Utopías
Paren
con las versiones
por
Juan Rey
Informar
no es otra cosa que relatar los hechos, describir la realidad. Se
trata de un género periodístico del que no puede prescindirse.
Es posible informar sin opinar. Pero no se puede opinar prescindiendo
de la información, Hacerlo, sería una audacia insostenible.
Aunque de hecho se haga.
En estos días ganados por el vértigo para llegar primero,
no mejor, hay un género que se ha convertido en uno de los
más usuales: la versión.
Si no hay se inventa, se imagina, se conjetura, se sospecha. Algo
hay que decir. Siempre. Y con la mayor urgencia. Al fin, es eso de
llegar primero. Como sea. Aún "pisando cadáveres"
o "llevándose puesto" a quien se interponga en el
camino de la noticia.
Lo cierto es que en ésta particular forma de periodismo sin
reglas precisas, en donde, si hubo error, no hace falta reconocerlo,
ni pedir disculpas, adelante, hay que seguir. No se mira para atrás.
Ni hay arrepentimientos. Lo hecho, hecho está. Además,
en la vorágine de la primicia informativa acaso a la versión
libre le pase lo que a las palabras y se la lleve el viento. O por
ahí, quien escuchó la primera versión equivocada,
no recuerde lo que escuchó y se quede con la última.
La versión (versión: traducción de una lengua
a la otra./ Modo de referir un suceso./ Cada una de las formas que
adopta la relación de un suceso, el texto de la obra o una
interpretación del tema), según sea su origen o la intención
con la que se manipule, puede causar estragos en la Sociedad, una
parte de ella. Y puede, también, provocar que el sayo no se
ponga, no caiga, sobre quien corresponde que lo haga. Eso, por la
superficialidad, el apresuramiento por la primicia, los desatinos
de la izquierda, la derecha o el gobierno de turno. Ocurre cuando
se manejan las versiones torpe o maliciosamente. Sin investigar ni
chequear la calidad y seriedad de las fuentes. O, simplemente se las
lanza " para llenar". O para embromar a un prójimo.
Hay quienes dicen que no debe hacerse periodismo de periodistas. Aunque
lo digan cada vez menos convencidos. Es aquello de que no resulta
prolijo secar al sol los trapos sucios del oficio para que se enteren
los demás que tampoco somos ángeles.
¿No se debe?, se preguntan otros. Si al fin es una manera de
mostrar que no es oro todo lo que reluce en las encuestas. Que existen
los que se venden por treinta denarios, como Judas. Y los que ponen
precio a sus críticas, a favor o en contra. Y los que no quieren
compromterse.
Están, también, los que, como tantos políticos,
economistas, empresarios y funcionarios que, casualmente, mandaron
a la quiebra a éste bendito país, no admiten la autocrítica,
no reconocen los errores. Ni siquiera sabiendo que es la única
forma de enmendarlos. Y de tener derecho a empezar de nuevo, sin deudas,
después de levantar la quiebra moral.
No se trata de que sigan faltando a las reglas elementales del oficio
y que los que están libres de culpa se callen. Tampoco, que
los inmorales, por famosos o conocidos que sean, sigan dando consejos
morales a la gente, incluidos los propios colegas., sin siquiera ruborizarse.
Es hora de que terminen con las versiones o se ufanen por las primicias,
en nombre de la libertad que no ejercen o ejercen mal. Porque cualquiera
no puede decir o afirmar lo que se le ocurra porque cuenta con un
medio de comunicación para utilizar como un ventilador. Y desparramar
mentiras o bajezas. Y versiones de los hechos que no se ajustan a
la verdad y a la seriedad informativas.
Ponerle, por caso un micrófono o una cámara a un encapuchado
o a quien aparece armado, en son de guerra, agresión o amenaza
no encuadra en las reglas de juego. Aunque " venda ", aunque
aumente la audiencia. Tampoco encuadran los que hablan y acusan de
espaldas a las cámaras.
Seguramente hay muchos delincuentes sueltos que no se cubren el rostro
y hablan de cara a las cámaras. Pero los que ocultan el rostro
y la identidad tampoco son creíbles, resultan sospechables.
No se puede culpar o exculpar sin pruebas ni información precisa
ni condenar sumariamente. Porque a uno le parece. Ni decir como periodista,
según una antigua regla de oro, lo que no se puede sostener
como caballero.
Sin embargo, en medio del caos dispoleano, se multiplican las versiones
de todo tipo. Y algunos feroces periodistas apresurados toman partido
según sus sentimientos o ideologías sin aplicar el sentido
común ni, mucho menos, la prudencia. Dividen, de acuerdo a
sus gustos, entre réprobos y elegidos, culpables e inocentes.
Y no piden disculpas por el error. Primero está la primicia.
Y la versión propia o recogida al paso de los hechos. No son,
como manda el oficio, intermediarios entre la noticia y la gente.
Se sienten, aunque no sean, protagonistas de la información.
Por eso abomban estúpidamente el pecho. Mientras se burlan
o agreden al condenado de turno.
No saben que un día les tocará a ellos. Cuando ocurra
se darán cuenta que se equivocaron de profesión. Primero
está la información. Después lo otro.
Lectores, oyentes y televidentes, deberán elegir, corriendo
los riesgos. En política, economía, espectáculos,
policiales, deportes o lo que trate. Simple o complejo. Superficial
o profundo. Importante o minúsculo.
En tanto, no estaría mal repasar la memoria de los archivos
para descubrir a los falsos interpretadores, a los" versioneros"
mentirosos. Que en todos los casos aportan, de distinta manera, a
la crisis. A veces mucho.(AIBA)