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CRÓNICAS DESDE MI CAMA
por Fernanda

 La historia de cómo me inicié en el oficio

escrito por Fernanda
18.07.2006

 

Soy mexicana, alegre, relajada y de una familia tan normal como la de cualquiera. Crecí al sur de la Ciudad de México, en una colonia de esas de clase media pa’ arriba. Estudié en buenos colegios y digamos que estuve rodeada de esos parásitos que se llaman a sí mismos “gente bien”. Viví una infancia agradable, durante la cual nada me hizo falta. En 2002, cuando tenía 18 años, comencé a trabajar de piruja fina anunciándome en un sitio de Internet que comenzaba a ofrecer ese servicio.

Una no nace profesional, pero lo puta es algo que se lleva dentro. Yo nací con esa vocación. Mi primera relación sexual fue a los catorce, con un tipo casado y que me doblaba en años (y en otras cosas). Fui su amante por un tiempo y mantuve con él las más libertinas relaciones que a esa edad podían vivirse.

 Pero en este país, la fortuna puede ser sólo una suave línea que separa la farsa de la realidad. A estas alturas no sé si mi papá murió porque nos quedamos en la calle o si nos quedamos en la calle porque mi papá murió, el caso es que de la noche a la mañana pasé de ser una niña consentida a indigente. De pronto me arrebataron todo lo mío y mi mamá comenzó a dar clases de inglés por unos cuantos pesos que no alcanzaban ni para pagar los gastos de la casa. Y no es que me tire de a mártir, porque de entre los muchos papeles que podré jugar en la vida, creo que ese es el que menos me queda. Simplemente son cosas que pasan; pero se siente de la fregada cambiar tan de repente el ritmo de vida.

Lo fuimos perdiendo todo poco a poco. Yo, que siempre había disfrutado tanto los obsequios de la buena vida, tuve que hacerme de un trabajo miserable. Conseguí con un cuate, previa entrega de las nalguitas, una chamba mal pagada como instructora de spin. Toda la vida he hecho ese ejercicio y estoy capacitada de sobra para conducir un grupo. Pronto tuve a mi cargo a varios grupos de viejas regordetas, muchachas anoréxicas, algunas muñequitas fresas y uno que otro maricón.

A la sesión de las 11 de la mañana venía una chica argentina. De unos treinta y pocos añitos, rubia, delgada y de grandes ojos azules. Magnífico cuerpo y bello rostro. Me cagaba verla llegar todos los días con diferentes pants (siempre de marca) y salir vestida del spin como muñeca. Tenía un porte estupendo y arrogante. Casi no hablaba con nadie. Yo estaba segura de que se trataba de una tipa fresa (digo, importadas y todo, pero donde quiera hay niñas fresas) mujercita de un marido rico que le mantenía su holgazanería. Me daban unas ganas locas de ser ella.

Después de todo y pese a lo que cualquiera supondría, la argentina resultó simpática y de repente nos hicimos amigas. Se llamaba Paty y vivía en la colonia Roma, a unas cuantas calles del spin, pero supe a qué se dedicaba sólo después de haberle contado las calamidades que estaba viviendo.

Es fácil, me dijo, se gana mucha plata, sólo es cosa de tomarla con calma y podés salir de apuros.

Puedo decir que antes de eso la idea ni siquiera había pasado por mi cabeza. Es más, hasta puedo afirmar que me ofendí. En cualquier caso estaría mintiendo. He llegado a pensar que todas las mujeres en algún momento de la vida soñamos con la idea de tener sexo por dinero. La diferencia es que lo que para la mayoría es sólo fantasía, habemos algunas que lo llevamos a la práctica. Ganándonos, desde luego, la envidia y el rencor de aquellas que nunca se atrevieron.

Después de todo, pensé, ya había conseguido muchas cosas a lo largo de mi vida poniendo a mis nalgas como intermediarias, siempre con magníficos resultados, pero sin duda inferiores a los que podría obtener tasándoles un arancel justo.

También mentiría si les digo que fue fácil. Parece sencillo, ponerle precio al cuerpo como si se tratara de etiquetar papas en el supermercado, pero siempre es difícil hacerse a la idea de que le estás poniendo un importe a tu intimidad. Estoy de acuerdo con que la virginidad, el pudor y la sexualidad están sobrevaluadas, pero siempre pesa la duda sobre hasta dónde llega lo que entregas.

Luego vienen dos obstáculos a salvar: el miedo y el asco. Siempre se corren riesgos en la vida, pero llegar a un cuarto de hotel a buscar un hombre solo, al que nunca antes has visto, sin más protección que tu buena suerte y muchos condones, no es la mejor idea de seguridad para una muchacha medio fresa y con apenas 18 abriles encima (menos en una ciudad como ésta); y la idea de encontrar tras la puerta un hombre sucio y repugnante al cual tengas que abrirle la piernas y el alma para atenderlo, no es precisamente la imagen de una velada romántica.

Pero cuando existe vocación, esas cosas se superan sin mayor problema. Claro, creo que como los artistas, que dicen que siempre sienten los mismos nervios antes de entrar al escenario, nosotras también, antes de tocar a la puerta regresa un poco de ese miedo y ese asco que dan la incertidumbre, pero invariablemente el temple te permite salir airosa de cada encuentro.

