Reconstruir
el Estado para recuperar la Nación
Por
OSVALDO MERCURI (*)
"Si
el Estado es fuerte, nos aplasta. Si es débil, perecemos".
PAUL VALERY
Ajuste. Transferencia del Sector Público al Sector Privado.
Recorte de organismos y planteles. Concesiones, privatizaciones, despidos.
Reducción del empleo público. Rebaja en los salarios.
La reforma del Estado, vista desde una perspectiva presupuestaria
-cuando no estrictamente financiera-, promete estos y otros males.
Como un mandato, los técnicos y políticos deambulamos
entre planillas, gráficos y cuadros que nos proyecten una posibilidad
de administrar ante la pertinaz caída de la recaudación.
Los organismos multilaterales piden, los gobernantes ajustan y el
Estado pierde cada vez más sus funciones y su razón
de ser.
¿Qué estoy en contra de la reforma del Estado? No. O
mejor dicho, no lo estaba. En 1992, la legislatura de Buenos Aires
aprobó una ley de mi autoría -la de Reconversión
Administrativa del Estado provincial- que permitía, entre otras
cosas, intervenir entes o empresas estatales, racionalizar sus estructuras,
transformar la tipicidad jurídica de estos entes, convertir
a organismos de la administración central en entes autárquicos,
etc. etc.
Es decir que, hace 10 años, los legisladores de la Provincia,
habíamos aprobado la una ley (la 11.184) que confería
al Ejecutivo todos los poderes necesarios para hacer la Reforma del
Estado que hoy se plantea. Era el instrumento. Lo que el Gobierno
necesitaba para transformar aquel Estado fofo y anquilosado en un
Estado ágil y moderno.
Era el momento. Argentina crecía a un promedio del 5% anual,
la tasa de desempleo había retrocedido al 6%, se abrían
perspectivas de negocios y había espacio para pasar del sector
público al privado.
Era el mejor momento, pero no se hizo. Acaso faltó la voluntad
política, la decisión, un programa. Lo cierto es que,
la 11.184 y sus modificatorias no sirvieron a los fines que habían
sido sancionadas y promulgadas.
Hoy, la decisión de reformar el Estado, vuelve a aparecer contenida
en un cúmulo de proyectos de ley que mezclan la Reforma Política
con la Administrativa.
Pero ya no hay Estado para reformar. Hay, sí, miles de agentes
de los distintos poderes del Estado. Hombres y mujeres con buenas
intenciones perdidos en los laberintos de una burocracia que no da
más respuestas. Políticos y jueces permanentemente cuestionados
por sus actos o sus omisiones. Estructuras edilicias cada vez más
deterioradas. Y nada más.
En 1992, cuando aprobamos la 11.184, el Estado era como una vieja
casa chorizo: necesitaba que se la recicle pero tenía estructuras
sólidas para aceptar la remodelación.
Diez años después, el Estado es una tapera. Sin techos,
sin pisos, sin ventanas ni puertas, con alguna pared derrumbada. Inhabitable.
Imposible de restaurar.
No podemos reformar el Estado porque no se puede cambiar lo que no
existe. No podemos seguir sin Estado, porque al paso que vamos nos
quedamos sin Nación.
Hemos retrocedido. Tanto que volvemos a enfrentar algunas de las problemáticas
anteriores a nuestra conformación como Nación.
La mayoría de las provincias han emitido una moneda paralela
a nuestro peso. Disfrazada tras la pátina del bono o la letra
de cambio, pero moneda al fin. Los gobernadores han formado un cuerpo
colegiado que con facilidad se traduce en las formas de co-gobierno.
Y hasta hay alguna provincia, como San Luis, que pretende ponerse
por encima de la Constitución Nacional.
Roto el Pacto Social, quebradas la mayoría de las instituciones
de la República, licuado el poder político y con una
sociedad que va de la angustia a la rabia y viceversa, la Argentina
deambula en una escena de desencuentros de final imprevisible.
Por todo esto y antes de caer definitivamente en el estado de naturaleza,
debemos reinstaurar el Estado para que sirva como agente de reconstrucción
del todo el sistema.
Porque, casi como una paradoja, el Pueblo aún espera soluciones
del Estado. Confía en que allí se deposita la solución
a casi todos sus problemas. Y demanda estas soluciones.
La tarea no es entonces, reformar sino reconstruir. Y no es una tarea
sencilla, que se resuelva en las alquimias de un presupuesto equilibrado
o en la reducción de los planteles o los cargos políticos.
Hay que reedificar las estructuras; redefinir el carácter de
las políticas públicas sustantivas tales como la seguridad,
la salud, la educación, el medio ambiente. Hay que avanzar
sobre los sistemas tributario, financiero y productivo. Descentralizar
de verdad. Municipalizar. Regionalizar el Poder Central. Hay que darse
nuevas formas del Poder Judicial. Profesionalizar todos los niveles
políticos y gerenciales de la Administración. Hay que
meterle mano a los sistemas electorales. Avanzar sobre las cartas
orgánicas de los Partidos políticos. Establecer nuevos
roles y formas de financiamiento.
Hay que reconstruir un espacio frente a la realidad de la Globalización
y el peso de los organismos multilaterales de crédito.
Es síntesis, hay que devolverle el valor al Estado. Y después
de haber realizado toda esta tarea. Sólo después, ponerle
precio al Estado.
O lo que es mejor, permitir que sea el Pueblo, la ciudadanía,
quién se lo ponga.
Hay que reconstruir el Estado para recuperar la Nación, para
recomponer el tejido social, para reivindicar la Política.
Porque todo lo que no vaya a la Política, irá a la violencia.
(*) Presidente de la Cámara de Diputados de la Prov. de Bs.
As.