deberá desarrollarse un nuevo estilo de
vida. Nuestro Pueblo no podrá escapar a su deber de continuar por este
camino del conocimiento y de hacer brillar la luz del conocimiento integral
del Hombre entre los demás Pueblos de la tierra.
Por este camino habremos de llegar a quebrar un día el poder mundial
del judaísmo internacional: porque el imperialismo mundial judío
es posible sólo mientras el resto del mundo se resista a ver en la cuestión
judía una cuestión estrictamente biopsíquica. Porque sólo
si el no judío olvida su imperativo biopsíquico puede el judío
suplantar ese imperativo por los falsos ídolos de la propaganda masiva.
Pero con el rechazo de la mentalidad judía todavía no avanzamos
gran cosa en el terreno de fomentar nuestros propios valores, y ni hablemos
de la cuestión de dominar los factores biopolíticos que garantizan
nuestro propio estilo de vida. Un campo no está sembrado por el sólo
hecho de alejar la maleza. La afirmación de las leyes vitales de nuestra
raza, la dignificación de nuestros antepasados a quienes debemos nuestras
potencialidades biopsíquicas y nuestros hijos criados para ser dignos
de nuestros progenitores son los hitos ineludibles para la verdadera Revolución.
Delante de nosotros se alza la tarea de poner en consonancia la vida en nuestras
grandes ciudades y nuestra tecnología con las leyes vitales que rigen
nuestra evolución natural. ¡La sangre sin el suelo adecuado se
diluye! Eso lo sabemos. También sabemos que la sangre sin crianza adecuada
y sin referencia a los antepasados no tiene asidero sólido. Para todo
Pueblo de la tierra vale la ley de que Sangre y Suelo son elementos mutuamente
condicionantes. No podemos pues dejar que nuestras potencialidades biopsíquicas
se pierdan y se perviertan en nuestras grandes ciudades desarrolladas a partir
de un criterio liberal y judaizante. No es contra la ciudad en si que deberemos
luchar sino en contra de su entorno paralizante y por su estructuración
dentro de un sistema de vida acorde con las exigencias de las leyes naturales
de la vida. Sangre y Suelo volverán a ser así los pilares sostenedores
de nuestra nacionalidad y de la realidad vital de nuestro Pueblo; pilares que
lo mantendrán sano y vital garantizándole así la eternidad.
A las ideas ensombrecidas del año 1.789, a las ideas de libertad, igualdad
y fraternidad que valoran al criminal de la misma manera que al noble, al endiosamiento
de la razón irreal y abstracta nosotros oponemos las posibilidades reales
de nuestra constitución biopsíquica. Sobre la base de esta Tradición
viva, legada concretamente por nuestros antepasados, nos esforzamos por comprender
a nuestro Pueblo. Estructuramos este Pueblo de acuerdo a las capacidades y a
las realizaciones del individuo, dándole con ello a nuestra sociedad
una jerarquización natural y justa. En el concepto de Nación logramos
que el Pueblo se comprenda a sí mismo como un todo y llevamos la totalidad
sociopolítica del Pueblo a expresarse a través de la estructura
del Estado Nacional. Llegamos pues, de esta manera, a la revalorización
de todos los valores partiendo del concepto de lo biopsíquico; un proceso
que nos ofrece un nuevo conocimiento del valor y de la esencia del Hombre pero
que al mismo tiempo nos da una nueva base para construir, mediante el Hombre
Nuevo, una nueva cultura y una nueva civilización.
Aquí es donde puede verse que el problema biopsíquico es el problema
fundamental del Siglo XX siendo que todas las cuestiones del Siglo XX pueden
referirse a esta cuestión. Los vencedores del gran enfrentamiento que
vive nuestro siglo no serán aquellos que, por comodidad, se conformen
con soluciones de compromiso en materia biopolítica sino aquellos que
tengan el suficiente coraje de comprender y llevar hasta sus últimas
consecuencias las leyes de la vida del Hombre.
Al comienzo de todo suceder está la voluntad. Si de una vez por todas
afirmamos sin miramientos y sin condicionamientos nuestros valores étnicos
y nuestras leyes vitales, entonces también encontraremos medios y modos
para garantizar también nuestra supervivencia sobre el planeta. Nuestro
deber es comprender y dominar nuestro siglo:
¡Cuando hay voluntad, hay un camino!
RICARDO WALTHER OSCAR DARRÉ
(Biografía)
Pocos de los que se dedican a relatar
la Historia del Tercer Reich se detienen a hacer la biografía de las
personalidades más importantes que lo fundaron y dirigieron. Si este
olvido es fortuito o está cometido adrede, es algo que quizás
no valga la pena discutir.
Pero, sin duda, es interesante y hasta sorprendente comprobar que nada menos
que el Ministro de Agricultura de Hitler no era alemán. En efecto: su
nombre denota una ascendencia indudablemente francesa y su lugar de nacimiento
es Buenos Aires.
Este alemán de apellido francés y nacido en la Argentina fue hijo
de un fornido prusiano, Ricardo Oscar Darré, que llegó a estas
playas acompañado de su esposa, Emilia Lagergren, allá por los
fines del siglo pasado.
Este matrimonio, el 14 de Julio de 1895, en su hogar ubicado en el nº 769
de la calle 11 de Septiembre del barrio de Belgrano, tuvo el hijo que más
adelante haría sus primeras letras en el Instituto Goethe de José
Hernández al 2.600 de esta Capital.
Enviado a Inglaterra para realizar estudios de agricultura en Winbledon, la
I Guerra Mundial lo sorprende en Europa y asciende al cargo de agrónomo
adjunto del Ministerio de Agricultura.
Con la llegada de Adolfo Hitler al poder, en 1.933, Darré es convertido
en titular de dicho ministerio; cargo que desempeñará hasta el
23 de Mayo de 1.942, fecha en que debe alejarse por razones de salud, aunque
sin renunciar expresamente a su cargo.
A partir de esa fecha su paradero es incierto. Su obra, que hace especial hincapié
en el factor biopolítico y de la que extraemos el presente ensayo, revela
su honda preocupación por establecer medidas adecuadas de gobierno que
posibiliten volver a arraigar al Hombre al Suelo sobre el que vive y del cual
se nutre.
APROXIMACIÓN A LA BIOPOLÍTICA ALEMANA
El concepto fundamental que justifica
la creación de la Biopolítica como ciencia auxiliar de la Ciencia
Política se origina en un hecho muy simple y, a la vez, totalmente innegable:
para el Hombre rigen las mismos leyes naturales que gobiernan el resto de la
Naturaleza.
