Otro
ultraje a la soberanía: el intento de privatizar el Bapro
Por
Alicia Tabarés de González Hueso (*)
A veces es triste que el tiempo nos dé la razón. Hace
exactamente 13 dije públicamente que la Legislatura provincial
no podía ceder más ante las presiones del gobierno nacional
que, afanoso por cumplir con las exigencias del Fondo Monetario Internacional
nos pedía ajuste tras ajuste. En aquel momento expresé
textualmente:
"Si cedemos ahora después embestirán contra la
educación para hacerla privada, como ya los propuso Fiel; querrán
la salud pública y tratarán de quedarse con el Banco
de la Provincia. Porque si el establishment nos ve tan flojos exigirá
todo a la Nación, a la Provincia y a los trabajadores, incluidos
los estatutos profesionales y el aguinaldo".
Ahora, con un gobierno de mi partido, surge con más fuerza
la iniciativa impuesta por el FMI de privatizar -se dice que en un
10 por ciento- el Banco de la Provincia de Buenos Aires. El pretexto,
en este caso, es "hacer más transparente" el manejo
de nuestro Banco.
Como si fuera imprescindible que intervengan inversores privados (y
obviamente extranjeros) para que las cosas se hagan con honestidad.
Y como si no tuviéramos ejemplos de sobra sobre cómo
los bancos privados manejan más que turbiamente los dineros
del pueblo argentino.
Ni siquiera el hecho de que el Bapro esté protegido de la voracidad
de los capitales especulativos trasnacionales por la Constitución
provincial parece contener a los padres de esta iniciativa.
A tal extremo ha llegado el desprecio por nuestra pobre y maltrecha
soberanía que tienen los organismos internacionales y sus disciplinados
seguidores argentinos: la Constitución no es para ellos un
mandato expresado por el pueblo sino un papel modificable según
convenga a sus intereses.
Por cierto, no es una discusión novedosa. En 1895 el secretario
de Estado de los Estados Unidos sostenía que su país
era "soberano en el continente" y las naciones europeas
decían que podían usar la fuerza e intervenir para cobrar
sus deudas y proteger a los ciudadanos, amenaza que el Reino Unido
y Alemania concretaron en 1903 con el bloqueo al puerto La Guaira,
en Venezuela.
El argentino Carlos Calvo sostuvo a finales del siglo XIX algo que
hoy tiene absoluta actualidad: que las inversiones extranjeras, contrariamente
a lo que sostenían las potencias, debían estar sujetas
a las leyes nacionales y que los Estados deben actuar de acuerdo con
sus intereses aun cuando esto implicara el desconocimiento unilateral
de las deudas.
Robert Freeman Smith, desde otro ángulo, comentó con
desparpajo: "Era el clásico debate entre deudores y acreedores,
desarrollados y subdesarrollados, débiles y fuertes".
Ahora pareciera que ni siquiera estamos ante ese "clásico
debate", sino que, sin debatir, se nos presenta la exigencia
de que vendamos, entre otras pocas cosas que nos quedan como herramienta
del Estado para tener políticas propias, parte del Bapro.
Falta de debate, por otra parte, que muestra desfachatadamente cómo
el FMI y los países que se apoyan en él para defender
a sus capitales especulativos, nos consideran insubstanciales tenedores
formales de un poder que sólo nos está permitido ejercer
dentro de márgenes apenas decorativos. Un poder que, suponen,
todo los que tenemos un mandato popular que cumplir estamos dispuestos
a resignar.
Mi único poder es el voto en la Cámara de Diputados
y no estoy dispuesta a cederlo ni a omitir su uso llegado el caso
que la anunciada privatización del Bapro llegue a la Legislatura.
Porque considero que es la forma tanto de responder a quienes me votaron
pensando en un justicialismo celoso de la soberanía y de la
justicia social, como de atender a mi propia conciencia y a mi ideología.
No se trata solamente de una postura principista. Es también
el convencimiento de que el Estado provincial no puede desprenderse
de ningún porcentaje de su potestad para dirigir sus políticas
financieras, productivas y sociales. Es una actitud coherente con
lo que planteamos en su momento en la Comisión Bicameral Jubileo
2000.
Es una respuesta al argumento perverso de que los argentinos no somos
capaces de gobernarnos sin la tutela de los banqueros internacionales
o sus aprendices locales, cuya actuación en los últimos
tiempos muestra la corrupción con que manejan los dineros de
los pequeños ahorristas y el desprecio por los problemas sociales
que generó esta codicia desmedida. (AIBA)
(*) Diputada provincial PJ - Séptima Sección Electoral