La
carrera de postas
Por
José Enrique Velázquez
En
la carrera de postas o relevos en que se ha convertido la contienda
preelectoral del justicialismo, por largo tiempo pareció que
el testimonio que entrega un corredor a otro, estaba en las manos
de Carlos "Lole" Reutemann, y que sólo lo dejaría
cuando el presidente Duhalde le hiciera entrega del bastón
y la banda. Pero todo fue una ilusión óptica, como la
falsa visión del oasis que sufren en el desierto quienes caminan
exhaustos y sedientos en busca del agua salvadora.
El gobernador de Santa Fe aseguró que "nunca fue candidato";
ergo: nunca tuvo el testimonio en sus manos; por lo menos, voluntariamente.
Porque gran parte del PJ, en especial el gobierno nacional y el duhaldismo
(lo que hoy es casi lo mismo) habían depositado todas sus expectativas
-el testimonio- en "Lole", por ser uno de los pocos capaces
de derrotar al temido e indeseado Carlos Menem.
Reutemann asegura que nunca dijo que sería candidato. Pero
muchos deseaban que lo fuera; no sólo en el Justicialismo.
Y estaban convencidos -como los sedientos del oasis- de que "tenía
el testimonio" y que en la carrera de postas sería el
vencedor. Tenía como gran aval para los vastos sectores independientes,
su austeridad; para los justicialistas, el haber logrado domar el
difícil justicialismo de Santa Fe, nada menos. Su decisión
parece irreversible. Parece...
Ahora el testigo está en el aire, esperando que una mano decidida
lo aferre con audacia y convicción. Menem está seguro
de que en la voltereta postrera será suyo y lo que alguna vez
le prometió a Cecilia Bolocco ("serás primera dama
argentina") se convertirá en realidad. Quienes habían
apostado todo por Reutemann ahora depositan lo que no tienen para
que "el gallego" De la Sota se haga cargo del último
relevo y derrote en la interna al caudillo riojano, apóstol
de la dolarización.
El cordobés, protagonista de mil duras batallas políticas
y de otras más duras aún de la vida, no tiene temor
alguno en afrontar una interna tan riesgosa y ríspida como
la que puede generarse con un rival como el ex presidente. Incluso
tiene larga ventaja generacional sobre su posible contrincante. Es
difícil que Menem tenga otras oportunidades electorales, salvo
que su longevidad sea realmente la que él pregona. Pero si
la lógica del paso del tiempo se cumple, De la Sota tendrá
esta posibilidad y otras en el futuro.
Por eso la derrota no tendría la misma dimensión para
uno que para el otro. Al "gallego" no lo eliminaría
como futuro postulante. A Menem no le quedaría otra chance.
El triunfo también tendría distinta significación.
Para el riojano sería una revancha que viene buscando desde
que el propio Duhalde le frustrara la posibilidad de un tercer mandato,
al anunciar que llamaría a un plebiscito en la Provincia sobre
una nueva reelección presidencial; hecho político de
enorme significación, porque determinó el "renunciamiento"
a otra postulación de quien por entonces era presidente de
la Nación.
Luego él se tomó su desquite: sin disimulo hizo lo posible
para que su archirrival fuera vencido por De la Rúa, aún
sacrificando a su propio partido. Pero este desquite tendría
este sabor; ya se imagina a Duhalde entregándole los atributos
presidenciales y no puede ocultar su anticipada satisfacción.
Pero para De la Sota también tiene un significado sumamente
especial ganar esa interna. No sólo porque podrá vengar
--a la distancia- la derrota que sufriera a manos del propio Menem
(a quien secundaba Duhalde, vaya paradoja), acompañando él
a Antonio Cafiero, en las internas de 1988. Su eventual triunfo significaría
en erigirse en el nuevo líder del justicialismo y acabaría
con el mito de invencible que alimenta siempre el hombre de La Rioja.
Otras cavilaciones deben ocupar hoy el pensamiento del gobernador
cordobés. Su relación con Duhalde nunca ha sido la mejor.
La desconfianza mutua es inocultable. Y si en la no aceptación
de Reutemann tuvieron alguna incidencia los compromisos que debía
asumir con el caudillo bonaerense, en el caso de De la Sota, esas
obligaciones le serían mucho más difíciles de
afrontar.
Pero en política todo es negociación. "Es el arte
de lo posible", suele decir el propio Menem. Y quien fuera embajador
en Brasil del mismo Menem, sabe mejor que nadie que para vencer en
esa confrontación necesita, de manera imprescindible, de un
acuerdo con Buenos Aires. Lo que es decir con Duhalde. Salvo que,
dispuesto a quemar las naves y jugar todo a suerte y verdad, "el
gallego" opte por hacer acuerdos con algunos "coroneles"
bonaerenses y no asumir compromisos difíciles de cumplir con
"el jefe máximo".
En ese caso no sería descartable que acuerde con Felipe Solá,
alguien que no parece dispuesto a someterse mansamente a un liderazgo
que hoy parece cuestionado y decidido a enfrentarse con "el que
raye" por la Gobernación de Buenos Aires. Aunque le signifique
un durísimo enfrentamiento.
Podría resurgir aquel proyecto de fórmula que apareció
hace algún tiempo, uniendo a De la Sota con el intendente platense,
Julio Alak, no muy conocido en el país, pero con al aval de
haber triunfado en tres oportunidades consecutivas, en un distrito
adverso y esquivo hacia el PJ, como es La Plata. Tanto Solá
como Alak parecen dirigentes de "la nueva política",
a pesar de su nada breve trayectoria. Serían aliados importantísimos
para afrontar el desafío más trascendental de la carrera
política del gobernador cordobés. Como también
lo serían el propio Reutemann (hoy palabra sagrada) y Mauricio
Macri, que posiblemente se postule para jefe de Gobierno de la Capital
Federal.
Si De la Sota lograra superar a Menem, su escollo final sería
la diputada Carrió (acusada de "fabuladora y chantajista"
por el empinadísimo Reutemann), a quien le conviene que su
rival sea el riojano, porque ello polarizaría a los electores,
a pesar de López Murphy, Luis Zamora o Nito Artaza. En cambio,
De la Sota captaría parte de un electorado medio que a Menem
no votaría de ninguna manera; hoy el testimonio parece estar
en sus manos. Salvo que sea una nueva ilusión óptica
y que el verdadero protagonista del último relevo sea Carlos
Menem. En este caso, si la opción fuera Menem o Carrió,
la decisión de muchos justicialistas -y de otros también-
estaría descontada. Pero sería un inocultable retroceso.
(AIBA)