Paupertas
impulit audax
(La pobreza impulsa a cualquier audacia. Aforismo latino)
Por
Carlos R. Capdevila
Tras
"los sucesos de Avellaneda", tragedia que podía presentirse
desde hace tiempo y ya rebautizada "masacre", algunas radios
y canales de TV de la Capital Federal contribuyeron decididamente
a que fuera instalándose en la población una disyuntiva
cruel y a todas luces falaz: la legitimidad de los reclamos populares
enfrentada a la legitimidad de la actuación policial.
La contumacia --ya sea deliberada o casual-- hace que se desvíe
la atención de las verdaderas causas determinantes de una confrontación
que podría calificarse como inevitable, si tenemos en cuenta
el crecimiento de los cortes de ruta y las manifestaciones similares
de los llamados piqueteros; adecuadamente condimentados por ciertos
factores políticos y otros típicamente internistas,
tal como corresponde a nuestra más rancia tradición.
La persistente búsqueda de opiniones que declararan su adhesión
a unos o a otros, lo único que logra es sacar de foco o desdibujar
la esencia de una conflictiva realidad que ha sido persistentemente
ignorada por la suma de las voluntades gubernamentales que nos han
tocado en suerte.
La
condición humana
Para ilustrar esta afirmación, viene al caso recordar la descripción
de una batalla que libraron en Trasimeno las fuerzas del osado general
cartaginés Aníbal (247-183 AC) contra las legiones del
imperio romano. El anónimo cronista que hace más de
2.000 años narró el sangriento choque, observó
que en el primer enfrentamiento entre fuerzas de avanzada de ambos
ejércitos, la lucha fue brutal y tan despiadada que los africanos
enemigos de Roma, ya exageradamente sedientos de sangre tras batir
a una experimentada tropa apoyada por jinetes, remataron a los enemigos
heridos y también a sus caballos.
Lo que se pretende graficar aquí es que la exagerada brutalidad
y saña son propias del ser humano, que suele adquirir el temperamento
acorde a las circunstancias que debe afrontar a lo largo de su vida.
Cuanto mayor es el estado de tensión, más extremas serán
sus reacciones. En otras palabras, cada situación lo predispone
para afrontarla en un todo de acuerdo a lo que resulta de ella. Si
un hombre pacífico asiste a una cancha de fútbol y se
ubica en una tribuna fervorosamente partidaria, inevitablemente se
contagiará de ese humor.
El
mismo síndrome
Volviendo a la "tragedia de Avellaneda", confluyeron en
ella padres de familia sin trabajo, personas hambrientas, militantes
políticos y de organizaciones recientes que procuran diferenciarse
de lo tradicional y --es cierto-- presumiblemente algunos pescadores
de "río revuelto", conglomerado que tuvo frente a
sí a congéneres con problemas de saturación de
marchas, cortes, piquetes, saqueos y otros actos provocativos, con
problemas de manutención de sus familias, sostenidamente rebajados
a una especie de "clase social indigna" y subestimados por
la prensa y por ciertos dirigentes.
Y todos ellos, absolutamente todos los actores de esta tragedia, padecen
el mismo síndrome: la indigencia avanzada o en ciernes, pero
inevitable. Los romanos manejaban un aforismo contundente que bien
puede aplicarse aquí: Paupertas impulit audax (La pobreza impulsa
a cualquier audacia).
Los ingredientes fueron más que suficientes para esta explosión
y así puede suceder hasta el infinito. Es imposible pedir a
unos y otros que --en el natural estado de calentura de ese momento--
razonen, que los manifestantes no acometan contra comercios, autos
o bienes de cualquier tipo, y que los policías no "sobreactúen",
especialmente cuando también se sienten el pato de la boda
puesto que ellos no son causantes ni responsables de las injusticias
que deben defender.
No
hay antagonismos
No hay antagonismos. Los protagonistas de esta casi lógica
lucha que amenaza con extenderse no son culpables. Una suma de hechos
desencadenantes que se remontan muchos años atrás fueron
sumiendo al pueblo argentino en la decadencia global en que hoy se
debate sin guías, sin planes, sin referentes, sin ejemplos,
sin educación, sin asistencia, sin trabajo, sin alternativas
y sin esperanzas, pero con una bronca holgadamente fundada.
A la inacción de dos años de letargo delarruista se
sumaron seis meses de catástrofes sostenidas en lo económico,
lo social y lo político; desgraciada conjunción que
tampoco viene precedida de mejores alternativas, más allá
del espejismo o encantamiento en que nos hizo vivir la convertibilidad,
brutalmente desterrada sin medir sus consecuencias por economistas
de probeta que fueron entusiastamente apoyados por peronistas y radicales,
aunque en rigor de verdad debemos decir que lo fueron por sectores
mayoritarios de ambos partidos, pero no por todos.
Revolución
Francesa
Si en lugar de regalar a nuestros hijos autitos y pelotas de fútbol
para su diversión y entretenimiento, les obsequiamos espadas,
cadenas, arcos y flechas para que jueguen a la guerra, no nos alarmemos
cuando regresen magullados, golpeados e "incivilizados".
La analogía sirve porque en nuestro país, el caldo de
cultivo ha sido convenientemente preparado para un estallido social
de magnitud. Los sucesivos gobernantes y sus gabinetes han hecho maravillas
para que el tercer milenio amenace con registrar en la Argentina la
versión rioplatense de la Revolución Francesa de 1789.
Hoy, con pena, la mayoría silenciosa de la población
considera casi milagroso que se adopten medidas para evitarlo, aún
cuando algunos sectores admitieron tímidamente que están
trabajando en un plan de emergencia, ante la parálisis gubernamental
en ese sentido. Pero por ahora, casi no existe margen de maniobra.
(AIBA)