Por definición, la diplomacia se sitúa en el punto de contacto entre dos o varios Estados soberanos. Concretamente, es una subdivisión de la potencia pública que jamás puede recurrir, incluso en última instancia, a la coacción, y es la única; sólo puede actuar a través del diálogo, en otras palabras, de la negociación.
¿Qué significa negociar?
Negociar
es dialogar con el otro hasta lograr un entendimiento. No se trata de imponer
su voluntad por la fuerza, pese a que la presión no está excluida.
Tampoco se trata, contrariamente a una idea preconcebida, de engañar
a su interlocutor: las artimañas no generan mejores tratados que la violencia.
Negociar es antes que nada explicar bien su posición y tratar de entender
bien lo que el otro desea. Es determinar lo que es más importante para
cada parte a fin de equilibrar las concesiones. Negociar, es sin duda discutir,
con todo lo que esto conlleva de astucia y discreción. Pero también
es hablar claramente, pues el negociador que miente es rápidamente descubierto,
y como deja de inspirar confianza, está condenado a fracasar. Por último,
negociar es superar las contradicciones mediante un esfuerzo de imaginación,
clave del éxito. Es por qué la negociación es un arte,
que puede aprenderse pero no enseñarse.
Políticos y profesionales
Suele evocarse
con nostalgia el tiempo en que grandes embajadores conducían de principio
a fin, en lejanas capitales, unas negociaciones que eran decisivas. Los contactos
directos entre responsables políticos habrían terminado con esta
edad de oro. De cierta manera se trata de un mito. Los negociadores de otros
tiempos pedían instrucciones a París y recibían órdenes
muy estrictas. Esto requería más tiempo que ahora. Pero de todas
maneras, la negociación exige tiempo. Y como los políticos no
disponen de mucho tiempo, hay que "allanarles el terreno", resolverles
los asuntos secundarios, someterles los puntos cruciales, proponerles soluciones.
Luego, hay que controlar la aplicación de los acuerdos concertados, o
negociar las modalidades de dicha aplicación. Además, con el desarrollo
de las relaciones internacionales, el volumen de los asuntos que deben negociarse
se incrementa permanentemente. Todo esto valoriza el trabajo de los profesionales.
Redistribución de las tareas
Lo que más
ha cambiado es probablemente el reparto del trabajo entre los diplomáticos.
Una parte importante de las negociaciones se encomienda ahora a los enviados
de las administraciones centrales. Incluso si es el embajador local quien debe
firmar el acuerdo (salvo en presencia de un miembro del gobierno), es cierto
que la función de negociación de las embajadas bilaterales, sin
haber desaparecido, se ha reducido. Pero ocurre lo contrario con las misiones
ante las organizaciones internacionales. Aliviadas de la mayoría de las
funciones de la diplomacia clásica, estas misiones son máquinas
de negociación, destinadas íntegramente a esta tarea, articulada
entre numerosas "formaciones": consejos, asambleas, comités
y otros grupos de trabajo, oficiales o no.