En efecto: el Hombre, a pesar de su orgullo y a pesar de la gran opinión
que suele tener de sí mismo, no es sino un representante más de
ese extenso dominio que estudia la Biología y que se ha dado en llamar
el Mundo Vivo. Esto no significa rebajar la calidad de la condición humana;
no significa empequeñecer al hombre para colocarlo "a la altura"
del perro, del caballo, ni siquiera del chimpancé o del orangután.
Reconocer que el Hombre es solamente un Ser Vivo más entre toda una pléyade
de seres vivos es simplemente afirmar una verdad que, de puro evidente, más
parece una perogrullada que otra cosa.
Pero, si el ser humano es un ser vivo bioestructuralmente semejante a todos
los demás seres vivos del planeta, es absolutamente forzoso aceptar que
rigen para él las mismas leyes que para los demás. Y esta no es
una afirmación fortuita sino una afirmación que encuentra su confirmación
por partida doble: en primer lugar se trata de una exigencia lógica y
en segundo lugar se trata de un hecho científico lógicamente necesario
y empíricamente verificable.
Dando pues por sentada esta verdad la cuestión fundamental que se plantea
es la de sacar las consecuencias que de ella se desprenden. Mientras esta tarea
se mantiene dentro del marco de las generalidades más o menos conocidas
por todo el mundo - como por ejemplo la de que el Hombre nace, crece, se nutre,
se reproduce y muere como todos los demás animales - las conclusiones
no generan ninguna clase de polémicas. Pero una cosa muy distinta sucede
cuando las consecuencias de la verdad mencionada comienzan a ser sacadas en
lo que a las sociedades humanas se refiere.
Sin embargo un hecho es un hecho y sus implicaciones no pueden ser distorsionadas
por más argumentos teóricos e hipotéticos que a los hombres
se les ocurra inventar. Si el Hombre es un ser vivo semejante a todos los demás
seres vivos en cuanto a su estructura biológica básica, si, consecuentemente,
está exactamente tan sujeto a las leyes que rigen la vida sobre el planeta
como todos los seres que participan de su condición, es igualmente forzoso
aceptar que lo que rige para el individuo biológico rige - salvando las
distancias y respetando diferencias y magnitudes -también para el conjunto
de individuos biológicos. Y este "conjunto de individuos biológicos",
en el caso especial del Hombre, recibe el nombre de Sociedad. De modo que no
solamente el Hombre individual sino también la Comunidad Humana, la Sociedad,
está sujeta a leyes naturales biológicas.
Y esta verdad aún puede decirse que es universalmente aceptada. Lo que
ya no se acepta tan fácilmente es lo que viene después, no obstante
desprenderse lógica y necesariamente de lo que venimos afirmando. Ningún
estudiante de Antropología o de Etnología ignora la incidencia
de las leyes biológicas en la vida de las Comunidades humanas. Pero si
ya fuimos hasta aquí es necesario que recorramos el camino hasta el final.
Si las leyes de la vida inciden en la existencia de la Sociedad, la ciencia
que tiene por objeto la Conducción de esa Sociedad -la Política
-no puede ignorarlas. Encarar la Conducción de una Sociedad pasando por
alto las leyes biológicas vendría a ser algo así como encarar
la conducción de un ejército ignorando las leyes físicas
que rigen la balística. Y muy posiblemente la comparación peque
de demasiado benévola, porque, en realidad, el despropósito es
mayor aún.
También aquí, las consecuencias de la verdad que venimos analizando,
no asustan a nadie mientras la acción se mantenga dentro del límite
de las generalidades. Mientras el político se empeñe en crear
un Ministerio o Secretaría de Salud Pública, mientras su objetivo
sea el de construir hospitales, fomentar la medicina y abaratar los medicamentos
podrá, de seguro, contar con el aplauso universal de todos. ¡Pero
pobre de él si intenta siquiera dar un sólo paso más! ¡Pobre
de él si llega a descubrir ? aunque sea por casualidad -las leyes de
la herencia o las estadísticas que revelan la composición étnica
de un Pueblo! Si llega a insinuar siquiera que ha comprendido algo acerca de
estos hechos lloverá sobre él uno de los anatemas supuestamente
más terribles y horripilantes de los últimos tiempos: se lo acusará
de ser un vulgar villano racista y nazi. Y no tendrá salvación.
Tanto para la mentalidad capitalista liberal como para la mentalidad marxista
se habrá convertido en el cadáver de un monstruo político
indigno hasta de aparecer en público.
¡Si la mayoría de la gente supiera cuánta hipocresía
se esconde detrás de este rechazo! Desde el liberal empedernido que desprecia
de todo corazón a la gran masa obrera que, en la mayoría de los
Países, está fuertemente mestizada; hasta el marxista de biblioteca
que denomina "Lumpenproletariat" -un término de Marx que se
pronuncia con tanto o mayor desprecio aún -a toda masa a la que simplemente
no le da la gana seguir las directivas de cualquier intelectual más o
menos marxistizante. La hipocresía es universal. Basta con pronunciar
la palabra "raza" para que hasta el individuo que mataría a
su hija antes de verla casada con un negro de vuelta púdicamente la cara.
Es un poco inútil preguntarse a qué se debe esta hipocresía.
La respuesta ha sido siempre la misma en cualquier parte y en cualquier circunstancia.
La hipocresía no ha sido nunca otra cosa que una manifestación
de la cobardía. Y la hipocresía étnica no es sino cobardía
social o política. El profesor universitario teme afirmar que las razas
existen y que su existencia reviste suprema importancia porque teme perder su
cátedra. El político teme señalar que la incapacidad de
asimilación de muchos grupos étnicos dentro de una Nación
se debe simplemente a su muy distinta composición étnica. El sociólogo
tendrá terror de establecer un paralelo entre las clases sociales que
crea la injusticia capitalista y los grupos étnicos que causan y que
padecen el mal. Y así sucesivamente. La hipocresía étnica
es sólo la cobardía manifestada por el terror de meter el dedo
en el ventilador político.
La pregunta acerca de a qué se le tiene miedo prácticamente ya
está contestada con el dicho: se te teme a la expulsión, al ridículo,
a las medidas punitivas, a perder la carrera, a la difamación, en suma,
a todas esas medidas que pueden aniquilar socialmente a un hombre. Pero interesante
también es preguntarse a quién se le tiene miedo. Y aquí
la respuesta contiene muchas implicaciones que habrán de esclarecerse:
se le tiene miedo a los vencedores del primer Estado moderno que tuvo la valentía
de reconocer la importancia del factor étnico y de proceder en consecuencia.
Se le tiene miedo al poder económico, político y social del Imperialismo
Judío; el único Poder vencedor real de la II Guerra Mundial. Se
le tiene miedo, además, a los idiotas útiles que, por ignorancia
o simple imbecilidad interesada, le hacen el juego a este imperialismo. En resumen:
se le tiene un terror pánico el Poder de los vencedores de la Alemania
nacionalsocialista.
