C Yo sé que no es muy normal que un espacio como este,
dedicado a la crítica o alabanza de hechos o personas más
o menos conocidas, sea utilizado como uso personal, pero aprovechando
la bendita libertad, que tanto la redacción y la dirección
de este periódico me brindan cada ocasión que escribo
para ellos, me van a permitir que hoy le dedique mi terraza a un
buen amigo, que a ustedes les presentaré como “Manué”.
En fin, nuestra amistad se remonta a casi quince años atrás,
cuando llegué a mi nuevo barrio siendo un chaval y no conocía
absolutamente a nadie. Desde ahí y con el paso de los años,
uno madura, las relaciones con los demás florecen, en fin
que uno se distancia sin querer de los amigos. Pero con Manué
ese distanciamiento es distinto. Siempre hay alguna excusa o algún
encuentro casual para charlar un rato y preguntarnos como nos van
las cosas, y recordar viejos tiempos. Su madre siempre tiene para
mi un gesto de cariño y sus puertas abiertas, como la mía
para él. Su familia entera una sonrisa. En fin...
Tras ser unos Zipi y Zape con nuestras travesuras, nuestros partidos
de fútbol, nuestros ensayos con los pasos de Domingo Sabio
y San Juan Bosco, y nuestras guitarras y nuestros cantes, cada uno
tomó su camino. El que suscribe se encargó de ser
el blanco de críticas y alabanzas, (mas de lo primero que
de lo segundo) en el mundillo de los medios de comunicación,
el se ocupó de algo que sabe hacer muy bien... su guitarra,
una voz que muchos cantantes famosos “operacioneros triunferos”
envidiarían” y una facilidad para cualquier tipo de
cante, desde flamenco hasta una balada de Bisbal, que el almeriense
se quedaría frío si se la oyera como yo se la oí
hace cuestión de algunas semanas.
Puede ser que la situación en la que Estabamos (la boda
de su hermana) y en la que yo me encontraba (con una emoción
importante ya que para mi toda su familia es como mía), o
quizá fuera el tiempo que Manué y yo llevábamos
sin hablar lo que me hizo pensar de la siguiente manera... ¿por
qué permitimos a veces este distanciamiento?¿por qué
no decimos a nuestros amigos, lo que los queremos y los admiramos?
¿por qué tanta vergüenza para unas cosas, cuando
en realidad tenemos tan poca para otras?
Bueno pues esa noche, tras aquella canción, y tras ver como
las personas lo ovacionaban, creo que después de su familia,
yo era el más orgulloso de Manué, a pesar de que no
lo vea todos los días como antes. Y me alegré de tenerlo
por amigo, aunque solo sea en momentos puntuales cuando le vea,
sé que en él como él en mi, tengo una persona
dispuesta para sacar a relucir y demostrar esa amistad, tan grande
que nos unió un día.
Y como es lógico yo quería decirle todo eso que
pensaba, pero como siempre la cobardía o un estúpido
miedo al ridículo me impidieron decírselo a la cara.
Ahora lo hago de otra forma, que es incluso más importante,
delante de todo el que lea este periódico. Que lo quiero
como un hermano y que aquí tiene un amigo hasta la muerte.
En fin que espero que a Manué, o Manolito, como le llamamos
cariñosamente su madre y yo, todo le vaya en la vida como
él desee, y sobre todo que rompa de una vez con fuerza, la
voz de su “Palike”, ante tanta incompetencia de las
discográficas, el grupo que junto con sus hermanas y sus
cuñados, (y el gran Miliki, me alegro que estés bien,
campeón) mantiene desde hace años, y que, créanme,
algún día será numero uno... como él...
Solo quiero que sepas que todo esto, siempre te lo diré
con dos palabras, las que tu arrancas cada vez que abres la boca:
¡¡OLE MANUÉ!!
Hasta pronto y perdonen el lujazo que me he permitido.