Mi anuncio con fotografía apareció en Internet más o menos una semana después de mi charla con Paty. Esa tarde comencé a atender llamadas.

Cuando se es propensa natural a las artes de la putería, una se hace experta de la noche a la mañana. Es como un don. Es muy sencillo. Los hombres no quieren simplemente gozar. La fantasía, la madre de todas las quimeras masculinas es, para sorpresa de cualquiera, que la mujer con quien comparten goce. Creo que es el único acto realmente generoso de su sexo. Para que un hombre disfrute realmente de una relación por la cual pagó no es suficiente que tenga el más impresionante de sus orgasmos; es necesario que esté seguro de que su pareja también lo gozó.

En este oficio aprendemos a conocer los ritmos y las reacciones de nuestros clientes. Si un hombre quiere que lo hagamos sentir poderoso, se va creyendo que es dios. Si un cliente espera sentirse amado, aquí encuentra unos pechos donde guarecerse, si lo que quiere es sólo sexo, acá está esta piel que en cada centímetro se entrega con la única intención de complacer.

A primer cliente lo atendí en el Hotel Revolución. Era mayor de treinta pero menor de treinta y cinco. Entre sus brazos, desde aquella primera vez, aprendí muchos de los secretos del oficio. Cruzar esa puerta fue el paso más difícil que he dado; dejarla abierta como un buen modo para subsistir y recrearme mejoró mi vida. Después de todo, somos un bien necesario. Somos la promesa de que todo es posible. Más que cuerpos tibios con tacones, faldas cortas y escotes, supe que me había convertido en una tregua. Ese tiempo y ese espacio donde un hombre podría abandonarse a su fantasía. Comprendí, entonces, lo que era ser y sentirse mujer, en toda la extensión de la palabra.

Dedicado a la memoria de Paty

 

 

Mi primera vez

escrito por Fernanda,
14.05.2006

 

Cuando papá murió nos quedamos casi en la calle. Mí hermano se había casado y apenas podía mantener a su familia, así que mamá se puso a dar clases de inglés y yo comencé a trabajar como instructora de spin. Allí conocí a Paty. Era clienta del spin, ya conté que fue ella quien me ayudó a entrar al negocio, o cuando menos me animó. No recuerdo todo lo que dijo para convencerme, pero a la semana siguiente mí foto figuraba entre las de otras chicas en la página que ella dirigía. Ella misma me ayudó a sacarme aquellas fotos. Esa tarde comenzaron las llamadas.

Yo tenía 18 años y mí primer cliente tendría entre 30 y 35. Era un hombre alto, moreno, bien vestido, de bonita sonrisa, cabello corto, un poco pasado de peso y de rostro amable, casi tierno. Me recibió con una sonrisa y un beso en la mejilla (que él trató de poner en los labios). Estaba aterrada. Tenía las manos frías y las piernas me temblaban.

Me senté en un sillón y pregunté su nombre. El se sentó frente a mi y lo dijo (aunque por más esfuerzos que he hecho no logro recordarlo). Se veía ansioso pero sus ademanes revelaban que, igual que yo, también estaba algo nervioso. De haber podido habría continuado sentada charlando el resto de la hora, pero de pronto él se acercó a mi y, en cuclillas, me dijo que era muy hermosa. Sin darme tiempo a reaccionar me plantó un beso en los labios que me dejó helada.

- Es la primera vez que lo hago… Estoy empezando en “esto”- le dije.

En su rostro se dibujó una ternura acentuada y en sus ojos brilló la flama de un placer nuevo. Me dio otro beso que provocó un espasmo que me recorrió el cuerpo. Me tomó en sus brazos y me llevó a la cama. Sus besos dejaron mí boca y comenzaron a recorrerme el rostro, el cuello, los hombros, los brazos, el torso. Sus manos me recorrieron con calma y retiraron en episodios mí ropa. Mis pechos en sus labios temblaron y mí cuerpo se estremeció.

Él permanecía vestido, pero el roce de su miembro erecto en mis muslos expuestos y vacilantes comenzó a dominar mí miedo y a convertirlo en deseo. Empecé a corresponder sus besos, a abrazarlo y a ofrecer todo lo que mí cuerpo tenía para darle.

Cuando me tuvo desnuda y su lengua hubo recorrido todo el cuerpo, se acostó. Tomó mí mano y la puso sobre su pecho. Me incorporé y me puse sobre él apoyando mis rodillas en la cama, rodeándolo con los muslos. Le desabroché la camisa dejándole al hacerlo varios besos que le daba en el pecho. Ya sin esa prenda, comencé a besarle los pezones como él antes había hecho con los míos. Él, acariciaba mí cabeza que, de pronto, comenzó a bajar sin dejar de besar. La humedad entre mis piernas iba dejando huellas sobre su piel que al mojarse se agitaba. Me di cuenta de que no tenía miedo y estaba excitada... Hicimos el amor. Sentí su piel caliente hundirse en mi con violencia y sentí como mí cuerpo la abrazaba y la disfrutaba.

Debo reconocer que por los nervios, desatendí uno de los primeros consejos de Paty, cobrar antes del servicio, pero el tipo me pagó. Esa tarde no dejé de pensar que, después de la espectacular cogida que me puso, todavía pude cobrar. Cuando salí con los retratitos de Mariano Escobedo en mis billetes, casi me vengo otra vez. Era media quincena en el Spin.