Desde que terminó la II Guerra Mundial, es decir desde, hace 30 años,
es suficiente abrir cualquier diario, cualquier, revista, cualquier libro; es
suficiente ir a ver cualquier film, mirar cualquier programa de televisión
o cualquier obra de teatro para enterarse que, desde 1.933 a 1.945 la Alemania
de Beethoven, Goethe, Schiller, Kant, Schopenhauer, Bach, Wagner y tantos otros,
estuvo gobernada por una caterva de dementes que se dio a si misma el nombre
de nacionalsocialistas. Durante más de una década pues, uno de
los Pueblos más inteligentes y cultos del planeta, se habría conformado
mansamente con que lo gobernaran unos señores escapados del manicomio.
Henos aquí ya en plena incongruencia; pero esto todavía no es
nada. Si seguimos leyendo, mirando y escuchando, se nos informará que
el Pueblo Alemán, no solamente soportó que el manicomio sea adueñara
de su Estado varias veces centenario, sino que incluso estuvo dispuesto a combatir
y a morir por él, sosteniendo una lucha de varios años y peleando
más de una vez hasta el último hombre.
Por poco que analicemos la imagen de la Alemania nacionalsocialista que se nos
quiere vender, es infalible que lleguemos a una de las dos conclusiones siguientes:
o bien todos los alemanes fueron y son un Pueblo de dementes o bien toda la
historia no es más que un puro truco de propaganda política escrita
por los vencedores.
Es sabido que siempre, después de una gran conflagración, la Historia
la escriben los vencedores. Esto podrá ser lamentable desde el punto
de vista de la Ciencia Histórica pero, políticamente, se trata
de un hecho. Y hasta podría decirse que de un hecho inevitable y lógico.
Pues bien, es innegable que la Historia de la Alemania nacionalsocialista, la
historia que el vulgo conoce y repite, no fue escrita por los alemanes. Ni siquiera
fue escrita por elementos imparciales que nada tuvieron que ver en el conflicto.
Fue escrita y aderezada, pura y exclusivamente, por los vencedores. Este es
un hecho; y un hecho indiscutible.
Por otra parte: ¿qué relata esta Historia? ¿Qué
sabe el vulgo? y hasta la enorme mayoría de aquellos que dicen simpatizar
con las ideas nacionalsocialistas ? acerca de lo que realmente ocurrió
en Alemania entre 1.933 y 1.945? Aparte de una edición abreviadísima
y pésimamente traducida del "Mein Kampf" de Hitler, aparte
de algún que otro libro escrito en español, un mejicano o un rumano,
aparte de alguna vaga tradición oral, nadie sabe nada. ¿Quién
conoce el texto completo de, aunque no sea, más que una sola ley importante
del Código Civil alemán? ¿Quién conoce, aunque no
sea más que someramente, la estructura y el complejo funcionamiento del
aparato estatal nacionalsocialista?
No se trate aquí de germanófilo. Aquí no se trata de "filias"
o de "fobias". De lo que se trata es, sencillamente, de no ser imbécil.
Si reconocemos la verdad acerca de la conexión del Hombre con las mismas
leyes naturales que rigen para todo el mundo vivo y si sabemos que el Estado
nacionalsocialista alemán fue el primer Estado moderno que comprendió
y aplicó esta verdad en su labor de gobierno, lo único lógico
y coherente que cabe hacer es ir directamente a las fuentes. Deberemos pues
tomar la obra de los nacionalsocialistas alemanes que se ocuparon del tema y
dejar que este obra hable por sí misma. Ese es el objeto de la publicación
del ensayo de R. Walther Darré.
Antes de que el lector comience su lectura podemos adelantarle, con total tranquilidad
de conciencia, un dato importante: como podrá verse ni bien se hayan
comprendido los primeros diez párrafos, no se trata de la obra de ningún
demente. Se trata de una obra quizás relativamente modesta en cuanto
a su extensión pero muy sustanciosa en cuanto a la síntesis de
conceptos vertidos. De todos modos, se trata de una obra lo suficientemente
importante como para que el NSDAP la incorporara a su biblioteca de adoctrinamiento
interno, como puede desprenderse del prólogo a la edición de 1.941.
Un detalle importante, sin embargo, merece ser analizado detenidamente aquí
para comprender cabalmente el contexto general de ideas en el que se inserta
el "Reordenamiento de nuestro pensar" de Darré. Y este detalle
es el siguiente: en la época en que se escribió la obra, y en
realidad durante todo el tiempo en que el régimen nacionalsocialista
estuvo en el Poder, la discusión biopolítica nunca estuvo cerrada.
De modo que el cuerpo de ideas que forma la biopolítica alemana entre
1.933 y 1.945 no fue nunca - como se quiere hacemos creer - un conjunto de nociones
rígidas, inamovibles y monolíticas, mal digeridas, compuestas
alrededor de la equivocada noción de la "raza pura". De la
obra de Darré se desprende claramente que la biopolítica alemana
fue siempre un proceso dinámico, en constante evolución paralela
a la evolución del conocimiento científico. Y aparte de esto podrá
apreciarse fácilmente la altura intelectual, la responsabilidad moral
y la profundidad científica con se encaraba el tema.
Prueba de este proceso en constante evolución es la opinión que
Darré sustenta respecto de las leyes de connotación biopolítica
vigentes en su tiempo. Las considera insuficientes en lo que hace al fondo de
la cuestión; las considera sólo un "primer paso" hacia
la conformación orgánica y coherente de una Biopolítica
Aplicada más general. De modo que si Mussolini dijo del corporativismo
que se trataba más de un punto de partida que de un punto de llegada,
lo mismo podemos decir nosotros de lo realizado en Alemania en el terreno biopolítico.
El conjunto de leyes que se alcanzaron a dictar entre 1.933 y 1.945 constituyó
solamente un punto de partida. Con todas las virtudes y defectos que tienen
los puntos de partida políticos que -para colmo - no tienen experiencias
anteriores que les sirvan de precedente.
A grandes rasgos, para esta explicación previa que creemos necesaria,
las leyes a las que Darré hace referencia en su trabajo pueden dividirse
en dos grupos. Un grupo formado por aquellas leyes que hacen referencia al factor
étnico en cuanto al otorgamiento de la ciudadanía. Y el otro grupo
-ya más estrictamente de ordenamiento interno de la sociedad -que hace
referencia al proceso de impedir una descendencia hereditariamente enferma.
El primer grupo es también más conocido como el de "Las leyes
de Nürnberg" por haber sido promulgadas el 15 de Septiembre de 1.935,
con motivo del "Día del Partido" de ese año. El segundo
grupo también es más conocido bajo la denominación genérica
de las "Leyes de Eugenesia".
