Ballets,
islas e hipocresía
Por
José Enrique Velázquez
Hay
momentos en que discuto conmigo o con el espejo sobre qué es
lo que predomina en nosotros, los argentinos. Si la hipocresía
o el egoísmo. Aquella, porque muchos nos asombramos o nos quejamos
o nos alarmamos públicamente ante hechos que, en realidad,
no nos mueven un pelo. El egoísmo, porque prevalece nítidamente
en la mayoría el interés personal, antes que el del
conjunto. Esto es, antes que el del país. Aunque algunos le
han querido dar jerarquía de doctrina, bajo la denominación
más potable de solipsismo.
En general, yo mismo laudo y otorgo un empate. Porque estamos viviendo
una época donde la hipocresía y el egoísmo hacen
tablas. No se sacan ventaja alguna. Sin embargo, un amigo asegura
que no puede ser de otra manera, porque la hipocresía es consecuencia
del egoísmo. Que, para mantener algún privilegio, alguna
ventaja, inclusive algún trabajo, postergamos "sine die"
la sinceridad.
¿A qué viene este somerísimo bosquejo de filosofía?
Es posible que haya sido disparado por haber leído en un informe
periodístico de un par de líneas, la palabra ballet
escrita tres veces. Lo cual no tendría nada de extraordinario
si no se hubiera referido -sin nombrarlo- a Ramón Hernández,
el "ballet" de Carlos Menem dueño de una cuenta en
Suiza de seis millones de dólares, según la publicación
aludida. Un error lo tiene cualquiera, diría un indulgente.
El que no trabaja no se equivoca, diría otro, tan magnánimo
como aquel.
Pero quien escribió "ballet" en lugar de "valet"
es -se supone- periodista. Su profesión es la palabra. Ese
"error" profesional equivale al del cirujano que debía
extirpar un apéndice, pero "se equivocó" y
le quitó un riñón al pobre paciente. O al del
policía, que en lugar de balas de salva, por "error",
cargó su arma con balas de plomo. Ese libre discurrir del pensamiento
que crea caprichosamente una trama no prevista, me llevó a
relacionar lo del policía con las islas. Sin que ello implique
disculpar, de ninguna manera, al periodista que escribió incorrectamente
"ballet". A lo bestia, diría un colega español.
El problema de la seguridad -o de la inseguridad, según cómo
se mire- está siendo tratado con la hipocresía y el
egoísmo de los que hablábamos recién. La inseguridad
es mostrada como monopolio exclusivo de la "isla" provincia
de Buenos Aires. Como si el resto del país, incluida la Capital
Federal, estuviera a salvo de tamaño flagelo. Algo parecido,
salvando las distancias, a lo que afirman algunos dirigentes internacionales
(el "bocazas" O´Neill es uno, el alemán Han
Eichen es otro) respecto a que Argentina constituye "una isla",
cuyos funcionarios y/o dirigentes políticos son los únicos
corruptos en todo el mundo. Aquellos que hasta hace poco nos prestaban
miles de millones de dólares porque "éramos un
ejemplo para el mundo", hoy descubren el monopolio argentino
de la corrupción. La hipocresía estalla a la vista,
confirmando que no es una exclusividad nacional. Salvo que aquello
-prestarnos plata- lo hicieran de buenos, nomás.
Similar actitud es la de quienes se refieren a la inseguridad en Buenos
Aires, a su policía, o a la relación policías
corruptos-políticos corruptos. Bonaerenses, claro. Pareciera
que el resto del país, impoluto y protegido, sufre el agobio
y la vergüenza de padecer una manzana podrida en el cajón
de la patria. En verdad, uno quisiera mantener la calma y escribir
con objetividad, profesionalmente. El que se calienta, pierde, decía
Menem refiriéndose a la política. Pero es difícil
no calentarse ante tamaña hipocresía. Que no está
alejada, si no que se hermana con el egoísmo. A veces político,
a veces periodístico -el rating, usted sabe-, a veces empresarial.
