De
la gloria a Devoto
Por
José Enrique Velázquez
Para
nosotros, los argentinos, pasar de "la gloria a Devoto",
como se dice popularmente o del cielo al infierno, suele tener relación
directa con el éxito o fracaso alcanzado en una empresa, en
un propósito, o en la propia vida. La misma actuación
de la selección nacional de fútbol en el Campeonato
Mundial que se desarrolla en Corea-Japón, es un ejemplo claro
de esa mentalidad. Hasta ayer nomás íbamos a ser los
campeones del mundo, ganando todos los partidos con absoluta comodidad.
La simple --y siempre posible-- derrota con el equipo representativo
de Inglaterra no nos devolvió a la realidad; no, nos arrojó
al escalón más bajo. Tal como lo hizo hace pocos días
el presidente de Uruguay, Jorge Batlle, cuando dijo que "los
argentinos son una manga de ladrones, del primero al último".
Y -entre otras cosas, de inusitada gravedad por ser palabras presidenciales--
agregó "tienen un idioma antiguo, un idioma que ya no
se habla en el mundo".
Es posible que Batlle tenga razón, es posible que los argentinos
nos hayamos quedado con un idioma y un pensamiento desactualizado,
pero también debe haber algo de lo que dicen algunos importantes
pensadores del mundo, que aseguran que visiones como la del mandatario
uruguayo o de algunos funcionarios de los Estados Unidos o del Fondo
Monetario Internacional, respecto de que la Argentina debe arreglarse
sola, son "pensamientos provincianos" (que no es peyorativo
hacia las provincias, sino que es presentado como oposición
a "lo moderno"). Porque --ellos también-- pasaron,
al mejor estilo nacional "de la gloria a Devoto", en su
opinión respecto de nuestro país. Así como hasta
hace muy poco éramos los "mejores de la clase" hoy
somos los peores. Sin etapas intermedias. Y con únicos culpables
(los argentinos, claro). Esta visión reduccionista, simplista,
tiene diversas razones.
En el caso del FMI, es claro que tardíamente advierten que
de nuevo han errado sus técnicos, como se equivocaron tantas
veces en distintas partes del mundo, con sus recetas de laboratorio.
Y esos errores, casi silenciosamente, fueron castigados. Varios de
aquellos funcionarios, clientes obligados de los mejores hoteles "5
estrellas" del mundo, han sido relegados en sus envidiables posiciones
burocráticas dentro del organismo, como tácitas sanciones
a sus equivocados procedimientos.
El indio Singh ("el que se quema con leche, cuando ve una vaca
llora"), no quiere que se repita con él lo que él
mismo ha visto a menudo en las lujosas oficinas del Fondo. Y exagera
su cobertura. Con lo cual dramatiza con las exigencias. Pero también
las autoridades del organismo --del cual Argentina es socia, lo cual
no es un dato desdeñable-- vienen al país "por
revancha". No quieren, como no quieren otros dirigentes del mundo,
especialmente los que suelen ser lobbistas de sus empresas e inversores,
que el divertido default declarado por el indescriptible Rodríguez
Saa, pase inadvertido, sin que el país reciba el consiguiente
y ejemplificador castigo.
De la gloria o el cielo donde nos encontrábamos (¿engañados?
¿ingenuos?) hasta hace pocos años, hemos pasado "a
Devoto" o al infierno. Claro que no fue de un día para
otro. Tuvimos toda aquella etapa "gloriosa" de Menem-Cavallo
donde la riqueza parecía eterna y el sistema del "1 a
1" sería de por vida. Nadie, ni el propio FMI, puso reparo
alguno en que, a pesar de vender las demonizadas empresas del Estado
y al mismo tiempo haber ingresado en una etapa de fuerte crecimiento
del PBI y de la recaudación tributaria, el país seguía
endeudándose más y más. Y fueron pocos los que
advirtieron -su voz acallada en el intenso rumor de la multitud--
que esas políticas eran nefastas, como era nefasta la injusta
distribución del ingreso, que iba haciendo cada vez más
ricos a los ricos y cada vez más pobres a los pobres.
Esa debilidad intrínseca, se profundizó hasta la desesperación
durante el corto pero suficientemente dañino gobierno (¿)
de la Alianza. Cuya gestión es ocioso analizar. Ahora, en una
extrema debilidad institucional, las sanciones son "ejemplificadoras".
Y muchos de nuestros dirigentes, en el colmo del egoísmo, reclaman
que sean más duras aún. Seguramente porque buscan que
la situación se desmadre de modo tal que recuperen sus posibilidades
de alcanzar el poder. El caso típico es el de Carlos Menem.
Pero no son demasiado distintas las posturas de "Lilita"
Carrió, Néstor Kirchner, Luis Zamora y el "redivivo"
Rodríguez Saa, hoy cliente dilecto de la mayoría de
los periodistas "progresistas" (seguramente desinteresados)
de la Capital Federal.
Alguien le atribuye al ex ministro Remes Lenicov haber señalado
que es muy difícil negociar con el Fondo (y con cualquiera)
cuando no se tiene un frente interno homogéneo. Tal aseveración
es una verdad de las de a puño. Así lo muestra el caso
de Venezuela, donde la mano poco oculta de la CIA intentó entronizar
al audaz presidente de la Federación de Cámaras, y un
frente interno bastante cohesionado logró desbaratar un golpe
de Estado que, a las 24 horas de producido ya tenía la promesa
pública del FMI, de que iba a ir en su ayuda. Algo similar
ocurrió en Brasil, a pesar de las grandes diferencias que existen
entre sus dirigentes, cuando las declaraciones amenazantes emanadas
de Washington y New York sugerían grandes cataclismos políticos
y económicos ante el posible triunfo de Lula, "el frente
interno" respondió como una sola voz, reivindicando su
condición de país democrático y soberano.
Analistas objetivos del mundo saben que nuestras condiciones son totalmente
distintas. Es cierto. Pero aseguran que con sólo recrear un
mínimo frente interno, con ciertas y naturales coincidencias
básicas, nos posibilitaría sentarnos a negociar en un
plano de mayor equilibrio. Sin autoflagelarnos por sentirnos culpables,
aunque no dejemos de recordar nuestras culpas. Reiteran aquello de
que no somos los mejores del mundo -como alguna vez nos creímos-
pero tampoco somos los peores. Y que con nuestro propio esfuerzo y
con el apoyo del mundo, podemos salir de la crisis. Que nuestra clase
dirigente tiene que reaccionar y ponerse a la cabeza del pueblo como
lo hiciera Vaclav Havel en Checoslovaquia. Lo cual, es cierto, resulta
en extremo difícil en el actual contexto político. Aunque
algún mínimo beneficio podría otorgar el adelanto
de las elecciones.
Es evidente que el slogan "que se vayan todos", que impulsan
algunos "comunicadores" y los "nuevos políticos"
busca generar las condiciones para reemplazar a la política
por un gobierno autoritario (que les garantice orden, aunque sea el
de los cementerios), o por ellos mismos (¿Tinelli?). Entonces
sí habremos caído en el Infierno. O en Devoto.(AIBA)