Pero, antes de entrar a tocar el tema de lleno, permítaseme hacer aquí
un pequeño paréntesis para aclarar un malentendido que genera
mucha confusión. Se trata de la gran diferencia que existe entre los
conceptos de eugenesia y eutanasia. El término eugenesia no es un invento
alemán. El término en sí fue creado por un inglés,
Francis Galton, en 1.885 y su práctica efectiva se remonta hasta la antigüedad
comprendiendo incluso a algunos pueblos de América. Fundamentalmente
significa aplicación de las leyes biológicas a los efectos de
mejorar o perfeccionar la especie humana. Filológicamente proviene de
las voces griegas "Eu" que significa bien, bondad, perfección,
normalidad y "Génesis" que, como todo el mundo sabe, significa
nacimiento.
En cambio el término eutanasia significa algo así como "muerte
dulce" del momento en que proviene del griego "Eu" y "Thánatos"
= muerte. Por ello la eugenesia es la ciencia del "bien nacer", la
ciencia auxiliar de la Biopolítica que estudia la manera de mejorar y
perfeccionar las posibilidades biopsíquicas de un Pueblo. En cambio la
eutanasia implica, lisa y llanamente, matar para evitar dolores intolerables
e innecesarios en un enfermo irremediablemente condenado a muerte. Cómo
se ve; la diferencia es fundamental. El hecho que se emplee el término
eutanasia en todo lo referente a los nacionalsocialistas alemanes revela ya
la perfidia con que trabaja la propaganda política de los vencedores.
Las leyes alemanas se refieren exclusivamente al procedimiento eugenésico
y, que yo sepa, en ningún lugar de la legislación alemana entre
1.933 y 1.945 se reglamenta la práctica de la eutanasia. Es más:
¡destacados nacionalsocialistas se pronunciaron abierta y violentamente
contra la práctica de la eutanasia!
Pruebas al margen: tengo ante mí el libro "Eugenesia racial en el
Estado popular" (Rassenpflege im volkischen Staat), Edit., J. F. Lehmann,
Munich 1.933, escrito por un hombre muy conocido en los círculos biopolíticos
nacionalsocialistas alemanes: el Prof. Dr. Martin Staemmler. Este hombre, cuya
autoridad y filiación nacionalsocialista está fuera de toda duda,
en las pág. 90-91 del libro mencionado expresa textualmente:
"Humanamente es muy comprensible la intención de acortar los sufrimientos
del pobre prójimo; y hasta habrá algunos que, mientras gozen de
buena salud, susten tarán respecto de sí mismos la opinión:
le estaría agradecido a un médico que me regalara una muerte fácil
en el caso de que me encontrara incurablemente enfermo y no pudiera calmar mis
dolores. Y a pesar de todo, contra la realización de semejantes planes,
existen las consideraciones, de una gravedad tan extrema, que los hacen impracticables,
de acuerdo a mi concepción. En primer lugar, los médicos y el
arte de curar no son nunca y en ningún caso infalibles. Muchos enfermos
se han curado después de haber sido "desahuciados por los médicos"
(
).Tales equivocaciones nunca podrán ser evitadas y por cierto
que no son tan infrecuentes como probablemente se piensa. En segundo lugar,
la ciencia médica avanza. Una enfermedad que hoy se considera incurable
puede tener su remedio en dos semanas (
). En tercer lugar, los enfermos
que van a un médico quieren ser curados y no matados. Todo Hombre se
aferra a la vida. Y justamente los enfermos graves se aferran muchas veces a
su delgado hilillo de vida con especial tenacidad y cariño. ¿Qué
debe pues hacer un médico cuando viene a él un enfermo y constata
la presencia de una enfermedad incurable? ¿Debe matarlo o preguntarle
primero si quiere morir? Si hace cualquiera de las dos cosas pronto ningún
enfermo se atrevería a ir al médico. En el primer caso el enfermo
siempre tendría que calcular con que el médico, subrepticiamente,
le puede dar el pasaporte hacia el otro mundo. ¡El médico debe
ser médico y no verdugo! Por lo tanto deberá preguntarle al enfermo
lo que desea. Pero al preguntarle le tendría que confesar que considera
incurable su enfermedad. Hasta ese momento el enfermo ha tenido esperanzas y
ha vivido esperanzado. De repente, brutalmente, se le quita esa esperanza. En
la mayoría de los casos el enfermo aún así no daría
su consentimiento para ser matado. Se dirigiría a otros médicos
y finalmente terminaría en manos de "adivinos" y curanderos.
Pero lo que le resta de vida estaría definitivamente destruido. Tendría
que vivir, quizás durante años, sabiendo que es un candidato a
la muerte segura. ¡E imagínese solamente lo que pasaría
si, encima de todo eso, el diagnóstico del médico fuese equivocado!
No, tales planes son de unas consecuencias tan imposibles que no deben ser considerados
seriamente. Por sobre todo no se olvide que, al igual que en todos los oficios,
también en el de médico hay sinvergüenzas. Si de pronto,
el médico se le pone en la mano el Poder sobre la vida y la muerte, si
en absoluto se sacude y resquebraja el concepto de que la vida es sagrada, entonces
nadie puede prever a qué consecuencias llegaremos".
La posición del nacionalsocialismo alemán frente a la cuestión
de la eutanasia aparece pues clara, neta y definida: es una posición
de absoluto rechazo.
Si volvemos ahora a las leyes de eugenesia, después de este pequeño
paréntesis, veremos con cuánta facilidad se destruye la falsa
imagen que presenta a todos los nacionalsocialistas como unos monstruos que
mataban sin piedad a cualquiera que no tuviese pelo rubio y ojos azules.
La ley eugenésica fundamental de la legislación nacionalsocialista
alemana es la llamada "Ley para la prevención de descendencia hereditariamente
enferma" (Gesetz zur Verhütung erbkranken Nachwuchses) del 14 de Julio
de 1.933 (Reichgesetzbl. 1.933 p. 529; 1.935 I p. 773; 1.936 I p. 119). junto
con sus decretos reglamentarios que son seis, hasta 1.936: el decreto reglamentario
de 5 de Diciembre de 1.933, el segundo del 29 de mayo de 1.934, el tercero del
25 de Febrero de 1.935, el cuarto del 18 de julio de 1.935, el quinto del 25
de Febrero de 1.936 y el sexto del 23 de Diciembre de 1.936.
Sinceramente ignoro si, con posterioridad a esta fecha, se continuó perfeccionando
la reglamentación de la mencionada ley. Personalmente supongo que sí,
pero debo reconocer que carezco de datos al respecto. Sin embargo, con los que
tenemos hasta 1.936 hay material más que suficiente para juzgar a la
política eugenésica del Estado nacionalsocialista alemán.
