No
hay margen para no cambiar
Por
Francisco Gliemmo (*)
Catorce trimestres consecutivos de caída continua del PBI,
más del 16% tan solo en el primer trimestre del año
-parámetro sin precedente en la historia del país-;
40% de desocupados y sub ocupados; 50% de la población debajo
del limite de pobreza; y marginalidad en límite inimaginable
no hace mucho tiempo, son algunos de los tristes indicadores que pintan
crudamente a nuestra Argentina de hoy.
Frente a tal panorama, tenemos a un gobierno que anunció la
alianza con el sector productivo y creó, respaldando dicha
decisión, el Ministerio de la Producción, con lo cual
sanamente o ingenuamente supusimos que no solamente se apostaba, con
políticas concretas, a un real cambio, sino que, además,
habría un fuerte impulso al sistema productivo.
Lamentablemente, al poco tiempo, en coherencia a lo demostrado con
el correr del tiempo, su falta de rumbo e ideas originó, como
por arte de magia, una nueva y dolorosa frustración.
De todos modos, y a pesar de ello, aunque parezcamos monotemáticos,
insistimos en reclamar un proyecto de país que priorice un
plan de desarrollo productivo, que planificado estratégicamente
aproveche las ventajas comparativas que presentan las diferentes regiones
del país y que con convicción e inteligencia le aportemos
el máximo de valor agregado para poder transformar todo en
reales ventajas competitivas.
También propusimos formas concretas para neutralizar la caída
libre en la que estamos inmersos y la forma de revertir la tendencia
de los ciudadanos a la desazón y la desesperanza. Aunque, desafortunadamente,
desde la corrupción e inmoralidad del gobierno de la década
pasada pasando por la inoperancia e ineptitud de quienes siguieron
hasta llegar a la dramática conducción actual, parecería
que irremediablemente deberíamos terminar en la anarquía
o la desintegración social.
Por eso pensamos que el actual gobierno no asimila su rol de transición
y con audacia o irresponsabilidad cree que con pseudo planes de ayuda
social o declamando alcanzar el salvador acuerdo con el Fondo Monetario
Internacional, puede transitar, despreocupadamente, hasta fines del
2003; sin entender que al haber perdido toda la confianza, como aporte
a una nueva alternativa, debería arbitrar medidas concretas,
a los fines de consensuar reformas políticas, que además
de bajar su costo, permita la total renovación y la llegada,
a la brevedad posible, de ciudadanos idóneos, probos y con
vocación de servicio.
De esta manera y con el convencimiento que las sociedades no se suicidan
colectivamente, añoramos y anhelamos la esperanza y fundamentalmente
sentimos el espíritu de Almafuerte de no darse por vencido
ni aún vencido y plantear, con nueva generación de dirigentes
en todos los ordenes y niveles, propuestas superadoras que comiencen
por rescatar los principios éticos y morales que respalden
la cultura del trabajo, de la responsabilidad, de la solidaridad,
de la imposición de reglas de convivencias justas e igualitarias,
de una justicia independiente y respetada y en consecuencia que permita
un desarrollo armónico con la dignificación del hombre
a través de su trabajo.
Por ello, no bajamos los brazos y debemos entre todos aunar esfuerzos
para hacer posible el cambio. (AIBA)
(*) Ingeniero. Presidente de la Unión Industrial del Gran
La Plata