Vagando

 

El bosque poblado de frescas sombras 
en el que cantan felices los ruiseñores,
es un concierto, más que un susurro de verdes hojas
es el marco perfecto para hablar de amores.


De amores profundos, de besos que saben a rosal
de palabras que acunan enjambres de colores,
ternuras descubiertas que hacen brotar sonrisas
en la suave penumbra cómplice del bosque nocturnal.


Nocturnal que me trae en la fresca brisa
el recuerdo de tu voz que mi oido impaciente precisa,
como precisa la tierra la llovizna primaveral
como precisa la noche, la luna para amar.


Para amar sin temer nada, sin promesas que se olvidarán,
para tener un cielo propio, un luminoso despertar,
un brillo de arcoiris en el ventanal 
y despierte los sentidos, que se van quedando atrás.


Que se van quedando con la vida que se va,
pasa a nuestro lado y no la vemos pasar,
no sabemos de bosques ni de lloviznas 
ni de ventanales abiertos al sol, ni de rosas ni rosal.


De rosales que no son nuestros
que son de aquéllos que todo tienen a su haber,
desde una luna temblorosa hasta la estrella hecha de miel
desde el mar en calma hasta las arenas que se van con él.


Vagando, vagando sin detenerse a pensar
a pensar que todo es nuestro si lo queremos mirar,
¿Que el amor es esquivo? ¿Que no hay felicidad?
Déme usted la receta, dónde lo puedo encontrar?


Por más que miro por dónde va mi caminar
no veo sinó la sombra, de algo llamado felicidad.




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