La ley del 14 de Julio de 1.933 es muy clara y precisa en muchos aspectos. Tomemos,
por ejemplo el párrafo 1:
#1.
(1) ? Quién esté hereditariamente enfermo puede ser esterilizado
cuando, de acuerdo a los conocimientos de la ciencia médica, existe una
gran probabilidad de que sus descendientes padecerán graves daños,
físicos y psíquicos de orden hereditario.
(2) - Hereditariamente enfermo en el sentido de esta Ley es todo aquél
que padece de una de las siguientes enfermedades:
1. Imbecilidad congénita
2. Esquizofrenia
Locura maníaco depresiva
Epilepsia
5.Correa de Huntington ("Baile de San Vito'' hereditario)
6.Ceguera hereditaria
7.Sordera hereditaria.
8.Graves malformaciones físicas hereditarias.
(3) ? Subsiguientemente, puede ser esterilizado aquél que padece de alcoholismo
grave.
El párrafo 2 de la ley es, realmente sorprendente. En la fundamentación de la misma (C.f. Reclams Universal Bibliothek Nr. 7.240. Ed. Philipp Reclam jun. Leipzig, 1.937 pág. 15) se dice:
A #2 y #3: La ley parte de la base
de que, aquél cuya esterilización sea necesaria para bien de la
salud de la Comunidad, en muchos casos demostrará tener suficiente comprensión
como para solicitar él mismo la esterilización (La bastardilla
es nuestra).
En efecto; el párrafo 2 de la ley expresa:
#2.
(1) -Tiene derecho a presentar la
solicitud (de esterilización) todo aquél que ha de ser esterilizado
(
)
(2)- A la solicitud debe adjuntarse el certificado, expedido por un médico
reconocido por el Reich Alemán, de que el individuo a esterilizar ha
sido esclarecido acerca de la esencia y de las consecuencias de la esterilización.
(3) -La solicitud puede ser retirada.
Naturalmente, no sólo los
interesados mismos podían presentar la solicitud de esterilización
(#3 establece que están igualmente capacitados para ello el médico
y los directores de institutos de salud o penales) pero es realmente necesario
señalar la importante oportunidad moral que se fijaba taxativamente para
los interesados. Cuidado- samente fijada está también la composición
del Tribunal para juzgar los casos de esterilización (# # 5, 6); la modalidad
del proceso que el inciso 1 del #7 fija expresamente como "no público"
y que el #15 aclara aún con mayor precisión:
#15.
(1) -Las personas participantes del proceso o de la intervención quirúrgica
están obligadas a guardar silencio.
(2) -Aquél que sin autorización actúe en sentido contrario
a la obligación de guardar silencio será penado con reclusión
de hasta un año o multa (
)
Los párrafos 9 y 10 se refieren a la modalidad de apelación ante el fallo del tribunal. Con respecto al #10 cabe agregar que, por ley del 26 de Junio de 1.935, se insertó un agregado conocido como el #10a. y que se refiere a la interrupción del embarazo. Dice textualmente:
#10a.
(1) -Habiendo un Tribunal de Salud Hereditaria (Erbgesundheitsgericht) dictaminado
la validez legal de la esterilización de una mujer que, en el momento
de la práctica de la esterilización, se encuentre en estado de
embarazo, éste puede ser interrumpido, con asentimiento por parte de
la interesada, a no ser que el fruto ya esté en condiciones de nacer
o que la interrupción del embarazo trajese como consecuencia un serio
peligro para la vida o para la salud de la mujer.
(2) -Como no capaz de nacer debe considerarse al fruto cuando la interrupción
tenga lugar antes del transcurso del sexto mes de embarazo.
Por último, los ## siguientes
establecen ciertos aspectos de la intervención. El #11 establece la modalidad
de la intervención quirúrgica; el #12 establece que la intervención
puede tener lugar en contra de la voluntad del sujeto sólo cuando el
Tribunal haya decidido definitivamente la validez de la esterilización
y ¡siempre y cuando la solicitud no haya sido presentada por el propio
interesado! El inciso 1 del #13 establece que "Ias costas del proceso judicial
están a cargo del Estado" mientras que las costas de la intervención
quirúrgica sólo están a cargo del interesado en la medida
en que éste desee comodidades, no necesarias, de internación.
El #14 habla de casos muy especiales en los que la esterilización puede
tener lugar de acuerdo a procedimientos no previstos en la ley (con consentimiento
del interesado para evitar un serio peligro mayor, con consentimiento de la
embarazada en las mismas circunstancias, con consentimiento del interesado para
liberarlo de impulsos sexuales criminales) y, finalmente el #15 que ya ha sido
citado.
No analizaremos con el mismo detalle los seis decretos reglamentarios mencionados
al principio porque la tarea realmente excedería el marco de esta exposición.
Diremos solamente que el Artículo 1 del primer decreto prohibe la esterilización
de menores de 10 años. El Art. 6 del mismo decreto establece que si el
individuo que solicita por sí mismo la esterilización, después
de haber comprobado el Tribunal que la misma es procedente, decide recluirse
en una Institución que garantiza la ausencia de descendencia, el Tribunal
deberá ordenar la suspensión de la intervención mientras
el individuo se encuentre allí, o en un lugar equivalente, o hasta que
por su edad se considere imposibilitado de reproducirse. El segundo y el tercer
decreto carecen de interés para nosotros ya que se limitan a establecer
muy minuciosamente detalles técnico?jurídicos y administrativos.
En cambio el cuarto decreto se refiere ampliamente a la interrupción
del embarazo y merece aunque más no sea una breve descripción.
El Art. 2 del Decreto reglamentario del 18 de Julio de 1.935 expresa textualmente
que: "La interrupción del embarazo en el sentido del #14 de la ley
es equivalente al acto de dar muerte a un niño durante el parto"
(Debe recordarse que el #14 se refería a casos excepcionales en los cuales
bien podían encuadrarse abortos causados después del sexto mes
de embarazo). En otras palabras, ¡el médico que causara un aborto
sin verdaderas y legítimas razones para ello corría serio peligro
de ser acusado de homicidio! Esta es la verdadera cara de la "eutanasia"
del nacionalsocialismo alemán. No comentaremos los demás artículos.
Diremos solamente que establecen prolijamente las condiciones, lugares y procedimientos
en que se permite la interrupción del embarazo, sobre todo cuando se
lo practicara para evitar descendencia hereditariamente enferma.
El quinto decreto reglamenta la esterilización mediante el empleo de
Rayos X y el sexto establece, entre otras cosas, la ayuda social que el Estado
y sus organizaciones se obligan a prestar a toda persona que, por someterse
a la intervención quirúrgica o por recluirse, no pueda atender
a sus obligaciones sociales.
