La oportunidad

Por José Enrique Velázquez

La madre de mi vecino, el profesor de inglés, suele decir que a Dios no le pide casi nada. Sólo que le otorgue el sentido de la oportunidad y --nada más-- que tomar la decisión correcta. Nada menos. Ni dinero ni riquezas, agrega. No le pido nada material, afirma austera. Seguro que lo dice de buena fe. Que realmente no hay intención oculta en su "modesta" solicitud celestial. Se le escapa, vaya si se le escapa, la importancia que tiene lo que le pide al Padre Eterno. ¿Cuánto daríamos muchos de nosotros por contar con lo que ella pide casi humildemente? ¿Cuánto necesitan de lo mismo, muchos dirigentes y muchos funcionarios? Sí, de acuerdo, y muchos periodistas también. Más que comer.
El sentido de la oportunidad y tomar la decisión correcta. Nada menos. Que, es evidente, es lo que está pidiendo el país en esta instancia crucial. A gritos. Que no son los alaridos rebosantes de electoralismo e hipocresía que lanzan los Carrió, los Zamora, los Menem, los Rodríguez Saá y muchos otros.
Estamos ante una oportunidad que no deberíamos dejar pasar. La oportunidad de tomar la decisión correcta para que el Justicialismo y, por ende, el país no continúen en esta espiral de disgregación. Que, por momentos, parece imparable. Y que los protagonistas principales no dan señales de querer parar.
Claro que, para que ello ocurra, se requieren algunas virtudes que la buena señora no pide. Quizás porque ya las tenga. O las desconozca, lo cual es muy posible. Pero nosotros deberíamos demostrar que cuando está en juego el país, nos despojamos de egoísmo, de hipocresía, de codicia, de envidia. Que podemos anteponer las necesidades de la gente --del país-- a nuestras necesidades individuales, a nuestras ambiciones personales, a nuestros antagonismos personales.
Ciertas señales, pequeñas, mínimas, al límite de lo imperceptible, parecen indicar que algunos comienzan tímidamente a transitar ese camino. Tenues avisos, casi cifrados, del presidente Duhalde, sugieren que ha advertido que tiene la oportunidad. La postergación de las internas, el diálogo en torno a las condiciones de los comicios, el mensaje subliminal dirigido al gobernador Solá, estarían mostrando que el presidente no ignora que está en juego algo superior a los intereses terrenales de los hombres. Que está en juego el futuro del país. Que el riesgo de guerra civil está latente. Pero, de inmediato, sus incondicionales convocan a constituir la línea bonaerense "Duhalde Conducción" y entonces la lectura de los mensajes se torna muy dificultosa. Y el riesgo se retroalimenta.
Riesgo que figuras como Carrió o Zamora -abanderados del "que se vayan todos"- alientan con la ceguera de aquel que serrucha la rama donde está sentado. Sorprende un tanto (si hay algo que en la Argentina de hoy pueda sorprendernos) que el gremialista Víctor De Gennaro se prenda a esa negativa convocatoria. ¿Será que él también se incluye en el reclamo? ¿O los dirigentes "progres" están exentos de esa demanda? ¿Cuánto años lleva él en el comando de su gremio?
Esa demanda es oportunista y no oportuna. Palabras parecidas, de muy distintas connotaciones. El "que se vayan todos" se enanca de modo oportunista con el reclamo de mucha gente que repudia a "los políticos" de manera general. Impulsada por la prédica constante de aquellos. Los oportunistas. Entre ellos, cierto periodismo que parece buscar que en Argentina la historia se repita y se vuelva a la violencia política. Al prolegómeno de la guerra civil. Porque la violencia, a partir de innumerables hechos delictivos, está instalada en nuestra sociedad. Como un resultado lógico de haberse incentivado la sensación de que en el país no hay gobierno, los delincuentes lo han tomado como botín de su propia guerra.
La inseguridad está en su "climax". No hay quien lo ponga en duda. Y la carencia de grandeza de ciertos dirigentes muestra señales de violencia en la política. Violencia dialéctica, pero violencia al fin, de la cual se excluyen muy pocos.
Por el contrario, los principales dirigentes de Brasil advirtieron la oportunidad y tuvieron el sentido común que pide la madre de mi vecino. Lula y Ciro Gomes --en muchos aspectos, en las antípodas de Fernando Enrique Cardoso-- se mostraron junto a su presidente con un envidiable despojo de sus apetencias personales. A las que no renuncian. Pero olvidaron el oportunismo y la ventajita electoralista. Y exhibieron un frente interno cohesionado. Primero Brasil, después nosotros, fue el mensaje implícito que todos pudimos entender. Como si hubieran leído aquello que decía el sabio general Perón: "primero la Patria, después el movimiento, y finalmente los hombres".
Aunque si hoy uno habla de Patria, lo máximo que recibirá será una sonrisa irónica. O una simple mirada cuyo significado es de simple traducción: "perdónenlo, no sabe lo que dice".
Aquel apotegma justicialista parece haber sido relegado al arcón de los trastos viejos. Salvo que algunos se atrevan a rescatarlo del olvido e instalarlo nuevamente en el corazón y el cerebro de la dirigencia argentina. Claro que no basta con que ello se concrete entre los justicialistas. El mensaje nihilista --de implícita violencia-- de los Carrió o Zamora y el más agresivamente intimidatorio de los Hadad o Lanatta, tienen que ser superados por el ejemplo que recibimos desde Brasil.
La mayoría del pueblo argentino está reclamando gestos ejemplares y hechos determinantes, en especial la postergación individual para alcanzar consensos en temas cruciales. Que, incluso, sería una fuerte señal para que el FMI revea su postura adversa. Como ya revisó Estados Unidos su política de importación, admitiendo el ingreso de más de 50 productos argentinos que estaban vedados. ¿Es que ha advertido que es la oportunidad?
Gran parte de esa mayoría conforma el otro país. El país que produce. El que trabaja todos los días. Que exporta. Pero que sabe o intuye que estamos en el punto de inflexión. Porque está percibiendo --sin que lo advierta la dirigencia toda, no sólo la política-- que en Argentina puede producirse el pronóstico del francés Duby, quien escribió: "si no se reparte mejor la riqueza, podrá repetirse lo de la Edad Media. Oleadas de pobres hambrientos avanzarán sobre los countries y barrios cerrados para tomar por la fuerza aquello que consideran que les corresponde. O, por lo menos, arrebatar su porción de comida"
Esa mayoría, que hoy se siente prisionera, encerrada en una gigantesca celda, inerme ante los delincuentes que la tienen acorralada, está exigiendo a gritos que los dirigentes y aquello que podemos aportar algo, actuemos con sentido común. Pero, sobre todo, con sentido de país. Es la oportunidad.