Utopías
Sálvese
quien pueda, como pueda
Por
Juan Rey
Parece una consigna. O un grito de guerra. Lo es. Sálvese quién
pueda, cómo pueda. El barco --la Sociedad- navega por aguas
encrespadas, casi al borde del naufragio. Y, entonces, existen los
que se convencieron de que vale todo, hasta lo que no vale; o mejor,
no debería valer.
Como es de rigor aquí, no faltan los astutos que imaginan que
está bien, no hay problema, porque el código penal en
su artículo 34, bajo ciertas circunstancias, admite el denominado
"estado de necesidad". Así, cuando queda un solo
lugar en el bote salvavidas y son dos los que se están ahogando
y aspiran a ocuparlo, se puede recurrir a eliminar al competidor con
cualquier violencia. Es, simplificando, él o yo. Y no queda
otra alternativa para evitar que el agua se lo trague a uno.
Sálvese quién pueda, cómo pueda. Aún contrariando
las reglas de juego. Y recurriendo a cualquier ardid, treta o engaño.
Incluso a la violencia extrema. Lo justifica el denominado "
estado de necesidad", aplicado a distintas circunstancias. En
esta especie de casi anarquía por la que nos vamos deslizando
no sin pocos sobresaltos, vale todo, menos la lealtad y el juego limpio.
Empujados por la interminable recesión convertida en depresión,
centenares de comercios de distinto tipo se ven obligados a cerrar
sus puertas. Ocurre que no pueden afrontar el pago de alquileres,
cargas sociales, impuestos y servicios. Eso, porque son pocos los
que compran y muchos los que no lo hacen porque no tienen medios.
Mientras el desempleo crece y con él la inestabilidad laboral,
la angustia, la desconfianza, el miedo. Y los comerciantes que resisten
todavía tratan de evitar el naufragio. Lo hacen en condiciones
desventajosas. Con ofertas y mejores servicios, a veces. Y con premios
para el comprador, otras.
El sálvese quién pueda, como pueda, alcanza, también,
a las grandes empresas productoras. Que ahora recurren a los "outlet"
para vender más barato que los comercios a los que ellos mismos
proveen. A sus clientes, precisamente.
Ya no hace falta montar locales para venta de productos de segunda
selección, con supuestas fallas que habiliten precios rebajados.
Ahora se pueden armar, sin problema y escaso o ningún control,
espacios que cumplen la función de mercados. Con distintas
marcas, generalmente afamadas, a la venta al público. Y a los
pequeños comerciantes, a los clientes de esas marcas, que los
proteja el cielo de semejante e ilógica competencia desleal.
O acaso tengan suerte y no haya ningún "outlet" en
las cercanías de su local.
En el sálvese quién pueda, como pueda, no hay reglas
ni controles. Prima el supuesto estado de necesidad, que otorga una
carta de indemnidad.
Lo cierto es que nos fuimos cayendo hasta llegar a esto. Los que cumplen
con la ley, como los ahorristas, son perjudicados por la ley. Nada
más curioso y sorprendente. Y nada más injusto, también.
Hecha la ley hecha la trampa. Y admitida, por supuesto.
Hace treinta años preocupaban las "cholas" que vendían
ajos y limones en las puertas de los mercados que también los
vendían pero a otro precio. Eso sí, las humildes y esforzadas
"cholas " no pagaban impuestos ni otras cargas. Tampoco
arriesgaban lo que no tenían ni tendrán: capital. A
ellas las desalojaba la policía. Pero insistían, las
pobres. Lo de ellas también era estado de necesidad. Y al mismo
tiempo competencia desleal, bien pequeñita. Pero, marche presa.
O empujada a los empellones.
Ahora, calles y paseos están inundados de vendedores ambulantes
que se las rebuscan como pueden. Tanto que, según fuentes seguras,
el comercio informal vende, en ciudades como la de Buenos Aires, el
sesenta por ciento de los artículos ofrecidos a través
de los vendedores ambulantes. Los "buscas" y los mafiosos
que los emplean en su beneficio y sin relación de dependencia;
son los que realizan el negocio "bajo cuerda". Lo sorprendente
es que, ahora, no son perseguidos ni controlados unos y otros; los
que se las rebuscan como pueden y los que los organizan para sus negocios
ilegales.
Camisas, remeras, buzos, de marcas mentirosas o inciertas. O truchas
según la voz popular. Pilas, relojes, medias ropa interior
femenina, paraguas y acaso los cubanitos rellenos. Hay de todo en
el mercado persa. Que tiene dueños también truchos.
Y empleados irregulares forzados por las adversas consecuencias de
una sociedad en crisis. En la que todo vale. Hasta lo que no debiera
valer y vale reviente quien reviente.
La cuestión, de todos modos, no es el sálvese quien
pueda, como pueda, sino todo lo contrario: Que tratemos de salvarnos
juntos y no separados. Para que ésta bendita tierra no sea
tierra arrasada ni, mucho menos, tomada.
Para conseguirlo hay que recuperar las reglas de juego limpio y la
competencia leal. No es fácil. Y es posible..
El "estado de necesidad" también tiene reglas. Pero
son éticas, usted sabe. Y si no sabe sospecha. (AIBA)