Esta es pues la ley eugenésica fundamental del Estado nacionalsocialista
alemán. Sus ramificaciones en la legislación nacionalsocialista
son rastreables con perfecta lógica. De este modo el #1 de la llamada
"Ley para la defensa de la salud hereditaria del Pueblo alemán"
(Gesetz zum Schutze der Erbgesundheit des deutschen Volkes) del 18 de Octubre
de 1.935 (RGBL. I. p. 1.246 ) expresa:
#1.
1. El casamiento no ha detener lugar:
a) Cuando uno de los prometidos padezca de una enfermedad contagiosa que pueda
ocasionar un grave daño, a la salud del otro prometido o a la de la descendencia.
Cuando uno de los prometidos esté incapacitado o se halle bajo tutela
provisional.
Cuando uno de los prometidos, sin estar incapacitado, padezca de una alteración
psíquica que haga aparecer al matrimonio como indeseable para la Comunidad.
Cuando uno de los prometidos padezca de una enfermedad hereditaria en el sentido
de la Ley para la prevención de descendencia hereditariamente enferma.
2. La disposición del inciso 1-d no impide el casamiento si el otro prometido
es estéril.
El otro grupo de leyes, las conocidas
como "leyes de Nürnberg" lo constituyen, en realidad tres leyes
bastante breves que se refieren no tanto a la eugenesia sino más bien
a otro aspecto de la cuestión: al aspecto de Ia situación legal
de personas biológicamente indeseables para el Estado y el Pueblo.
La primera ley de este grupo refiere a la Bandera del Reich y no nos interesa
aquí para el tema que venimos tratando. La segunda ley dice textualmente:
(Cf. Libro de la Organización del NSDAP - Organisations buch der NSDAP-
Edic. Franz Eher Nachf. München 1.937. página 518 y siguientes)
#1. (1) Casamientos entre judíos y súbditos de sangre alemana
o similar están prohibidos. Casamientos efectuados a pesar de esta disposición
son nulos aún cuando para sortear la ley, hayan sido efectuados en el
extranjero.
(2) La nulidad sólo puede ser dejada sin efecto por el fiscal.
#2. Las relaciones extramatrimoniales entre judíos y súbditos
de sangre alemana o similar están prohibidas.
#3. Está prohibido a judíos el empleo en quehaceres domésticos
de personas de sexo femenino, menores de 45 años, que sean súbditas
de sangre alemana o similar.
#4. (1) Está prohibido a los judíos el izar la Bandera Nacional
del Reich o el uso de los emblemas con los colores del Reich.
(2) Por el contrario se les permite el uso de los colores y emblemas judíos.
El ejercicio de este derecho está garantizado por el Estado.
#5. (1) Aquél que transgreda lo establecido en el #1 será castigado
con prisión.
(2) El hombre que transgreda lo establecido en el #2 será castigado con
reclusión o prisión.
(3) Aquél que transgreda lo establecido en los ## 3 y 4 será castigado
con reclusión de hasta un año y multa o con una de ambas penas.
#6 De forma.
Nürnberg, el 15 de Septiembre
de 1.935
Firmas: Adolfo Hitler, Führer y Canciller del Reich; Frick, Ministro del
interior. Dr. Gürtner, Ministro de Justicia; R. Hess, lugarteniente del
Führer.
La tercera ley expresa textualmente:
#1. (1) Súbdito alemán es todo aquél que pertenece a la
unidad defensiva del Reich Alemán y que por ello asume especiales obligaciones.
(2) La condición de súbdito se obtiene según lo establecido
en la Ley de nacionalidad.
#2. (1) Ciudadano alemán es sólo el súbdito de sangre alemana
o similar que demuestra por su comportamiento que tiene la voluntad y la capacidad
para servir lealmente al Pueblo y al Reich alemán.
(2) EI derecho a la ciudadanía se obtiene mediante el otorgamiento de
la carta de ciudadanía.
(3) El ciudadano es el único portador de todos los derechos políticos
que establece la ley.
#3. De forma.
Fecha y firmas igual que en la ley anteriormente citada.
Quizás sea oportuno aclarar
un poco el significado de estas dos últimas leyes. Para ello nada mejor
que citar las palabras de uno de los firmantes en persona. En la pág.
1.390 de. la "Revista de los juristas alemanes" (Deutschen Juristen-Zeitung)
número 23 del 1-12-1.935 hay un artículo bastante extenso el respecto,
escrito por el Ministro del Interior del Reich, el Dr. Frick. Entre otros conceptos
afirma:
"Según la experiencia de la Historia y las leyes de la Demografía
la situación de un Pueblo depende substancialmente de que mantenga pura
y sana su composición étnica (
) Porque sobre esta particularidad
de un Pueblo descansan, su idiosincrasia, su cultura, sus realizaciones, etc.
Si un pueblo no mantiene homogénea su composición étnica
y da cabida a elementos de una composición específicamente distinta,
entonces la consecuencia necesaria es que surja, en su unidad y homogeneidad,
una fisura perdiéndose su carácter típico."
En realidad, la promulgación de la tercera Ley de Nürnberg no es
otra cosa que la materialización de los puntos 4, 5 y 6 del Programa
del NSDAP. La innovación importante es sin duda alguna la ciudadanía
de base étnica por un lado y la diferenciación clara y neta entre
el concepto de súbdito y el de ciudadano. Y no se crea que el criterio
que informaba a los legisladores era el criterio estrecho de un antisemitismo
rabioso unido a un chauvinismo infantil que reservaba la dirección de
la cosa pública a una hipotética "raza pura". Frick
dice al respecto:
"Desde el momento en que la sangre alemana es una condición previa
para el otorgamiento de la ciudadanía, ningún judío puede
ser ciudadano. Pero lo mismo vale para los pertenecientes a otras razas cuya
composición étnica no sea similar a la del Pueblo alemán;
p.ej. para los gitanos y negros.
La sangre alemana no constituye una raza de por sí. El Pueblo alemán,
se constituye, por el contrario, de individuos pertenecientes a diversas razas.
Pero a todas estas razas les es común la característica de una
compatibilidad étnica desde el momento en que un cruzamiento - al contrario
de lo que sucede con composiciones étnicas incompatibles -no origina
tensiones o conflictos internos. La sangre alemana se puede equiparar pues,
sin cuestionamiento alguno, a la composición étnica de todos los
Pueblos de condiciones similares a la alemana. Este es totalmente el caso de
los Pueblos homogéneamente arraigados en Europa. La composición
específicamente similar es tratada, en todos los aspectos, de una manera
uniforme. Por ello es que pueden ser ciudadanos también aquellos que
pertenecen a minorías étnicas residentes en Alemania, como p.
ej. polacos, daneses, etc. etc."