Es que la ignorancia subleva. Como subleva "ballet" en vez
de "valet". Como sublevan los policías-delincuentes
o los políticos corruptos o los empresarios que coimean o evaden,
o los periodistas "chiveros" o "chantajistas",
que para el caso son sinónimos. Como subleva el ¿periodista?
Feinman al afirmar, muy suelto de cuerpo para que algún incauto
le crea, que el parricida Schocklender es asesor del ministro Cafiero.
Como subleva leer una nota en Noticias firmada por el periodista Carlos
Baulde, que tergiversa o no toma en cuenta las respuestas del ministro
Otero -que allí mismo se publican, sintetizadas o falseadas--,
con el propósito deliberado de mantener esa suerte de axioma
de que "Buenos Aires es la provincia peor administrada del país".
El periodista omite adrede recordar las razones que llevaron a Buenos
Aires a esta situación. O quizás lo ignore y es peor
aún. Por supuesto, todo es remitido a la pelea Duhalde-Menem
y olímpicamente es olvidado el gobierno de la Alianza. Es que
el "progresismo" procura, a toda costa, hacer desaparecer
de la memoria colectiva esos dos años desastrosos. E instala
en Buenos Aires el campo de batalla, por supuesto. Se olvida de la
tremenda deuda contraida por el país en medio del festival
de privatizaciones. Con el beneplácito de los O´Neill
o Eichen de turno. Y no se menciona ¿para qué? que en
esa "fase del ciclo" (así hablan los economistas)
Buenos Aires no se endeudó.
El, como otros, desdeña premeditadamente recordar los miles
de millones de pesos que Buenos Aires ha perdido por la coparticipación,
subsidiando a las demás provincias. Que, a su vez, enviaron
millones de personas a habitar en el Conurbano bonaerense, porque
no tenían trabajo, vivienda ni posibilidades en sus provincias
de origen. Tampoco tenían atención médica ni
educación para sus hijos.
Para muchos "Bauldes" (incluso bonaerenses), Buenos Aires
es una isla en decadencia, dentro de un país floreciente. O
un país que no sufría crisis alguna, hasta que Buenos
Aires comenzó con sus problemas. Un país que no tenía
desocupación, ni concentración de la riqueza, ni deuda
externa, ni déficit alguno. Sólo Buenos Aires monopolizaba
o monopoliza todo eso. Cliché que, haciéndose el magnánimo,
repite una y mil veces Rodríguez Saa "el fenómeno
arrasador". Que tiene el 15 por ciento de intención de
voto, según coinciden muchas encuestas. El mismo porcentaje
que tenía Alfonsín en 1997 y lo impulsó a constituir
la Alianza en un intento, restallante de hipocresía y típico
egoísmo, de salvar a la UCR (no la salvó, sólo
la hizo subsistir, pero destruyó al país). Sin embargo,
lo que hace cinco años constituía un oprobio, en 2002
parece significar un éxito. Hasta hubo quien escribió,
desprevenido, que "el Adolfo" es un fenómeno escondido
por la prensa. Es que algunos de los que escribimos tenemos cierta
repulsión por la TV. E ignoramos la presencia permanente "del
fenómeno" en los programas periodísticos televisivos.
No hay semana en que no aparezca en esas suertes de tiras cuasi cómicas.
Que buen dinero le costará.
Pero, volviendo al principio, a la hipocresía y el egoísmo
(lo de ballet lo dejamos así, ya está; lo de las islas
también, porque me caliento), debo admitir que me incluyo entre
los que padecen esos defectos. Porque cuando escribo me autocensuro.
El egoísmo me hace soslayar algunos temas o algunos nombres,
imaginando -seguramente-- algún perjuicio personal futuro.
Preservándome. Ese egoísmo, esa autocensura, esa preservación
(¿de qué?) se condensan en una sola palabra. Hipocresía.
(AIBA)