El
País del Todo Jamás y la Argentina de los bichos taladro
Por
Ramiro Suárez
Dichosos
de los franceses, que hacia 1862 al menos pudieron sentir que la injusticia
social de su tiempo se describía fielmente en las palabras
de Víctor Hugo, tan harto hasta las muelas que evacuó
la bronca escribiendo "Los Miserables". Ciento cuarenta
años después, hablar de los argentinos "miserables"
parece un homenaje al espasmo amargo de Aldo Rico.
Así de bajito ha quedado el techo nacional a la hora de los
dirigentes que disponen de voz y micrófono -si tuvieran que
hacerlo por escrito no dudarían en recurrir a sus asesores-
para catalogar a la runfla de políticos, economistas y líderes
gremiales que con sus más y sus menos retienen atrapada a la
Argentina en esta debacle maloliente.
Porque huelen mal sus entuertos, sus disputas, sus argumentos, sus
diagnósticos, sus ofertas, sus acuerdos, sus arrepentimientos
(¿arrepentimientos?); en fin, su inmensa sordera de pecho para
escuchar lo que viene de abajo y apartar el corazón del corralito
que más les apasiona: el de la eterna voracidad por llegar,
acomodarse y mantenerse en el poder.
Roñosos, egoístas, tacaños, mezquinos, agarrados,
cirujas de sillones, sillas y bancas legislativas, ejecutivas, empresarias
y sindicales; aquellas desde donde sólo buscan aguantar el
embate social que amenaza con arrancarles la "quintita"
de sus prebendas públicas y privadas.
Lo peor es descubrir que finalmente ganarán la pulseada. Porque
si el maremoto que se abrió con la caída de Fernando
De la Rúa alentaba a pensar que sobrevendrían épocas
de reformas a fondo, siete meses después la famosa transición
se está yendo con sólo una barrida de pelusas "para
calmar a la fiera popular".
En este País del Todo Jamás, ahí anda a pleno
naufragio la Mesa del Diálogo Argentino, carcomida por una
dirigencia que confirmó su condición de plaga de bichos
taladro y que promete mandar sus conclusiones a algún incierto
anaquel museológico.
En sus puestos de extorsión los jueces de la Corte Suprema;
para otro milenio las investigaciones por la fuga de capitales post
- corralito; olvidada la reforma tributaria; tan intacta como siempre
la ley de coparticipación federal; sanos, salvos e intocables
los grandes ganadores con la devaluación; calladitas las dos
CGT. Nada, nada sensiblemente valioso ha sucedido.
O sí, pero no valioso. Los grandes medios de comunicación
profundizan su decisión de arriar las ya deshilachadas banderas
de la ética profesional para acomodarse en el sostenimiento
o la denigración de los candidatos presidenciables en danza.
Todo, con la camiseta puesta y por intereses que poco tienen que ver
con la responsabilidad ante sus oyentes, lectores o televidentes,
en buena medida "consumidores" del más de lo mismo
y en buena medida repitentes en escala chica de los vicios que se
cuestionan hacia arriba.
Y entonces es posible que la renovación tan declamada tenga
en la primera línea de "novedades" a Carlos Menem,
tan cerca de la ejemplaridad política como distancia hay de
Anillaco a sus cuentas en Suiza; tan lejos de la inmoralidad que sus
personeros más beatos son Alberto Pierri y Daniel Hadad, dos
pibes con los que toda madre quisiera casar a sus hijas.
Pero si se trata de beatitud, qué mejor que la extendida religiosidad
de Elisa Carrió, promesa de Harry Potter para una Argentina
embrujada y realidad de Hamelín para ex aliancistas en estampida.
Una mujer hecha sobre el trampolín de sus denuncias y tan proclive
a caracterizar estos tiempos como el de "los dolores de parto",
que algunos piden fórceps para arrancarle una propuesta de
gobierno.
Por detrás, mucho más de lo nuevo y esperanzador. Eternos
triunfadores, como José Manuel De la Sota, que en su esfuerzo
por convertirse en el referente "moderado" -lo que en política
nacional equivale a decir "ni chicha ni limonada"-, trata
de copiar de todos un poquito y hasta ahora lo que mejor le sale es
la sonrisa de Ruckauf. Pobre...
También los hay caudillos provinciales, como Néstor
"Crónica" Kirchner y Adolfo "Sesím"
Rodríguez Saá, dos patrones de estancia desenvainados
por hacer de su modelo local de Estado clientelístico una proyección
republicana. Eso, si antes no los agarra un magnicidio. A propósito,
fuentes inobjetables aseguran que Carozo y Narizota ya están
detrás de las pistas de los ideólogos.
Finalmente, la frescura principiante de Luis Zamora, Rodolfo Terragno
y Ricardo López Murphy: un esclarecido que todavía busca
un pueblo que le haga el aguante (para después aguantar todos
un destino de Atlantis versión pre Perestroika); un ex alfonsinista
con el Yo a prueba de espejos; y un economista tan fiel al ajuste
del ajuste, como al toque de diana, el saludo uno y los borceguíes
bien lustrados.
Es lo que hay para empezar a desandar el porvenir. Jóvenes
de ayer y de siempre. Las mejores ofertas de temporada en un país
desocupado de grandeza, devaluado en su honestidad, inseguro en su
memoria, enfermo de anomia, mal educado a sobrevivir, y al tope de
las encuestas, muy injusto con los sueños.
(AIBA)