La cuestión de la exclusión de los judíos de la vida pública
no está pues legalmente fundamentada a partir de un criterio de "odio
racial" como siempre se nos ha querido hacer creer. Simplemente se trata
aquí de la aplicación lisa y llana de una de las leyes fundamentales
de la Biopolítica que establece que no es aconsejable para una Comunidad,
más o menos étnicamente homogénea, la incorporación
de elementos étnicamente tan incompatibles que se tornen inasimilables.
Es eso y nada más. Que no había ningún tipo de odio demencial
detrás de las leyes de Nürnberg lo revela este otro párrafo,
muy interesante de Drick:
"Del hecho que ningún judío puede ser ciudadano se desprende
que queda excluido también en todo aspecto del participar en la vida
pública y jurídica. Los empleados estatales judíos deben
pues retirarse; a partir del 31 de Diciembre de 1.935 pasarán a la situación
pasiva. Con esta medida recibirán asimismo la jubilación que les
corresponda por los servicios prestados y para los combatientes (de la I Guerra
Mundial, se entiende) que haya entre ellos, se ha establecido un acuerdo especial
que establece su derecho al último sueldo íntegro hasta que lleguen
a la edad de jubilarse."
Después de todo lo citado uno realmente se pregunta dónde está
ese odio recalcitrante, esa malignidad demencial, esa incoherencia esquizofrénica
de las que tanto hablan las obras de propaganda antinazi. No es cuestión
ahora de establecer si las mencionadas leyes son "simpáticas"
o "antipáticas", sí son "duras" o "blandas",
si hoy en día uno las formularía de la misma manera o de otra.
No se trato de eso. Son leyes de los años 1.930 con todos los defectos
y virtudes inherentes al nivel general de conocimientos científicos de
los que se disponía en aquella época aplicados por personas que
en esa materia hacían una labor realmente sin antecedentes contemporáneos.
De lo que se trata es de comprender que lo que se hizo no se hizo a tontas y
a locas, improvisando a la ligera sobre una serie de conceptos mal digeridos.
Ese habrá podido ser el caso de la Revolución bolchevique con
el pobre de Lenin deshaciendo cada año lo que había tratado de
hacer el año anterior. Pero ciertamente no es el caso de la Revolución
nacionalsocialista en donde cada pieza encaja perfectamente con la otra y esto
de tal manera que aún permite toda una serie de reglamentaciones y perfeccionamientos
sin que toda la estructura sufra lo más mínimo.
No. Decididamente los nacionalsocialistas alemanes no eran ni locos ni estúpidos,
ni maniáticos ni incapaces. Sabían perfectamente lo que hacían
y por qué lo hacían. Y lo que hicieron funcionó; que es
mucho más de lo que puede decirse de todo el sistema liberal.
Sinceramente creo que con lo que antecede es suficiente para dar una base general,
sólidamente documentada, al trabajo de R. Walther Darré. Naturalmente
que aquí no se agota el tema. En realidad toda esta publicación
no lo agota. La Biopolítica es todo un capítulo aparte de la Ciencia
Política y su desarrollo íntegro requiere mucho más espacio
del que disponemos aquí.
Pero si con lo aquí publicado podemos lograr que cualquier espíritu
revolucionario, honesto, abierto y sincero se aproxime al problema demográfico
con un sólido criterio biopolítico (que es el único criterio
válido, por otra parte) nuestra misión estará, por ahora,
cumplida. Se trata pues aquí de una aproximación al tema. El desarrollo
íntegro de la Biopolítica en sí, como rama importante de
la Ciencia Política, será el tema de otro trabajo, mucho más
específico, que esperamos poder ofrecer en un futuro muy próximo
junto con todos los demás temas que hacen de la Política ? de
la verdadera Política ? lo que realmente es: la Ciencia y el Arte de
la conducción de las Comunidades humanas.
DANIEL MARCOS
notas
1 Que la cuestión judía es en realidad una cuestión racial
? entendiendo por raza a la definición que suministra la antropología
moderna ? que es algo que los mismos judíos no tienen más admitir.
En "El Antisemitismo ? "Su historia y sus causas"- escrito por
el judío Bernard Lazare (Ed. La Bastilla. Buenos Aires 1.974, páginas
11-12) podemos leer textualmente:
"Si la hostilidad y hasta la repugnancia se hubieran manifestado con respecto
a los judíos en una época y en un país sería fácil
desentrañar las causas limitadas de estas cóleras; pero por el
contrario la raza judía he sido objeto del odio de todos los pueblos
en medio de los cuales se ha establecido. Ya que Ios enemigos de los judíos
pertenecían a las razas más diversas, vivían en países
muy apartados los unos de los otros, estaban regidos por leyes muy diferentes
y gobernados por principios opuestos, no tenían el mismo modo de vivir
ni las mismas costumbres y estaban animados por espíritus disímiles
que no les permitían juzgar de igual modo todas las cosas, es necesario,
por lo tanto, que las causas generales del antisemitismo siempre hayan sido
en el mismo Israel y no en quienes lo han combatido"
2 Que la criminalidad, en muchos
casos, constituye una predisposición heredada es algo fuera de toda duda,
digan lo que quieran los ambientalistas que aún creen en la infinita
educabilidad del ser humano. Genetistas de renombre mundial y de los que para
nada puede sospecharse una secreta simpatía por el nacionalsocialismo
alemán no han tenido más remedio que reconocer este hecho. Theodosius
Dobzhansky, en su obra "Herencia y Naturaleza del Hombre" (Ed. Losada,
Buenos Aires 1.969, página 63) dice textualmente:
"Dugdale (en 1.875) intentó seguir el árbol genealógico
de un grupo de familias a quienes dio el pseudónimo de Jukes. El antepasado
de Jukes era un tal Max, quién había vivido en el Este de los
Estados Unidos, en la época de la Colonia. Entre 709 de sus descendientes,
Dugdale halló 76 criminales convictos, 128 prostitutas, 18 dueños
de prostíbulos y más de 200 indigentes. En el año 1.912,
H. H. Goddard efectuó un estudio similar sobre un grupo de familias designadas
con el pseudónimo de Kallikak. Estas familias, tenían como antepasado
común un personaje denominado "Viejo Horror", nacido durante
la Revolución Americana. Entre 480 descendientes conocidos había
143 débiles mentales, 24 alcohólicos, 26 hijos ilegítimos,
3 criminales, 33 prostitutas y otros inmorales sociales."
3 Valga como ejemplo que lo que no pudo lograr el acuerdo de Versailles, está a punto de ser logrado merced a la tremenda sangría ocasionada por la II Guerra Mundial. Y sobre todo merced a la terrible apatía nacional que parece haberse apoderado de este gran Pueblo.
