Santa
Teresa de Jesús Jornet e Ibars
Fundadora
del Instituto de las Pequeñas Hermanas de los Ancianos Abandonados
Los mayores, esos a los que se les ha dado en
llamar el colectivo de la Tercera Edad, que ven el ocaso de sus vidas desde el
crepúsculo teñido de rojas claridades malva, tienen hoy mucho que agradecer a
Dios y bastantes de ellos también a las Hermanitas de los Ancianos Desamparados
porque les cuidan, atienden, dan casa y ofrecen el calor de la familia que
quizá perdieron o acaso les abandonó porque un día se les ocurrió pensar que de
los viejos ya no se podía esperar mucho más, o que eran molestos con sus manías
y achaques. Decía que ellos agradecen al buen Dios el testimonio y vida de unas
personas, en este caso siempre mujeres, que han hecho de sus existencia una
ofrenda de caridad efectiva.
Logran hacer de sus casas un lugar agradable, tranquilo, limpio y ventilado;
allí se reza, se come alimento sano, se proporcionan las medicinas pertinentes
y, sobre todo, se derrocha cariño de las dos clases: humano y sobrenatural. Son
un grupo de mujeres tocadas que están alegres, animosas, activas y optimistas
porque es mucho lo que tienen que levantar; se les ve por las calles llamando a
las puertas de las casas, en pareja, pidiendo mucho de lo que sobra o algo de
lo que se usa; llevan con ellas a todos el recuerdo de la caridad. ¡Claro que
son piadosas! Muy rezadoras... de la Virgen y del Sagrario sacan la entereza,
la fuerza, el afecto o cariño, comprensión y paciencia que de continuo han de
derrochar a raudales cuando charlan, limpian, lavan, planchan, cocinan para los
ancianos o cuando tienen que animar a tanta juventud acumulada.
Teresa de Jesús, la catalana de Lérida, tuvo en lo humano muchas coincidencias
con su homónima de Castilla; delicada de salud en el cuerpo y alma grande,
espontánea y andariega, con gracejo agradable. En lo divino tuvieron de común
el olvido de sí y, por amor a Dios, saber darse.
Nació en Aytona en 1843 en familia de payeses cristianos. Creció en un clima
doméstico de trabajo honrado. Estudia en Lérida para maestra y enseñó en
Argensola (Barcelona); allí la veían desplazarse cada semana a Igualada para
confesarse.
El P. Francisco Palau, tío abuelo suyo, está en trance de fundación de algo y
la invita para que le ayude en el intento; pero Teresa ha pensado más en la
vida religiosa donde podrá vivir en silencio y oración; por eso se hace clarisa
entre las del convento de Briviesca, en Burgos, mientras que su hermana Josefa
ingresa en Lérida en las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Pero la
situación política de la segunda mitad del siglo XIX es complicada y compleja,
no permite el gobierno la emisión de votos.
Se hace entonces Terciaria Franciscana y recupera algo de la actividad docente.
Cerca de su patria chica, en Huesca y Barbastro, un grupo de sacerdotes con D.
Saturnino López Novoa a la cabeza piensa en una institución femenina que se
dedicara a la atención de ancianos abandonados. Comprende Teresa que este es su
campo y, arrastrando consigo a su hermana María y a otra paisana, comienza en
"Pueyo" con una docena de mujeres y desde entonces es la cabeza,
permaneciendo veinticinco años en el gobierno.
Desde Barbastro cambia a Valencia donde está la casa madre de las Hermanitas de
los Ancianos Desamparados porque es la patrona de la ciudad quien da apellido a
la Institución. Luego se extenderán por Zaragoza, Cabra y Burgos; llenarán de
casas-asilo que así le gusta a la madre que se llamen para resaltar el clima de
familia la geografía española y pasan las fronteras. Cuando muere Teresa de
Jesús en Liria, el año 1897, llegan a 103 y deja tras de sí a más de 1000
Hermanitas para continuar su labor hasta siempre, porque siempre ancianos habrá
y algunos de ellos quedarán desamparados.
No quiso ella canonizaciones. Lo dejó dicho y escrito por si hubiera dentro de
la Congregación con el paso del tiempo Hermanitas canonizables. Mandó que no se
gastara dinero en proponer a nadie la subida a los altares. Ese fue el motivo
de que pasaran los años sin el intento de iniciar su proceso de beatificación;
y el rapidísimo salto a la canonización se debió a la sensibilidad del pueblo y
a las manifestaciones sobrenaturales que tan frecuentemente Dios quiso mandar.
Fue canonizada por el papa Pablo VI en 1974.