La globalización equivocada

Por Carlos R. Capdevila

Tras leer las recientes y descalificadoras declaraciones de funcionarios del FMI y de países como los Estados Unidos y Alemania, y de encumbrados miembros de comisiones encargadas de "seguir" los pasos económicos y sociales de la República Argentina, quedó la certeza absoluta de que algo se hizo mal en nuestro país, muy mal.
Nuestros gobernantes, legisladores y funcionarios deben haber equivocado alguna de las lecciones del "Curso Básico de Ingreso al Primer Mundo" -iniciado a principios de los años 90- y luego reprobado severamente las materias correlativas: "Globalización I, II y III".
Dejemos de lado la mortificante cantinela duhaldista de anunciar sistemáticamente durante ocho meses "el inminente acuerdo con el Fondo", como si se tratara de la panacea universal y sin advertir que el único arreglo posible era bosquejar un plan económico y social coherente que, si bien no llegaría a entusiasmar a nadie, daría señales claras -hacia adentro y hacia fuera- de que había gente en el gabinete de transición que tenía idea de la magnitud de la crisis, de la necesidad de encabezar el sacrificio, y de la imperiosa idoneidad y sentido común del que debían imbuirse los responsables.
Lo que ilustrados analistas acaban de determinar -luego de realizar dos congresos, un simposio, tres cónclaves y una jornada de reflexión- es que "por un error conceptual en la traducción de los textos de enseñanza (SIC) fueron imitadas equivocadamente en la Argentina numerosas circunstancias originarias de otras naciones que, una vez instrumentadas aquí, se descubrió tardíamente que constituían ejemplos de lo que no hay que hacer".
La gravedad de la inexacta interpretación a que aludimos surge claramente al conocer el detalle de casi todo lo que fue mal aplicado en nuestro país, según el siguiente informe difundido por la Comisión Especial de Investigación de la Globalización en la Argentina, dependiente de la Secretaría de Adaptación de Elementos Extranjeros Destinados a Mejorar el Nivel de Vida, que funciona bajo la órbita del Ministerio Residual del Tercer Mundo:
· Para equipararnos a los Estados Unidos y Europa, fueron cometidos dos terribles y cruentos atentados (a la embajada de Israel y la sede de la Amia). Fue nuestro ingreso triunfal.
· Eliminamos el servicio militar obligatorio. Igual que en el Primer Mundo. Ahora, miles de ciudadanos indigentes -en su mayoría aborígenes y habitantes de asentamientos de emergencia- que eran "rescatados" para educarlos, instruirlos e incorporarlos a la sociedad, continúan a la buena de Dios. Más allá de que a muchos de nuestros adolescentes de clase media les caería magníficamente contar con alguien que se ocupe de ellos sin contemplaciones ni concesiones inmerecidas.
· Introducción del modelo de jubilación privada que terminó en otro naufragio. Ni siquiera pudimos "copiarnos" de Chile.
· Descentralización. Hicimos los deberes, como en el patético caso de la educación, donde se derivó la responsabilidad a las provincias pero se mantuvo el paquidérmico Ministerio de Educación de la Nación, con todos sus empleados y gastos innecesarios.
· La fijación de impuestos para fines determinados, medida de exitosa aplicación en el mundo, fracasó también aquí porque -por ejemplo- la asignación de impuestos a los cigarrillos para destinar la recaudación a los jubilados, nunca se concretó; como también se desvió hacia otras latitudes un tributo adicional al gas oil para ejecutar obras hidráulicas en la Provincia.
· Reformas constitucionales. Nuestros políticos y legisladores manejaron el asunto como si se tratara de modificar el reglamento de una sociedad de fomento barrial. Tanto en la Nación como en las provincias, las convenciones sin sentido, sin idoneidad y hasta con espantosamente pobre sintaxis, fueron moneda corriente. Evidentemente, no se tuvieron en cuenta los motivos serios y racionales por los cuales en otros países se cambió la Carta Magna.
· De Brasil no copiamos su música, su política económica, su industria ni su desarrollo. Eso sí, nos desvivimos por imitar a las favelas y hoy tenemos asentamientos tan cerrados en el Gran Buenos Aires -notables bases delictivas inexpugnables- que los brasileños parecen jardines de infantes.
· De Ciudad de México importamos los secuestros-express, típicos de la capital azteca.
· De Colombia llegó la narcodelincuencia y la libre circulación de droga, estrechamente ligada al crimen y a toda actividad delictiva.
· Del continente africano trajimos la novedad de dar de comer a los necesitados extremos, víctimas de hambrunas como es imposible pensar que suceda en la Argentina. Igual que en esos pobres territorios, hoy aquí forman fila para recibir un plato de sopa.
· También desde Africa llegó la moda de los hospitales vacíos de medicinas y elementos de uso complementario. Allí, las bandas o movimientos guerrilleros de izquierda o derecha, saquean los centros asistenciales; aquí, por otras causas los remedios y descartables tampoco llegan y los médicos desafallecen de impotencia mientras la población padece la peor de las humillaciones.
· Del Asia incorporamos los asaltos a trenes de carga y camiones, a los que acaban de agregarse -al mejor estilo Far West- atracos a convoyes de pasajeros.
· Prolijamente proliferaron los shoppings, sin que entonces importara mucho el destino de los tradicionales comercios callejeros que quedaron absolutamente desprotegidos y en su mayoría quebrados o cerrados. Hoy esos centros comerciales, que inmortalizaran Woddy Allen y Bette Midler en una película antológica, languidecen víctimas de la recesión. Unos y otros quedaron fuera de combate.
· Eso sí, mientras en el país se hicieron los deberes, para completar el cuadro, los bancos extranjeros decidieron por su cuenta no incluirnos en estas delicias de la globalización y no respondieron con sus propios fondos desde sus casas matrices a los clamores de los depositantes estafados.
(AIBA)