De
algo hay que morir
Por
José Enrique Velázquez
"De
algo hay que morir" es una de las maravillosas columnas escritas
por el periodista español Arturo Pérez-Reverte publicadas
en "El Semanal", leídas cada domingo por más
de 4 millones de personas. Columnas que son verdaderas joyas literarias.
Breves ("si es bueno y breve, dos veces bueno" dice el refrán
de Gracián), dejan con ganas de más a quien tiene la
suerte de leerlas. En "de algo hay que morir" comenta -casi
como un hermoso cuento o historia breve-- la frase dicha por un español
común, cuya gran singularidad es que durante toda su vida invariablemente
ha comido carne y que, al consultársele por su persistencia
en alimentarse con algo que podría ser nocivo para su salud,
sólo respondió con la convencida expresión que
da lugar al título.
Los argentinos, más que convencidos parecemos resignados a
aceptar esa frase. Es cierto que todos sabemos que nuestro final es
inexorable; que en algún momento nos llevarán, en ataúdes
de mayor o menor calidad --según el afecto y el dinero que
hubiéramos generado--, al domicilio definitivo. Pero la resignación
apunta a otra faceta, que tiene que ver con el conjunto y no con los
individuos. La sensación colectiva es que la mayoría
parece haber aceptado, con preocupante indiferencia, que el fin de
Argentina como país está próximo.
Y lo más grave es que algunos dirigentes, sobre todo economistas
y políticos, abogan con entusiasmo digno de mejor causa, para
que ese desenlace se produzca lo antes posible. El caso paradigmático
ha sido el del ex funcionario del gobierno de Menem y miembro prominente
del CEMA, Pablo Guidotti, que sin el mínimo pudor recomendó
a los cuatro notables enviados por el FMI --que en breve visita se
informaron "in situ" de nuestros problemas-- que no ayudaran
a este gobierno, ergo, que no ayudaran a la Argentina. Más
que recomendar les exigió que no sugirieran ayuda alguna para
el país. Algo similar ocurre con los políticos que crecen
al solo compás de sus denuncias o de sus amenazas. Políticos
como Carrió y Zamora, que no son novatos en estas lides, proponen
vociferantes "que se vayan todos" o --peor aún--
amagan con "la abstención revolucionaria", si no
se hace lo que ellos quieren.
A la vez las revelaciones sobre presuntos sobornos y cuentas en el
exterior del ex presidente Menem, echan más leña al
fuego encendido. Encendido inoportunamente, porque es cierto que el
sólo anuncio del adelantamiento de las elecciones parece haber
actuado como un bálsamo leve, mínimo pero visible, sobre
todo en materia económica.
Las publicaciones del New York Times y The Economist, que seguramente
transmiten el pensamiento que en los países centrales existe
sobre Carlos Menem, azuzan una controversia que en todo momento parece
apuntar a llevar al país a una suerte de regresiva opción:
Menem o Carrió. Alternativa que, claramente, dividiría
al país en dos sectores absolutamente irreconciliables, con
enfrentamientos similares a los que viviera el país en varios
períodos álgidos de su historia. Y que podría
ser prolegómeno de situaciones sumamente graves. Como diría
el mismo Pérez-Reverte "tan pernicioso es quedarse corto
como pasarse varios pueblos".
Es posible que por eso haya surgido la candidatura de José
Manuel De la Sota, naturalmente ubicado en el sector más moderado.
Para que los argentinos "no nos quedemos cortos" o no "nos
pasemos varios pueblos". Sus antecedentes y su lanzamiento abonan
su estrategia de instalarse como el amortiguador de las exageraciones
de Menem y Carrió. Aunque los argentinos padecemos del mencionado
síndrome de resignación, todavía apostamos a
la búsqueda de la cordura y la prudencia y no de la constante
agresión. Y esa faceta mayoritaria es la que aspira a conformar
el actual gobernador de Córdoba. Que se lanzó mientras
homenajeaba a Evita en el cincuentenario de su muerte (homenaje justiciero
que también se hizo en muchos países del mundo).
Claro que en esta extremadamente grave crisis, cuyo efecto -por contagio
o por otras razones-- ya comenzaron a vivir Uruguay, Brasil, y hasta
el ejemplar Chile, no se puede afirmar que el clima preelectoral ya
esté cerrado con los nombres citados. El increíble Rodríguez
Saá y el teatral Kirchner se mantienen en carrera, aunque parecen
más dispuestos a dar batalla por fuera del Justicialismo que
por dentro. También, en una posición más modesta,
sigue autopostulándose el gobernador de Salta, Romero.
Sin embargo, es posible que se concrete aquel pronóstico que
le atribuyen al presidente Duhalde, en cuanto a que si llegara a haber
"ballotage" los protagonistas serían dos justicialistas
(uno por el PJ y el otro por fuera de él). Como si preanunciara
que Menem y Carrió se bajarán de sus candidaturas. Aquel
con la excusa de la persecución y de la proscripción.
Esta con el slogan de la abstención revolucionaria. Entonces
los contrincantes en esa supuesta segunda vuelta podrían ser
De la Sota y Rodríguez Saa o Kirchner.
Es obvio que De la Sota, que aspira a ser el candidato de la mayoría
de los justicialistas más sensatos y moderados que suponen
un retroceso para el PJ y el país si triunfara Menem, no está
muy conforme con el desdoblamiento de las elecciones provinciales,
en especial la de la estratégica y fundamental Buenos Aires.
Pero ésta, como otros estados provinciales, tienen su propia
dinámica y les resulta muy difícil apartarse de ella.
Sin embargo la mayor parte de los observadores creen inevitable que,
cuando la elección sea inminente, tanto Felipe Solá
como Carlos Reutemann y otros gobernadores, harán saber su
apoyo a De la Sota.
Lo que también tendrá que ver con la evolución
de su imagen en la gente y con su crecimiento en las encuestas. Muchos
dirigentes, sobre todo intendentes, deben soportar un duro debate
interno que tiene que ver con esa trascendental decisión. Pero,
egoísmos personales aparte, también es cierto que tienen
muy presente aquello de "el que se quema con leche, cuando ve
una vaca llora". Y prefieren esperar, para no tener que afrontar
llantos postreros.
Lo que es indiscutible que, luego de más de cuatro años
de inédita crisis recesiva, a los argentinos nos llevará
mucho tiempo emerger. Nadie tiene una solución mágica.
Habrá que ver si el mundo desarrollado -con sus propios problemas,
como el caso de las quiebras y estafas corporativas en Estados Unidos-
está dispuesto a ayudar a América Latina o a dejarla
caer. Depende también, no cabe duda, de nuestros gobernantes
y de nuestra propia vocación de crecer.
Pero, "de algo hay que morir" diría Pérez-Reverte.
(AIBA)