Utopías
Sin
techo ni justicia
Por
Juan Rey
Estamos perdidos. Desorientados, como turco en la neblina. Abandonados
a nuestra suerte o fortuna. A merced de las circunstancias. O del
destino, si prefiere.
Por estos sobresaltados días, como consecuencia de la crisis
que desmoraliza y asusta, los sin techo, por caso, pueden ocupar espacios
públicos y otros que no son. Eso, sin que existan mecanismos
para levantar las precarias chozas urbanas que se multiplican cada
día en las grandes ciudades. Y después será en
los pueblos. Es, al menos, lo que asegura la autoridad que reina pero
no gobierna, en la Capital Federal.
"La Ley prevé salidas sociales para la pobreza, no salidas
represivas: dispone que el Estado auxilie a los indigentes. Pero la
pobreza va más rápido que las posibilidades económicas",
decía el procurador del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires,
Juan Carlos López, mientras el jefe de Gobierno, Aníbal
Ibarra, desde hace rato llamado a silencio, evitaba comentarios y
respuestas concretas y precisas, acaso porque no las tiene. O, si
las tenía, hasta ahora no las usó.
Lo cierto es que en la Capital Federal y otras ciudades, cualquiera
puede hacer lo que se le ocurra. Instalarse en un parque, en la vereda,
el ingreso de un edificio, en cualquier recoveco urbano que sirva
para guarecerse de las inclemencias del tiempo. Así sea en
condiciones infrahumanas. O entorpeciendo el tránsito y deformando
la geografía.
La crisis, esa feroz herida cada día más profunda, alimenta,
en tanto, el estado de semianarquia en el que se desconoce la autoridad.
Que tampoco hace algo para que la reconozcan.
Así, los sin techo: cirujas, linyeras y también familias
en la indigencia total, van ganando terreno y eligen, a su modo, lugares
estratégicamente ubicados para conseguir desperdicios alimenticios
o miserables objetos para el canje. Al fin, no es lo mismo vivir penosamente
cerca del centro, en una zona comercial, que en extramuros, donde
acaso existan mejores espacios para resistir la indignidad de no tener
un techo, un pequeño techo propio. Aunque hay mucho menores
posibilidades de acercarse a algo parecido a un alimento y a objetos
como papel o envases de hojalata para trocarlos por unas monedas,
también miserables.
Alguna vez, no hace mucho, cuando la señora Pinky --la destacada
locutora-- oficiaba de funcionaria del área social, descubrió
por los diarios que había asentamientos individuales y familiares
en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires. Advirtió entonces
que el artículo 13 de la Constitución porteña
prevé "salidas sociales" que usualmente aparecen
clausuradas, desdeñadas o inutilizadas por negocios en materia
de alquileres de despreciables habitaciones de "hoteluchos de
mala muerte".
Ahora, cuando la herida de la crisis llega hasta el hueso, las cosas
no variaron. Empeoraron. Y la obstrucción anárquica
del espacio público es una contravención para la que
no corre la detención --que nadie pretende-- y, ya se ve, tampoco
el desalojo. Algo que cualquier vecino invadido podría reclamar
con justa causa.
Pero no. Los sin techo, en medio de la confusión ,el caos y
la desesperanza, progresan en la ocupación sorpresiva pero
constante de sitios que en muchos casos ya no son públicos
sino también privados. Es, como dice la voz popular, un viva
la pepa. Lo que no ocupan todavía, y difícilmente lo
hagan porque el temor no es idiota, son las puertas de edificios con
porteros a la vista o guardia de seguridad. Ni las de comisarías,
cines y teatros, bares y confiterías mientras permanezcan abiertos.
Los sin techo de todo tipo. No tienen donde ir pero eligen dónde
van. Saben que, por ahí con un poco de suerte, los vecinos
aguantan la compañía, aunque les moleste, por temor
o porque no se animan a reclamar, sabiendo que serán escuchados
pero todo seguirá igual. Con los intrusos ahí.
Algunos de los sin techo arman sus mucho más que precarias
viviendas con cartones o maderas. Y no faltan los que levantan pequeñas
carpas y a los costados ubican el lugar para el fueguito. Tal como
sucedía, por caso, en el "paquete" barrio de Recoleta
y fue oportunamente descripto por un matutino porteño.
La cita periodística, como es usual, obligó a aparecer
a Ibarra, quién ahora decidió obligar a retirarse a
los indigentes de los espacios públicos. Eso sí, aclaró
que los "homeless" pueden permanecer a la intemperie mientras
no desparramen por el lugar sus pertenencias .
No queda otro remedio, teniendo en cuenta que su gobierno, según
parece, no tiene más albergues para alojar a los sin techo
más necesitados. O los que tiene están colmados, como
las cárceles.
Hay mucho por arreglar aquí, entre nosotros. Habría
que empezar por algo. Sin palabrerío inútil y mentiroso,
para quedar bien. Aplicando lo que no abunda: sensibilidad social,
energía y sentido común. Que no quiere decir beneficiar
a unos para perjudicar a otros. Todo pasa por la Justicia. Que consiste,
vale insistir, en dar a cada uno lo suyo. Resultaría fácil
si no lo hicieran tan difícil.
Ah, si quiere contemplar una acabada muestra de sin techos, visite
la devaluada capital del país. Los verá por todas partes
en su geografía de 192 kilómetros cuadrados, pese al
anuncio efectuado por su jefe de Gobierno de "no va más",
a partir del 24 de junio, el día que murió el porteño
más famoso: Carlos Gardel. Es que a las palabras se las lleva
el viento. A las palabras y a las promesas vanas de funcionarios y
políticos que viven ignorando lo que no se debe ignorar. Y
que hacen ruido arreglando parcialmente hoy lo que quedará
otra vez desarreglado a los dos días. O se ocupan de los lugares
más concurridos y las zonas más elegantes, ignorando
los menos concurridos y alejados de las luces del centro y las descripciones
periodísticas.
Encima, lo que pasa en la Capital, trasciende al resto del país.
¿O no? Como trasciende esta feroz puñalada de la crisis
que tampoco tiene techo y nos sigue igualando hacia abajo. Y que pretenden
restañar con palabras, promesas, anuncios y advertencias. Mientras
por la herida expuesta escapa la sangre. Y también los sueños.(AIBA)