4 Nota del Traductor: El juego de
palabras arriba transcripto que implica "Ahnen" = antepasados; "ahnen"
= vislumbrar, entrever, parecer y "Ahnung" = vislumbre, presentimiento,
etc., parecería intraducible. Y sin embargo no lo es. El castellano,
también un idioma indoeuropeo al igual que el alemán, contiene
elementos muy semejantes -aún cuando no de manera tan explícita
como en el caso de los homónimos alemanes - lo que además de un
parentesco filológico revela, más que nada, una misma predisposición
biopsíquica respecto del problema que el autor menciona.
En efecto; existe en castellano el verbo transitivo "PARECER" un verbo
de múltiples formas y significados. Puede ser copulativo, cuasi?reflejo
o impersonal; además puede significar: aparentar, asemejarse, o bien
aparecer, mostrarse, o bien ser de opinión, tener la impresión
etc. Pero lo más importante es que "parecer" proviene del latín
"PARERE" (o bien del latín medio "PARESCERE") y esta
palabra a su vez tiene estrechísima conexión con el latín
"PARERE", infinitivo latino "PARIO", "PARIS",
"PARERE", "PEPERI", "PARTUM" del cual provienen
muchísimas palabras castellanas tales como pariente, parentesco, parto,
partera, emparentar, puerperio, etc., etc.
De modo que, incluso en castellano, el concepto de "parecer", en su
significado de ser de una opinión ("Me parece que...") tiene,
filológicamente, un estrecho contacto con el concepto de "pariente";
es decir; con el concepto de "antepasado".
5 Aún a pesar de su incuestionable problema demográfico, la China de Mao no muestra ninguna evidencia de querer adoptar masivamente un sistema de control de la natalidad. Todo lo contrarío, la filosofía de Confucio parece estar siendo llevada a la práctica mediante una atención social efectiva lo que produce como resultado no solamente un Pueblo numeroso sino, además, un Pueblo sano y fuerte. Aunque Confucio esté oficialmente proscrito en China, su influencia es más importante de lo que comúnmente se admite. Lo que ha cambiado son los personajes y el estilo de expresarse; pero el contenido de las grandes máximas -sean éstas de Mao o de Confucio -se parecen frecuentemente como una gota de agua a la otra.
6 La "legitimidad" o "ilegitimidad" de un hijo perece ser hoy ya una cosa superada. Pero cualquier análisis profundo revelaría inmediatamente que sigue subyacente, con una validez casi igual a la de cincuenta o cien años atrás. Las clases burguesas posiblemente tengan ya cierta predisposición a aceptar el hijo ilegítimo como una tragedia irreversible, hasta cierto punto preferible a un mal matrimonio. Pero las clases más bajas siguen considerando a un hijo ilegítimo como una tragedia familiar o un deshonor infligido a toda la familia. Las expresiones populares de las clases bajas, como por ejemplo la de "casarse de prepo" son muy ilustrativas el respecto. Para muchas mujeres incluso, el hijo es algo así como un seguro de vida que, teóricamente, haría más indisoluble al matrimonio.
7 Los que crean que la inquisición
fue obra exclusivo de gentiles para, entre otras cosas, perseguir a los judíos
se equivocan completamente. En no pocas oportunidades fueron los mismos judíos
conversos los más fanáticos antisemitas y ejecutores de judíos.
Baste un botón de muestra. El ya citado autor judío Bernard Lazare
dice textualmente (págs. 139-140):
"En España, Pablo de Santa María, incitó a Enrique
III de Castilla a tomar medidas contra los judíos. Este Pablo de Santa
María, otrora conocido como Salomón Levi de Burgos, no era un
personaje común. Rabino muy piadoso y muy sabio abjuró a los cuarenta
años ... y recibió el bautismo junto con su hermano y cuatro hijos.
Estudió teología en París, se ordenó sacerdote y
fue obispo de Cartagena y, posteriormente, canciller de Castilla
Se lo
encuentra como instigador de todas las persecuciones que los judíos de
su tiempo tuvieron que padecer en España. Persiguió a la sinagoga
con un odio feroz. Sin embargo, se limitó en sus obras a la polémica
teológica" (Véase también Wolf, "Bibl. hebr."I
p. 1.004 y Rodríguez de Castro, José "Biblioteca española"
(Madrid, 1.781) t. l. página 234).
LO QUE SOMOS Y LO QUE, COMO PUEBLO, AUN PODEMOS LLEGAR
A SER, ESO LO DECIDE NUESTRA COMPOSICIÓN ÉTNICA
WALTHER DARRÉ
CREADOR DE LA DOCTRINA
"BLUT UND BODEN"
Alemán de apellido francés
y originario de Argentina, nace en Buenos Aires en 1.895.
En 1.930, ya en el NSDAP, es nombrado Delegado Político Agrario del Partido.
Por orden expresa de Hitler, Darré sustituyó a Hugenberg en el
cargo de su Gabinete. Una vez en el poder Darré es nombrado Ministro
del Reich para Alimentación y Agricultura.
A él se debe la teoría Nacionalsocialista de Blut und Boden (Sangre
y Suelo). A este respecto, podemos considerar a Walther Darré como uno
de los máximos especialistas en cuestiones referentes al campesinado
y de ideas tan revolucionarias en este sentido como en todos los que tocaban
el tema del hombre y su entorno. Darré luchó siempre por devolver
al hombre su sentido de propiedad de la tierra, por encontrar el máximo
número de hombres que la trabajaran. Su preocupación principal:
arraigar de nuevo al hombre y su familia al suelo del cual se nutre y combatir
las teorías cosmopolitas del Alto Capitalismo Financiero por las que
se guía hoy el mundo y que alaban la mole de cemento y acero como máximo
orden social.
Nuestro siglo, contrariamente a lo que muchos piensan, no ha sido el siglo de
la técnica; es el siglo del social?racismo y su lucha por implantarse,
que ha sido, será y está siendo el eje central de los acontecimientos,
pese a que hoy por hoy se intente ocultar este aserto.
Desde 1.933 en que Hitler tomó por designio popular el poder, Darré
ocupa su puesto de Ministro de Alimentación y Agricultura, hasta el 23
de mayo de 1.942, ya en guerra, año en que es sustituido por Bache. Retirado
por razones de salud, aunque sin renunciar expresamente a su cargo.
Son de destacar en Darré, sus obras "Das Bauerntum als Lebensquell
der Nordischen Rasse", "Neuadel des Blut un Boden" "Das
Schwein als Kriterium fur nordiscke Volker und Semiten" etc.
En 1.949, Walther Darré es juzgado en célebre proceso de la Wilhelmstrasse,
para jerarcas nacionalsocialistas de menor importancia. Fue condenado a siete
años de prisión y puesto en libertad dieciséis meses más
tarde. Débil desde 1.942, Walther Darré moría en Alemania
en 1.953, habiendo gozado casi tres años de libertad.