El
desinterés de los inocentes
Por
José Enrique Velázquez
En
las próximas elecciones (¿en diciembre o en marzo?)
se jugará buena parte del futuro de los argentinos. Esta verdad
de Perogrullo es aceptada por la mayoría de los analistas y
también de los protagonistas centrales de esos comicios, los
políticos.
Sin embargo, la actitud del pueblo parece desconocer ese aserto que
queda circunscripto a un círculo amplio de iniciados. La indiferencia
popular genera la irresistible tentación de hacer un juego
de palabras con la magistral película que protagonizara el
gran actor Anthony Hopkins: "El silencio de los inocentes",
para resaltar "el desinterés de los inocentes", que
surge palmario al analizar el futuro electoral argentino.
Inocente. No es otra cosa la inmensa mayoría del pueblo de
nuestro país. Son otros los culpables de la crisis, de la situación
casi inmanejable que padecemos, incluso de esa apatía política.
La dirigencia política tiene su gran cuota de incumbencia.
Hasta se puede aceptar que esa cuota sea mayoritaria. Pero ello no
exime a los demás componentes de la dirigencia. Por acción
u omisión han contribuido sobremanera a esta durísima
coyuntura que estamos soportando y para que el pueblo haya ingresado
en esta peligrosa etapa de desinterés político.
Es cierto que todavía existe algún activismo en ciertos
sectores de nuestra comunidad. Que, en general, están vinculados
a algún interés pecuniario. Son los que tienen relación
con el Estado y con los gobiernos. O son quienes, en la oposición,
vislumbran la posibilidad de reemplazar a aquellos en los cargos que
hoy ocupan.
El PJ surge en todas las encuestas como el seguro ganador de las elecciones,
sea en diciembre o en marzo. Pero la mayoría de los numerosos
precandidatos no promueven el interés de "los inocentes".
El porcentaje de intención de voto que dan los sondeos a quien
por ahora está prevaleciendo, Adolfo Rodríguez Saá,
es de un escaso 20 por ciento. Nivel que, en otra situación
del país, hubiera determinado la rápida declinación
del postulante. De allí para abajo, los demás pretendientes.
Fruto de la dispersión, de la disgregación social. Del
desinterés consiguiente.
Mientras, De la Sota aún no crece y la decisión final
de Reutemann sigue siendo una incógnita, a pesar de las presiones
de diversos factores de poder. Aquel, que salió a romper con
la atonía mediante una fuerte campaña publicitaria,
astutamente elogió la política de medicamentos genéricos
que implementó el ministro de Salud, Ginés González
García, que tiene amplísimo apoyo de la población
y de las entidades profesionales.
De todos modos, hay coincidencia entre los analistas -y no pocos dirigentes-
respecto a que el gobierno que surja de las elecciones no tendrá
un consistente respaldo popular. Y que las posibilidades de que sea
un gobierno de plazo corto no es un pronóstico demasiado aventurado.
Incluso aseguran los que están informados sobre el pensamiento
de Reutemann, esa certeza de que el próximo sea un gobierno
que no dure más de 18 meses ha sido el motivo principal de
su deserción y de su resistencia a reverla.
Claro que aquel vaticinio genera instantáneamente una pregunta
elemental: ¿y después qué? ¿Se llamaría
a una nueva elección? ¿O se están generando las
condiciones -FMI mediante- para que resurja la posibilidad de instalar
un gobierno "cívico-militar"?
No parece descabellado imaginar esto, si se supone que quien resulte
electo será transitorio. No es la primera vez que se habla
de que Estados Unidos no vería con malos ojos un gobierno de
"mano dura" que hiciera cumplir a rajatabla las políticas
que -a través del Fondo- quiere imponernos. Más, hasta
se ha señalado en más de una oportunidad, que López
Murphy tiene todas las características para cumplir ese papel.
Tiene "el físico para el rol", como dirían
en el teatro.
Ahora bien, el pueblo argentino, aún desinteresado, lleno de
agobio y desconcierto, ¿está dispuesto a aceptar que
se retroceda en el avance de la democracia? ¿Hasta cuándo
podría soportar políticas de ajuste tras ajuste, que
sólo parecen apuntar a que también Argentina tenga salarios
de 20 ó 30 dólares como muchos países sometidos
de la Tierra?
De darse aquel sombrío supuesto, podríamos ingresar
en una deletérea fase de división abrupta de la sociedad,
prolegómeno de una guerra civil.
Hoy, ni el propio justicialismo puede dar señales de unidad.
Las divisiones internas surgen como irreversibles. Sólo restaría
conocer qué poder de captación tienen los que amenazan
con "irse" del PJ. Como Rodríguez Saá o Kirchner.
Inclusive el propio Menem, si no se dan las condiciones que él
pretende.
Hay quienes presagian la ruptura definitiva del justicialismo. Aunque
la han pronosticado muchas veces, su actualidad le da a esas predicciones
mayores posibilidades de que se concreten. Duhalde parece querer abroquelarse
en Buenos Aires, donde Solá comienza a reclamar la coparticipación
federal de impuestos que su Provincia merece, tomando una bandera
que pocos gobernadores asumieron realmente.
La partición del PJ, el desmembramiento social en el país,
juega claramente en nuestra contra. El ejemplo de Brasil está
a la vista y es conocido por todos. No tiene caso repetir el comentario.
Sólo envidiarlo. Nuestra imposibilidad de generar un frente
interno nos debilita en el frente externo. Y nos pone en la picota
permanentemente.
La muestra más cabal se produjo en estos días con "el
muleto" de O'Neill, el veteranísimo ex presidente del
Banco Central de Alemania, Hans Tietmeyer. Que como la mayoría
de la dirigencia alemana, nos factura con natural brutalidad "el
caso Siemens" y afirmó -como quien dice que después
de la noche viene el día- que Argentina es "inexistente
y lo será para siempre". "Chupate esa mandarina",
diría mi viejo, que en paz descanse.
Por el contrario, casi con simultaneidad, salió el flamante
descubrimiento del progresismo, Joseph Stiglitz, quien aseguró
que Argentina está en condiciones de resurgir con rapidez.
Siempre que no siga las recomendaciones o exigencias del FMI. Stiglitz
fue uno de los académicos a los que citó Jorge Sarghini
-hoy secretario de Hacienda de la Nación- cuando respaldó
desde la teoría a Eduardo Duhalde cuando éste dijo,
en 1999, que el modelo estaba agotado. Pero como había sido
funcionario del Fondo, era desestimado por los "progres".
Hoy es su mentor de cabecera.
Pero estos debates de académicos no mueven las pasiones de
nuestro pueblo. Sus necesidades son más acuciantes y pedestres.
Trabajo, salarios, seguridad, salud, educación. Cuando hay
una necesidad, nace un derecho, decía Eva Perón. Quien
pueda dar respuesta a esas demandas, superará el estigma de
la nueva transición. Y habrá concitado el interés
de los inocentes. (AIBA)