¿Vida o mafias?

Por Juan Alberto Yaría (*)

"¿Por qué el Padre quiere más al hijo que éste a su Padre? El hijo es su propia obra pero, fundamentalmente, éste es recuerdo y esperanza". Aristóteles - Moral.

Toda sociedad y cultura se basa en el valor de la vida, en el cuidado de ésta como valor supremo. La metáfora aristotélica citada arriba, del amor preocupado del padre por el hijo supone la base misma no sólo de la familia sino de la propia vida social. Proteger al débil, al menor es, como dice el Estagirita griego, la esperanza, el proyecto. La protección de la vida marca el futuro de una sociedad. Las distintas agrupaciones humanas (familias, instituciones, escuelas, Estado) sólo tienen una finalidad: perpetuar la vida y que ésta alcance su pleno desarrollo, o sea, lo que hoy técnicamente se llama desarrollo humano.
La primera ley es no dañar la vida del otro ya que ésta está por encima del odio o el resentimiento que alimentan las distintas pasiones humanas. En esto están de acuerdo todas las religiones, todas las ideologías. La vida del otro es sagrada. Al otro hay que repararlo, ayudarlo. La ética se basa precisamente en eso, o sea en el altruismo y de ahí surge la noción de bien común que, como dice Aristóteles es "el bien para todos".
Precisamente, a la gente que goza con el sufrimiento ajeno y erotiza y ejecuta el daño a otro se las llama personalidades antisociales, que tienden a agruparse en organizaciones delictivas hasta llegar a las mafias.
Hoy el valor de la vida parece devaluado: sube el índice de homicidios, la ejecución de menores, el pasaje de facturas entre organizaciones criminales a través de asesinatos en donde nadie pide el cadáver para que no se pueda profundizar la investigación, secuestros. Nos empezamos a parecer a ciudades como Medellín, San Pablo o a los comandos que manejan los delitos de las favelas en Río de Janeiro. Ahí la incorporación compulsiva de menores para tareas de la organización es común, como el asesinato de ex miembros y el descontrol del uso de armas en manos de la población.

Descomposición social
El Estado, entonces, que es el garante de la vida, ha perdido el monopolio legítimo del uso de la fuerza. Tienen gobierno, administración, parlamento, leyes, pero el territorio público pasa a ser propiedad de organizaciones criminales. Las mafias imponen otra Ley. Para ello delimitan sectores (favelas, barriadas, villas) que ellos controlan. Al resto de la sociedad le queda sufrir una lección que los va disciplinando: el miedo. El miedo (siguiendo las más duras lecciones del Príncipe de Maquiavelo) disciplinará a jueces, policías, periodistas y a la sociedad en general, generando una opinión pública con la parálisis del pánico. Mientras tanto se los infiltrará para que la ley no se aplique o la seguridad no sea efectiva. La infiltración es tan importante como el miedo social y el trabajo en red con otras organizaciones criminales.
Cuando todo esto sucede, estamos en un proceso no de anomia --relajación y anemia de las normas-si no de descomposición social. En la anomia hay delito en aumento pero hay sectores institucionales no contaminados. En la descomposición, la infiltración del delito es virósica en todo el sistema social incluido el institucional. La sociedad así se tribaliza, las tribus imponen la ley del más fuerte siendo el territorio que es público un sector por el cual se lucha y se lo domina. El Estado ya es débil o está disciplinado por el miedo.
(AIBA)

(*) Director del Instituto de Prevención de la Drogadependencia de la Universidad del Salvador.