MANIFIESTO DEL ABANDERADO DE LA COMUNIÓN TRADICIONALISTA A LOS CARLISTAS
En esta fecha sagrada que conmemora el día de Santiago, Patrón de España, y cuando nuestra Patria se ha dejado arrastrar nuevamente por la senda liberal de inspiración antihistórica, cumplo con mi deber al dirigirme a vosotros e invitaros a compartir unos momentos de seria reflexión sobre el presente y futuro de la Comunión Tradicionalista y de nuestra gran Patria española.
El Destino ha puesto en mis manos la bandera limpia e inmaculada de nuestra tradición. Fiel a esta bandera he de vivir en el cumplimiento de la alta misión de la que la Providencia me ha hecho depositario y con la firme promesa de que ningún interés o inclinación personal jamás me apartarán de esa entrega que a España y al Carlismo debo como representante y Abanderado de la Comunión Tradicionalista.
Resultaría innecesario que intentase por mi parte una definición personal de lo que es el Carlismo, sobre todo cuando me dirijo a vosotros, que tanto habéis arriesgado y a tanto habéis renunciado en su defensa y en la de España. Pero para salir al paso de los mal intencionados o de falsos rumores, permitidme que os invite a que juntos rememoremos los principios:
1.º La religión católica, apostólica y romana, amada y servida como lo fue tradicionalmente en España.
2.º La constitución natural y orgánica de la sociedad tradicional, que presupone la unidad inquebrantable de la Patria española, sin perjuicio de aquellos fueros que legítimamente correspondan a nuestras regiones.
3.º La monarquía tradicional, católica y responsable.
Estos son los principios fundamentales del Carlismo: Dios-Patria-Fueros-Rey, que inspiran y orientan toda evolución o innovación que surja en el campo social, político y económico y que pueda convenir a nuestros tiempos y a nuestra Patria, pero siempre que los mismos no vayan en modo alguno contra nuestra razón de ser como católicos, españoles y monárquicos.
Estos son también los principios del derecho público cristiano para la organización y gobierno de los pueblos; principios permanentes de los que soy depositario y custodio como Abanderado de la Comunión Carlista, misión que excedería el límite de mis fuerzas y capacidad, de no confiar en la ayuda de Dios, en el ejemplo de nuestros héroes y mártires, la lealtad de los carlistas y en el espíritu de ideal y entrega de tantos y tantos patriotas españoles.
Estos son, en resumen, los principios que deberán condicionar y encauzar la evolución natural de España, motivando su vitalidad y su capacidad creadora con sentido universal.
Por esas razones y por estos principios seguiremos recusando cualquier ideología liberal, dilapidadora de todas las energías contenidas en nuestra Patria y origen a lo largo de la historia, y de forma permanente, de las sangrías y sacrificios sufridos por tantas generaciones de españoles patriotas y católicos. También rechazaremos cualquier sistema político que se niegue a aceptar el tradicional derecho de representación y participación política de todos y cada uno de los españoles, dentro del marco que le corresponda, y según los fueros y libertades conforme a las muy legítimas leyes fundamentales de España, centinelas de nuestra salvaguardia nacional.
Por dichos principios seguiremos luchando abiertamente contra todo determinismo histórico, ateo y esterilizador, que siempre desemboca en una manipulación cada vez más opresiva para el pueblo y ejercida por minorías egoístas y mitómanas, provengan éstas de ciertas capillas de tipo liberal-capitalista y pseudo-progresista o de otras mucho más estructuradas a nivel ideológico y dialéctico, como son las que se reconocen de obediencia marxista.
Estos dos sistemas, por su propia esencia como por el inmovilismo y conservadurismo estrangulador y deshumanizado que practican, constituyen los enemigos más acérrimos y la antítesis más absoluta de una tradición española recogida por el Carlismo, que valora ante todo la libertad y la capacidad de decisión de cada español, según la escala de su peculiar responsabilidad.
Queremos una sociedad de emulación y no de revolución; una sociedad de libertad y no liberal; una sociedad de trabajadores y no de proletarios desamparados y marginados; una sociedad orgullosa de su forma de ser, de pensar y de evolucionar. No queremos una sociedad avergonzada de sus tradiciones, de su temple y carácter, de su propio criterio, por un afán de copiar costumbres de otros países para acabar fundiéndose y confundiéndose con la incalificable nebulosa compuesta por los fantasmas de otras naciones, las que, a su vez, por aceptar las condiciones y los dogmas impuestos por ciertas organizaciones y grupos de presión internacionales, han perdido su genio propio y una vida auténticamente soberana e independiente.
Desgraciado el que se ufanó de que España ya no era diferente: España al perder su alma perdería su vida.
Tenemos, pues, que defender la evolución natural de nuestro pueblo, prueba incontestable de vitalidad y fertilidad, manteniendo una repulsa absoluta a toda integración o invasión de conceptos socio-políticos totalmente ajenos a nuestras esencias hispánicas, que constituyen el fundamento de nuestra razón de ser y sin el respeto a las cuales resulta imposible nuestro desarrollo social, económico y político.
Así demostraremos nuestro sentido de responsabilidad no sólo para con nosotros sino para con los pueblos –ahora soberanos y hermanos– de los cuales España fue la madre Patria. Por ello, estamos obligados a mantener el sentir hispánico –integrado por una serie de conceptos trascendentes que son modelo de vitalidad y realismo político– y primordialmente nuestra referencia suprema a una fe religiosa que tuvimos el privilegio de transmitirles.
La gravedad de los males que afligen actualmente a España está a la vista. Son sus síntomas más alarmantes el ataque frontal a la unidad nacional, a la moral, a la familia, al Ejército, así como una suicida involución hacia el laicismo; todo ello inspirado en las consignas internacionales de la guerra psicológica y revolucionaria. Esa pretendida evolución en las instituciones de hoy ha originado, con imperdonable irresponsabilidad, los más funestos resultados que ya han alcanzado a toda la sociedad española.
Desde el baluarte de la Comunión Tradicionalista y contando con la ayuda de Dios hemos de conseguir el futuro que todos deseamos para nosotros, para nuestros hijos y para los hijos de nuestros hijos.
Que Dios bendiga nuestra labor y salve a España.
Sixto Enrique de Borbón
En el día de Santiago Apóstol en Santander, 25 de julio de 1981.